ORFISMO
Conjunto de creencias, de ritos y prácticas religiosas propias de la religión 
órfica cuya revelación se atribuye al poeta Orfeo, una figura mítica, detrás de 
la cual probablemente exista un verdadero fundador religioso.
      De la doctrina de la secta, pese a la gran cantidad de escritos órficos de 
época posterior, es poco lo que se sabe con certeza. Numerosos indicios inducen 
a creer que estaba contenida en unos hieroi logoi, cuyo núcleo procedía de los 
s. VII-VI a. C., que circulaban en un lamentable estado de transmisión textual 
en los s. V y IV. Parte de ellos se atribuían a Museo, autor de una teogonía y 
de cantos de iniciación (Platón, Protágoras, 316 D; República 363 c), himnos (Pausanias, 
1,22,7), y oráculos (Heródoto, IX,43,VII1,96; Aristófanes, Las ranas, 1033), que 
refundió Onomácrito en época de los Pisistrátidas (Heródoto, VII,6). Los 
principales testimonios del s. V, en el que la secta había caido en descrédito, 
son Píndaro, Aristófanes y Platón (V. MISTERIOS Y RELIGIONES MISTÉRICAS).
      
      Teogonía y antropogonía Característica del orfismo era una teogonía (v.; 
es decir, una cosmogonía mítica) en la que se incluía una antropogonía que 
deparaba la necesaria base para sus creencias y prácticas ascéticas. De esta 
teogonía se poseen diversas paráfrasis de época tardía, que difieren en el 
detalle. Según Jenócrates (en Olimpiodoro, Comentario al Fedón, 11,21-29) habría 
una sucesión de cuatro generaciones de reyes de los dioses, Urano, Cronos (v.), 
Zeus (v.) y Dioniso (v.), que asumieron el poder por la violencia. Probablemente 
las generaciones de los dioses serían seis (cfr. Platón, Cratilo, 40213; Filebo, 
66C), y las coincidencias con Hesíodo bastante grandes, aunque las poesías 
órficas acentuasen, dentro del gusto popular, las crueldades de los dioses (Isócrates, 
XI,38). Hera (v.) lanzaba contra Dioniso, hijo de Zeus, a los titanes, que le 
despedazaron y devoraron. Zeus aniquila con el rayo a los titanes, de cuyos 
cadáveres se levanta un vapor que, al condensarse, da origen a los actuales 
hombres. En el hombre, hay, pues, un elemento divino, dionisiaco, y un elemento 
de violencia, titánico. Esta parte de la teogonía órfica puede darse por seguro 
gracias a la alusión de Platón (Las leyes, 1V,70113) a «la llamada antigua 
naturaleza titánica» del hombre, y concuerda plenamente con el despedazamiento y 
ulterior ingestión de la víctima ritual en el culto dionisiaco, así como con la 
leyenda del despedazamiento de Orfeo por las mujeres tracias.
      
      Damascio (De los principios, 1,316,18-319,11R) habla de tres versiones de 
la teogonía órfica que contienen elementos indiscutiblemente antiguos. Según la 
primera de ellas, en principio existía el Tiempo (Chronos), viniendo después el 
Éter, el Caos (v.) y el Huevo primigenio que, fecundándose a sí mismo, dio 
origen a Phanes, el dios creador del mundo, que devora después a Zeus, de la 
misma manera que en la Teogonía hesiódica devoraba a Metis (la Inteligencia). 
Damascio se refiere de pasada a la Teogonía de Eudemo de Rodas, limitándose a 
decir que ponía.a la Noche en el principio de todas las cosas, y es más 
explícito en lo que respecta a la de Helánico de Lesbos: El Agua y la Tierra 
darían lugar al «Tiempo que no envejece» (Chronos ageraos), una serpiente alada 
con cabeza de toro y de león, Ananke (la Necesidad) y Adrasteia; de Chronos 
procederían el Éter, el Caos, el Erebo, el Huevo primigenio, y el Protogonos, de 
forma monstruosa (v. OLIMPO). El poner al Tiempo al principio de todas las cosas 
procede de Persia, y la creencia en el Huevo cósmico es bastante frecuente entre 
los pueblos primitivos; su antigüedad en el orfismo la comprueba el testimonio 
de Aristófanes (Las aves, 690 ss.).
      
      Psicología y moral. La concepción órfica del alma como elemento divino del 
hombre se desprende ya del mito antropogónico antedicho. El testimonio de Platón 
y de Píndaro vienen a sumarse para dejar en claro la tajante dicotomía 
establecida entre el espíritu puro y su receptáculo corpóreo. Platón atribuye a 
Orfeo la doctrina del soma/sema, la del cuerpo-sepulcro, en un pasaje muy citado 
(Cratilo, 4000) que concuerda perfectamente con la del aionos eidolon, «imagen 
de la vida» pindárica (cfr. 131 Bergk.). En la muerte el cuerpo desaparece, pero 
perdura ese elemento que duerme mientras el cuerpo está activo y se despierta 
cuando reposa. La vida más auténtica se alcanza, pues, cuanto mayor es la 
desvinculación entre los miembros de la dicotomía -estados extáticos, el sueño- 
y la plenitud, en la total separación de la muerte. Pero el alma no es sólo 
inmortal, sino eterna, preexiste al cuerpo, y puede entrar indefinidamente en el 
ciclo de la generación. Como los pitagóricos (v.), los órficos creen en la 
transmigración (v. METEMPSICOSIS) de las almas, según se desprende también de 
los testimonios concordes de Píndaro (Olímpicas, 11,62 ss., cfr. 129,130, 133 
Bergk) y de Platón, que suele atribuir la revelación de la misma a sacerdotes, 
sacerdotisas y poetas inspirados (Felón, 70C; Menón, 81A; Las leyes, IX,870D).
      
      Con la creencia en la transmigración de las almas se combina la de los 
premios y castigos post mortem, que viene, paralelamente a la emancipación 
gradual del individuo frente al genos, a sustituir el primitivo punto de vista 
(el de un Solón, p. ej.), de que los hijos expían las culpas de los padres. Los 
iniciados viven en un continuo banquete en la otra vida, en un estado de 
embriaguez feliz (República 11,363 Css.), en tanto que los malvados yacerán en 
el Hades, en el fango (Felón, 69C; cfr. Aristófanes, Las ranas, 145 ss.), para 
reencarnar sucesivamente hasta la completa expiación de sus culpas. Para evitar, 
pues, el castigo merecido, el hombre debe vivir con arreglo a los preceptos de 
la moral y practicar una ascética que le libere de las ataduras del cuerpo. Todo 
ello se traduce en la observancia de ciertos tabúes (p. ej., el de no llevar 
vestidos de lana, según Heródoto, 11,81) y en el cumplimiento de ritos 
purificatorios, de cuyos detalles no estamos bien informados, que administraban 
los orpheotelestai, tan despreciados por Platón (Las leyes, X,908D) y Teofrasto 
(Los caracteres, XVI,ll).
      
      V. t.: GRECIA VII.
      
      
BIBL.: M. I. LAGRANGE, Introduction á Vétude du N. T., IV. Critique hisiorique, 1. Les rnystéres: I'orphisme, 2 ed. París 1937; M. P. NILSSON, Geschichte der griechischen Religion I, Munich 1941, 642-661 ; W. K. C. GUTHRIE, Orfeo y la religión griega, Buenos Aires 1970; L. WEBER, Orpheus, «Reinisches Museum», LXXXI (1932) 1 ss.; R. KEYDELL-K. ZIEGLER, en RE 18,2,13211417; H. SCHWABL, en RE Suppl. 9,1433-1582; K. PRUMM, La religión de los griegos, en F. KONING, Cristo y las religiones de la tierra, II, Madrid 1961, 113-122. (Colección de los fragmentos órficos conservados en O. KERN, Orphicorenn fragmenta, Berlín 1922).
L. GIL FERNÁNDEZ.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991