LEALTAD


Derivado de ley, al igual que legalidad, indica la cualidad interior de rectitud y franqueza, de fidelidad (v.) a la palabra dada, a las personas e instituciones y aun al propio honor personal. Esta acepción del vocablo en las lenguas española y portuguesa tiene su correspondiente en el idioma inglés (loyalty). En la literatura francesa, el contenido ético del término en las relaciones entre personas es transferido, frecuentemente, hacia jidelité. Es precisamente bajo el vocablo equivalente de f ides que la filosofía latina y la teología medieval trasmiten lo esencial de ese término.
      Sagrada Escritura. La profunda realidad designada por la I. es subyacente a toda la historia bíblica, que presenta la Revelación (v.) divina bajo la modalidad de una Alianza (v.) entre Dios y su pueblo. Los estudios bíblicos manifiestan con precisión creciente la importancia de ese esquema, en que el leal vasallaje corresponde a la soberanía absoluta de Dios. De una y otra parte la I. resplandece en la fidelidad a las promesas. Dios como comprometiéndose da su palabra, e igualmente el pueblo de la Alianza se empeña en guardar lealmente el pacto con el Señor. En el A. T. la predicación profética ilumina constantemente esa dimensión ética de la Alianza, la reciprocidad de relaciones expresada en la célebre fórmula: «Yo seré tu Dios y tú serás mi pueblo». El Deuteronomio, particularmente en sus exhortaciones y discursos, representa como una condensación de esta enseñanza profética proyectada sobre las instituciones y la historia de Israel. El atributo divino fundamental hesed, que significa la bondad misericordiosa, reviste en este contexto un matiz de l., de fidelidad constante al designio de salvar al pueblo escogido, que debe, igualmente, dar prueba de l., hasta tal punto que el programa trazado por los oráculos proféticos puede ser sintetizado en estos términos: «Es lealtad lo que yo quiero, no los sacrificios; el conocimiento de Dios, no los holocaustos» (Os 6,6) (cfr. J. L'Hour, o. c. en bibl., 37 ss.).
      En el N. T. se pone en evidencia que Jesucristo vino a dar pleno cumplimiento a la fidelidad divina y a realizar todas las promesas de la Alianza, lo cual lleva consigo una inspiración ética profunda y constante, la I. delante de Dios y de los hombres, la coherencia y la fidelidad en la observancia del compromiso asumido en el bautismo. Particularmente, en los escritos apostólicos se desarrollan los aspectos morales incluidos en este compromiso cristiano fundamental; las epístolas pastorales, p. ej., describen en términos de honestidad, de probidad y, particularmente, de l., esas exigencias de la adhesión al Evangelio y que son ilustradas por diferentes comparaciones, tales como la I. en la guarda de un depósito o en las competi
      ciones deportivas. El cristiano no transige, se conforma al Evangelio sin deformarlo jamás. Esta actitud básica se traduce en toda una serie de comportamientos de los que la I. es la motivación. En el plano propiamente humano, la I. inspira una coherente fidelidad a las personas y a las instituciones, en la medida en que éstas encarnan los valores auténticamente humanos y particularmente los valores evangélicos.
      Diferentes formas históricas. La I. se presenta en la historia a través de una extraordinaria polivalencia semántica. El «lealismo» es el fundamento de las instituciones y el alma del mundo feudal. Igualmente los regímenes monárquicos aprovechan la estabilidad de la lealtad del pueblo y, muy especialmente, de una minoría, de la nobleza unida a la dinastía por vínculos de «leal» servicio y vasallaje. Semejante «lealismo» está expuesto a diferentes riesgos de degradación, pudiendo degenerar en servilismo, en apego incondicional a personas, regímenes o facciones que no están al servicio del bier general. En cuanto cualidad ética, y no simple conformismo histórico-sociológico, la I. incluye capacidad de discernimiento, lucidez y coraje para rectificar la adhesión enraizándola en los valores humanos y sociales y no en organizaciones o personas que, eventualmente, las representan. Los momentos de crisis y de mutaciones de orden político o cultural ponen a prueba la autenticidad de la I. Son conocidas las vacilaciones del pensamiento monárquico frente al alcance de los ideales e instituciones republicanas. Igualmente los regímenes de inspiración nazi, fundados en una fidelidad incondicional al jefe, a veces confirmada por un juramento, representarán en el s. XX como una especie de enloquecimiento de la actitud de I. Ésta es invocada de manera contradictoria en situaciones dramáticas como, p. ej., en la Francia ocupada en la II Guerra mundial, dividida entre dos gobiernos y balanceándose, por tanto, entre «dos espacios antagónicos de lealismo».
      Reflexión ética. Semejantes situaciones históricas han estimulado la reflexión sobre los diferentes temas éticos, entre los que se encuentra la I. Algunas corrientes del existencialismo (v.) exaltaron la libertad absoluta como respuesta dialéctica a la alienación de la civilización técnica o de los regímenes totalitarios. Pero esta exaltación de la libertad exige la correspondiente valoración de la fidelidad, del empeño en la acción, del apego a los auténticos valores de la civilización o de la tradición. En este contexto surge la reflexión del filósofo norteamericano J. Royce (Philosophy of loyalty) en el clima espiritual de inquietud derivado de la I Guerra mundial. Esta filosofía procura poner en evidencia las exigencias éticas de una adhesión lúcida, generosa y ponderada a las grandes causas, a los movimientos históricos que las encarnan, a fin de que el individuo pueda realizarse, superando el egoísmo que se manifiesta en el abstencionismo y en las formas más depuradas de la autosatisfacción. Semejante reflexión, en armonía con la filosofía de los valores (v. sCHELER), pone de manifiesto que la elevación y el perfeccionamiento espirituales del hombre no son frutos de doctrinas puramente abstractas, sino que requieren instituciones enraizadas en la historia, capaces de influenciar el presente y preparar el futuro en una línea de continuidad coherente. En Francia, la reflexión en torno al tema de la fidelidad es continuada por G. Marcel (v.), que refiriéndose a la obra de Royce, procura profundizar el análisis fenomenológico de esa actitud espiritual. No sólo apunta sus defectos, sino que establece, como fundamento de la auténtica existencia, la exigencia radical de fidelidad, que es considerada como «la primera virtud» (G. Gusdorf), en la medida en que «cada destino individual se caracteriza como la afirmación del hombre a través del tiempo». Teniendo en cuenta la convergencia de las diferentes corrientes filosóficas en torno al valor, a la acción, a la autenticidad, se pueden destacar los siguientes elementos constitutivos de la virtud de la I. Primeramente expresa la necesaria adhesión de la persona humana a un otro, particularmente a la patria, a los jefes, a los grupos, a los movimientos, en cuanto éstos representan un conjunto de valores dentro de la historia. La I. significa inicialmente, pues, la superación del individualismo, y engendra un vínculo interior correspondiente a los lazos externos designados por la legalidad, de la cual la I. es como su alma. De esa forma se caracteriza como un triunfo sobre el tiempo, perennizando amistades e instituciones, a pesar de las tribulaciones y de las crisis por las que puedan pasar. Para realizar este ideal de persistencia en la fidelidad, la I. no asume el carácter de un fanatismo incondicional, sino que por el contrario reviste el aspecto de una participación activa dotada de sentido crítico. Frente a los desvíos de un partido, de un movimiento o de un jefe, el hombre leal evita la traición a través de una colaboración que incluye el reconocimiento y una denuncia de los errores cometidos por los propios amigos o partidarios. Se distinguen, por consiguiente, dos grandes aspectos o dos modalidades: por un lado, la I. como vínculo interpersonal, y como adhesión de naturaleza espiritual, uniendo persona a persona, en un tipo de promesa de fidelidad más o menos explícita. La ruptura de este vínculo constituye una traición o desprecio de la palabra dada de manera recíproca. Por otro lado, en el dominio social, la I. establece una vinculación interior, una adhesión propiamente humana, es decir, consciente, constructiva y permanente a la sociedad, a los regímenes, a las instituciones y a los guías que las orientan. La I. inspira la franqueza en el lenguaje y la rectitud en los comportamientos. Y tiene, finalmente, afinidad con la «participación activa» que la moderna doctrina social católica reconoce como una exigencia universal en el plano profesional, económico, social y político (cfr. especialmente Juan XXIII, enc. Maten et Magistra y Pacem in terris).
     
      V. t.: FIDELIDAD; AMISTAD.
     
     

BIBL.: CICERÓN, De olticüs, l. 1, n. 23, París 1965, 115; S. ToMÁS DE AQUINO, Sum. Th. 2-2 gll0 a3 ad5; CAYETANO, Comm. 2-2, 113,2,4-5; J. L'HoUR, La morale de l'Alliance, París 1966; J. RorcE, Philosophy ol Loyalty, Nueva York 1916; M. NEDONCELLE, De la fidélité, París 1953; G. MARCEL, Étre et Avoir y Homo Viator; G. GUSDORF, Traité de 1'Existence Morale, París 1949.

 

J. PINTO DE OLIVEIRA.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991