JULIO III, PAPA


Juan María del Monte nació el 10 sept. 1487 en Roma, hijo del abogado consistorial Vincenzo y sobrino del Card. Antonio del Monte, que abrió a su sobrino la carrera curial. Juan María fue sucesivamente arzobispo de Siponte (1511), obispo de Pavía (1520), dos veces gobernador de Roma bajo Clemente VII, vicelegado en Bolonia y auditor de la Cámara Apostólica bajo Paulo 111, Papa que le elevó al cardenalato el 22 dic. 1536. Representó a Paulo III como Presidente del Conc. de Trento, juntamente con los cardenales Cervini y Pole, de los cuales el primero fue también Papa (Marcelo II) y el segundo obtuvo todos los votos necesarios, menos uno, en el cónclave del que salió elegido Julio III.
      A la muerte de Paulo III, el cónclave abierto el 29 nov. 1549 se prolongó hasta el 8 feb. 1550. La oposición entre el partido francés y el hispanoimperial, a los que los cardenales seguían ciegamente, explican la inusitada duración del cónclave y la elección final del cardenal Del Monte, candidato de compromiso y no precisamente el Pontífice ideal para proseguir la reforma de la Iglesia iniciada por su predecesor. No le faltaban buena voluntad ni preparación para su difícil tarea; era, sin embargo, todavía un hombre del Renacimiento, excesivamente secularizado en contraste con sus evidentes deseos de proseguir la reforma tridentina, y no poseía, por otro lado, cualidades eminentes de gobernante, como las que tuvieron su predecesor inmediato y varios de sus próximos sucesores, que figuran entre los mejores Papas de toda la historia. Si su pontificado es importante, lo es pese a él mismo, sobre todo, por la celebración del Conc. de Trento, ya iniciado y que él continuó. Interrumpido desde antes de la muerte de Paulo III, J. III procuró desde el primer momento su reapertura. Todavía entonces, la idea central del concilio era la reducción de la herejía protestante, y a esta tarea consagró el Papa todo su empeño. Elemento clave para conseguir resultados positivos en esta tarea, dadas las circunstancias de la época, era la colaboración del Emperador Carlos V (v.) y del Rey francés Enrique II (v.). Una comisión cardenalicia, designada al efecto por el Papa, acordó en 1550 la reapertura del Concilio en Trento, y si Carlos V accedió a ello en principio, Enrique II se opuso ante el temor de que la reunificación religiosa de Alemania fortaleciese el poder imperial, disminuido entonces por sus dificultades con los príncipes protestantes alemanes. El Papa garantizó a Francia que el Concilio dedicaría toda su atención a las cuestiones eclesiásticas, sin ocuparse para nada de las políticas, y respetaría todos los privilegios de los reyes franceses; a la vez, J. III mantuvo con energía la no revisión de las decisiones ya adoptadas por el Concilio en materias dogmáticas en el pontificado anterior, y la autoridad papal sobre la propia asamblea conciliar. Pese a las reservas de Francia, J. III aprobó el 14 nov. 1550 la Bula convocando la continuación del Concilio; aprobada también por Carlos V, la Bula fue publicada solemnemente en Roma el 1 en. 1551, convocando el Concilio para el 1 de mayo del mismo año. Fue designado legado papal y primer presidente de la asamblea el cardenal Marcelo Crescenzi, y como copresidentes el arzobispo de Siponte Sebastián Pighino (que como embajador ante Carlos V había llevado a cabo las negociaciones arriba señaladas) y el obispo de Verona Luis Lipomano. En abril, el Papa confirmó como Secretario del Concilio al que lo había sido ya anteriormente, Ángel Massarelli, a quien debemos una documentación sobre Trento de valor incalculable. El 1 de mayo, según lo previsto, se abrió de nuevo el Concilio, cuyas sesiones se prolongaron hasta que en abril de 1552 la guerra declarada entre Carlos V y el elector Mauricio de Sajonia hizo imposible su continuación. El Papa decidió la suspensión del Concilio el 15 abr. 1552 y el 28 abr. su decreto se publicó en Trento. El 19 de mayo tenía lugar la famosa huida de Innsbruck de Carlos V escapando de las tropas protestantes reunidas por el elector de Sajonia. Si las disensiones internas del Imperio, y la casi irreductible oposición del rey de Francia, frustraron en buena parte las posibilidades que pudiera haber tenido el Concilio tridentino, bajo J. III, para reducir el protestantismo o evitar al menos las guerras de religión, en cambio fue importante la labor interna de consolidación de la Iglesia católica que en Trento se llevó a cabo, durante el pontificado del Papa Del Monte. Se publicó el Decreto sobre el Sacramento de la Eucaristía, que habían preparado y discutido los mejores teólogos de la época, entre ellos los españoles Laínez (v.), Salmerón (v.) y Melchor Cano (v.). Se dictaron igualmente doce capítulos dogmáticos sobre los Sacramentos de la Penitencia y la Extremaunción. Una amplia serie de textos de reforma de la disciplina, referentes sobre todo a facilitar el ejercicio de la autoridad episcopal, a la vida clerical y al ordenamiento judicial, fueron también aportados por esta segunda etapa del Concilio tridentino.
      Si en las guerras internas de los pequeños estados italianos no supo el Papa mantenerse neutral, y si junto a notables personalidades llamadas al Colegio cardenalicio otorgó también la púrpura y su confianza a algunas personas indignas, en particular el card. Inocencio del Monte, J. III procuró con continuo esfuerzo promover la obra de la reforma católica en toda Europa, sirviéndose para ello de la recién fundada Compañía de Jesús; luchó por la restauración del catolicismo en Inglaterra mediante la ocasión que le proporcionó el que la Corona recayese en _ la reina católica María Tudor; y atendió muy en especial a las misiones orientales, coincidiendo con su pontificado la obra misionera de S. Francisco Javier (v.). El 23 mar. 1555 m. el Papa, después de un pontificado de tránsito en el que su principal mérito fue no interrumpir la obra de la reforma ya iniciada antes de su elección, y continuada después de su muerte.
     
     

BIBL.: Pastor, XIII; Fliche-Martin, 17, 105-145; A. MASSARELLI, Diaria V-VI[, ed. de MERKLE, Concilium Tridentinum, II, Friburgo Br. 1911, 1-362; H. JEDIN, Breve Historia de los Concilios, Barcelona 1960 (con bibl.).

 

ALBERTO DE LA HERA.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991