MALEBRANCHE, NICOLAS


Datos biográficos. Escritos. Nació en París en 1638. Estudió en el Colegio de la Marche. A los 21 años ingresó en la Congregación del Oratorio, recién fundada por Bérulle (v.). Estudió a fondo a S. Agustín y a Descartes; su propio sistema quiso ser una síntesis de esos dos pensadores. Mantuvo polémicas con Arnauld, Bossuet, Fénelon y Leibniz (v.). No parece cierto lo que se ha dicho acerca de una visita que le hizo Berkeley (v.) y que la discusión mantenida con éste le apresuró la muerte. Murió el 13 oct. 1715.
      Entre sus obras merecen citarse: Recherche de la vérité, 3 libros y uno de Eclaircissements (1674-75-78); Méditations chrétiennes et métaphysiques (1677-83); Traité de Morale (1684); Entretiens sur la métaphysique et la religion (1688); Entretiens d'un philosophe chrétien avec un philosophe chinois sur I'existence et la nature de Dieu (1708); Recueil de toutes les réponses du P. Malebranche á M. Arnauld (1709); y Réflexions sur la prémotion physique (1715), su última obra. Fue escritor elegante y muy leído; su Recherche de la vérité alcanzó seis ediciones en vida del autor.
      El pensamiento de M. se forma bajo la influencia de Descartes (v.), al que trata de armonizar y explicar con S. Agustín (v.). De éste toma la inspiración para su entologismo (v.), al desarrollar en forma personal la doctrina agustiniana de la iluminación. De Descartes toma el método racionalista, así como el insalvable dualismo de cuerpo (res extensa) y alma espiritual (res cogitans), lo que le lleva al ocasionalismo (v.) o negación de la causalidad eficiente en el orden creado. Las líneas maestras del pensamiento de M. pueden resumirse así:
     
      El conocimiento y las ideas. El conocimiento intelectual, único conocimiento (v.) propiamente dicho que M. admite como buen racionalista, puede realizarse en nosotros según M. de cuatro maneras: a) conocimiento por sí mismo (el que tenemos de Dios); b) conocimiento por ideas (el que tenemos de los cuerpos); c) conocimiento por conciencia (el que tenemos de nosotros mismos), y d) conocimiento por conjetura (el que tenemos de los demás hombres). Dejando a un lado el conocimiento por conciencia (que es esencialmente oscuro, pues no tenemos idea clara y distinta de nosotros mismos) y el conocimiento por conjetura (que se apoya en aquél y es, por tanto, todavía más imperfecto), veamos cómo explica M. el conocimiento por ideas y por sí mismo.
      El conocimiento no conjetural de algo que sea distinto de nosotros exige la presencia inmediata y activa frente a nuestro espíritu de la realidad conocida. La razón de esto es que, para M., el entendimiento (v.) humano es totalmente pasivo en el acto de conocer, y así, si la realidad conocida no actuara sobre el entendimiento, jamás podría éste conocerla. Pero, según esto, únicamente podrán ser conocidas las realidades espirituales, pues las corporales, ni pueden estar inmediatamente unidas (presentes) a nuestro espíritu, ni mucho menos actuar sobre él. Ahora bien, las realidades corpóreas pueden ser sustituidas por otras realidades no corpóreas que las representen, y así, conociendo a éstas, se podrá llegar al conocimiento de aquéllas. Esas realidades no corpóreas son, para M., las ideas, y por eso el conocimiento que se tiene de los cuerpos es siempre, según él, un conocimiento por ideas.
      Por otra parte, M. concibe a las ideas (v.) como ciertas realidades espirituales, inmediatamente unidas a nuestro espíritu, y representativas, a la manera de modelos o arquetipos, de las cosas a que se refieren. Pero de esta concepción se desprenden las siguientes consecuencias: la, las ideas no pueden ser producidas por nuestro espíritu, pues de lo contrario seríamos creadores; 2a, las ideas tampoco pueden venir de los cuerpos, pues lo más no puede proceder de lo menos; 3a, las ideas no podrían ser producidas más que por Dios, pero, como Dios utiliza los medios más sencillos para conseguir los fines que se propone, tampoco son producidas por Él, sino que son los propios pensamientos de Dios, con los que, a la manera de arquetipos, crea las cosas; 4a, Dios es el único ser del cual no puede haber idea, pues como no ha sido ni puede ser producido, no tiene modelo.
     
      Causalidad: Dios y las criaturas. Ahora bien, si a todas estas conclusiones unimos la doctrina malebrancheana de la causalidad (derivada de Descartes, que considera erróneamente que la esencia de los cuerpos está en la extensión), tendremos todos los elementos necesarios para concluir en el ontologismo, que es el núcleo del sistema filosófico de M. Según él toda causalidad eficiente en acto comporta una novedad absoluta en el ser, aunque sea mínima; pero cualquier novedad absoluta en el ser es creación (v.); luego toda causalidad eficiente en acto es creadora. Ahora bien, solamente Dios puede crear, y ello es cierto; pero, dada la premisa que M. ha puesto, concluye que únicamente Dios puede causar en sentido propio. De este modo, para M., las que llamamos causas en el orden creado no son más que ocasiones (causas ocasionales) para la intervención propiamente causal y siempre creadora de Dios. Es el ocasionalismo, que M. toma de Geulincx, pero ampliándolo y profundizándolo.
      Pues bien, si nada hay que puede ejercer influjo causal fuera de Dios, y las ideas influyen eficientemente sobre nuestro espíritu (influjo necesario para que se dé el conocimiento), concluye M. que las ideas no son algo distinto de Dios, sino que son sus propios pensamientos. Mas como nosotros no conocemos las cosas corporales sino por ideas, resulta que conocemos todas esas cosas en Dios, es decir, en los pensamientos de Dios. Y no sólo eso, sino que, como conocer los pensamientos de Dios es conocer a Dios, pues en Él todo constituye una sola y simplicísima esencia, nosotros, al conocer por ideas, conocemos positiva y directamente a Dios por sí mismo. Además, como es un hecho que nosotros conocemos a Dios, y a Dios no se le puede conocer por idea (puesto que no la tiene), ni por conciencia (ya que es distinto de nosotros), ni por conjetura (porque en nada se parece a nosotros), es preciso que le conozcamos en sí mismo y por sí mismo, de tal suerte que lo primero que conocemos es a Dios, y a todas las demás cosas (entiéndase cosas corporales) las conocemos en Él. Esto es justamente el ontologismo: la visión de Dios, primero, y la visión en Dios, después, de todas las cosas corporales. Ciertamente también podríamos ver en Dios la idea de nuestra alma, pero no es así, ya que Dios no hace nada inútil, y a nuestra alma ya la conocemos por conciencia. Por lo demás, las ideas de las cosas corpóreas, que vemos en Dios, se reducen realmente a una sola: la idea de extensión inteligible.
      Así, pues, en el pensamiento de M., si el ocasionalismo aparta al hombre de las criaturas, el ontologismo le une a Dios. En definitiva, para M., las acciones y causas (v.) que observamos en el mundo creado serían más bien una ilusión, y el conocimiento de Dios sería inmediato, no mediato o por deducción (v. DIOS IV, 2). Suele reprocharse a M. que su especulación en el plano filosófico tiende a un idealismo (v.) panteísta, fruto de su vicio racionalista de origen, y en el plano teológico tiende a borrar la diferencia entre lo natural y lo sobrenatural, cosa inaceptable, aunque haya contribuido a encender cierto misticismo en las doctrinas de algunos oratorianos.
     
      V. t.: ONTOLOGISMO; OCASIONALISMG; RACIONALISMO; CARTESIANOS; INMANENCIA.
     
     

BIBL.: La mejor ed. de las obras de M. es Oeuvres complétes, dir. A. ROBINET, París 1958 ss., proyectada en 20 volúmenes.-Estudios: P. DOCASSÉ, Malebranche, sa vie, son oeuvre, sa philosophie, París 1942; M. GuÉROULT, Malebranche, 3 vol., París 195559; G. STIELER, Malebranche, Madrid 1931; S. BANCHETTI, II pensiero e l'opera di Malebranche, Milán 1963; S. NICOLOSI, Causalitd divina e libertd umana nel pensiero di Malebranche, Padua 1963; L. VERGA, La filosofía morale di Malebranche, Milán 1965; C. GIACON, La causalitd nel razionalismo moderno, Milán 1954; B. GILSON, La unidad de la experiencia filosófica, 2 ed. Madrid 1966, cap. VI-VII.

 

J. GARCÍA LÓPEZ.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991