MILAGRO, SAGRADA ESCRITURA


A. Antiguo Testamento. El m. es en la Biblia una realidad omnipresente. Hay que tener en cuenta, sin embargo, a la hora de interpretar los textos, que la noción de m. se va depurando poco a poco. En ocasiones, p. ej., el lenguaje identifica sin más lo sorprendente con lo milagroso. Y así se señala que los magos pueden también hacer m. externamente parecidos a los proféticos. Por ello, no siempre la realización de hechos prodigiosos puede ser considerada como prueba definitiva de la misión divina de un profeta o de un hombre de Dios (cfr. Dt 13,2-4; Ex 7,12.22; 8,3). El testimonio profético sólo tiene valor si está de acuerdo con la verdadera voluntad y naturaleza divinas. Aparecen así los inicios de una cristología del m. que será después desarrollada

      1. Narraciones de milagros. En la época de los Patriarcas la Biblia ofrece escasas narraciones milagrosas. Contiene, sin embargo, abundantes teofanías o apariciones de Dios o de su ángel (v. TEOFANÍA II). Parece que al describir estas manifestaciones divinas, que tienen un marcado carácter personal y son ocasión de diálogo, los autores de los libros sagrados no siempre pretenden hablar de m. propiamente dichos. Al margen de tales apariciones divinas, el Génesis nos relata la lluvia de fuego sobre Sodoma y Gomorra (Gen 19,24; v.), las intervenciones de Dios en favor de Rebeca (12,17; 20,3), Agar (21,19) y Abraham (18 y ss.)

      El periodo de fundación del pueblo de Israel, narrado en los libros del Éxodo (v.) hasta el de Josué (v.), es más rico en acciones poderosas de Dios en favor de sus elegidos. Encontramos aquí los episodios de la zarza ardiente y los tres m. que acreditan la misión de Moisés (Ex 3-4); la vara convertida en serpiente y las diez plagas de Egipto (Ex 7-12 v.); el paso del mar Rojo (Ex 14); la ayuda de Dios para dar de comer (maná y codornices) y de beber al pueblo (Ex 16; Num 11; Ex 15,17; Num 20); los castigos enviados por Dios a los israelitas desobedientes (Lev 10,2; Num 11,16; 16; 21); las teofanías del Sinaí y de la nube (Ex 19 ss.; 13 ss.); la travesía del Jordán (los 3-4); la destrucción de los muros de Jericó (los 6), y el m. del sol en la batalla de Gabaón (los 10)

      Los Libros de los Reyes (v.) contienen también abundantes historias milagrosas, especialmente en torno a las figuras de los profetas Elías y Elíseo. En nueve capítulos (l Reg 17-18; 2 Reg 1-6 y 13) se relatan cerca de 20 m., que no son en general acontecimientos o fenómenos de la naturaleza que afectan a todo el pueblo, sino más bien hechos realizados en círculos menores de personas, y en torno a realidades sencillas y cotidianas, tales como la multiplicación del pan y del aceite. Hay también narraciones de resurrección de muertos, y algunos m. de índole punitiva

      2. Sentido del milagro bíblico. Los textos hebreos del A. T., al referirse a los acontecimientos milagrosos, muestran una variada terminología: mófét, ót, nif1il'ót, nórit'ót, que en ocasiones ha visto modificados su valor y capacidad de sugerencia en la versión griega de los Setenta

      Concretamente, las voces thaumaxia, ondoxa y paradoxa, elegidas para traducir las dos últimas voces hebreas, han empobrecido las nociones hebreas originales. Las tres palabras griegas expresan solamente el aspecto psicológico de asombro y admiración ante un prodigio, mientras que niflci evoca una dimensión que podría llamarse ontológica y como trascendente (cfr. A. Lefevre, o. c. bibl. 1301)

      El m. en la Escritura pertenece a la categoría de acto,, simbólico-proféticos (v. SIGNO III). Es un gesto que quiere subrayar y hacer comprender, al mismo tiempo, la Palabra de Dios (v. PALABRA II). «Si sobrepasa lo que es posible al hombre, no lo hace como un despliegue aislado de fuerza, sino como algo que es parte de la gran obra del Creador; los milagros son puntos singulares de la obra del Todopoderoso para la salvación de sus criaturas» (Lefevre, íb.)

      En el A. T., los m. son revelaciones de Dios y signos eficaces de la salvación divina. Los signos milagrosos apoyan la Palabra al revelar en gestos concretos la salud proclamada por los profetas; es esta subordinación del m. a la Palabra la que distingue precisamente los verdaderos m. de los obrados por magos y falsos profetas. Es el valor del mensaje, por tanto, signo que permite discernir la realidad del milagro. Los m. se distinguen de otra parte por su eficacia y su carácter extraordinario. En suma, por una parte, realizan habitualmente lo que significan; de otra, superan lo que el hombre acostumbra a ver en el universo, y lo que él mismo es capaz de realizar. Finalmente, apuntan a suscitar la fe o a fortificarla; ciegan a los incrédulos (cfr. Ex 7,13) e iluminan la mente de los que se encuentran dispuestos para oír y aceptar la Palabra divina (cfr. Num 14,11)

      A pesar de su relativa aparatosidad y magnificencia, el m. ocupa en la religión judía un papel secundario, ya que está subordinado a la Revelación (v.) y a la fe; se diferencia en esto de la concepción helenista. La religión bíblica es primariamente una religión de la palabra; en el mundo religioso helenístico, por el contrario, m. y magia prácticamente se identifican. El m. no es para el griego revelador de un mensaje de salvación religiosa; sino que encierra más bien un sentido humano y filantrópico; en las narraciones de m. es por eso el hecho milagroso en sí mismo lo que monopoliza toda la atención. La función taumatúrgica en el mundo heleno contrasta de esa forma claramente con la del profeta-taumaturgo del mundo judío: éste se esconde ante Dios, de quien es solamente un portavoz (cfr. K. Gatzweiler, La Conception paulinienne du miracle, «Ephemerides Theologicae Lovanienses» 37, 1961, 842 ss.)

      Todo esto permite discernir en los m. del A. T. casi todas las características que, purificadas, distinguirán inequívocamente a los m. de Jesús en el N. T.: acciones que son paradigmáticas para situar la noción del verdadero m. cristiano. El m. del A. T. posee siempre un significado de salvación, y se produce necesariamente en un contexto religioso. De otro lado, nota importante del m. es realizarse de un modo no sensacional en exceso, de acuerdo con el discreto, aunque poderoso, actuar salvífico de Dios. El m., además, eleva, sin destruirlas, las posibilidades de la naturaleza, y debe ser aceptado en un clima de libertad por aquellos que lo presencian

      De todo lo dicho se desprende que el m. bíblico es siempre una realidad de algún modo sensible, capaz de suscitar en el hombre la vivencia de lo numinoso, y tiene un origen trascendente. Su índole sensible, sin embargo, no se adecua plenamente con el orden de la experimentabilidad llana o la historicidad común; su trascendencia no se reduce, simplemente a una intercalación llamativa en el orden de leyes y fenómenos naturales; su llamada a la fe no consiste en una instancia de obligatoriedad que abocase a una determinada opción de la libertad; su acompañamiento a la Revelación no es únicamente a modo de secuela probativa. Los m. son acciones poderosas de Yahwéh, que poseen carácter de signo (v.). Este signo, que es parte de la Revelación, tiene una naturaleza compleja. Es, en primer lugar, testimonio; desempeña además un papel de revulsivo para el, hombre que lo experimenta; y tiene finalmente una dimensión racional. La Palabra y actuación de Dios revelador van así acompañados de signos y prodigios, que siendo vistos por el hombre, sólo producen todos sus efectos cuando son recibidos en el clima de la fe y la adhesión religiosa. Entre signos milagrosos y fe existe una profunda analogía; ambas realidades se dirigen no solamente a la luz de la vista corporal, sino también a la luz del corazón. Los signos de la Revelación desempeñan, por tanto, una función doble: son testimonios racionales a favor de la realidad que acompañan; y son llamadas que solicitan un reconocimiento personal que se traduce en convicción y decisión de la voluntad

      B. Nuevo Testamento. 1. Los Milagros de Jesús. Los Evangelios sinópticos y el de S. Juan narran más de 30 m. de Jesús, que suelen distribuirse hoy día en dos grandes grupos: milagros con respecto a seres humanos, o sea, curaciones (de posesos, ciegos, paralíticos, leprosos, etc.) y resurrecciones de muertos; y milagros sobre la naturaleza

      Al primer grupo de relatos pertenecen las acciones curativas de Jesús a favor de unos posesos en la sinagoga de Cafarnaúm (Me 1,21-28; Le 4,31-37), el poseso de Gerasa (Me 5,1-20; Mt 8,28-34; Le 8,26-39), el muchacho lunático (Mt 17,14-21; Me 9,14-21; Me 9,14-29; Le 9,3743), el endemoniado mudo (Mt 9,27-31), el endemoniado mudo y ciego (Mt 12,22-24), María Magdalena (Le 8,1-3), la hija de la mujer cananea (Mt 15,21-28; Me 7,24-30), los dos ciegos en Cafarnaúm (Mt 9,27-31), el ciego de Betsaida (Me 8,22-26), el ciego o ciegos de Jericó (Mt 20, 29-34; Me 10,46-52; Le 18,35-43; v. BARTIMEO), el ciego de nacimiento (lo 9,1-41), el hombre de la mano seca (Mt 12,9-14; Me 3,1-6; Le 6,6-11), el paralítico de Cafarnaúm (Mt 9,1-8; Me 2,1-12; Le 5,17-26), el paralítico de la piscina probátiva (lo 5,1-18), un leproso (Mt 8,14Me 1,40-45; Le 5,12-16), los diez leprosos (Le 17,11-19), el hombre con hidropesía (Le 14,1-6), la mujer con flujo de sangre (Me 5,24 ss.; Le 8,42 ss.), la mujer inclinada (Le 13,10-17), el hombre sordo con defecto en el hablar (Me 7,31-37), el siervo del centurión (Mt 8,5-13; Le 7,110), el hijo del noble (lo 4,46-54), la suegra de Pedro (Mt 8,14-15; Me 1,29-31; Le 4,38-39), la oreja de Malco (Mt 26,51; Me 14,47; Le 22,49-51; lo 18,10). Junto a estos relatos, los Evangelios hablan de tres resurrecciones, relativas a la hija de Jairo (Mt 9,18-26; Me 5,22-43; Le 8,41-56), al hijo de la viuda de Naín (Le 7,11-17), y a Lázaro (lo 11,1-44; v.)

      El grupo de m. de la naturaleza contiene los episodios siguientes: el agua convertida en vino (lo 2,1-11; v. CANÁ), las dos multiplicaciones de los panes y los peces (para los cinco mil: Mt 14,13-21; Me 6,31-44; Le 9,10-17; lo 6,113; y para los cuatro mil: Mt 15,29-39; Me 1,1-10), la tempestad calmada (Mt 8,23-27; Me 4,35-41; Le 8,22-25), el caminar del Señor sobre las aguas (Mt 14,22-33; Me 6, 45-52; lo 6,16-21), la pesca milagrosa (Le 5,1-11; lo 21,114), el estater encontrado en la boca del pez (Mt 17,2427), y el agostamiento de la higuera maldecida (Mt 21,1822; Me 11,12-14.20-24)

      2. Aspectos de los milagros evangélicos. La crítica y la investigación bíblica acerca de los m. de Jesús ha centrado su atención en tres aspectos del tema: histórico, literario, y teológico. Estos tres aspectos plantean y responden a tres preguntas metodológicas: 1. ¿Hubo realmente m. en la vida de Jesús? 2. En caso positivo, ¿son reconocibles a través de los relatos evangélicos llegados hasta nosotros? 3. ¿Qué significado poseen los m. del Señor?La primera cuestión ha sido planteada. por la crítica racionalista. Ante ella podemos afirmar que la ciencia histórica permite concluir con seguridad de que Jesús obró milagros. Un análisis de la tradición evangélica ofrece, en efecto, los elementos suficientes para establecer un juicio histórico inequívoco. Las narraciones milagrosas de los Evangelios no pueden ser consideradas -como algunos han pretendido- un eco de la literatura milagrosa helenista, aunque en algunos aspectos formales guarden ciertos parecidos con ella (p. ej., en el proceso de algunas curaciones). Por otra parte, los relatos evangélicos de m. no sólo se diferencian de las narraciones helenistas; son también distintas de las narraciones rabínicas afines. Con respecto a cualquier otra narración de m., las evangélicas acusan tres grandes diferencias: el m. del N. T. es ajeno a todo tipo de magia o sortilegio; ocurre siempre en virtud de la palabra de Jesús o de sus discípulos; y el acento recae en la necesidad de la fe. En los Evangelios, el esquema de los relatos milagrosos no es, primariamente, un producto de una cierta clase de literatura; por el contrario, el estilo narrativo es la consecuencia literaria de una situación real que es verazmente testimoniada por la comunidad cristiana naciente y los evangelistas. Es decir, no ha sido una forma (literaria) preexistente lo que ha originado la situación; ha sido, por el contrario, una situación, un hecho realmente acaecido, lo que ha llevado a usar y quizá también a crear una forma de relato (cfr. H. van der Loos, o. c. en bibl. 120 ss.). Los milagros de Jesús, por tanto, no le han sido atribuidos por la primitiva comunidad cristiana; no son «invención» de ella, sino hechos auténticamente ocurridos

      Existen, además, otros caminos para acercarse históricamente a los m. de Jesús. Uno de ellos se establece a partir de los dichos o logia del Señor, entre los que pueden enumerarse los siguientes grupos: a) dichos oscuros o paradójicos; b) dichos que no corresponden a la mentalidad judía de la comunidad (por contener crítica de la Ley de Moisés, etc.); c) logia relativos al Hijo del hombre; d) logia cuyo interés central es el Reino de Dios; J) Amen-logia (en verdad os digo...). Puede afirmarse con certeza que los logia incluidos en las referidas categorías son las mismas palabras de Jesús. Ahora bien, dada la estrecha unidad existente entre Palabra y obra, tanto en el plan salvífico divino como en la vida de Cristo, es obligado concluir la realidad (historicidad) de las acciones milagrosas indivisiblemente asociadas a los logia mencionados

      Basta referirse a lugares como Me 3,5 («Dice al hombre: extiende tu mano. Él la extendió, y la mano quedó sana»), Me 1,41 («Lo tocó, y le dice: Quiero; queda limpio»), Me 2,11 («Yo te lo mando, levántate, toma tu camilla, y vete a tu casa»), Me 5,41 («Y tomando la mano de la niña, le dijo: Talitha kumi, que significa: Niña, yo te lo mando, levántate»), etc. Es imposible, por tanto, sostener, de un lado, la genuinidad de los logia, y negar, por otro,MILAGRO II - IIIla historicidad de los hechos que les acompañan y ocasionan

      Con lo dicho hemos respondido también a la segunda pregunta, íntimamente ligada a la primera. Otra cosa sería, admitiendo la autenticidad histórica y literaria de los m. de Cristo, discutir cuestiones de detalle. Así algunos han apuntado la posibilidad de que las curaciones del siervo del centurión (Mt 8,5-13), etc.) y la del hijo del cortesano (lo 4,46-54) sean en realidad un mismo episodio; que las multiplicaciones de panes y peces narradas en Mateo (14,13-21; 15,29-39) y Marcos (6,31-44; 8,1-10) sean un único m

      En cuanto a su significado teológico, es indudable que los m. son testimonios elocuentes a favor de la personalidad divina y la obra salvífica de Jesús; despliegue de la misericordia de Dios en favor de los hombres; medios de provocar y aumentar la fe; y signos eficaces de la salvación mesiánica, y de la llegada del Reino de Dios. Ya desde los primeros tiempos de la Iglesia se han presentado los m. como pruebas de la divinidad de Jesucristo (v.). Los m. son como credenciales dadas al Hijo por el Padre (cfr. Orígenes, Contra Celsum, 11,52; S. Tomás, Sum. Tli. 3 q43 a3)

      No se debe, sin embargo, interpretar esta dimensión apologética de una manera extrínseca o exterior. Los m. no son extrínsecos a la Revelación de Jesús sino parte esencial de ella (v. REVELACIÓN III ). Realiza, en efecto, aunque sólo incoativamente, la salvación que proclaman. Los m. son así un anticipo de la salvación mesiánica, y signo exterior de la superabundancia interior de la gracia y la vida nueva traídas por Cristo

      3. La Resurrección de Cristo. Guarda una estrecha relación con el resto de los m. evangélicos, y ayuda a entender su naturaleza y su sentido. La Resurrección es el m. decisivo, de cuya realidad no se puede dudar. La totalidad de la vida que la Resurrección de Cristo nos trae no puede ser captado experimentalmente, sino que nos la revela la palabra del mismo Jesús; pero el resurgir de Cristo después de la muerte y el retomar su cuerpo no es por eso menos un hecho: un hecho real, constatable -y constatado de hecho por los discípulos- y no un resultado de la imaginación o del entusiasmo personal de los primeros cristianos. El examen crítico de los textos del N. T. obliga a afirmar con certeza el hecho histórico de la Resurrección, so pena de negar los textos mismos; se aplica aquí también lo que decíamos antes sobre la trabazón existente entre palabras de Jesús y m. por Él realizados, de modo que no es posible negar los unos sin los otros: igualmente el mensaje pascual de los Apóstoles está unido a su reconocimiento del Resucitado

      Ciertamente, la Resurrección de Cristo, siendo una realidad objetiva, no es equiparable a un hecho sin sentido teologal. Pero carece de sentido contraponer ambas expresiones: ya que el sentido teologal de la Resurrección está en íntima dependencia de su realidad objetiva. Porque Cristo vence a la muerte, resucitando, retomando su cuerpo en novedad de vida; y porque, resucitado, se aparece a los discípulos, podemos conocer el triunfo y fundamentar en él con absoluta seguridad nuestra fe. La Resurrección es por ello, como dice S. Pablo, a la vez contenido central de nuestra fe y argumento apologético de la misma (cfr. 1 Cor 15,13-17). (Para una exposición más detallada, V. RESURRECCIÓN DE CRISTO)

      Dada la economía querida por Dios, según la cual la historia de la salvación tiene su culmen en la muerte y la Resurrección de Cristo, en todo m. hay un gesto de resurrección (cfr. D. Dumont, Unité et diversité des signesde la Révélation, «Nouvelle Rev. Theol.» 80, 1958, 135 ss.), hecho posible en una naturaleza humana, o simplemente material, sobre la que gravita la energía del Resucitado. La Resurrección es la fuente del m., al igual que la gracia de Cristo es la fuentes de toda santificación. El m. de la Resurrección contiene, por tanto, los caracteres esenciales del m. en sentido teológico: es una obra poderosa del Dios soberano que actúa para la salvación del hombre; es un signo externo que acredita su obra (cfr. J. Gnilka-H. Fries, o. c. en bibl. 111,44)

      La Resurrección -milagro del Cuerpo de Cristoes también como la anticipación del destino final del hombre llamado a compartir la vida de Dios. Muestra además que el m. no es una acción arbitraria o una demostración caprichosa de la omnipotencia divina (íb.). Se trata, por el contrario, de un acto divino libre, como es también libre la autocomunicación de Dios al hombre en el curso de la historia. Conectados a la Resurrección, reciben los m. su interpretación genuina, que los ve no como fenómenos aislados, sino en su totalidad; no inconexos, sino en su ordenación profunda a Cristo
     
      V. t.: JESUCRISTO 1; RESURRECCIÓN DE CRISTO; SIGNO III; PROFECÍA Y PROFETAS 1; PALABRA II
     
     

BIBL.: A. LEFEVRE, Miracle, en DB (Suppl.) V,1299-1308; 1. GNILKA-H. FRIES, Milagro/Signo, en Conceptos fundamentales de la Teología, III, Madrid 1966, 24-46; E. DHANIS, Qu'est-ce qu'un miracle?, «Gregorianum», 40 (1959) 201-241; R. LATOURELLE, Miracle et Révélation, «Gregorianum», 43 (1962) 492-509; C. BRAVO, El milagro en los relatos del Éxodo, «Estudios Bíblicos», 26 (1967) 352-382; 27 (1968) 5-26; J. HASPECKER, El milagro en los Antiguo Testamento, Salamanca.1967, 39-78; H. VAN DER Loos, The Miractes of Jesus, Leiden 1965-68; A. DE GROOT, El milagro en la Biblia, Estella 1970; L. DE GRANDMAISON, Jesus Christ, sa personne, son message et ses preuves, París 1928; L. CERFAUX, Les miracles signes messianiques de Jésus et oeuvres de Dieu..., en Recueil Cerfaux, II, Gembloux 1954, 41 ss.; F. MUSSNER, Los milagros de Jesús, Estella 1970; J. MORALES, El milagro en la teología contemporánea, «Seripta Theologica», 11 (1970) 195-220; R. MARLÉ, Resurrección, en Conceptos fundamentales de la Teología, IV, Madrid 1967, 95-103

 

J. MORALES MARÍN

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991