KANTISMO
Se utiliza el término «kantismo» -en su acepción más usual- para designar el 
conjunto de movimientos filosóficos en los que es más decisiva la influencia del 
pensamiento kantiano. Este influjo es amplio y profundo, ya que la «filosofía 
crítica» de Kant (v.) supone una manera «nueva» de enfrentarse con la realidad 
natural y con los diversos fenómenos culturales. No son solamente soluciones 
distintas a los problemas tradicionales lo que propone, sino -ante todo- un giro 
en la concepción de la Filosofía misma. Al profundizar en los presupuestos de 
las principales corrientes filosóficas del s. xix y xx, se llega a la conclusión 
de que son radicalmente deudoras de un planteamiento kantiano, tanto cuando lo 
adoptan como cuando se enfrentan críticamente con él. Por este motivo no es 
posible delimitar con exactitud qué pensadores se deben encuadrar bajo el 
epígrafe «kantismo». Nos referiremos solamente a los periodos más significativos 
en el proceso de incorporación, interpretación y crítica de la «filosofía 
trascendental» kantiana por parte del pensamiento filosófico posterior.
      1. Discípulos y adversarios: la polémica sobre el kantismo. Los primeros 
seguidores y críticos de Kant demuestran ya claramente que la doctrina del 
filósofo regiomontano ofrece un método o un programa de reflexión, antes que un 
sistema concluido. No se conforman, en efecto, con exponer e interpretar su 
pensamiento, sino que se empeñan en profundizar y continuar la «tarea crítica», 
aun a riesgo de apartarse de ella en puntos fundamentales.
      En la polémica que se desencadenó sobre la filosofía trascendental, 
causaron a Kant más dificultades los adeptos que los objetantes. Kant los 
denominaba, con ironía, «mis amigos hipercríticos» (Carta de Kant a Tíefrunk, 13 
oct. 1797, en Kani's gesainmelie Schri/ten, X11,207); eran, en efecto celosos 
discípulos que pretendían ofrecer una interpretación auténtica y unitaria del k. 
y trataban de solucionar sus problemas-límite.
      C. L. Reinhold (1758-1823) fue, en principio, un brillante y popular 
expositor del criticismo, especialmente a través de sus Cartas sobre la 
filosofía kantiana (17861787). Pero posteriormente acomete la tarea de 
desarrollar por cuenta propia las ideas kantianas, con una fidelidad discutible 
-aunque buscada por él- a la doctrina de su maestro. En 1789 publica su Versuch 
einer neuen Theorie des mensclilichen Vorstellungsverniógen; pretende allí 
ofrecer «las verdaderas premisas de la teoría de las facultades cognoscitivas y 
la clave de la Crítica de la Razón» (Carta de Reinhold a Kant, 14 jun. 1789, en 
Kant's gesam. Schr. X1,60). Trata, entonces, de reducir toda la filosofía 
crítica a un verdadero sistema. que supere el doble dualismo entre razón 
práctica y teórica, y -dentro de esta última- entre entendimiento (v.) y razón 
(v.). Para ello es necesario buscar un punto de partida sólido, un hecho 
primitivo y evidente, que proporcione un fundamento unitario a la totalidad de 
la Crítica. Este factutrt elemental para Reinhold es la «representación» (Vorsiellung), 
como función primaria de la conciencia. Y el primer principio de la filosofía 
trascendental establece la posición de la representación en la conciencia: «la 
representación es distinta del objeto y del sujeto representativo, pero relativa 
a uno y a otro». Toda representación supone la conjunción del elemento formal y 
elemento material del conocimiento. Lo formal pertenece al sujeto (v.) y lo 
material es aportado por el objeto (v.). El sujeto produce espontáneamente la 
forma en la materia dada. Por tanto, aunque la representación se ha producido en 
la conciencia, no ha sido creada íntegramente por la conciencia misma, ya que 
entonces carecería de objetividad. El origen último del elemento material de la 
representación no es otro que la cosa en sí, verdadera causa de la afección 
sensible. Es, pues, ¡niprescindible afirmar la existencia de una cosa en sí, 
aunque ésta no pueda quedar reflejada en su forma objetiva en una 
representación, ya que la forma de toda representación está puesta por el 
sujeto.
      Se puede decir que buena parte de los contemporáneos de Kant conocieron su 
filosofía a través de la exposición e interpretación de Reinhold. Es éste un 
punto de referencia obligado en la polémica sobre el k., especialmente en lo 
concerniente al «problema de la cosa en sí», que estaba planteado y resuelto de 
manera completamente insatisfactoria.
      De esta cuestión se ocupará preferentemente el hebreo Salomon Maimon 
(1753-1800), cuya perspicacia alabó el propio Kant inicialmente (Carta a Markus 
Herz, 26 mayo 1789, en Kant's gesam. Schr., X1,49), aunque después demostró no 
tenerle simpatía. Maimon entiende que una cosa en sí real, en el sentido de la 
interpretación de Reinhold, no solamente es incognoscible, sino también 
impensable. La cosa en sí no puede ser entendida sino como límite; es una mera 
idea de una cierta irrationale Wurzel, a la cual nos acercamos cada vez más, 
pero que nunca podemos alcanzar. El conocimiento de cosas en sí no sería más que 
un pleno e inalcanzable conocimiento de los fenómenos (v.). La idea de un 
entendimiento infinito recibe realidad objetiva a través de los objetos de la 
intuición (v.) y, a la inversa, las intuiciones reciben realidad objetiva a 
través de esa idea, en la cual se resuelven en último término (Versuch über die 
Transzendentalphilosophie, Berlín 1790, 419-420). En tanto que conocemos los 
fenómenos, conocemos la cosa en sí; porque, en caso contrario, nuestro 
entendimiento no tendría ninguna objetividad; pero no los conocemos plenamente 
como los conoce el entendimiento infinito, sino de una forma limitada. Lo 
suprasensible es, por ello, lo mismo que lo sensible; a través del conocimiento 
trasformamos lo meramente dado en algo pensado, trasformamos los fenómenos en 
cosas en sí (ib. 195-196). Lo que Salomon Maimon llama su «escepticismo» 
consiste en la constatación de que la experiencia trata siempre de ser objetiva, 
pero nunca llega a serlo plenamente. Esta supuesta objetividad fáctica es más 
bien una idea, una tarea irrealizable (ib. 226 ss.). La exégesis de Maimon 
adopta, pues, por primera vez un punto de vista decididamente idealista (v. 
IDEALIsmo), que anuncia desarrollos posteriores.
      A. E. Schulze (1761-1833), en su célebre Enesidemo (1792), considera que 
Reinhold no ha solucionado las aporías de la filosofía crítica. Y es que, en 
rigor, Kant incurre en una patente inconsecuencia; porque, por una parte, 
rechaza de plano el procedimiento ontológico clásico y, por otra, lo adopta en 
los puntos fundamentales de su doctrina. Esta contradicción interna es flagrante 
en el problema de la cosa en sí. El dilema del Enesidemo es semejante al de F. 
H. Jacobi: dar cabida a la cosa en sí supone aceptar el dogmatismo ontológico; 
suprimirla abiertamente implica volver al fenomenismo de Hume (v.), por el que 
Schulze no oculta sus preferencias; y, en ambos casos, abandonar el criticismo.
      J. S. Beck fue quizá el más inteligente discípulo de Kant, y el que 
penetró más a fondo en el núcleo de la filosofía trascendental. Busca apreciar 
el k. desde un punto de vista unitario, que dé razón de su sentido total. 
Polemiza también con Reinhold, porque entiende, como Maimon, que el «principio 
de representación» no es lo más originario del k., y que la afirmación dogmática 
de la cosa en sí como causa supone la destrucción de la filosofía crítica. Beck 
parte de la actividad originaria de la conciencia: el «producir» (machen) como 
acto espontáneo. El camino que sigue supone un predominio de la síntesis (v.) 
sobre el análisis (v.), la absorción de la sensibilidad pura por parte del 
entendimiento, y de lo dado empíricamente por parte de la activa espontaneidad 
de las funciones intelectuales. Se trata, en definitiva, de una interpretación 
idealista e «hipercrítica» que, con su punto de vista totalizador, preludia el 
sistematismo de los románticos. En la correspondencia de Kant con Beck se 
aprecia que el pensador de Kónigsberg mantiene, frente a su discípulo, el 
carácter real de la cosa en sí como origen último de la afección sensible (cfr. 
Carta de Kant a Beck, 20 en. 1792, en Kant's gesam. Schr. X1,300-303). Kant 
desconfía de la radicalidad de Beck, que quiere reconstruir la Crítica por medio 
de una deducción «descendente» y a partir del «acto originario de atribución» (die 
ursprüngliche Beylegung): la producción de la unidad sistemática (Carta de Beck 
a Kant, 16 jun. 1794, en Kant's gesam. Schr. X,490). Pero también puede 
apreciarse en este intercambio epistolar que Kant -sin abandonar su postura 
fundamental- hace importantes concesiones a Beck, en la línea de un 
reforzamiento de la actividad constructora del sujeto. Aunque las sugerencias de 
sus discípulos impresionen vivamente el ánimo de Kant, el viejo pensador nunca 
traspasará el límite que separa el idealismo trascendental de un puro y simple 
idealismo.
      En la dialéctica de kantianos y antikantianos ocupan un destacado lugar 
los pensadores que se adscriben a la llamada «filosofía de la fe» (Glaubensphilosophie). 
No se les puede considerar como simples. epígonos de Kant, ya que son auténticos 
filósofos originales. Frente al ilustrado racionalismo del regiomontano, Herder 
y Jacobi tienen ya un talante prerromántico -en la línea del Sturm und Drang- 
que no puede contenerse en los estrechos límites que la Crítica había 
establecido. Es cierto que Kant pretendía poner coto a las pretensiones de la 
razón para garantizar los derechos de la fe; pero se trataba de una fe puramente 
racional y sólo con validez práctica, que excluye el valor «revelador» de la 
creencia, su rico contenido de sentimiento y tradición.
      J. G. Herder (1744-1803; v.) fue durante varios años alumno de Kant en 
Kónigsberg. Siguiendo una línea crítica frecuente en este periodo, reprocha a 
Kant la excesiva separación entre la razón y las demás facultades del hombre. En 
su famosa obra Metakritik zur Kritik der reinen Vernunft (1799) achaca también 
al que fue su maestro el no tener en cuenta el decisivo papel que el lenguaje 
real e histórico desempeña en la elaboración del pensamiento. Herder contrapone 
al trascendentalismo kantiano una antropología de la totalidad concreta (se le 
considera como un precursor de ideas antropológicas contemporáneas). Sostiene 
entonces que es radicalmente imposible un conocimiento sintético a priori, e 
incluso que espacio y tiempo son conceptos experimentales. Pero el trabajo más 
notable de Herder se halla en el ámbito de la filosofía de la historia. En sus 
Ideas para la filosofía de la historia de la humanidad (1784-91) desarrolla su 
concepción del cristianismo como religión de la humanidad y de la historia de 
los hombres como un continuo despliegue hacia la plena realización de la 
humanidad misma.
      F. H. Jacobi (m. 1819), por su parte, se plantea la cuestión más polémica 
del kantismo que, como se ha visto, no es otra que el problema de la cosa en sí. 
Es ya tópica -de tan citada- la afirmación de Jacobi: sin la presuposición de la 
cosa en sí no se puede entrar en el sistema kantiano, pero con ella no se puede 
permanecer en él (Deber den transzendentalen Idealismus, en Werke, 11,304). Kant 
no debería concebir la cosa en sí como causa del fenómeno, por medio de la 
afección, porque el fenómeno es para él una mera representación inmanente y la 
cosa en sí un puro concepto trascendente y, por tanto, problemático (ib. 
301-302). El idealista trascendental debería de tener la valentía de obtener sus 
conclusiones de manera radical y no temer el reproche de «egoísmo especulativo» 
(ib. 310). Porque, de lo contrario, el sistema resultante es un babilonische 
Gebáude (David Hume über den Glauben, en Werke, 11,16). Pero la oposición de 
lacobi a la filosofía kantiana -y aun a toda filosofía racionalista- tiene una 
motivación más profunda. Es preciso romper con el racionalismo y apelar a la 
«fe»: «Nosotros afirmamos con absoluta convicción que las cosas están realmente 
presentes fuera de nosotros. Yo pregunto: ¿en qué se funda esta convicción? En 
realidad sólo en una revelación que podríamos llamar sin más verdaderamente 
milagrosa» (ib. 165-166). Esta «fe» no es, como la propugnada por Kant, 
puramente racional y humana, sino que es necesariamente fe en Dios y en la 
religión, que se basa en una percepción originaria de lo suprasensible.
      2. Kant y el idealismo absoluto. «El hecho de que una gran idea, una vez 
comprendida y plasmada, estalle inflamando, se propague, remueva mil problemas 
adormecidos e induzca a los espíritus mejor dotados de una época a una constante 
e infatigable labor, quizá nunca haya sido tan manifiestamente palpable en la 
historia de la filosofía como ocurrió con las ideas críticas de Kant en el 
movimiento del idealismo alemán que se enlaza inmediatamente con él.» Estas 
palabras de N. Hartmann (La Filosofía del Idealismo alemán, 1,19) expresan la 
función desencadenante que el pensamiento de Kant opera en la filosofía alemana 
inmediatamente posterior, a la que deja como herencia una inagotable riqueza de 
nuevos planteamientos y problemas. La tarea que se acomete es la efectiva 
realización de aquella «metafísica futura» que Kant anunciara. Los idealistas 
románticos parten de la «revolución copernicana», que hace «girar» el objeto en 
derredor del sujeto, en lugar del sujeto en torno al objeto. Pero no se detienen 
aquí, sino que pretenden expresar la unidad profunda y dinámica entre el sujeto 
y el objeto, que no puede hallarse sino en el contexto de un «Sistema» 
orrnniabarcante que dé razón de la totalidad de lo real y de su despliegue. Las 
grandes doctrinas idealistas coinciden, pues, en conceder una primacía al 
sistematismo sobre el criticismo. Suponen una renovada atención a los ternas de 
la metafísica clásica; pero no son un simple retorno a la tradición, que 
ignorara la crítica kantiana, sino un intento de síntesis queriendo superar la 
metafísica tradicional y de su crítica (V. IDEALISMO).
      El idealismo poskantiano demuestra un especial interés por el Kant de la 
razón práctica. Y así, 1. H. Fichte (v.) considera la libertad del ser moral 
como el fundamento primero de su filosofía. Si se considera absoluta la 
espontaneidad del «yo» humano, resulta que una cosa en sí independiente de toda 
capacidad de representación es un capricho, un sueño, un despropósito (Grillo, 
Traunz, Niclrt-Gedanke); desde este punto de vista, el sistema crítico es 
dogmático-negativo (Rezension des Aenesidenaus, en Werke, ed. Medicus, 1, 
144-145). Criticando duramente a Reinhold, arguye Fichte que es del todo absurdo 
admitir una cosa en sí independiente de toda representación; esto no lo puede 
pensar nadie. Y también es absurda la distinción entre la cosa tal como 
«aparece» y la cosa tal como «es» (ib. 147-148). El principio de los dogmáticos 
(la cosa en sí) no es nada. Sus defensores sostienen que sólo gracias a ella 
puede explicarse la experiencia; pero el idealista da de la experiencia una 
explicación satisfactoria sin necesidad de recurrir a semejante quimera, que -si 
se mantiene- provoca el derrumbamiento de todo el edificio dogmático (Erste 
Einleitung in dio Wissenscha/tslehre, 1797, en Werke, 111,15). La cosa en sí es 
una mera «fabulación» (blosse Erdichtung) y no tiene realidad alguna (ib. 12). 
En lugar de ella, es preciso establecer como principio fundamentante la 
«conciencia originaria de sí mismo». Lo que denominamos cosa no es sino una 
serie de relaciones cognoscitivas, sintetizadas por la imaginación 
trascendental. El objeto es producto de una síntesis originaria; en él, forma y 
materia no son como fragmentos distintos porque la materia no es sino la 
formalidad total (ib. 27). Fichte, en último término, radicaliza la concepción 
kantiana de la autonomía del sujeto trascendental, marginando todo elemento 
heterónomo y trascendente. El idealismo ya no es crítico, sino absoluto.
      F. W. Schelling (v.) ofrece un panorama más rico y variado que Fichte, 
cuya filosofía está al servicio de una sola causa: la libertad (v.). Como la 
naturaleza se contrapone a la libertad, no tendrá cabida en la filosofía de 
Fichte, mientras que ocupa un lugar central en la de Schelling. Kant entendía 
que la naturaleza (/ormaliter spectata) está sometida a las leyes del 
entendimiento; la Wissensclha/tslehre de Fichte da un paso más y considera que 
la naturaleza está producida por la actividad espontánea del yo. Kant renunciaba 
a aplicar la teleología a los objetos naturales (a no ser a nivel de un 
hipotético «como si»), mientras que Fichte pone la naturaleza al servicio de la 
libertad moral. Schelling, por su parte, concibe la náturaleza como condición 
preliminar del espíritu consciente. Está muy influido por la Crítica del juicio, 
pero supera las limitaciones impuestas por Kant a la aplicación de la teleología 
a la naturaleza. Como dice N. Hartmann (v.), Schelling cree «reconocer en la 
naturaleza la creación de una inteligencia inconsciente, cuyas fases de 
desarrollo son, al mismo tiempo, grados de los productos naturales y cuyo grado 
superior y fin último es el espíritu consciente que tiene como portador al 
hombre» (o. c. 1,175).
      El punto de partida de G. W. F. Hegel (v.) es también la revolución 
copernicana. Entiende que el principio de independencia de la razón, de su 
absoluta suficiencia y espontaneidad en sí misma, debe ser mirado como un 
principio universal de la filosofía, como una conquista incuestionable de los 
tiempos modernos. Pero si el espíritu no conoce a priori de las cosas más que lo 
que introduce en ellas, ¿no tendrá por fin la deducción trascendental patentizar 
la unidad profunda del sujeto y el objeto, del espíritu y la cosa? Según Hegel, 
la crítica que Kant hace de la ontología clásica está destinada a preparar una 
nueva ontología, en la cual el ser (v.) no es sino el sujeto que se pone a sí 
mismo: un acto, no un sustrato inerte. «E1 ser es libertad» (cfr. lean Hyppolite, 
Genése et structure de la Phénomenologie de PEsprit, 454). Pero Kant se queda a 
medio camino y no realiza plenamente la identificación del sujeto y el objeto, 
de la libertad y el ser, que la revolución copernicana exigía. Por ello, la 
filosofía kantiana es lisa y llanamente «un idealismo subjetivo, que se despega 
del contenido». No advierte Kant que las categorías (v.), si bien pertenecen al 
pensamiento en cuanto tal, no son algo exclusivamente nuestro, sino que son 
también determinaciones de los objetos mismos; por este motivo no puede superar 
el dualismo de espíritu y naturaleza. Para Hegel, en cambio, espíritu y 
naturaleza son manifestaciones del Absoluto (v.), de la Razón universal que se 
sabe a sí misma. La Idea eterna, que es en sí y para sí, eternamente se actúa a 
sí misma, identificándose en el espíritu el pensar y el ser: «todo lo racional 
es real y todo lo real es racional». El idealismo crítico no es sino un momento 
en el avance hacia el idealismo absoluto.
      3. Neokantismo. Tras la muerte de Hegel (1831), se produce el 
derrumbamiento de la filosofía idealista y sobreviene un largo periodo de olvido 
de Kant. En todo caso, la interpretación que entonces se da de su filosofía es 
del todo inadecuada, ya que sigue derroteros positivistas y psicologistas (Herbart, 
Fries, Spencer). Pero en las últimas décadas del s. xix se levanta 
-especialmente en Alemania- una reacción que se opone al positivismo y al 
materialismo dogmático, y propugna una decidida «vuelta a Kant», pasando por 
alto la etapa constructivista del idealismo absoluto (v. POSITIVISMO; 
PSICOLOGISMO). Este «neokantismo» o «neocriticismo» propone una filosofía basada 
en una crítica de las ciencias y en una gnoseología que sigue los cauces del 
trascendentalismo kantiano. Kuno Fischer (m. 1907), Olio Liebrnann (m. 1912) y 
F. A. Lange (m. 1875) son los principales promotores de este movimiento, que 
habría de jugar un papel de importancia, no sólo en el renacimiento del k., sino 
en el curso que siguen las corrientes filosóficas del s. xx. Las dos escuelas 
más significativas del «neokantismo» son las de Marburgo y Baden.
      La escuela de Marburgo sigue una dirección predominantemente 
lógico-objetiva y cientificista. Pretende volver al nivel específicamente 
kantiano de la subjetividad trascendental, superando un psicologismo que achacan 
no sólo a los positivistas, sino también a los mismos idealistas románticos. 
Siguiendo a Kant, no se ocupan de la génesis fáctica del conocimiento y de la 
moralidad, sino de su justificación formal y a priori. Pero no se limitan a 
actualizar el k.; tratan de renovarlo y superarlo. Acentúan el objetivismo y la 
acción constructiva de la mente, al tiempo que marginan taxativamente toda 
consideración positiva de una cosa en sí real. En último término, interpretan el 
k. como una teoría de la ciencia, eliminando de él la dimensión metafísica.
      Hermann Cohen (1842-1918), fundador de la escuela de Marburgo, es el más 
destacado pensador entre los neokantianos. Sus primeras obras están destinadas a 
interpretar -más según el espíritu que la letra- el pensamiento kantiano (La 
teoría kantiana de la experiencia, 1871; La fundamentación de la.ética por Kant, 
1877; La fundamentación de la estética por Kani, 1899). Posteriormente se ocupa 
en la realización de su propio sistema, idealista y objetivista, de corte 
radicalmente kantiano. Siguiendo la aspiración común de los pensadores 
kantianos, Cohen pretente eliminar las ambigüedades de la filosofía crítica, 
superando la distinción entre lo «dado» y lo «puesto». El objeto en cuanto tal 
está «puesto» por el acto productor del pensamiento. Pero el pensamiento mismo 
no es ya subjetivo, sino que se identifica con la estructura interna del objeto 
conocido. En último término, pensamiento y ser se identifican con el objeto, que 
es lo único que cuenta para la ciencia. Y la «unidad trascendental de la 
conciencia» no es entonces más que el horizonte común de la posibilidad de la 
ciencia en general. En el campo ético, Cohen acentúa el formalismo y el carácter 
autónomo de la ética kantiana, pero considera inconsecuentes los postulados y 
suprime el alcance trascendente de la razón práctica. Por otra parte, piensa que 
el deber moral afecta al hombre encuadrado en la totalidad humana y propugna una 
especie de «socialismo ético», contrario tanto al liberalismo como al socialismo 
marxista.
      Influido por el matematicismo imperante en la escuela de Marburgo, P. 
Natorp (1854-1924; v.) realizó una reinterpretación del platonismo a la luz de 
las ideas neokantianas, en su famosa obra La doctrina platónica de las ideas 
(1903). Otros autores de la misma escuela son Arthur Lieberi (1878-1946). Ernst 
Cassirer (1874-1945) y Nicolai Harimann jr. (1882-1950).
      Una interpretación más amplia y culturalista es la seguida por la escuela 
neokantiana de Baden, que cuenta en Windelband y Rickert como sus dos más 
destacados representantes. Wilhelm Windelband (1848-1915) sigue a Kant en el 
carácter crítico de su metodología y en la distinción entre el «hecho» y el 
«valor». Allende el mundo del ser está el ámbito del deber ser, que no puede ser 
objeto de experiencia sino de conocimiento valorativo. La filosofía es, 
entonces, la «ciencia de los valores». Heinrich Rickert (1863-1936), por su 
parte, insiste en la diferencia entre la metodología de las ciencias naturales y 
la de las ciencias -del espíritu (v. CIENCIA vli, 2-3). Lo histórico es el 
ámbito propiamente humano, ya que sólo en él pueden realizarse los valores.
      4. La interpretación ontológica de Kant. Entre las diversas líneas 
interpretativas del k. ensayadas en el s. xx, destaca por su notable desarrollo 
y rigor la corriente que insiste en considerar primordialmente los aspectos 
metafísicos de la filosofía trascendental, como reacción frente al cientificismo 
de los neokantianos. En 1924 (segundo centenario del nacimiento de Kant), Max 
Wundt (1879-1963) publica un importante libro titulado Kant als Meiaphysiker, en 
el que se interpreta el k. como una renovación de la metafísica alemana. El 
mismo año, E. Adickes (1866-1928), en su obra Kant und das Ding an sich atribuye 
un significado ontológico positivo a la afirmación kantiana de la cosa en sí. 
Dos importantes artículos de N. Hartmann y H. Heimsoeth -publicados en los Kant-Studien 
de 1924- insisten también en el carácter ontológico de la Crítica y en los 
motivos metafísicos que contiene. En esta misma línea, aunque con especialísimas 
peculiaridades, puede situarse la interesante interpretación de Heidegger, en su 
obra Kant und das Problem der Metaphysik (1929), en la que entiende la Crítica 
de la Ra=ón pura como una ontología fundamental, que debería de haber puesto de 
manifiesto la constitutiva finitud del ser del hombre. El más destacado 
representante de esta tendencia es en la actualidad Gottfried Martin (n. 1901), 
Profesor de la Univ. de Bonn, que ha propuesto una equilibrada y completa 
interpretación de Kant, en la que concede atención tanto a los aspectos 
epistemológicos como a la ontología que, en la línea de la metafísica 
occidental, se halla presente en la Crítica; ha acometido también la tarea de 
elaborar un índice general de Kant por procedimientos electrónicos. 
      
      V. t.: KANT; RACIONALISMO; IDEALISMO.
      
      
BIBL.: E. ADICKEs, Kant und das Ding an Sich, Berlín 1924; H. COHEN, Kants Theorie der Erlahrung, 2 ed. Berlín 1885; J. C. FICHTE, Werke (ed. de F. Medicus. Félix Meiner), Leipzig 1911; M. HEIDEGGER, Kant und das Problem der Metaphysik, Francfort 1951; F. H. JACOBI, Werke, Leipzig 1812-25; R. KRONER, Von Kant bis Hegel, 2 ed. Tubinga 1961; G. LEHMANN, Beitrage zur Gesischte una Interpretation der Philosophie Kants, Berlín 1969; S. MAIMON, Versuch über die Transzendentalphilosophie, Berlín 1790 (reproducción fotomecánica por la Wissenschaftliche Buchgesellschaft, Darmstadt 1963); G. MARTIN, Immanuel Kant (Ontologie ind Wisenscha)`tstheorie), Berlín 1969; J. VUILLEMIN, L'héritage kantien el la réuolution copernicienne, París 1954.
A. LLANO CIFUENTES.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991