MARIANA DE JESÚS DE PAREDES Y FLORES, SANTA
Proclamada «Heroína nacional» el 30 nov. 1945 por la Asamblea Constituyente del
Ecuador, al conmemorarse el tercer centenario de su muerte, Mariana de Jesús
eraluego canonizada por Pío XII el 9 jun. 1950, viéndose así reconocida por la
Iglesia y por su propia patria como una de las grandes figuras de la
espiritualidad americana en la época colonial.
N. en Quito, el 31 oct. 1614, siendo la octava hija, y la más pequeña, del
capitán toledano jerónimo de Flores y Paredes y de su mujer, María Ana
Jaramillo, que pertenecía a la nobleza quiteña como descendiente de los primeros
conquistadores. Huérfana de padre y madre antes de alcanzar los siete años, se
ocupó de su educación su hermana Jerónima, esposa de otro capitán español, Cosme
de Miranda; en casa de éste, la niña María Ana encontró un ambiente propicio
para desarrollar las excelentes condiciones que poseía en muy diversos campos:
recibió una sólida formación humanística, adquirió todos los conocimientos
típicos de la educación hogareña femenina, y alcanzó una notable perfección en
el terreno de la música, en la que sobresalía tanto por su voz como por su
dominio de diferentes instrumentos.
Todos sus biógrafos están de acuerdo en que la dedicación de M. A. al
cultivo de la piedad y la mortificación tuvo lugar a una edad muy temprana,
apenas salida de la infancia. Hizo la primera comunión a los siete años, y
consta que su director, el jesuita Juan Camacho, la tenía ya entonces por una
persona entregada por completo a la vida espiritual; bajo su dirección hizo M.
A. voto de perpetua virginidad en aquellas mismas fechas, y se propuso
mantenerlo durante toda su vida sobre la base de una voluntaria y continua
penitencia, que constituyó en adelante la nota más característica de su
conducta.
En efecto, sorprende la lectura de los relatos biográficos, dignos de toda
fe, que describen el género de vida de M. A.: no habiendo llegado a ingresar
-pese a que en algún momento lo intentó- en ninguna orden religiosa, se consagró
por completo a la oración y a la penitencia en su propia casa, hasta alcanzar en
la duración de sus horas de plegaria y en la intensidad de sus mortificaciones
límites difíciles de sobrepasar. Conocemos su programa de vida, trazado por ella
misma y conservado por su biógrafo el P. Córdova: «A las cuatro me levantaré,
haré disciplina, pondréme de rodillas y daré gracias a Dios, repasaré con la
memoria los puntos de la meditación de la Pasión de Cristo. De cuatro a cinco y
media, oración mental. De cinco y media a seis, examinarla. Pondréme los
cilicios. Rezaré las Horas hasta Nona. Haré examen general y particular. Iré a
la Iglesia. De seis y media a siete me confesaré. De siete a ocho, el tiempo de
una misa, prepararé el aposento de mi corazón para recibir a mi Esposo... De
nueve a diez rezaré los quince misterios de la Corona a la Madre de Dios... De
dos a cinco, ejercicios de manos. De siete a nueve, oración mental... De doce a
una, lición en algún libro de vidas de santos y rezaré maitines. De una a cuatro
dormiré: los viernes en mi cruz, los demás días en la escalera. Antes de
acostarme tendré disciplina de cien azotes... Los viernes garbanzos en los pies
y una corona de cardas me pondré y seis cilicios de cardas. Ayunaré sin comer
nada toda la semana. Los domingos comeré una onza de pan Y todos los días
comenzaré con la gracia de Dios». Tan revelador texto se completa con otro que
debemos a la pluma del propio P. Córdova: «Sus penitencias fueron mayores de las
que naturalmente parece pudiera tolerar su cuerpo débil. Ayunó desde los doce
años de su edad al traspaso desde el miércoles santo a mediodía hasta el domingo
de Pascua a mediodía. Al principio de sus fervores no comía sino de quince en
quince días... Las disciplinas que tomaba de ordinario eran dos, las
extraordinarias, tres cada día, tan rigurosas que bañaba su sangre el suelo.
Siempre traía cilicios. Unos eran de cardas; otros de cerdas; otros de alambre
grueso y de eslabones de hierro... La cama era unas veces una cruz basta; otras
un ataúd... y las más en una escalera a la manera del potro de dar tormento...
Muchas horas de oración las tenla en cruz y cuando descolgaba los brazos de la
cruz los tenía yertos».
Tal vida de extrema dureza no fue acompañada de fenómenos sobrenaturales
exteriores, como los que suelen darse en otros satitos que siguieron parecidos
caminos. La propia M. A. pidió siempre en su oración que no se le concediesen
favores extraordinarios de ninguna clase, que ella consideraba un peligro para
su humildad. Sí que, en cambio, estuvo la santa llena siempre de afán apostólico
y de caridad hacia los demás. Consta, en efecto, que intentó consagrarse a las
misiones entre los indios Mainas, a cuyo fin procuró escapar de su casa como
hiciera en otro tiempo S. Teresa de Jesús; compensó este deseo incumplido con
una constante asistencia a los enfermos y desgraciados. Ingresó como profesa en
la Tercera Orden de Penitencia de S. Francisco de Asís, recibiéndola a la vez
que a su sobrina Sebastiana de Caso el P. Francisco de Anguita, guardián del
convento franciscano de Quito, el 6 nov. 1639. Fue entonces cuando tomó el
nombre de María Ana de Jesús. El espíritu del santo de Asís, que apoyaba la vida
espiritual en la penitencia y la humildad, encajaba perfectamente con el modo de
vida de M. A., permitiéndole continuar en su casa su vida de extrema austeridad.
Deseosa de mayor retiro, buscó -sin conseguirlo- el apartarse a hacer vida
de eremita en la falda del volcán Pichincha, esperando así conjurar los
continuos peligros que el volcán creaba. Pero más adelante -muy resentida ya su
salud por su género de vida, pese a su juventuduna serie de terremotos y
epidemias asolaron el Ecuador, hasta llegar a destruir la ciudad de Riobamba. La
santa ofreció entonces su vida a Dios -era el año de 1645, y ella sólo tenía 26
años- para salvar a Quito: enfermó inmediatamente, y falleció el 26 de mayo.
Sus exequias se realizaron en olor de multitud, siendo enterrada en la
iglesia de los jesuitas de Quito, y repitiéndose desde entonces los milagros en
torno a su tumba. La Compañía de Jesús procuró promover su canonización, pero
los movimientos antijesuíticos del s. xvilt lo impidieron. Finalmente, el 19
mar. 1776 declaró Pío VI la heroicidad de sus virtudes, y fue beatificada el 20
nov. 1853 por Pío IX. Su canonización por Pío XII y el público homenaje de su
país han coronado su fama en nuestro siglo, poniendo ante nosotros un modelo de
santidad que se da en siglos recientes con la misma fuerza con que se dio en los
santos penitentes de la Antigüedad, y que pone la evidencia de la historia junto
al relato piadoso de las leyendas.
BIBL.: D. CÓRDOVA SALINAS, Crónica franciscana de las Provincias del Perú, Lima 1651; 1. 10UANNEN, Vida de la bienaventurada Mariana de Jesús, Quito 1941; F. CERECEDA, S. Mariana de Jesús, «Razón y Fe» 142 (1950) 27-39
ALBERTO DE LA HERA
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991