JUSTINO, SAN


«El muy admirable Justino» (Taciano, Oratio 18), «filósofo y mártir» (Tertuliano, Adversus Valentinianos 5,1), merece el título de «el apologista». Todo lo suyo: vida, itinerario intelectual, enseñanza, escritos y martirio fue una apología ardiente del cristianismo. Parece confirmarlo la historia con el hecho sintomático de la pérdida de todas sus obras no apologéticas. Precisamente por sus méritos de apologista León XIII extendió a toda la Iglesia su fiesta litúrgica, que desde 1969 se celebra el 1 junio (antes, el 14 de abril).
      Vida. N. a comienzos del s. II a juzgar por su alusión a la guerra de los judíos (Diálogo 1,3; 9,3) en Flavia Neápolis (Apología I,1), colonia fundada en el a. 72 por Vespasiano en el lugar de la bíblica Siquem, hoy Naplusa. Samaritano por el lugar de nacimiento, fue un incircunciso (Diál. 28,2); de origen romano de acuerdo con su nombre y con el de su padre, Priscus (Apol. I,1), quizá un soldado veterano establecido en la nueva colonia. Espíritu religioso, «más amigo de las ideas que de la acción» (Diál. 3,3), inicia pronto su itinerario intelectual en búsqueda de la verdad y frecuenta las escuelas estoica, aristotélica, pitagórica y platónica (Diál. 2,1-5). Fascinado estaba por el platonismo, cuando el encuentro con un anciano provocó su conversión (Diál. 3,1-8,2), deliciosa narración, verdadera probablemente sólo en su núcleo.
      Desde ese momento, y siendo siempre laico, puso sus conocimientos filosóficos al servicio de la fe. Inmediatamente después de su conversión, «con el tribon o manto de filósofo» al hombro, «se ejercitaba -en Éfeso- en las doctrinas de los griegos», «predicaba la palabra divina y combatía por la fe ...» (Eusebio, Historia eclesiástica 4,8,3; 4,11,8), predicación al modo socrático, dialogando. En tiempo de Marco Aurelio (138-161) aparece en Roma, donde a imitación de otros filósofos estoicos, epicúreos, platónicos, etc., abrió la primera escuela de filosofía cristiana. «Allí comunicaba las palabras de la verdad a cuantos querían acercársele» (Acta S. Iustini 3: PG 6, 1568c), «no por amor del dinero (como su contrincante Crescente) ni de gloria o placer» (Diál. 82,4), sino porque «quien puede decir la verdad y la calla, será juzgado por Dios» (Diál. 82,3).
      Según su discípulo Taciano (Oratio 19), debido a las maquinaciones del filósofo cínico Crescente tuvo que comparecer ante junio Rústico, Praefectus urbis, y, por eJ solo delito de confesar su fe, fue condenado a muerte. Las Acta S. Iustini nos han conservado los pormenores del proceso y del martirio.
      Obras. Eusebio las enumera así: «Justino nos ha dejado numerosas obras muy útiles, que son testimonio de una inteligencia culta y celosa de lo divino. A ellas remitiremos a los amigos de la ciencia... En primer lugar, tiene un discurso dirigido a Antonino Pío... en defensa de nuestros dogmas, y luego otro que contiene una segunda apología de nuestra fe... Además hay un discurso a los griegos; en él, al tratar con amplitud las cuestiones discutidas entre nosotros y los filósofos griegos, expone la naturaleza de los démones... Aún ha llegado a nosotros otro escrito dirigido a los griegos, que tituló Refutación y una obra Sobre la monarquía de Dios que él establece no sólo conforme a nuestras Escrituras sino también de acuerdo con los libros griegos. Tiene aún uno titulado Salterio y otro... Sobre el alma en el cual expone las diversas opiniones relativas al tema de su obra y porque las sentencias de los filósofos griegos, prometiendo refutarlos y exponer su propia opinión en otro libro. Compuso también un Diálogo contra los judíos, tenido en Éfeso con Trifón, uno de los hebreos más famosos de entonces... Muchos otros trabajos suyos corren entre los hermanos...» (Hist. ecl. 4,18, 1-9: PG 20,373 s.). Sin duda, entre ellos estarían Contra todos los herejes, mencionado por el mismo Justino (Apol. 1,26), Contra Marción (Ireneo, Adversus haereses 4,6,2), etcétera. De las que se le atribuyen, de algunas se duda de su autenticidad (p. ej., Sobre la resurrección) y otras ciertamente no son suyas (Cohortatio ad Graecos, oratio ad Graecos, Expositio f idei seu de Trinitate, cte.). De las obras auténticas sólo se han conservado el Diálogo con Trifón y las dos Apologías, si bien se reducen a una, pues la segunda parece ser un simple apéndice de la primera.
      En la Primera Apología, escrita entre los años 147-161, tras la dedicatoria, aparece el enunciado de su naturaleza apologética: «en defensa de los hombres... injustamente odiados y perseguidos...» (Apol. 1,1). Justino «uno de ellos» (ib. 1,1) y «filósofo» (I,3), refuta las acusaciones lanzadas contra los cristianos, refutación que prolonga en su apéndice o Segunda Apología.
      Las apologías responden a cuatro clases de acusaciones: 1) políticas: nuestro reino no es de este mundo (1,11), somos los mejores aliados para la paz (1,12) y los súbditos más fieles (1,17), exigimos el cumplimiento de las normas procesales ordenadas por el emperador Adriano (1,68, 3-10); 2) dogmáticas: los cristianos no son ateos (I,6) ni idólatras politeístas (I,9), sino monoteístas (1,13), admiten la divinidad de Cristo (1,13 ss.), Hijo de Dios (1,22), Mesías anunciado por los profetas (1,30-53); 3) morales-cúlticas: caridad, castidad de los cristianos (1,14-16; 1,27-29), comportamiento heroico ante la muerte (1,57) por la fe en la inmortalidad y resurrección (1,18-19), elevación de los ritos bautismales y eucarísticos (1,61-67); 4) filosóficas: las diversas escuelas filosóficas tienen porciones de verdad, tomadas de la verdad revelada (1,20-21; 44), la Verdad, el Logos total, es Cristo, poseído por los cristianos (II,7-11 ).
      Al Diálogo con Trifón, primera apología cristiana respecto del judaísmo, le falta el preámbulo y el c. 74. En la introducción (2-8) describe J. su evolución intelectual y conversión. La la parte (9-47) expone la actitud del cristianismo en relación con el judaísmo: transitoriedad de la ley mosaica, heredada y superada por la Ley nueva, universal y eterna; la 2a (48-108), la compaginación de Cristo-Dios con el monoteísmo, y la 3a (109-142) contiene ideas sobre el nuevo Israel, la Iglesia.
      Talante vital, docente y doctrinal. Antes de exponer los puntos doctrinales más importantes de su obra, conviene destacar su postura, presente en todas ellas no menos que en su vida entera. Nacido en Palestina de padres gentiles, sus contactos posteriores, ya conscientes, en Éfeso y Roma, con judíos y filósofos paganos le señalaron su actitud y objetivo: conciliación del cristianismo con el judaísmo (Diál.) y con el paganismo (Apologías). Con la docencia en su escuela y con sus escritos es el iniciador del diálogo de la Iglesia con el mundo de su época.
      Cristianismo-paganismo. Dentro del seno del cristianismo primitivo hubo dos corrientes. Taciano (v.), S. Ireneo (v.) y, sobre todo, Tertuliano (v.) adoptan una postura negativa; no creen posible ni, menos aún, provechosa la ósmosis entre sabiduría cristiana y pagana. Atenágoras (v.), S. Clemente de Alejandría (v.), S. Basilio (v.), Orígenes (v.), cte., en vez de rechazar la filosofía helénica, tratan de apropiarse de las valiosas porciones de verdad que en ella descubren. J. pertenece a este grupo; al convertirse, no abandonó su hábito ni sus tareas de filósofo. Con el tribon al hombro, «amador de la verdadera filosofía, pasaba aún el tiempo ejercitándose en las doctrinas de los griegos» (Eusebio, Hist. ecl. 4,8,3). A los filósofos acude en busca de apoyo (citas de Platón, de Sócrates, cte.). J. no nada en la corriente negativa o aislacionista: se lo impide su educación con maestros estoicos, peripatéticos, pitagóricos y platónicos (Diál. 2,1-5). Admite en ellos verdades, mas tampoco les concede validez en sí mismos. En los filósofos y sabios no cristianos hay «semillas de verdad» (Apol. 1,44,10), pero provienen de la verdad revelada: doctrina mosaica y profetas. Platón, afirma J., es discípulo de Moisés (Apol. 1,44,8; 59,1-6; 60,1-11). Los filósofos griegos tomaron del Pentateuco la doctrina sobre el fin del mundo, la existencia del infierno, la admisión de tres personas divinas, etc. (Apol. 1,59,6; 60,6-9); «y cuanto filósofos y poetas dijeron acerca de la inmortalidad del alma, de los castigos tras la muerte y de la contemplación de las realidades celestes o de doctrinas similares, pudieron entenderlo y exponerlo porque tomaron de los profetas el punto de partida» (Apol. 1,44,9). Por eso hay en ellos «gérmenes de verdad», pero sin desarrollar, como se «demuestra por no haberlo entendido exactamente, pues se contradicen unos a otros» (Apol. 1,44,10) y en numerosos casos, por no ser fieles a la verdad revelada, caen en errores: milenarismo platónico para los condenados (Apol. 1,8,4), fatalismo y no necesidad del conocimiento de Dios (estoicos) (Apol. 11,7,4; Diál. 2,3), etc. Consecuente con esta postura doctrinal, admite la existencia de cristianos antes de Cristo (Apol. 1,46,3).
      Cristianismo-judaísmo. En todo el Diálogo con Tri f ón acierta a perfilar los puntos claves, que después repetirán cuantos traten el tema de su relación. Judaísmo y A. T. son la preparación del N. T. y del cristianismo; el advenimiento de la Nueva Ley y del Nuevo Pueblo de Dios implicó la derogación del antiguo. En la exposición más que a argumentos de razón (Apologías) recurre acertadamente a citas veterotestamentarias, con preferencia de los pasajes que hablan del repudio de Israel.
      Doctrina. Concepto de la divinidad: Dios Uno y Trino. La fe en Dios es el centro de atracción de la vida y pensamiento de Justino. Se aparta del maestro estoico, porque éste juzga no necesario el conocimiento de Dios, y del pitagórico por dar preferencia a saberes humanos (astronomía, música, cte.), y se ilusiona con el platónico, porque «esperaba que de un momento a otro iba a contemplar al mismo Dios» (Diál. 11,2,3-6). Dios es «lo que se mantiene del mismo modo e invariablemente y es causa del ser de todos los demás» (Diál. 3,5). No tiene principio ni nombre; es inefable (Apol. 11,5,2). Niega su omnipresencia sustancial: «permanece siempre en su propia región -donde quiera que ésta se halle- mirando con penetrante mirada...» (Diál. 127,1). Este Dios Uno es Trino: Padre, Hijo y Espíritu Santo, fe trinitaria que formula con precisión, p. ej., al exponer la fórmula bautismal (Apol. 1,61,10-13; 61,3, cte.).
      El Logos. La distancia entre los hombres y Dios, situado «en su propia región» (arriba o fuera del mundo), se salva gracias al Logos, Dios-Hombre, «que es llamado Dios y es Dios y lo seguirá siendo» (Diál. 58,9), «y se hizo hombre» (Apol. 1,66,2; 11,13,4). En todo el mundo antiguo oriental, en contraste de ordinario con la mentalidad helénica, el logos-palabra y, sobre todo, el de la Divinidad no es sólo ni en primer lugar expresión del pensamiento sino una fuerza poderosamente dinámica. Para J., que, a nuestro juicio, aúna el concepto oriental-israelita y el griego, es «Logos y Potencia» (dynamis), con traducción en endiadis, «Logos dinámico, operativo» (Diál. 105,1), «potencia racional» (logike) (Diál. 61,1), la «Fuerza del Padre» (Apol. 11,10,8), cosmológica más que soteriológica, creadora del cosmos y del hombre (Apol. 1,64,4-5; 11,6,3; Diál. 62; 129,3, etc.), y Palabra reveladora de verdades a judíos y gentiles (Apol. 11,10,2-8; 13,3-6; Diál. 128,2-4; 56). Engendrado por el Padre, tanto insiste en este aspecto que, a veces, ofrece algún atisbo de subordinacionismo (v.) como si el Logos no existiera desde siempre, sino desde un momento determinado cuando el Padre lo necesitó en orden a la Creación y a la Revelación (Apol. II,5,3).
      Tomó de los estoicos su fórmula Logos spermaticós o «Razón seminal». La razón de cada hombre es una «semilla» del Logos, la de algunos en grado más intenso; así la de los filósofos y poetas (Apol. II,7,1). Mas el «Logos no seminal, sino total es sólo Cristo» (Apol. 11,7,3). Por eso, «cuanto de bueno está dicho en todos ellos nos pertenece a nosotros los cristianos» (Apol. 11,13,4-6) y hubo cristianos antes de Cristo (p. ej., Sócrates, Heráclito, etc.) en cuanto participaron de Cristo-Logos «por la investigación e intuición» y «por su conducta» (Apol. 1,46,2-3; - 10,2-8).
      Mariología. Es el primer autor cristiano, que contrapone el paralelismo Adán-Cristo, Eva-«Virgen María, Madre de Jesús, Hijo de Dios» y lo hace en el marco del pecado original y de la Redención (Diál. 100,4-5).
      Ángeles-demonios. Admite su existencia, cierta y afirmada en la Biblia. Pero en su interpretación, con frecuencia errónea, depende del pensamiento helénico que, desde el concepto platónico (Banquete 203a) de un dios lejano -como el de Justino-, pobló de démones buenos o malos el espacio intermedio; precisamente la demonología llegó a su apogeo en el s. II (Plutarco, Apuleyo, etc.). Los ángeles (v.), dotados de corporeidad aérea cuidan de los hombres (Apol. 11,4,3) y reciben culto expresado con términos no muy acertados: «veneramos», «adoramos» (Apol. 1,6,1-2). Algunos pecaron con mujeres; sus hijos son los demonios (Apol. 11,4,3), que recibirán el castigo del fuego eterno tras el juicio universal (Apol. 1,28,1). Antes, residentes en las capas inferiores de la atmósfera, corrompen a los hombres y obstaculizan la propagación del cristianismo (Apol. 1,26; 54; 57-58; 62; 11,4,4-6).
      Doctrina sacramentaría. Habla con claridad del bautismo: oraciones y ayunos preparatorios, baño de agua y fórmula trinitaria en orden a la «re-generación» (Apol. 1,61,1-13). Dos veces describe la liturgia eucarística: la de los recién bautizados (Apol. 1,65) y la de todos los domingos. Ésta, rito ya casi fijo, contiene todos los elementos de la Misa actual: Liturgia de la Palabra (lectura de los evangelios o de los profetas, homilía, preces de los fieles) y del sacrificio (ofertorio del pan, vino y agua, oración consecratoria, comunión de lo ofrecido «hecho carne y sangre de Jesús encarnado» por parte de los presentes y distribución por los diáconos a los ausentes); hay también ósculo de la paz y colecta para atender a los necesitados (Apol. 1,66 y 67). Se ha discutido si reconoce o no el carácter de sacrificio a la Eucaristía. Si en algunos pasajes (Apol. 1,13,1; Diál. 117,2) habla de la «oración y acción de gracias» como de los únicos sacrificios gratos a Dios, rechaza sólo el sacrificio material de cosas creadas al estilo de los paganos y judíos. Además afirma que «la Eucaristía es el sacrificio del pan y del vino, profetizado por Malaquías» (Diál. 117,1; 41,1), idéntico al de la última Cena (Apol. 1,66,2-3) (v. EUCARISTÍA II, A,3).
      Sagrada Escritura. Por J. sabemos que los cristianos del s. II usaban indistintamente «las Memorias de los Apóstoles, que se llaman Evangelios, o los escritos de los profetas», esto es, el A. y el N. T. (Apol. 1,66,3; 67,3). A juzgar por los numerosos testimonios, especialmente en el Diálogo con Trijón y en los c. 15-17; 32-41; 44-53; 63 de la Apología I, aunque no cita el 4° evangelio ni las epístolas paulinas, puede decirse que, excepto las Cartas pastorales, conoce todo el N. T., principalmente los sinópticos y el Apocalipsis. Cita el A. T. por la versión griega de los Setenta, cuyo origen expone (Apol. 1,31,2-5). Usó además otros textos apócrifos, si bien pudo tomar de la misma tradición oral que ellos esos datos alusivos, preferentemente, a la vida oculta de Jesús, p. ej., su nacimiento en una cueva próxima a Belén, venida de los Magos desde Arabia o desde Damasco, etc. (Diál. 77,4; 78,5 y 9-10; Apol. 1,34,2,3; 35,9; 38,3, etc.).
      Antropología. J. habla del hombre, compuesto de cuerpo (soma) y alma (psique) (Apol. 1,15,1; Diál. 14,5; 8,4; 14,2, etc.) con el vocabulario platónico y neoplatónico, dualista (v. DUALISMO), si bien en algún texto apunta una composición tripartita, también helénica: cuerpo, logos (alma racional) y psique (alma vegetativo-sensitiva) (Apol. 11,10,1). Pero una cosa es la terminología y otra el pensamiento que la informa, pues para J. las almas no preexisten a su encarcelamiento en el cuerpo (dualismo), sino que son creadas (Diál. 5,2). Además, la concepción unitaria aparece siempre que emplea «carne-sarx» como expresivo de todo el hombre (Apol. 1,66,2; Diál. 48,3, etcétera), si bien en este punto suele recoger la mentalidad hebrea con citas del A. T. (Diál. 44,3; 50,4; 87,6; 115,2; 130,2; 140,3).
      Escatología. Las almas, tras la muerte, no van directamente al cielo, sino que «permanecen las de los piadosos en un lugar mejor y las injustas en un lugar peor, esperando el día del juicio» (Diál. 5,3). Después de él, las almas-cuerpos unidos recibirán la felicidad o el castigo eternos (Apol. 1,8,4; 18,6; 19,4; 52,3; 45,6; Diál. 81,4). Pero antes los justos permanecerán «durante mil años en la Jerusalén reconstruida», milenarismo (v.) admitido no por todos los cristianos, sino sólo -según él- por los de «recto sentir» (Diál. 80,5; 81,1-4).
     
      V. t.: APOLOGÉTICA II, 1; PADRES DE LA IGLESIA III.
     
     

BIBL.: Texto: D. Ruiz BUENO, Padres apologistas griegos, Madrid 1954, 155-548 (ed. bilingüe e introducciones); PG 6,227-799: Acta de su martirio: D. Ruiz BUENO, Actas de los mártires, Madrid 1951, 311-16 (bilingüe).-Estudios: J. QUASTEN, Patrología, 1, Madrid 1961, 190-211; O. DEL NIÑO JESús, Doctrina eucarística de S. Justino, filósofo y mártir, «Rev. Española de Teología» 4 (1944) 3-58; A. PUECH, Les apologistes grecs du IP siécle de notre ére, París 1912; C. ANDRESEN, Justin und der mittlere Platonismus, Berlín 1953; G. BARDY, Justin, en DTC 8,2228-77; M. J. LAGRANGE, Saint Iustin, París 1914; O. PERLER, Logos und Eucharistie nach Justinus 1 Apol. c. 66, «Divus Thomas» 18 (Friburgo 1940) 296-316.

 

M. GUERRA GÓMEZ.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991