LAICISMO I.


Recibe este nombre la actitud de indiferentismo oficial o enfático ante lo religioso, que trata de prescindir de todo criterio obediente a una religión positiva, especialmente en los campos de las instituciones políticas y de la enseñanza. Aunque pudo darse una actitud laicista en las más diversas épocas históricas, su fenomenología más típica -así como el uso sistemático del término 1.- se dio en el último tercio del s. xix y primero del xx.
      1. Aspecto histórico. Los orígenes de esta actitud se remontan, sin embargo, a tiempos muy anteriores, que podríamos colocar en el cambio de mentalidad que señala el Renacimiento (v.), con el triunfo del «principio de la razón independiente», y consiguiente proceso de secularización en la cultura y aun en los fundamentos éticos del Estado (maquiavelismo). El racionalismo del s. XVIII (v. ILUSTRACIÓN) señala un nuevo paso adelante, con el prevalecimiento del concepto de un hombre autosuficiente, capaz, por las solas fuerzas de su razón, de realizar la plenitud de su existencia, lo mismo en el campo del conocimiento de la verdad -la filosofía, la ciencia-, que en el de su correcta ordenación para la felicidad en este mundo. Del racionalismo deriva ya una actitud «no confesional», que puede constituir hasta cierto punto la raíz mental del 1.
      Con todo, esta actitud, como forma y proclamación, no aparece sino con posterioridad a las revoluciones liberales, es decir, en el s. xix. Principios del Estado liberal son la atenuación o supresión de la confesionalidad, la declaración de mutua independencia o «Iglesia libre dentro del Estado libre», la tendencia a menoscabar los influjos ideológicos o sociales procedentes del estamento eclesiástico, y el prurito de estatalizar y uniformar la enseñanza bajo un patrón oficial. Todo ello, si no constituye todavía una actitud laicista en el sentido pleno que luego se confirió al término, entraña los factores que pronto habrían de definirla. El ciclo revolucionario de 1848 representaría, por lo menos en gran parte de Europa occidental, un paso decisivo del simple anticlericalismo al 1.
      Los principios laicistas, sin embargo, son consecuentes con una mentalidad que desborda ya la ideología romántico-liberal, y que se impone en la segunda mitad del siglo, enraizada en las concepciones del materialismo (v.) y del positivismo (v.). Por esta razón, es fácil encontrar en el 1. un fundamento ideológico, propio de los nuevos tiempos, en tanto que, como actitud «oficial», cuenta ya con la tradición secularizadora y estatalista del racionalismo y el liberalismo.
      La actitud positivista -lo mismo en el aspecto científico que en el ideológico-doctrinal- tendía a una emancipación completa de la cultura humana respecto de la tutela de cualquier credo religioso. Lo «dogmático» pasó a ser considerado como un encorsetamiento mental intolerable. Actitud que pretende obedecer a un criterio objetivo en que coinciden dos pruritos: la independencia de la ciencia y de la cultura respecto de toda «coacción» exterior, y una postura de estricto neutralismo frente a las ideologías de todas clases (en cuyo concepto se incluye también a las religiones). Claude Bernard proclamaría «el primado absoluto de la Ciencia» en la búsqueda de la verdad, mientras Berthelot llegaría a insinuar el papel de la Ciencia como sustitutivo de la religión. Más que atacar a ésta -papel reservado más bien a los teóricos del materialismo- los científicos de la era positivista propugnaban un sentido de independencia, de cuidadosa prescisión del elemento religioso, que constituye la base del 1. teórico o intelectual.
      Sin embargo, el principal portavoz del l., al menos en lo que se refiere a proclamaciones, fue el Estado. En su postura puede verse un reflejo de las corrientes positivistas y materialistas de la época; pero es preciso tener también en cuenta otros factores específicos: a) la tradición regalista, en lo que puede tener de pretensión de independencia del Estado, y de sumisión de la Iglesia a los postulados de aquél (V. REGALISMO; IOSEFINISMO; GALICANISMo); b) el anticlericalismo posrevolueionario, de raíces tanto sociales -supresión del antiguo orden estamentalcomo ideológicas -oposición de la Iglesia a ideas o a hechos revolucionarios-; c) el nacionalismo propio del s; xix, tendente a la glorificación del país y a la educación «patriótica» de los ciudadanos, con exclusión de toda injerencia extraña. Toda corriente internacionalista era considerada atentatoria a la personalidad sagrada de la patria: y en este sentido no es de extrañar que en algunos países -Alemania, p. ej.- friesen perseguidas simultáneamente, y alegando idénticas razones, la Iglesia Católica y la Internacional Socialista; y d), el reforzamiento del po. der y la función tutelar del Estado, que se convierte, por los años del positivismo, en un órgano poderoso de control, planificación y propaganda, y que trata de asumir y unificar la función educativa. Todo ello condujo a un incremento de la aconfesionalidad oficial, y a una más radical separación entre Iglesia y Estado, que es la base del 1. político. La enseñanza laicista, acompañada del consiguiente prurito de «neutralismo» ante toda actitud religiosa, es sólo una, quizá la más perceptible, de sus consecuencias.
      La Iglesia no permaneció indiferente ante la situación, y el pontificado de Pío IX señala en este aspecto una expresa toma de postura. La encíclica Quanta cura, con su anexo el Syllabus (1864), censuraba el Estado laico y el indiferentismo religioso, tanto práctico como teórico, esto es, el 1. intelectual, así como la pretensión de apartar de la enseñanza la formación religiosa. Mayor repercusión internacional tuvo aún el Conc. Vaticano 1 (1870), que volvió a tratar el tema del 1. y coronó la corriente de reforzamiento de la autoridad pontificia con la declaración de infalibilidad (v.), ante la cual los Estados reaccionaron con unánime espectacularidad. Víctor Manuel 11 de Italia decidió al fin la invasión de la Ciudad Eterna y anunció medidas «defensivas» contra la Iglesia; Gambetta preconizó en Francia una campaña anticlerical; Bismarck declaró en Alemania la Kulturkampf (v.), supuesta «lucha por la cultura», que era en realidad una guerra abierta a la Iglesia Católica; España y Austria rompieron por entonces sus respectivos concordatos con la Santa Sede, y en Londres Gladstone declaró que no se podía ser al mismo tiempo buen católico y buen ciudadano británico.
      La ofensiva general contra la Iglesia revistió en casi todas partes la forma concreta de 1. En Alemania se pusieron trabas a la enseñanza religiosa, y hasta se intentó establecer una «censura de púlpito» con la predicación de los sacerdotes católicos; la I República española (1873), muchos de cuyos dirigentes eran intelectuales del 1. teórico, acentuó la tendencia, marcada ya desde la revolución de 1868, a «ignorar» la realidad de una España católica. En Francia comenzaron las tensiones desde los sucesos de 1870-71, que costaron la vida al arzobispo de París; pero se consagraron, como actitud oficial del Estado a partir de 1879: se aprobó la enseñanza laica, se prohibió a la Iglesia el ejercicio de la instrucción primaria, y fueron disueltas por «ilegales» o «extrañas al país» 261 instituciones religiosas. También en el mundo anglicano, políticos como Joseph Chamberlain (v.) abogaban por la separación Iglesia-Estado y la enseñanza laica.
      La corriente general remitió sensiblemente bajo el pontificado de León XIII (1878-1903), quizá tanto por el fracaso de movimientos como la Kulturkampf, como por la política de apertura iniciada por el nuevo pontífice; pero experimentó un recrudecimiento en los primeros años del s. xx, singularmente en Francia: supresión de congregaciones religiosas, 1901; desaparición de escuelas, 1904; ruptura total con Roma, 1906. El Estado francés ignoraba a la Iglesia, y únicamente reconocía a las asociaciones eclesiásticas a título de sociedades civiles. En España se registró una corriente de mimetismo, sobre todo con los gobiernos de Moret (1906) y Canalejas (1910-12), aunque la declaración de Estado laico no llegó (con evidente extemporaneidad) hasta la 11 República en 1931.
      Los años veinte habían registrado ya, por lo general, una remisión en Europa occidental del prurito laicista; pervive en cierto modo en la actitud de los países comunistas, aunque esta posición merecería ya otro nombre. Muchas de las actuales corrientes de supresión de vínculos confesionales, en especial con posterioridad al Conc. Vaticano II, no significan en sentido estricto una falta de deferencia de la esfera estatal hacia la religiosa o la eclesiástica, y, por tanto, no afectan al periodo histórico esbozado.
     
     

BIBL.: W. NEUSs, La Iglesia en la Edad Moderna y en la actualidad, en A. EHRHARD y W. NEuss, Historia de la Iglesia, IV, Madrid 1962; F. MOURRET, Histoire générale de l'Église, vol. 7-9, 2 ed. París 1924-26; Fliche-Martin XX y XXI; S. Z. EHLER, Historia de las relaciones entre Iglesia y Estado, Madrid 1966; L. CAPERAN, Histoire contemporaine de la laicité fran(:aise, Mame 1966; A. ERBA, L'esprit laique en Belgique sous le gouaernernent liberal doctrinaire, Lovaina 1967; 1. COTORE.AU, Ideal laique... (antolcgía de textos laicistas), París 1963.

 

J. L. COMELLAS GARCÍA-LLERA.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991