JUICIO (Filosofía)


Definición, concepto y aclaraciones. Con el término juicio se designa el acto central del conocimiento (v.) humano. El estudio del j. corresponde por una parte a la Lógica (v.), más propiamente a la llamada Lógica formal, y por otra, a la Metafísica (v.) y concretamente, dentro de ésta, a la Teoría del conocimiento o Gnoseología (v.). Cabe también un estudio del j. dentro de la Psicología (v.), pero más bien en cuanto a la capacidad de formular juicios como propiedad del entendimiento (v.) humano.
      El estudio lógico del j. considera a éste como forma de pensamiento, atendiendo a su estructura esencial y a sus propiedades necesarias. El j., desde este punto de vista, se distingue del simple concepto (v.) y del raciocinio (v.). El concepto representa sólo un conocimiento incoativo, porque se limita a formar contenidos sin relacionarlos plenamente con el ser. En cambio, el j. lleva el conocimiento a su realización plena porque asintiendo a los cont°.nidos expresa su existencia. El raciocinio es, en cambio, un progresar de un conocimiento a otro.
      Tradicionalmente se suele definir el j. como el acto del entendimiento por el cual se compone o divide, afirmando o negando (cfr. Aristóteles, De anima, 111, 6,430a27; An. pr. I,1); se entiende esta definición en el sentido de que es propio del j. unir dos conceptos (llamados sujeto y predicado) afirmativamente o negativamente. El j. dice que algo es o no es. El sujeto y el predicado son la materia o contenido del j., la forma o estructura la dan la cópula «es» (o «son») y la partícula negativa si la hay. Aunque sujeto y predicado forman una unidad lógica cada uno, pueden ser integrados por varias palabras, p. ej., «los osos después de invernar (sujeto) son muy peligrosos e irritables (predicado)». Nótese que se llama j. indiferentemente al acto mental o al producto de ese acto; a este último se le llama también «proposición», término preferido en la logística (v. LóGICA II).
      Algunos autores como, p. ej., P. Hoenen, han señalado que esa definición tradicional oscurece más que representa la verdadera naturaleza del j., el cual, como dice S. Tomás, es más bien el acto de asentir o negar. El j. recae sobre algo que ya está ante la mente y no añade más que la comparación de un contenido mental con la realidad. El j. no tiene por finalidad producir el nexo interno entre sujeto y predicado; ese nexo ya está captado por la simple aprehensión (v.). Es decir, la simple aprehensión capta no sólo conceptos como «agua», «cien», etc., sino posibilidades o situaciones como «el agua hierve a cien grados». El j. recae sobre esa posibilidad afirmando «es verdad que el agua hierve a cien grados», o simplemente «el agua hierve a cien grados». En otras palabras, dice Hoenen, el j. no capta ningún dato material que no estuviera ya en la simple aprehensión.
      Se suele observar que la simple aprehensión no es ni verdadera ni falsa. Esto está claro cuando atañe a conceptos simples como «agua» y «cien»; no pueden ser verdaderos ni falsos porque ni afirman ni niegan una relación con la realidad. La aprehensión que recae sobre un hecho o fenómeno complejo como «el agua hierve a cien grados» parece a primera vista diferente de la que recae sobre un fenómeno simple; sólo mientras se trata de una mera posibilidad, o sea, mientras no haya asentimiento, técnicamente no hay ni verdad ni falsedad. En cambio, el j. tiene la propiedad esencial de ser verdadero o falso. En el caso, por supuesto, de j. que no tengan sentido, p. ej., «pensamientos amarillos corren con ruidosa dulzura», aunque sean gramaticalmente correctos no significan nada y no pueden ser verdaderos ni falsos (algunos lingüistas, como N. Chomsky, dirían al respecto que la oración citada no obedece a las estructuras o gramática profunda que fundamenta la semántica).
      Hay que reconocer que psicológicamente es difícil pensar en una posibilidad sin compararla con la realidad y sin atribuirle verdad ni falsedad. Además, la Lógica actual subraya que la verdad (v.) es propiedad de la proposición independientemente de los actos psicológicos que versan sobre ella. En este sentido, la proposición: «Nevó en lo que ahora es Vitoria el 1 de enero del a. 500 a.C.» es verdadera o falsa, aunque nosotros no podamos comprobar la verdad o falsedad de la misma. Hay que hacer notar, sin embargo, que esta tesis no está reñida con la teoría escolástica común, puesto que la misma proposición contiene formalmente una afirmación o negación. Los escolásticos siempre han distinguido muy bien entre el orden psicológico y el lógico.
      El j. puede formarse directamente sobre una situación o sobre unos conceptos o puede ser fruto de un raciocinio. Todo nuestro saber se articula sobre j., aunque no consta sólo de ellos.
      Así el estudio metafísico del j. considera a esta forma humana del conocimiento en el contexto general de la Teoría del conocimiento o Gnoseología (v.). Dicho estudio o consideración parte del j. que enuncia la esencia de un individuo (v.) concreto. Nuestro conocimiento se detiene primero en el aspecto patente de la cosa, pero, en cuanto conocimiento intelectual, alcanza hasta el núcleo más íntimo de la cosa que se nos presenta, es decir, hasta el ser (v.). En el j. llega la mente a un estado de mayor perfección . en cuanto adecuación a la realidad (v.) integrando los diversos aspectos que ha distinguido en la abstracción (v.).
      Estructura psicológica y lógica del juicio. Ya que el j. sigue a una simple aprehensión, va precedido también de un acto imaginativo, de una «imagen», a la que los escolásticos llaman «fantasma» (V. IMAGINACIÓN), puesto que todo acto de aprehensión tiene su correctoo imaginativo. Sin embargo, no es cierto que la representación imaginativa produzca el j.; prueba de ello es que hay j. negativos pero no cabe una imaginación negativa. A veces se habla de j. de pura percepción; serían aquellos que versan sobre datos que proceden de los sentidos; pero no todos estos j. son de pura percepción, algunos de ellos atienden a la existencia actual de relaciones necesarias contenidas en esos datos; otros alcanzan un nexo meramente contingente. En este caso, el único motivo para hacer el j. es la «coincidencia» que de hecho presentan el sujeto y el predicado.
      Antes vimos que se puede considerar a los términos del j. como su materia y la cópula (con la partícula negativa en su caso) como forma. Los tomistas suelen aplicar la noción de materia y forma (v. HILEMORFISMO) también a la relación entre sujeto y predicado en los juicios; el predicado sería la forma que se aplica al sujeto. En «los leones son carnívoros», «león» está en potencia de ser ulteriormente determinado por «carnívoro». A pesar de esta distinción, desde otro punto de vista hay identidad entre sujeto y predicado porque ambos se refieren al mismo supuesto o entidad, al menos en un j. afirmativo. En algunos casos, como hemos dicho, el nexo de identidad depende de una coincidencia accidental entre sujeto y predicado; en otros, en cambio, hay dos formas que están conexas de por sí, per se. La forma del sujeto en tales casos implica necesariamente la forma del predicado. En este contexto, es útil referirnos a la doctrina de los predicables.
      Los escolásticos llaman «predicables» (v.) a los distintos modos de relacionarse el predicado con el sujeto. Se pueden relacionar de modo esencial: genéricamente, específicamente o como diferencia esencial; es decir, el predicado es el género, la especie, etc., para el sujeto en cuestión. También se pueden relacionar sujeto y predicado de modo no esencial, sea el predicado una propiedad necesaria, sea un accidente completamente contingente.
      Todos los predicables, menos el puramente accidental, dan lugar a j. per se. El j. per se no es lo mismo que el j. per se notum. El j. per se notum es evidente por sí mismo (v. EVIDENCIA). Cabe un nexo necesario entre sujeto y predicado (per se) aunque ese nexo no sea inmediatamente evidente, sino que se conozca por la mediación de una demostración o raciocinio. En general, el conocimiento científico no es evidente, pero en cuanto fruto de una rigurosa demostración basada en relaciones causales, es per se (v. CIENCIA).
      De modo inverso, un j. evidente no tiene que ser necesario. Normalmente se piensa en primeros principios (v.) al hablar en Filosofía de lo que es per se notum; sin embargo, los j. obtenidos por percepción sensorial directa, como la existencia de mi pluma al redactar este artículo, o la existencia de la página para el lector, son también j. per se noti, y, en cambio, no son per se, puesto que el j. que afirma la existencia de algo finito nunca es en rigor necesario (V. NECESIDAD).
      De todos modos, esta distinción entre j. per se y per se noti no debe oscurecer el hecho de que lo que caracteriza al j. y lo distingue de la simple aprehensión es precisamente que aquél hace referencia al ser mientras ésta se refiere directamente a la esencia o quididad; así lo hace notar S. Tomás en In Boethium De Trinitate (q5 a3). El hecho de que el j. afirme o niegue la existencia hace que pueda ser erróneo. La simple aprehensión no puede ser errónea ni verdadera; está en otro orden. Sin embargo, esa existencia no tiene que ser existencia actual; un j. matemático, p. ej., versa sobre unas entidades puramente abstractas, que no tienen existencia real.
      Cantidad y cualidad de los juicios. Desde el punto de vista de la lógica formal los juicios se dividen según su cantidad y cualidad: todo j. o es afirmativo o negativo en cuanto a cualidad; todo j. tiene un sujeto universal o particular respecto a la cantidad.
      Hay, pues, cuatro tipos fundamentales de j.:
      Universal afirmativo o de tipo A: p. ej., «Todos los gatos son pardos».
      Particular afirmativo o de tipo I: p. ej., «Algún gato es pardo».
      Universal negativo o de tipo E: p. ej., «Ningún gato es pardo».
      Particular negativo o de tipo O: p. ej., «Algún gato no es pardo».
      Es también útil el simbolismo:
     
      SaP para «Todo S es P».
      SiP para «Algún S es P».
      SeP para «Ningún S es P».
      SoP para «Algún S no es P».
     
      Las vocales son las de los cuatro tipos de proposiciones. «S» y «P» simplemente son abreviaturas de «sujeto» y «predicado». Las siglas A e 1 provienen de las primeras dos vocales de la palabra latina a/firmo, mientras que E y O provienen de nego.
      Cuando el j. tiene un sujeto singular, p. ej., cuando el sujeto es un nombre propio, funciona formalmente como un j. universal. Si afirmamos «Charles De Gaulle fue un general» el nombre propio cubre toda la extensión posible (que en este caso es un solo individuo).
      División de los juicios. Otra distinción que se suele hacer acerca del j., o más bien acerca de la proposición que es expresión del j., es la división en categórica o simple e hipotética o compuesta. La proposición categórica es la que atribuye un predicado a un sujeto. La hipotética, que se estudia detenidamente en logística, consta de dos o más proposiciones simples unidas por partículas, como «si... entonces», «o», «y», «ni», «si y sólo si», etc.
      Hay algunas proposiciones que son compuestas de manera encubierta u oculta. Tal es el caso de las proposiciones particulares como «sólo», «excepto», «en cuanto». P. ej., los j. «Sólo Dios es perfecto», «Nadie excepto un filósofo profesional lee a Fichte», «El hombre en cuanto tal es racional», contienen en realidad más de una proposición.
      El lenguaje normal es rico en matices difícilmente captables por los esquemas lógico-formales. Considérese la frase «Pocos hombres que viven ahora nacieron en el s. xix». A primera vista se trata de una frase negativa particular, es decir, de tipo O. Su mensaje principal es «Algunos (en propiedad, «la mayor parte») de los que viven ahora no nacieron en el s. xix». Sin embargo, indica también, aunque no es su contenido principal, que «Unos cuantos de los que todavían viven sí nacieron en el s. xix». Es algo más que una escueta proposición de tipo O, sin llegar tampoco a ser una conjunción de una proposición de tipo O con otra de tipo I.
      Las proposiciones también se dividen en cuanto a su materia. El predicado puede convenir al sujeto de modo necesario, contingente o imposible. Estas relaciones se examinan en la lógica modal (v. MODO).
      Inferencias inmediatas. Se puede hacer algunas transformaciones con las proposiciones de tipo A, I, E, O sin que medie más información, es decir, sin que medie otra proposición. Por eso, estas transformaciones se llaman inferencias inmediatas.
      Para ello, se efectúa una transformación verbal (no lógica), de modo que quede clara y explícita la forma atributiva de sujeto y predicado. Es decir, en vez de «Todo pato nada» hay que entender «Todo pato es nadador». En vez de «Todo el mundo se divierte en los desfiles» hay que leer algo así como «Todos son personas que se divierten en desfiles». Algunas veces, incluso es necesario cometer ciertos barbarismos estilísticos sin cambiar jamás la información lógica contenida en la proposición original.
      De las proposiciones universales se siguen proposiciones particulares de la misma cualidad. «Toda vaca muge» implica «Alguna vaca muge», y «Ningún elefante vuela» implica «Algún elefante no vuela». Esta inferencia se llama subalternación. La universal es subalternante y la particular correspondiente es la subalternada. Se trata de una relación o inferencia lógica. Hay que notar que en el habla corriente, no se suele emitir un j. particular afirmativo, p. ej., «Algún perro es blanco», excepto cuando se cree no poder afirmar la proposición universal correspondiente, en este caso «Todo perro, es blanco». Es decir, de hecho siempre o casi siempre que se afirma una proposición de tipo 1, se está dispuesto a afirmar una de tipo O, lo cual equivale a negar la de tipo A. Pero esto es un hecho psicológico que no tiene que ver con la forma lógica explícita de las proposiciones.
      Se llama conversión de una proposición a la transformación en la que manteniendo el contenido esencial (o si se prefiere, el «mensaje») de una proposición se intercambian predicado y sujeto. Es decir, se intercambian los papeles de atributo y de receptor del atributo. Concretamente, las proposiciones de tipo E (universal negativa) sufren un cambio sencillo al igual que las de tipo I (particular afirmativa). «Ningún perro es alado» se convierte en «Ningún ser alado es perro». «Alguna serpiente es carnívora» se convierte en «Algún carnívoro es serpiente». En cambio, las proposiciones de tipo A (universal afirmativa) no admiten una transformación tan directa, puesto que normalmente el predicado tiene una extensión más amplia que el sujeto; de modo que la A se convierte en una I, p. ej., «Toda vaca es mamífero» se convierte en «Algún mamífero es vaca».
      Para la proposición de tipo O no existe conversión posible. De «Algún bípedo no es hombre» no se sigue que «Algún hombre no es bípedo». Tampoco se sigue que «Algún hombre es bípedo», del mismo modo que de «Algún perro no es gato» no se puede deducir la proposición «Algún gato es perro». Del hecho de que «algún S no sea P» no se puede saber si «todo P es S», «algún P es S», «algún P no es S», ni si «ningún P es S».
      Se llama obversión a una transformación en la que: 1) se cambia la cualidad de la proposición, es decir, la afirmativa se hace negativa y la negativa se hace afirmativa; y 2) se cambia la cualidad del predicado, es decir, un predicado definido se hace indefinido y viceversa. La proposición afirma la misma verdad tras la obversión por el efecto de una especie de doble negativa. P. ej., «Todo león es predatorio» se obvierte en «Ningún león es no predatorio». «Algún perro es predatorio» se obvierte en «Algún perro no es no predatorio». «Ninguna vaca es predatoria» se obvierte en «Toda vaca es no predatoria». «Algún felino no es predatorio» se obvierte en «Algún felino es no predatorio».
      Se puede hacer conversiones u obversiones mecánicamente. Ambas operaciones en combinación sirven para definir otra relación que se llama contraposición. La contraposición de una proposición es sencillamente su obversa convertida obvertida; es decir, primero se obvierte, luego se convierte la obversa, luego se obvierte la obversa convertida.
      La obversa de una I es una O, que es inconvertible. Por imposibilidad del segundo paso no se puede obtener la contraposición de una I. Las A, E, y O tienen contraposición.
      En el caso de A. «Todo S es P» se obvierte en «Ningún S es no P». Ésta se convierte en «Ningún no P es S», que a su vez se obvierte en «Todo no P es no S». P. ej., la contraposición de «Todo pato nada» es «Todo lo que no nada es un no pato».
      La obversa de E se obtiene de modo similar. «Ningún S es P» se obvierte en «Todo S es no P», que se convierte en «Algún no P es S», que se obvierte otra vez en «Algún no P no es no S». P. ej., «Ningún tigre es domesticable» se obvierte en «Algún animal no domesticable no es no tigre».
      En el caso de las O, de «Algún S no es P» se pasa a «Algún S es no P». Esto se convierte en «Algún no P es S», la que se obvierte en «Algún no P no es no S». La contraposición, p. ej., de «Algún perro no es leal» sería «Algún animal no leal no es no perro».
      La inversa de una proposición es, propiamente hablando, la conversa de la contraposición. Puesto que la contraposición de las E y las O es una proposición en O, y las O son inconvertibles, la única proposición que tiene inversa es la A. La inversa de la proposición «Todo S es P» es la conversa de «Todo no P es no S», o sea, «Algún no S es no P». La inversa de «Todo pato nada» es «Algún no pato es un no nadador».
      Hasta ahora hemos hablado de relaciones positivas, es decir, de modos de inferir proposiciones a partir de otras. Pero toda proposición excluye algunas proposiciones. Concretamente toda proposición de tipo A excluye la E y la O correspondientes. Las E excluyen las I y las A. Las I excluyen las E, mientras que las O excluyen las A. Las I y las O ni se excluyen ni se implican; son compatibles; una o ambas pueden ser verdaderas, pero no pueden ser ambas falsas. Entre la A y la E que versan sobre la misma materia, p. ej., «Todo ratón come queso» y «Ningún ratón come queso», existe la máxima oposición, la de contrariedad. Entre O y A o entre I y E existe la oposición de contradicción. «Todo ratón come queso» contradice «Algún ratón no come queso». «Algún ratón come queso» contradice «Ningún ratón come queso». De dos proposiciones contradictorias una tiene que ser verdadera y una falsa. De dos proposiciones contrarias no más de una puede ser verdadera, pero es posible que ambas sean falsas.
      Conviene recordar que términos como «contrario» y «contradicción», o como «converso» e «inverso», que en Lógica tienen una definición exacta, también se emplean en el habla común de modo mucho más confuso, p. ej., la contradicción suele confundirse con la contrariedad y la contrapuesta con la conversa e inversa, etc.
      Cuantificación del predicado. W. Hamilton, lógico inglés del s. xix, hizo popular la teoría de que se debe cuantificar el predicado de las proposiciones para explicitar sus relaciones formales (aunque se suele atribuir esta doctrina a Hamilton parece ser que no fue original, sino que éste la recogió de Jeremy Bentham; v.). Hamilton distingue ocho tipos de j., en vez de los cuatro tradicionales:
      Todos los A son algunos B.
      Todos los A son todos los B.
      Algunos A son todos los B.
      Algunos A son algunos B.
      Ninguno de los A son algunos B.
      Ninguno de los A es todos los B.
      Algunos A no son algunos B.
      Algunos A no son todos los B.
     
      Hamilton creía que esta cuantificación clarificaría el razonamiento silogístico. Pretendía distinguir la relación que existe entre «hombre» y «racional» en «Todo hombre es racional», y la que existe entre «hombre» y «mamífero» en «Todo hombre es mamífero». En el primer j. el sujeto y el predicado son co-extensivos; «hombre» agota todos los seres racionales, si se entiende la racionalidad en el sentido humano estricto de una inteligencia discursiva. En cambio, «hombre» no agota «mamífero», ya que hay muchos más mamíferos que hombres. Sin embargo, la solución de Hamilton reemplaza la ambigüedad de la forma tradicional del j. con una forma imposible. El sentido literal de «Todos los A son todos los B» o «Todo A es todo B» es que cada uno de los A son cada uno de los B, lo cual sería absurdo. Es curioso recordar que S. Tomás en In Sententias 1,q2 al adl, anticipó y rechazó la cuantificación del predicado.
      El juicio en la filosofía kantiana. Kant distingue entre varios tipos de j. y fundamenta toda su epistemología y crítica del conocimiento sobre esa distinción (v. KANT). En la Introducción a la Crítica de la razón pura, Kant dice que el predicado se puede relacionar con el sujeto de dos modos básicos. O el predicado pertenece al sujeto como algo que está contenido en el sujeto o el predicado está fuera del sujeto, a pesar de que está ligado al sujeto de alguna forma. El primer tipo es el j. analítico, el segundo es el sintético. Se piensa el j. analítico mediante la identidad de predicado con sujeto. En el j. sintético falta esta identidad (se trata de identidad formal, pues en todo j. afirmativo hay identidad material). En el j. analítico el predicado no añade nada, sino que resuelve el sujeto en las partes que le constituyen. En el mejor de los casos, el j. analítico tiene la función de explicitar el sujeto.
      Como ejemplos de j. analítico Kant ofrece la proposición «Todo cuerpo es extenso». En cuanto se entiende «cuerpo», se ve que «extenso» está entre sus notas o características. En cambio, el j. «Todo cuerpo pesa», según Kant, es sintético, ya que el predicado no está entre las connotaciones de «cuerpo».
      Los j. de experiencia, según Kant, son todos sintéticos. En cambio, los j. analíticos no se basan en la experiencia y no extienden nuestro saber. En cualquier j. empírico la experiencia añade algo siempre al mero concepto.
      Hay otra distinción esencial en Kant: la que media entre j. a priori y a posteriori. Al conocimiento necesario y universal que busca la razón y no depende de la experiencia lo llama a priori. El j. que depende sólo de la experiencia es a posteriori. P. ej., a priori los planetas obedecen la ley de la gravitación pero a posteriori sabemos que son nueve.
      Kant no quiere decir que el j. a priori es independiente meramente de una experiencia concreta, sino de toda experiencia. Se puede decir, p. ej., que un hombre que mina los cimientos de su casa, tiene que saber a priori que caerá la casa. Sin embargo, incluso este j. depende de la experiencia de la pesadez de los cuerpos, de modo que Kant lo excluye de su categoría de a priori. Para Kant el j. a priori es absolutamente independiente de la experiencia (v.).
      Todos los j. matemáticos son sintéticos a priori. El carácter sintético de los j. matemáticos había escapado, según Kant, a los filósofos anteriores a él. Lo cierto es que los lógicos posteriores, p. ej., B. Russell (v.), G. Frege, etc., han vuelto a insistir en el carácter analítico de los j. matemáticos.
      Según el ejemplo de Kant, «7-1-5=12» es un j. sintético porque hay que ir fuera de «7» y de «5» para encontrar el concepto de «12». Es necesario recurrir a una intuición del acto de contar, sea puntos, dedos u otra cosa. Y ese carácter sintético, dice Kant, es más claro, si cabe, en el caso de los números grandes, donde el análisis sólo sin intuición no producirá el concepto de la suma que buscamos. Y también es a priori el j. matemático, ya que tiene un carácter necesario, no basado, por consiguiente, en la experiencia.
      La Física también constaría, según Kant, de j. sintéticos a priori, al menos en sus principios. P. ej., el j. «En todos los cambios del mundo material, la cantidad de materia queda invariable» tiene un carácter de necesidad y no puede depender de la experiencia, por ello sería a prior¡. Pero también es sintético, ya que el análisis del concepto de la materia no engendra el concepto de su permanencia.
      La Metafísica (v.), en cuanto que pretende ser ciencia, debiera constar también de j. sintéticos a prior¡. Sin embargo, Kant concluye en su Dialéctica trascendental que la Metafísica no consiste más que en lucubraciones en torno a los conceptos de la razón pura. Dado que Kant considera desacertadamente que hay una total ausencia de un elemento empírico en los j. metafísicos, éstos resultan inválidós.
      Sin embargo, existen claros equívocos y objeciones en la teoría kantiana: En primer lugar, parece que el concepto de j. sintético está reñido con el concepto de j. a prior¡; si el predicado del j. no proviene del análisis del concepto, debe provenir de otro sitio, que sería, sin duda, la experiencia. Con respecto a los pretendidos j. sintéticos a prior¡ de la Metafísica, parece que la inuición del acto mental de contar en que se funda la noción de los números, o debe valer como experiencia o no; si no vale como experiencia, lo será como análisis.
      Es necesario, para criticar a Kant, mostrar cómo sus distinciones no sirven para dar cuenta de los principios necesarios. Ha observado el filósofo norteamericano Veatch (cfr. o. c. en bibl.), que el j. analítico de Kant no alcanza la relación entre un sujeto «A» y un predicado «B», sino entre un sujeto «AB» y un predicado «B», nunca entre notas distintas. En este sentido, es evidente que un j. analítico no puede ser fáctico. Más exactamente, los j. analíticos no dan ningún tipo de información, ni acerca del mundo ni acerca de los conceptos mismos.
      En última instancia, las deficiencias de la doctrina kantiana sobre el j. proceden de haber perdido la visión del conocimiento como adecuación de la inteligencia con la realidad, tratando de hacer salir a ésta del puro pensamiento (es lo que viene a ser el llamado j. sintético a prior¡). De ahí que su intento de una fundamentación crítica del conocer, y de superar el racionalismo (v.), se vea abocado al fracaso.
     
      V.t.: CONOCIMIENTO; SILOGISMO; APREHENSIÓN; APRIORISMO; IDENTIDAD; VERDAD.
     
     

BIBL.: ARISTÓTELES, Peri hermeneias (o De interpretatione); S. TOMÁS DE AQuINO, Comentario al «De interpretationev de Aristóteles; fD, Suma Teológica, 1 q16 a2; fD, De veritate, ql a3; J. MARITAIN, El orden de los conceptos, Buenos Aires 1965; R. loLIVET, Lógica y cosmología, Buenos Aires 1953; J. DE VRIEs, Lógica, Barcelona 1950; J. GREDT, Elementa Philosóphiae, 1, 13 ed. Barcelona 1961; A. MILLÁN PUELLES, Fundamentos de Filosofía, 7 ed. Madrid 1970 (cap. V); L. E. PALACIOS, Filosofía del saber, Madrid 1962; 1. M. BOCHENSKI, Historia de la Lógica formal, Madrid 1961; H. B. VEATCH, Two Logics, Evanston 1969; P. HOENEN, Théorie du jugement d'aprés Saint Thomas d'Aquin, Roma 1946; E. GILSON, L'Etre et 1'essence, París 1962; X. ZUBIRI, Ensayo de una teoría fenomenológica del juicio, Madrid 1923.

 

JAMES G. COLBERT, Jr.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991