KIERKEGAARD, SOREN AABYE
Se le considera fundador del existencialismo (v.) y uno de los pensadores 
religiosos más profundos de todos los tiempos.
      1. Vida. La vida de K. transcurre en íntima y continua fusión con el 
desarrollo de su pensamiento. Nace el 5 mayo 1813 en su casa paterna de 
Copenhague en el Mercado Nuevo (Nytorv), n° 2 (ahora n° 27), el último de siete 
hijos, y es bautizado el 3 de junio. En el transcurso de pocos años su casa es 
despoblada por la muerte, que respeta al viejo padre, al delicado Sóren y a su 
hermano Pedro. En 1830, K. se inscribe en la universidad para conseguir el grado 
de Magister Artium, camino que le costará un decenio de crisis y alternativas de 
todo género, incluida la desilusión de su padre, que muere (9 ag. 1838) sin 
verle llegar a la meta académica.
      En mayo de 1837 tiene lugar el primer encuentro con Regina Olsen, en casa 
de los Rórdam en Frederiksberg; el Diario empieza a consignar las impresiones 
tumultuosas de su ánimo a partir del 2 feb. 1839: el noviazgo se formalizó el 10 
sept. 1840; poco menos de un año después, devuelve el anillo a Regina, y el 11 
oct. 1841 rompe definitivamente las relaciones. En 1840, con el fin de reponerse 
de una forma de agotamiento, hace un segundo viaje a Jutlandia, la región 
desolada de donde había venido su padre. El 29 sept. 1841 defiende la tesis 
magistral: El concepto de ironía, con constante referencia a Sócrates, y obtiene 
el grado de Magister Artium. El 25 de octubre sale para Berlín, donde asiste al 
curso de Schelling (v.) en la Universidad, al principio con gran entusiasmo, 
pero luego aburriéndose «terriblemente» hasta el punto de no acudir más, como 
sabemos por las cartas escritas a sus amigos Boesen y Spang, y especialmente a 
su hermano Pedro (cfr. Eft. Papirer, 1,314).
      El a. 1846 está caracterizado por la lucha con el diario humorístico 
Corsario, iniciada por el rechazo a colaborar en la revista «Gaea»; el 2 de 
enero el Corsario comienza los ataques contra K., ilustrados con caricaturas, y 
continúan hasta el 2 de octubre, en que su director, Goldschmidt, abandona la 
redacción. El 12 de junio adquiere para su estudio las cuatro últimas obras del 
pastor A. P. Adler, que dan origen a Den store Bog om Adler (El gran libro sobre 
Adler), cuya primera redacción le ocupa hasta fines de 1847.
      El suceso que debía desencadenar el epílogo de su vida es la muerte del 
obispo Mynster el 30 en. 1854: su sucesor, el teólogo hegeliano H. Martensen, en 
la memoria fúnebre le había llamado un «testimonio de la verdad» (Sandhedsvidne), 
un verdadero guía, uno de «aquellos verdaderos testimonios de la verdad cuya fe 
no es sólo de palabras, sino con obras y de verdad» y que pertenece a «aquella 
santa serie de testimonios de la verdad que se continúa a lo largo de los 
tiempos desde los Apóstoles hasta nosotros». K. en su primer artículo de 
protesta contra el elogio de Martensen a Mynster, preguntaba en el título: «¿Era 
el obispo Mynster un testimonio de la verdad, uno de aquellos verdaderos 
testimonios?, ¿es verdad esto?». El artículo, escrito en febrero de 1854, 
inmediatamente después de la muerte de Mynster y del elogio de Martensen, no fue 
publicado en «Faedrelandet» hasta el 18 de diciembre. El 24 mayo 1855 comienza, 
junto al editor Reitzel, la publicación de una propia revista con el título «Oejeblikket» 
(El Momento), nueve fascículos que se sucederán a distancia de algunas semanas 
uno de otro, hasta el 3 de septiembre: el fascículo décimo, ya terminado, fue 
hallado sobre su mesa después de la muerte.
      Pero la situación se precipita: el 25 septiembre escribe el último texto 
del Diario: «El destino de esta vida según el Cristianismo», que es el «... de 
ser llevados al más alto grado de tedio de la vida» (Papirer 1855, X1, A439). 
Una semana más tarde, el 2 de octubre, K. es recogido sin conocimiento en la 
calle y conducido al FrederiksHospital. Por una carta del sobrino de K., H. Lund, 
a Boesen, sabemos que el pobre enfermo pasó tres días en estado de coma y que 
murió el domingo 11 nov. a las 9 (cfr. C. Koch, Sóren Kierkegaard og Emil Boesen, 
Cop. 1901, 42). Fue enterrado el domingo siguiente (18 de noviembre) en el 
panteón familiar del Cementerio de la «Asistencia», y en la lápida se leen 
todavía los breves versos de Brorson que K. dispuso fuesen grabados: «Un poco 
todavía / y habré vencido. / La lucha toda / se habrá desvanecido. / Así podré 
reposar / en una sala de flores / y en un coloquio eterno / gozarme con mi 
Jesús».
      2. Obras. Las líneas principales del pensamiento de K. emergen del mismo 
desarrollo y sucederse de las obras de escritos pseudónimos, que pueden 
agruparse en tres secciones: a) el ciclo de Regina; b) el intermedio filosófico; 
y c) el ciclo de la Cristiandad. A la primera serie pertenecen las llamadas 
obras «estéticas», si bien el lado estético no tiene más que una función 
mayéutica y dialéctica de contraste, para intensificar la ética y atraer la 
religiosidad. Esto es evidente en las dos partes de Aut-Aut (1843), que 
desarrollan idealmente dos personalidades, una estética y otra ética, pero que 
acaba con un tema religioso. El «caso» Regina adquiere importancia en los 
ensayos Temor y Temblor y La reanudación. El primero, firmado por «Johannes 
Silentio», presenta la posibilidad de la «suspensión de la ética» frente a la 
exigencia religiosa. El segundo, de «Constantino Constantius», que celebra la 
constancia de la fe de Job, se refiere a la posibilidad de recuperar a Regina en 
un plano diverso: desde un punto de vista metafísico al amor no le puede faltar 
el objeto. El tema de Regina vuelve a ser abordado en la obra autobiográfica 
Estadios sobre el camino de la vida. Siguen las Observaciones sobre el valor 
ético del matrimonio, donde se describe a la mujer en su vida de «entrega», como 
esposa y madre. Este ciclo se cierra con el Diario de «Quidam»: Reo-non reo, que 
insinúa el estadio religioso y los motivos profundos de sus relaciones con su 
padre y con Regina.
      El intermedio filosófico está representado por: El concepto de la angustia 
(1844) de «Vigilius Haufniensis», las Migajas de filosofía (1844) y la 
monumental Postilla conclusiva (1846) a las Migajas, estas dos últimas firmadas 
por «Jo. Climacus». El concepto de la angustia, la obra que más fama le ha dado, 
no trata más que de un aspecto, ciertamente esencial, de la interioridad finita 
(la esencia y las formas del pecado) y con una terminología todavía incierta y 
defectuosa. En las otras dos obras se considera el problema de la verdad, en 
cuanto es el que debe decidir la suerte de la existencia; adquiere importancia 
la humanidad de Sócrates (v.) frente a la arrogante vaciedad de los modernos, y 
el pathos religioso de la fe en el Dios verdadero de la Revelación frente a la 
palabrería de la «mediación» hegeliana. La tesis central de la Postilla es que 
«la verdad es la subjetividad y la subjetividad es la verdad» (Post., II, 
sección 2), es decir, que la salvación (v.) depende de la decisión de la 
libertad, en virtud de la cual el momento patético tiene la primacía -en contra 
de la tesis de Hegel (v.)- sobre el momento dialéctico. K. consideraba la 
Postilla como su obra principal (la antagonista de la Lógica de Hegel), de la 
que se encontraba plenamente satisfecho, a pesar de su fracaso editorial.
      El ciclo de la Cristiandad está representado por las obras firmadas bajo 
el seudónimo «Anti-Climacus», que habla en nombre del «cristiano 
extraordinario», auténtico. Así: La enfermedad mortal (1848), donde vuelve a 
analizar el pecado (v.) en su endurecimiento (la desesperación, lo demoniaco), 
que es precisamente la enfermedad que conduce a la muerte del alma, pero de la 
cual el hombre se puede salvar con la fe. En la primera parte se muestra que la 
enfermedad mortal es el pecado en su reduplicación, es decir, como desesperación 
(Fortvivlelse); en la segunda, la desesperación está indicada en el pecado (Sinden), 
que asume la forma del escándalo (Forargelse), cuya forma más alta es el negarse 
a reconocer a Cristo como Hombre-Dios y el abandono del Cristianismo. El 
ejercicio del Cristianismo (1850) señala la vía maestra de esta fe en la 
«imitación» y «contemporaneidad» del fiel con Cristo. Se divide en tres partes 
desiguales y diversas, pero unidas por la misma tensión de la conciencia en 
busca de la propia salvación: la primera trata de la «parada» (Standsningen) que 
la razón experimenta frente a la paradoja del Hombre-Dios; la segunda del 
«escándalo» que causó y causa la palabra y la vida de Cristo; la tercera 
presenta una serie de desarrollos edificantes acerca del tema: «Cuando seré 
elevado de la tierra, atraeré a todos a mí» (1o 12,32); el núcleo de esta 
tercera sección es la oposición entre el admirador y el imitador de Cristo, 
entre la «Iglesia triunfante» (mundana) y la «militante» (que sufre): una 
acusación al protestantismo oficial de la Iglesia de Estado y especialmente al 
cristianismo del obispo Mynster, acomodaticio y fácil. Un último ataque contra 
la Cristiandad establecida se encuentra en los candentes fascículos de «El 
Momento» en 1885, continuación lógica de la polémica secreta, pero ya radical en 
la esfera del ideal, contenida en el Ejercicio; es el cumplimiento heroico de un 
pacto de fidelidad absoluta al Absoluto.
      Al ciclo de la Cristiandad pertenecen naturalmente los varios grupos de 
los Discursos edificantes, junto con esa obra maestra que es Los Actos del Amor 
(1847), y el Libro sobre Adler (1846) inédito, del que K. extrajo para la 
publicación las Dos breves Disertaciones éticoreligiosas (1840).
      3. La trascendencia de la verdad cristiana (la polémica contra Hegel y la 
Cristiandad establecida). El momento polémico constitutivo de la inmensa obra de 
K. es, sin duda, la contestación a la inmanencia (v.) atea del pensamiento 
moderno y sobre todo al «sistema» hegeliano como monismo idealista que conduce a 
la disolución del yo como singular y persona concreta «delante de Dios» (for Gud). 
Contesta al pensamiento moderno, y en particular a la dialéctica (v.) hegeliana, 
en los puntos neurálgicos: el «comienzo sin presupuestos» (Voraussetzungslojgkeit) 
del «cogito», la pretensión de alcanzar lo real a partir del pensamiento 
abstracto o «ser vacío» (leeres Sein), y por último y especialmente la 
«mediación» (Vermittlung) del finito en el Infinito y de la apariencia en la 
realidad como un «salto» (Sprung; cfr. Hegel Enz. d. philos. Wiss., § 50) 
totalmente arbitrario. En esto K. se encontraba de acuerdo con Feuerbach (v.) al 
mostrar que la única salida de la dialéctica hegeliana era la finitud del 
hombre: «El secreto de la teología es la antropología, pero la teología es el 
secreto de la filosofía especulativa» (L. Feuerbach, Vorlifufige Thesen zur 
Reform der Philosophie, en Obras completas 11,222). En particular critica los 
siguientes plintos centrales del hegelianismo:
      a) La identidad entre lo interno y lo externo. Para Hegel esa identidad 
expresa el principio mismo de la pertenencia mutua inseparable de los contrarios 
en el «concepto», gracias a la cual es posible la dialéctica, el movímiento, el 
progreso... Para K., ya desde el prefacio a Aut-Aut, este principio por el 
contrario anula de raíz toda posibilidad de vida espiritual y, según la 
Postilla, reduce al hombre, en lo más íntimo, a puro objeto y a puro 
espectáculo, y destruye la ética puesto que la ética (v.) vive del secreto de la 
conciencia del «singular». La fe de Abraham, como se lee en Temor y Temblor, es 
la refutación flagrante de la indicada conmensurabilidad entre lo exterior y lo 
interior. Por ello, es verdad exactamente lo opuesto: «cuanta menos 
exterioridad, tanta más interioridad» (lo mindre Udvorsethed, jo mere 
Inderlighed. Obras compl. V1I,370). La Postilla, por tanto, invierte la posición 
hegeliana: «La verdadera interioridad no exige señal ninguna en la exterioridad» 
(VII, 403) y «la verdadera religiosidad es reconocible, como la omnipresencia, 
de Dios, por la invisibilidad» (VII, 482). En el Libro sobre Adler esta 
contestación en el plano moral tiene una fórmula incisiva: «cuanto mayor es el 
impulso a una decisión estrepitosa en lo exterior, tanto menor es la seguridad 
interior» (Papirer, 1846-47, VII 13235, 186).
      b) La identidad sujeto-objeto, inmediato-mediato. Para Hegel esta unidad 
es el resultado mismo de la dialéctica que llega al «pensamiento objetivo». Para 
K. la subjetividad existente es «separación» (Adskillelse) insuperable: el error 
de Hegel está en haber comprendido la existencia (v.) en función de la esencia 
(v.) y, en el plano ético-religioso, en haber puesto en el mismo plano la 
inmediatez y la inocencia, como si fuesen perfectamente idénticas: cuando en 
realidad el concepto de inmediatez pertenece a la Lógica y el de inocencia, en 
cambio, compete a la Ética: «Ahora bien, es ir contra la ética decir que la 
inocencia puede ser negada sólo mediante la culpa» (Concepto de la angustia, c. 
1, § 3; Obr.compl., IV, 339). Por este motivo, K. precisa inmediatamente que la 
inocencia no es, como lo inmediato, algo que debe ser quitado... mediante la «mediatez» 
(Middelbarhed), sino mediante una trascendencia (Obr. compl., IV,341). Y así 
como Adán perdió la inocencia mediante la culpa, así la pierde todo hombre.
      c) Y en fin, la identidad de ser y pensar, de ser y noser, con la 
consiguiente negación del principio de contradicción. La Postilla recurre para 
esta refutación al argumento ad absurdum de Aristóteles, según el cual la 
negación del principio de contradicción (v.) está fundada sobre ese mismo 
principio, porque «el principio de contradicción no debe ser eliminado, ya que 
es verdadero» (Obr. compl. VII,411), y a la crítica que Mynster hizo a Hegel 
sobre este punto: si desaparece la contradicción, cesa también la pasión de la 
interioridad y la «paradoja» en la que consiste el cristianismo (v.), ya que 
cesa el autaut que constituye la seriedad de la vida.
      A la negación de la trascendencia (v.) y de la espiritualidad de la 
persona (v.) humana como singular, que es sujeto libre y responsable «delante de 
Dios», corresponde en el sistema hegeliano el falseamiento radical del 
cristianismo como religión histórico-revelada. Según K., en efecto, en el 
hegelianismo la negación de la paradoja de la fe y de la trascendencia equivale 
a la negación radical de la ordenación sobrenatural de la gracia (v.) y de la 
vida eterna. De ahí la afirmación hegeliana de la «perfectibilidad del 
cristianismo», es decir, de la historicidad de la moral y de los dogmas del 
cristianismo. Para Hegel, en efecto, el misterio' cristiano de la Trinidad (v.) 
no es otra cosa que el paradigma imaginario de los tres momentos de la 
dialéctica, y el misterio de la Encarnación (v.)_queda reducido a la 
«conciencia» de la unidad entre lo divino y lo humano realizada de modo ejemplar 
en Cristo y que se realiza en la humanidad entera como tarea infinita de la 
historia universal. De ahí el otro error que K. reprocha a Hegel, el de rebajar 
la fe (Tro) y subordinarla a la razón (v.), en cuanto afirma que «la fe es el 
inmediato» que debe ser superado (aufgehoben), es decir, negado; mientras para 
K. «... la fe (v.) en el sentido más eminente se refiere al Hombre-Dios» 
(Ejercicio del Cristianismo, Nr. 11, § 6; Obr. compl., XII, 163), es decir, a la 
paradoja esencial. De ahí deriva que la única verdadera relación del hombre con 
el HombreDios no se da mediante los «18 siglos de historia» del cristianismo, 
sino con la «contemporaneidad» (Samtidighed), mediante la imitación del Modelo (Forbillige) 
que es Cristo (v. JESUCRISTO V). Y por ese motivo K. rechaza la tesis de Hegel 
acerca de la «perfectibilidad del cristianismo», que trasforma el cristianismo 
en mundanidad: en una «blasfemia», según el Libro sobre Adler (VII 13235, 115 ss.).
      En la última parte de su vida, es decir, después de la publicación del 
Ejercicio del Cristianismo y de la ruptura con Mynster, K. comprendió que su 
misión consistía en dedicarse con todas sus fuerzas a «reintroducir el 
cristianismo en la Cristiandad». Así como a partir de AutAut hasta la Postilla 
de Jo. Climacus la tarea ha sido sobre todo la de denunciar el carácter 
anticristiano de la cultura moderna y de abatir los fundamentos del baluarte 
hegeliano, ahora desde Anti-Climacus adquiere claridad y consistencia la 
denuncia de la falsificación de la Cristiandad establecida (bestaeende 
Christenhed) que ha traicionado al cristianismo del Nuevo Testamento (téngase en 
cuenta que K. vive en un ámbito protestante, en el que la «Iglesia» es estatal). 
En la Cristiandad establecida ( ¡«especialmente en el protestantismo, 
especialmente en Dinamarca»!), se ha olvidado lo que lleva consigo ser 
cristianos: que la fe exige el «salto» supremo, o sea, la aceptación de la 
paradoja esencial que es el HombreDios, y es ésta la tesis conclusiva de la 
Enfermedad mortal; se ha olvidado que la fe en el Hombre-Dios es superación del 
escándalo y aceptación de la Cruz, que es por eso la imitación del Modelo; que 
aquí abajo la Iglesia es militante (stridende) y no triunfante como pretende la 
Cristiandad establecida, y ésta es la tesis del Ejercicio del Cristianismo. Es 
la etapa decisiva del viaje de K. en busca del Amor esencial y, una vez enfilado 
este camino de contestar el cómodo enjaulamiento en que los hombres pensaban 
haber encerrado el misterio de la salvación, ya no volverá hacia atrás, sino que 
irá hasta el fondo. Y ese generoso ímpetu, como sabemos, le llevará todavía 
joven a la muerte.
      La tesis de K. es que el «cristianismo en la Cristiandad ya no existe», es 
decir, que la Cristiandad establecida ha abolido el cristianismo del Nuevo 
Testamento. El Diario en este punto se vuelve cada vez más acosante y señala a 
Lutero (v.) como primer responsable. De este modo el cristianismo, al que el 
protestantismo -con el recurso demasiado expeditivo al principio de la Graciaha 
privado alegremente del aguijón de la imitación adaptándolo a la estafa humana, 
ha sido convertido de nuevo al judaísmo, es más, al paganismo, y la cristiandad 
actual se ha convertido en falseamiento, en el giro errado, un puro equívoco... 
(cfr. Diario XI A585 y 587), la negación del cristianismo, el pecado contra el 
Espíritu Santo. Por eso K. proclama, contra Lutero y en contraste con la esencia 
misma del principio protestante, que «el principio de los actos (la imitación) 
es más sencillo -o sea auténtico- que el principio de la fe» (ib. XI A301). Y 
por eso K. atacó a Lutero por haber excluido del Canon de libros inspirados la 
Epístola de Santiago como «carta de paja», porque se opone al principio luterano 
de la sola fides, al afirmar que «la fe sin obras está muerta» (Papirer 1850-51, 
X A516).
      Hasta el momento ningún estudioso del pensamiento de K. ha tenido en 
cuenta la gravedad de esta denuncia contra Lutero, y su importancia para 
remontarse al cristianismo genuino del Nuevo Testamento sin traicionarlo. Es 
aquí donde debe comenzar el «diálogo» entre los protestantes y católicos.
      4. Kierkegaard y el existencialismo. Entre la metafísica de la inmanencia 
de Hegel, que encierra al singular en el todo, y la teología de la salvación de 
K., que pone de nuevo al singular en la alternativa teológica de la libertad a 
favor de Cristo o contra Cristo, el existencialismo (v.) ha optado por la 
ontología de la existencia: entre el historicismo (v.) teologizante de Hegel y 
la Providencia (v.) cristiana de K., el existencialismo contemporáneo perfila un 
historicismo radical del existente humano que se atestigua en la elección del sí 
mismo.
      En efecto: a) Sartre ha optado por Descartes con la instauración del 
dualismo cartesiano de materia y espíritu... mediante la reducción del ser a su 
aparecer (cfr. L'étre et le néant, París 1943, 11) en los dos bloques 
impenetrables de la conciencia como «para-sí» y del mundo como «en-sí». Pero 
Sartre (v.) reconoce que «... K. insiste en la trascendencia de Dios» y que «... 
K. fue el primero quizá en señalar, contra Hegel y gracias a él, la 
inconmensurabilidad de lo real y del saber» (Critique de la raison dialectique, 
París 1960, 19 s.). b) Heidegger ha optado por Hólderlin-Hegel-Nietzsche 
acentuando la negatividad de la experiencia de la conciencia mediante la 
«experiencia fundamental de la nada» (Grunderfahrung des Nichts), considerando 
el cristianismo como «platonismo para el pueblo» y exaltando lo «sacro» cósmico 
de Hólderlin. Heidegger (v.) aprecia a K. sólo como autor de los Discursos 
edificantes (cfr. Sein und Zeit, § 45; La Haya a. S., 235 nota; cfr. § 66, 336 
nota). c) Jaspers ha optado por Kant, Nietzsche, M. Weber... considerando la 
posición de trascendencia metafísica y teológica de K. como una actitud 
patológica, absolutista y esquizofrénica (cfr. Psychologie der Weltanschauungen, 
4 ed., Berlín 1954, 400 s.). De aquí surge la conclusión, ciertamente coherente, 
pero indicativa de la deformación que Jaspers (v.), de acuerdo con el 
existencialismo, ha hecho del mensaje de K.: «Lo que realmente ha sido K., lo 
que ha querido decir, creo que nadie lo sabe» (Chi é Kierkegaard?, «Ethica» VIII, 
1969, 81). d) K. Barth (v.) ha optado por la Reforma. Mientras en el importante 
prefacio de la segunda edición de su Rómerbrief (1922) declaraba: «Si yo tengo 
un sistema, éste consiste en que he tenido siempre ante los ojos lo que 
Kierkegaard ha llamado la infinita diferencia cualitativa entre tiempo y 
eternidad en su significado positivo y negativo» (Zurich 1940, XIII), en cambio 
en su monumental Kirchliche Dogmatik abandona expresamente la línea de K. en las 
cuestiones fundamentales (razón y fe, concepción atanasiana del Hombre-Dios, 
imitación de Cristo...); y en la Historia de la Teología protestante del siglo 
XIX (Zurich 1947), mientras acoge entre otros a Lessing, Herder, Hegel, 
Feuerbach, Strauss..., omite a Kierkegaard.
      En cuanto al influjo de K. sobre Miguel de Unamuno (v.) hay que notar que 
el ensayista español afirma haberse acercado a K. a través de Ibsen. Después la 
crítica ha precisado que por la cronología de los escritos de Unamuno y por la 
comparación atenta entre las intuiciones fundamentales de los dos autores 
resulta que «ningún influjo decisivo ha ejercido Kierkegaard sobre Unamuno y que 
sólo de modo superficial y formal pueden confundirse los temas esenciales de los 
dos pensadores» (cfr. F. Meyer, Kierkegaard et Unamuno, «Rev. de Littérature 
Comparée» 29, 1955, 478-92).
      Desde hace tiempo se advirtió por G. Brandes (1867) y H. Hóffding (1892), 
y más tarde con frecuencia se ha repetido, la simpatía de K. por el catolicismo, 
abundantemente atestiguada por el Diario (cfr. índice, voz «Cattolicesimo» 
11,894 ss.; cfr. también C. Fabro, Kierkegaard e il Cattolicesimo, «Divus 
Thomas» 1956, 67 ss.). No es Feuerbach ni Marx o Nietzsche, sino K. quien 
constituye el momento de ruptura con el inmanentismo moderno en defensa del 
realismo cristiano.
      
      V. t.: EXISTENCIALISMO; FELICIDAD 1; HEGELIANOS; ONTOLOGISTAS.
      
      
BIBL.: Samlede Vaerker (Obras completas), ed. A. B. DRACHMANN, J. L. HEIBERG y H. O, LANGE, Copenhague 1901-06, en 14 vol.; 2 ed. 1920-26, en 15 vol. (las dos ediciones se diferencian sólo en que la primera es en caracteres góticos y la segunda en latinos; el vol. XV de la 2 ed. contiene los índices: el de conceptos y autores de A. IBSEN, p. 1-507, y el glosario terminológico de J. HIMMELSTRUP, p. 509-770); Efterladte Papirer (Cartas póstumas), ed. H. P. BARFOD (al que se añade a partir del vol. IV el crítico H. GOTTSCHED), 9 vol., Copenhague 1869-81; Papirer (Cartas), ed. P. A. HEIBERG, P. A. KUHR y E. TORSTING, 20 vol., Copenhague 1909-49 (en 1969 otros dos vol. de suplemento); Breve og Aktstykker vedrórende Sóren Kierkegaard (Cartas y documentos concernientes a S. K.), ed. N. THULSTRUP, Copenhague 1953-54.
CORNELID FABRO.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991