JUAN VIII, PAPA
Circunstancias y significación de su Pontificado. A mediados del s. IX, ocupa la
Sede de S. Pedro el papa S. Nicolás I, último de los grandes pontífices de los
primeros siglos de la Iglesia. Desde su muerte, y hasta dos siglos más tarde con
la elección de León IX, Nicolás II y sobre todo Gregorio VII (v.), la Iglesia va
a atravesar un profundo periodo de decadencia, el siglo de Hierro del Papado
(v.). Tal vez la causa más directa de este declive sea la decadencia del Imperio
carolingio; los Papas habían ligado estrechamente su actividad a la política
europea, se habían convertido en figuras de primer orden de la vida política de
su tiempo, y el lento disolverse de la obra de Carlomagno (v.) acarreó consigo
la destrucción del poderío de los Papas, que pasan a ser víctimas y juguetes de
los señores feudales italianos, tal como los Emperadores lo serán del feudalismo
francés y alemán.
Muerto Nicolás I, y tras el pontificado de Adriano II, que se esforzó por
mantener la línea de gobierno de su gran predecesor, es elegido J. VIII,
colaborador también de Nicolás, y hombre de su mismo modo de pensar y de obrar;
era el 14 dic. 872. Pero si los propósitos del nuevo pontífice estaban
orientados en el sentido marcado por Nicolás 1, las circunstancias habían
cambiado. El emperador Luis II m. en 875, y con él desapareció el último
descendiente de Carlomagno capaz de mantener el Imperio en su primera grandeza;
en 877, la muerte del patriarca de Constantinopla Ignacio devolvió aquella sede
a Focio (v.), replanteándose la cuestión del cisma oriental (v. CISMA u); las
grandes misiones eslavas de Metodio comienzan a atravesar serias dificultades
por la misma época; la vida romana, dominada por pequeños señores que cada vez
obtienen mayor independencia frente al poder imperial, se corrompe y se degrada
en lo moral y en lo político con creciente intensidad. J. VIII intenta luchar en
todos estos frentes al mismo tiempo, y aún obtiene importantes éxitos, que
detienen de momento la decadencia política del Imperio y religiosa de la
Iglesia. Su muerte el 15 dic. 882, muy posiblemente asesinado por sus propios
servidores, señala a un tiempo el definitivo fracaso de sus intentos y la
apertura del negro siglo de Hierro, en que la muerte violenta de los Papas
llegará a hacerse casi tan común como la de los señores feudales, en manos de
quienes aspiran a controlar su sucesión.
Intervención en la política europea. Mientras vivió Luis II, el imperio
carolingio mantuvo aún su vigor, y J. VIII procuró colaborar con el Emperador en
la dobie tarea de mantener la unidad política del occidente y alejar la amenaza
sarracena del sur de Italia. Pero fallecido aquél en 875, la propia corona
imperial pasó a ser motivo de disputa entre sus herederos, no habiendo dejado
hijos y no existiendo una clara norma sucesoria. El Papa reclamó entonces el
derecho a designar al Emperador, que le fue reconocido: eligió a Carlos el Calvo
frente a Luis el Germánico, inclinándose así por la rama francesa de los
descendientes de Carlomagno, contra la rama alemana. Pero Carlos el Calvo m. el
877, y su solemne coronación en Roma por el Papa (en la Navidad del 875) quedó
así sin efectos. Inmediatamente, la rama germánica carolingia intentó obligar al
Papa a designar un nuevo Emperador alemán, y J. VIII, después de sus intentos en
favor de Boso de Provenza y del hijo de Carlos el Calvo, Luis el Mudo, hubo de
aceptar como Emperador a Carlos el Gordo, hijo de Luis el Germánico, coronándolo
en Roma el año 881. El poder papal en la elección de los emperadores quedó así
muy debilitado, y los señores italianos tomaron de ello ocasión para infligir al
Papa continuas humillaciones, hasta obligarle a abandonar Roma, adonde sólo pudo
volver con ayuda de los franceses.
La Iglesia oriental. El patriarca Ignacio, que ocupaba la sede de
Constantinopla en lugar del desposeído Focio, no mantuvo, sin embargo, con Roma
buenas relaciones, pues intentaba ejercer su autoridad sobre los búlgaros,
mientras el Papa deseaba mantener aquella Iglesia directamente dependiente de sí
mismo. Muerto en 877 Ignacio, Focio volvió a ocupar su sede, y buscó un
entendimiento con el Papa. Es difícil juzgar a éste, pues en el sínodo romano
del 878 se leyó una carta suya a los enviados bizantinos de la que tenemos dos
redacciones, sin que se sepa con seguridad cuál es la auténtica. En la versión
latina se perdona a Focio en bien de la paz, absolviéndole de sus anteriores
censuras; en la griega se hace el panegírico del patriarca, sin dejar clara la
primacía romana en los puntos que había combatido Focio. En todo caso, las
relaciones entre Roma y Constantinopla atravesaron desde entonces un periodo de
paz hasta la muerte del Papa.
Gobierno interior de la Iglesia. Es muy abundante la legislación de J.
VIII en materias eclesiásticas. Cuidó particularmente la disciplina del
matrimonio en favor de la unidad e indisolubilidad de la unión conyugal;
intensificó la dependencia de los metropolitanos con respecto a Roma; reafirmó
el fuero eclesiástico, sustrayendo a los clérigos y religiosos del poder de los
tribunales civiles. Defendió la liturgia romana y a la vez supo aceptar las
tradiciones litúrgicas locales; celebró abundantes sínodos, y en particular
sobresale por el notable crecimiento que la autoridad papal experimentó bajo su
pontificado sobre los obispos diocesanos en toda Europa. Sinembargo, no acertó a
mantener limpia la corte papal de personajes de dudosa conducta, que llenaron su
pontificado de sombras y concluyeron dando paso al control de la sede romana por
las fuerzas políticas italianas, en los años posteriores a su muerte.
BIBL.: G. BATTISTA PICOTTt, Giovanni VIII, en Enciclopedia Cattolica, V1,582-584; P. BALAN, Il pontilicato di Giovanni VIII, Roma 1880; A. LAPÓTRE L'Europe et le Saint-Siége, 1. Le Pape lean VIII, París 1895; A. EHRHARD, W. NEuss, La Iglesia en la Edad Media, III, Madrid 1961; G. CASTELLA, Historia de los Papas, I, Madrid 1970.
ALBERTO DE LA HERA.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991