MONOTEÍSMO I. RELIGIONES NO CRISTIANAS, 2.


2. El monoteísmo en la Historia de las Religiones. La S. E. narra una serie de acontecimientos históricos de primordial importancia para la salvación del hombre. Entre estos sucesos, desarrollados en coordenadas espacio-temporales, ocupan un lugar central los referidos en los primeros capítulos del Génesis que describen los principios del mundo y la historia primitiva de la humanidad: Dios, como coronación de su obra, creó al hombre y lo elevó a un orden sobrenatural, constituyéndolo en un estado de santidad y justicia original, es decir, haciéndolo partícipe de su vida íntima; nuestros primeros padres tuvieron así, dotados además de unos dones preternaturales que perfeccionaron su naturaleza, un conocimiento de Dios y de sus designios para con los hombres, que sobrepasaba por completo las posibilidades y exigencias de su naturaleza (v. CREACIÓN II; PARAíSO). Por su pecado, Adán rompió para sí y para toda su descendencia, este estado de amistad con Dios. Desde entonces la naturaleza humana, dañada en su libertad, quedó inclinada hacia el pecado (v.), a la rebelión contra Dios, hasta el punto de no quererle reconocer como tal. Los hombres, en su declinar, «trocaron la Gloria del Dios incorruptible por una representación en forma de figuras de hombres mortales, de aves, cuadrúpedos y reptiles» (Rom 1,23). Es decir, se llegó a la idolatría (v.) y al politeísmo (v.), ya que «cambiaron la verdad de Dios por la mentira y adoraron y dieron culto a la creatura antes que al Creador» (Rom 1,25). Como consecuencia de la idolatría se desembocó en un cúmulo de depravaciones morales (cfr. Rom 1,26-27).
      Sin embargo, aunque el pecado original puso al hombre en un estado de enemistad con su Creador, privándolo del estado de santidad y justicia original, y le despojó de los dones preternaturales que había gozado en el paraíso, la naturaleza humana no quedó incapacitada para conocer a Dios: «Dios, principio y fin de todas las cosas, puede ser conocido con certeza por la luz natural de la razón humana partiendo de las cosas creadas, `porque lo invisible de Él, se ve, partiendo de la creación del mundo, entendido por medio de lo que ha sido hecho' (Rom 1,20)» (Conc. Vaticano I, Const. dogm. Dei Filius, Denz. Sch. 3004) (v. t. DIOS IV, 2).
      De aquella verdad indudable: la creación de nuestros primeros padres y su elevación al orden sobrenatural, a un estado de amistad con Dios, se deriva que la religión originaria del género humano fue el m.: fe en el único Dios, Señor del universo, a quien se le debe honrar con el culto que le corresponde como Creador y Señor de todas las cosas. Es el culto que le tributó Abel (cfr. Gen 4,3 ss.). Con ayuda de la Revelación (V. REVELACIÓN II-III), el m. fue conservado eficazmente en el pueblo hebreo (v.). El politeísmo no fue más que una desviación del hombre debilitado por el pecado y cegado por sus propias concupiscencias.
      No obstante, la veracidad de esas afirmaciones bíblicas, a partir del s. XVIII, con los comienzos de la Etnología (v.), surgieron teorías que, invirtiendo el verdadero orden de los sucesos, ponían el politeísmo como religión primitiva que habría evolucionado hacia el m., pasando por el henoteísmo (creencia en un dios superior a las demás divinidades). Se pensó en un primer momento, que este hipotético politeísmo primitivo se encontraba en la mitología astral de ciertos pueblos indogermanos (v. MITO Y MITOLOGÍA II, A); más tarde se consideró como religión originaria el fetichismo (v.), después el manismo (v.), animismo (v.), etc., tomando siempre al m. como una forma de religión característica de pueblos muy desarrollados.
      Las investigaciones científicas del s. XX, entre las que destacan por su amplitud y profundidad los trabajos de W. Schmidt (v.; cfr. o. c. en bibl.) desprestigiaron por completo estas hipótesis. Resultó que los antiguos pueblos que habían sido analizados y considerados hasta entonces representantes de la supuesta religión politeísta originaria,' pertenecían a épocas culturales relativamente recientes. La época cultural primitiva es la de aquella situación en la que el hombre se dedicó exclusivamente a la caza (Wildbeuterkulturen).. Como pueblos primitivos (v.) se han considerado entre otros los indios de la Tierra del Fuego (V. FUEGUINOS), algunas tribus muy primitivas de California (v. AMÉRICA VI, A), algunos grupos del sudeste de Australia (V. AUSTRALIA VI) y también los pigmeos (v.) del África central.
      Las investigaciones a fondo de todos estos pueblos demuestra que han conservado, con muy pocas variaciones, el conocimiento y la fe en un solo Ser supremo, que tiene además, para todos estos pueblos, una serie de elementos comunes: unidad, nombre, residencia, cualidades, etc. Estos datos inducen a pensar que estas características comunes debieron de darse ya antes de la separación y dispersión de aquellos antiguos pueblos, pues sería muy difícil de explicar cómo se llegó a esta unidad, si la adquisición de estas verdades se hizo después de la separación y en virtud de un pensamiento y una reflexión independiente. Se pudo comprobar asimismo que el m. de estos pueblos no depende de culturas más recientes y que no tienen conexión alguna, ni por su contenido ni por su origen, con el animismo, fetichismo, magia y otra suerte de idolatría. Las últimas excavaciones en el Cercano y Medio Oriente han confirmado además, , la existencia del m. hasta los albores del género humano (v. t. CREENCIA; cfr. L. Vannicelli, o. c. en bibl., 1315-1318).
     

BIBL.: V. MONOTEÍSMO I. RELIGIONES NO CRISTIANAS, 3.

 

E. BURKHART.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991