MONJES IRLANDESES
No vamos a trazar la trayectoria vital de cada uno de los monjes irlandeses que
han existido (los más notables tienen artículo propio), sino a bosquejar la
tarea de conjunto que éstos realizaron en la Europa continental de la alta Edad
Media. Como puntuación lexicográfica hemos de advertir las siguientes
ecuaciones: Scottia=Irlanda: hasta fines del s. X; Scottia=Irlanda+-Escocia: s.
XI-XII; Scottia=Escocia: a partir del s. XIII.
1. El fenómeno migratorio. Imposible escribir la historia de la Iglesia en
la Europa continental ni de las naciones que se iban formando en el solar del
imperio romano, sin tener en cuenta la influencia ejercida por el elemento
monástico de origen irlandés. Su ardiente celo evangélico, que Tommasini compara
con el celo apostólico del franciscanismo de primera hora, les llevó a trabajar
en la conversión de los pueblos bárbaros, a la vez que sembraban los gérmenes de
la civilización. Este fenómeno migratorio comienza a gran escala en el s. VI y
termina con el s. XI, época en que la iglesia instilar irlandesa pierde su
fisonomía propia, y los irlandeses continentales son paulatinamente suplantados
por sus homónimos los escoceses, que prevaliéndose de la identidad de su nombre
latino (scotti) llegan a monopolizar los monasteria scottorum con exclusión de
los auténticos scotti. Tiene cuatro momentos claramente diferenciables: a) Los
irlandeses que llegaron a las Galias en tiempo de los merovingios (427-752) y se
esparcieron por los países limítrofes, estaban casi exclusivamente dominados por
ideales de ascetismo y apostolado. Monjes en su mayoría, la expatriación
voluntaria les parecía como la suprema inmolación, especialmente adecuada para
perfeccionar el camino de renuncia emprendido. b) En la época carolingia
(752-987), sin excluir estos móviles ascéticos y apostólicos, predomina la
inmigración de los sabios, pedagogos y artistas, atraídos por el gran mecenas
Carlomagno (768-814), cuya doble preocupación parece haber sido proteger a los
misioneros, monjes y peregrinos y atraer a los sabios. c) Las invasiones danesas
contribuyeron en gran manera a acelerar el curso de la emigración. En 795
hicieron los vikingos su primera aparición en el litoral de la isla; saquearon
primero los monasterios establecidos en las islas y sobre las costas meridional
y septentrional de Erin. Hacia el 845 se formaron en Irlanda bandas de maleantes
indígenas que rivalizaron en vandalismo con los vikingos. Esta situación caótica
y la favorable acogida que los carolingios dispensaron a los sabios ingleses,
dieron nuevo impulso a emigración de monjes. d) Finalmente, en el reino normando
de Dublín, creado por Guillermo el Conquistador (1066), se produce un éxodo de
irlandeses a abadías inglesas, que los reexpiden luego como obispos a su país de
origen. Esta influencia sobre los anglosajones, si bien tardía, fue beneficiosa.
En cuanto a las causas de estas migraciones acabamos de indicar una de ellas: la
invasión danesa de 795 y sus secuelas. Pero había razones más profundas,
inherentes al mismo temperamento irlandés. Ya Walafrido Strabon había dicho:
«Los scotti tienen el peregrinar como una segunda naturaleza» (Vita Galli,
11,46). Esta insaciable necesidad de aventuras se coloreaba a sus propios ojos
con una luz mística, gracias a lo cual nada podía retenerlos y se los encuentra
en todas partes menos en su país natal, demasiado estrecho para esos diestros
marinos y aventureros natos. Los convertidos de la víspera soñaron a su vez en
hacerse apóstoles; los monjes ardieron en ansias de llevar allende de los mares
sus disciplinas ascéticas: la acción, la propaganda y el apostolado fueron su
ideal.
2. Geografía de las migraciones. El gran iniciador de estas migraciones es
S. Columbano (v.), discípulo de Comgall de Bangor, que llega a Borgoña en 590
con 12 compañeros. Llega sin un plan muy concreto: su única preocupación
inmediata es alejarse de su país natal, evangelizando de paso los pueblos
paganos. Su influencia sobre el monacato galo fue considerable: a su paso
provocaba un entusiasmo tal, que iba dejando una estela de monasterios. En
Borgoña fundó Annegray, Luxeuil y Fontaines. Luxeuil no tardó en ejercer, por la
novedad de su regla y el ardiente celo del fundador, un poderoso atractivo sobre
los indígenas. La regla de Columbano fue objeto de una veneración tal que, a
mediados del s. vii, muchos monasterios galos la adoptaron junto con la de S.
Benito a la que disputó durante más de un siglo la hegemonía en el oeste y
centroeuropa. Posiblemente no existe en los anales del monaquismo otro ejemplo
de simbiosis de reglas tan dispares en tendencias y tono. Hasta las primeras
décadas del s. XIII, los monasterios y talogalos se fundaban «bajo la regla de
los santos Padres Benito y Columbano». Pero hacía ya tiempo que la influencia
celta iba cediendo ante los monjes romanos. La conferencia de Whitby (664) es
decisiva a este respecto. Hacia el 680, el Concilio de Autun desconoce la regula
Columbani, y alrededor del 700 la regla de S. Benito se impone definitivamente a
la de S. Columbano. Y aunque después del 729 todavía siguen los monjes
irlandeses estableciendo sus colonias en el Continente, lo hacen poniéndose bajo
la regula Benedicti y renunciando a sus antiguos ritos, de los que Colúmbano
había sido acérrimo defensor.
Invitados por el obispo de Meaux, Faron (672), dos irlandeses se instalan
en la Galia: Kilian en Aubigny cerca de Arras, y Fiacre en el eremitorio de
Broilum en las proximidades de Meaux. Otro peregrino pro Cristo, Fursy, se movió
en la órbita de Clodoveo II y Bathilde. Había sin duda oído hablar de la
prosperidad de las colonias monásticas de Brie y deseó incorporarse a ellas,
pero vivió poco tiempo, pues murió, todavía joven, en Materias -hoy Frohen-, en
el Ponthieu, dejando impresionada la imaginación de sus contemporáneos con los
relatos de sus extrañas visiones. Su cuerpo fue trasladado a Péronne entre 641 y
652. Aunque Fursy no desplegó una actividad comparable con la de Columbano; su
nombre merece destacarse en la historia de las migraciones irlandesas, pues
sutumba se convirtió en centro de peregrinaciones de sus compatriotas, que
hicieron de Péronne el primer monasterio para uso exclusivo de los scotti que
hallamos en el Continente: Perrona Scottorum. Hasta el 774 los abades que se
sucedieron en Péronne fueron todos irlandeses; quizá lo fueron siempre hasta la
destrucción del monasterio en el año 880.
Los irlandeses habían penetrado, antes del 800, en muchas otras regiones
del Continente, más o menos próximas a estas primeras zonas de influencia. En el
s. vii los hallamos ya en Bélgica: Rombaut (s. VIII) evangeliza la población de
Malinas; Livino la de Gante; Celestino es elegido abad de San Pedro del Mont-Blandin,
en Gante (s. VII), donde sufrió martirio; Kilian evangeliza Franconia y muere en
Wurtzburgo hacia el 689. Los monasterios de Honan en una isla del Rin, junto a
Estrasburgo, y Altmünster en la diócesis de Frisinga, tienen su origen en dos
monjes irlandeses: Tuban y Alto. Virgilio el geómetra se exila voluntariamente y
se instala en el monasterio de San Pedro de Salzburgo, del que llega a ser abad;
luego -a pesar de sus desacuerdos con S. Bonifacio relativos a ciertas opiniones
sobre el bautismo y a sus teorías (revolucionarias para la época) sobre los
antípodas- llega a ser obispo del Salzburgo (767-784). Tuvo como coadjutor a
Tuti, un compatriota que acabó obispo de Chimensee. Wilibrordo (v.), apóstol de
Frisia, aunque inglés, monásticamente procede de Rathmelsigi (Irlanda). También
la Galia escogió más de un obispo de entre estos extranjeros: en' 754, Pipino el
Breve, aconsejado por S. Bonifacio, llamó al scottus Abel, abad de Lobbes, a
regir la metropolitana de Reims, elección que el papa Zacarías se apresuró a
confirmar. La diócesis de Angulema fue -con dos siglos de intervalo- gobernada
por dos scottigenae: Thomeus (h. 663) y Elías (860).
El monacato celta -de origen preferentemente irlandésdejó también sus
huellas en el norte de España, aunque su influencia aquí no fue tan profunda
como en el Continente. En el s. VI, Mailoc funda en Britonia, cerca de
Mondoñedo, un monasterio que -según costumbre celtase convierte luego en sede
episcopal. La intervención casi exclusiva de los monjes en el ministerio
eclesiástico, nos hace pensar en la España del s. VII. Aquí también se arraiga
la práctica de la confesión frecuente y la dirección espiritual. El mismo S.
Fructuoso (v.) sufrió la influencia del monacato celta en su anhelo de correr
tierras y visitar lejanos países. Para Fructuoso el monje es un peregrino. La
misma descripción que nos hace de algunos monasterios gallegos, cuyo tipo se
conservó en Castilla y León durante los primeros tiempos de la Reconquista, nos
recuerda una característica del monacato celta: los monasterios familiares o de
clan. Mucho más tarde, en el s. XI, estos inquietos monjes celtas llegan hasta
Kiev. Una carta, conservada, escrita por la naciente comunidad de Santiago de
Ratisbona al rey de Bohemia, Wratislao, nos da cuenta de este proyecto, que
realmente se llevó a feliz término.
3. Apoyo continental a los emigrados irlandeses. En general, este apoyo
fue unánime a nivel de la autoridad real y episcopal. Los obispos que más se
significaron en prestar apoyo y asistencia a los scotti fueron: Faron de Meaux,
Didier de Cahors, Ansoaldo de Poitiers, Hartgaire y Franco de Lieja y los de
Cambrai. Otros prelados se ocuparon con empeño en hacer restituir a los
irlandeses los establecimientos benéficos fundados a lo largo de las rutas de
peregrinación en pro de sus compatriotas, y de los que injustamente habían sido
despojados. Estaban especialmente destinados a albergue de peregrinos (hospitalia),
o monasterios abiertos únicamente a los scotti que deseaban terminar sus días en
el retiro (monasteria). Varios de estos establecimientos desempeñaban ambas
funciones a la vez. Los primeros monasteria scottorum fueron Péronné y Honan.
Carlomagno trabajó para multiplicar estas instituciones caritativas tan de su
gusto. Mas el descrédito en que al final de su reinado cayeron los scotti,
detuvo bruscamente su evolución. Se desposeyó a los irlandeses de sus
fundaciones, y los que usurparon la dirección no sólo rehusaron dar acogida a
los viajeros que se presentaban, sino que arrojaron de ellas a los religiosos
reduciéndolos a la mendicidad. Un canon del Concilio de Meaux, del 845, pide la
reorganización de los hospitalia scottorum y su restitución a los legítimos
dueños. Carlos el Calvo -el mejor protector de los celtas después de Carlomagno-
confirmó las medidas adoptadas en Meaux. A partir de esta época, los hospitalia
y monasteria irlandeses se multiplicaron sobre todo fuera del reino franco del
oeste. En 885, Carlos el Gordo erigió en Retia un monasterium scottorum en Monte
San Víctor, en el mismo sitio donde 29 años antes se había retirado el ermitaño
irlandés Eusebio, y le dotó con las rentas de una de sus villas, para atender al
mantenimiento de un hospital destinado a albergar 12 peregrinos camino de Roma.
En el s. X, los soberanos germánicos siembran sus estados de fundaciones
similares. Los irlandeses fueron muy bien acogidos por los obispos de Metz,
Adalberón I (929-964) y Adalberón li (984-1005). Colonia poseía por estas fechas
una importante colonia irlandesa. Durante el s. XI sigue la actividad
fundacional irlandesa en las estribaciones alpinas y a orillas del Rin. Pero
ahora se les exigía acomodarse a los usos de su nueva patria, renunciando a su
particularismo insular. Este cambio hizo que fueran recibidos con un interés muy
particular incluso fuera de sus monasterios, pues la integración era más
perfecta. Se les tenía en buena opinión y los trabajos de copia que ejecutaban
para sus huéspedes hacían su paso más apetecible. Bajo el abadiato de Ricardo
(m. 1034) se les recibía en Fulda con extraordinaria benevolencia; aquí vivieron
sucesivamente Animchad (m. 1043) y Mariano «el cronista» (1059-69).
4. Los «Magistri hibernici». Cuando Carlomagno asumió la suprema autoridad
del Imperio de Occidente, la cultura europea estaba en plena decadencia.
Carlomagno comprendió la necesidad de mejorar este estado de cosas. Para ello,
hizo venir a Francia maestros extranjeros. Hacia el 782, dos irlandeses vienen a
completar el grupo académico reclutado en Italia, España e Inglaterra; el uno se
llamaba Clemente (que no hay que confundir con su homónimo el hereje), el otro
-más difícil de identificarfue o bien uno de los cinco Dungals personalizados
por Traube, o bien José el Escoto. Clemente permaneció como profesor en la
escuela palatina; su compañero fue enviado a Italia y profesó en el monasterio
de San Agustín de Pavía. No intentaremos enumerar aquí todos los magistri
hibernici que de alguna manera colaboraron en la obra de renovación cultural
perseguida por los carolingios. Lo ha hecho y con habilidad Turner. Nos
contentaremos con recordar los nombres de los protagonistas de este movimiento,
indicando los centros de irradiación.
Ese José Scoto de que hemos hablado como hipotético compañero de Clemente,
fue amigo y discípulo de Alcuino. Nos quedan de él poesías dirigidas a Alcuino y
a Carlomagno. Compuso además un Comentario a Isaías que figura con frecuencia en
los catálogos de las bibliotecas medievales. Más célebres son los Dungals: uno
-conocido por Alcuino- fue obispo; otro, interrogado por Carlomagno sobre el
pretendido doble eclipse solar del 810, respondió con una disertación más
notable por su latinidad que por su doctrina científica; un tercero fuellamado,
en 825, por Lotario a regentar la escuela de Pavía (es el que combatió a Claudio
de Turín que proscribía el culto a las reliquias y a las imágenes); el cuarto es
más oscuro: se sabe que era poeta; el quinto sería el que legó su biblioteca a
Bobbio. En el número de los mecenas del segundo Dundal -el de Saint-Denis-
figura el obispo de Cambrai Hildoardo (790-816). Cambrai parece haber sido,
entre los s. VIII-IX, uno de los lugares de cita preferidos de los scotti. Los
obispos de Cambrai aprovecharon para encargarles la ejecución de diversas obras
compilatorias y caligráficas que se han conservado. Así es como fueron
transcritos para Alberico (m. 790) la Collectio canonum hibernensis; para
Hildoardo, dos sacramentarios, cuya escritura y ornamentación presentan -a
juicio de Bishop- todas las características scóticas; y para su sucesor
Halitgaire (817-831), un penitenciario que también acusa influencia celta.
Como Cambrai, también Reims, Soissons, Laon y Lieja tuvieron por la misma
época colonias irlandesas. El pontífice-gramático Dunchad enseñó las Bellas
Letras en SaintRemi de Reims y tuvo, según parece, por discípulos a Remigio de
Auxerre y a Grotescalco. En Soissons, Heiric de Auxerre encontró un obispo
llamado Marcos, oriundo de Bretaña, pero instruido en Irlanda, que después de un
largo pontificado, decidió exiliarse y vivía como anacoreta en el monasterio de
San Medardo y San Sebastián. Pero ninguna ciudad de esta región atrajo tanto a
los irlandeses como Laon. El más célebre de los emigrados de esta época, Juan
Escoto Eriúgena (v.), se estableció en Laon, bien por la proximidad de Carlos el
Calvo que le había nombrado profesor de la escuela palatina, bien invitado por
el obispo y amigo suyo, Hincmaro el /oven, o atraído por sus compatriotas allí
establecidos. Ningún extranjero -fuera de Alcuino- ejerció en la Francia de los
carolingios un influjo intelectual tan profundo como Escoto Eriúgena. Fue
teólogo, gramático, poeta y maestro de estas diversas disciplinas. Entre sus
discípulos se encuentran Vicbaldo, luego obispo de Auxerre, y dos scotti: Elías,
que fue uno de los maestros de Heiric de Auxerre y ocupó luego la sede de
Angulema, y probablemente Martín «el irlandés» (m. 875), uno de los eruditos más
representativos de la colonia scótica de Laon. Martín compuso un glosario
grecolatino que todavía se conserva y, como Juan Escoto, versificó en griego. Se
sabe que Escoto Eriúgena tradujo al latín las obras del Pseudo-Areopagita. El
conocimiento del griego que este trabajo revela llenó de admiración al mismo
Anastasio el Bibliotecario. Gracias a los scotti se puso de moda helenizar en
Laon.
Sedulio Escoto llegó al Continente por la misma época que Juan Escoto y se
estableció en Lieja. El obispo Hartgaire (840-855) le retuvo allí como profesor
en la escuela de San Lamberto. Poseía también el griego, aunque no en el grado
que Escoto Eriúgena. Como éste, estaba dotado de un saber enciclopédico:
gramático, comenta a Eutiques, Donato y Prisciano; filósofo, explica la Isagogé
de Porfirio; exegeta, escribe su Collectaneum in epistolas Pauli; escriba, nos
ha legado quizá dos copias autógrafas en el Salterio griego (Bibl. del Arsenal
de París, n° 8.047), y en las Epístolas de S. Pablo en griego (Bibl. real de
Dresde, codex boernerianus: A,145,b); finalmente, como escritor político,
compuso para Lotario II el De rectoribus christianis.
Si recogemos los testimonios de los contemporáneos sobre la labor de estos
sabios irlandeses, comprobaremos que tienen conciencia de ser en gran parte
deudores a éstos del progreso realizado en los estudios: la ciencia irlandesa
es, a sus ojos, algo fuera de serie y digna de los más pomposos elogios. Los
autores sólo ven en el superlativo el modo de expresar su admiración por los
scotti. El biógrafo galo de S. Cadoc muestra a su héroe siguiendo las lecciones
de esos excelentes maestros, de cuya boca recoge «la suma del saber occidental».
Alcuino recuerda los servicios prestados a la cristiandad por los «doctissimi
magistri de Hibernia», que ayudaron a realizar tan grandes progresos a la
Iglesia de Cristo en Bretaña, Galia e Italia. El cronista de Saint-Gall califica
a Clemente y a su compañero de hombres «incomparablemente instruidos en las
letras profanas y sacras». Uno de los representantes de la erudición germánica
en el s. IX, Ermenrich d'Elwangen (m. 874), en carta al abad Grimoaldo, exalta a
la isla irlandesa «unde nobis tanti luminis iubar advenit», «porque dispensando
a pequeños y grandes la filosofía, ha llenado a la Iglesia de su ciencia y de su
doctrina».
BIBL.: U. BERLIÉRE-P. SCHMITZ, Bulletin d'Histoire bénédictine, Maredsous 1912-64, t. I-VI (con cómodos índices); L. ALEMAND, Histoire monastique d'lrlande, París 1690; M. ARCHDALL, Monasticon hibernicum, Dublín 1786 y 1873-76; D.-A. BINCHY, The Irish Benedictine Congregation in Medieval Germany, en «Studies», 18 (1928) 39-67; 19 (1929) 194-210; A. MALNORY, Quid Luxovienses monachi discipuli s. Columbani ad regulara monasteriorum atque ad communem ecclesiae profectum contulerint, París 1894; F. MASSAI, Essai sur les origines de la miniature dite irlandaise, Bruselas 1947; J. V. PFLUGKHARTTUNG, The Old Irish on the Continent, en «Transactions of the Royal Historical Society», nueva serie, t. V (1891) 75-102.
J. GÓMEZ GÓMEZ.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991