JUAN DE ÁVILA, SAN
Vida y actividades. N. en 1499 en Almodóvar del Campo (Ciudad Real). Fue hijo
único de Alonso de Ávila, descendiente de judíos, y de Catalina Xixón. De 1513 a
1517 estudia en Salamanca las «negras leyes». Allí sufre una verdadera
conversión a una vida mejor. De 1517 a 1520 vive retirado en Almodóvar. De 1520
a 1523 estudia Artes en Alcalá, alcanzando el título de bachiller, y del 1523 a
1526 estudia Teología. Vive en un clima efervescente de renacentismo e
iluminismo (v.). Las prensas complutenses editan por entonces los libros de
Erasmo (v.). La mayoría de los profesores y alumnos son sus partidarios. J. de
A., más tarde, recomendará su lectura (Cartas 5 y 225).
Se ordena sacerdote en 1526 y celebra en Almodóvar su primera Misa, para
marchar en seguida a Sevilla con ánimo de pasar a las Indias. Antes repartió
entre los pobres su patrimonio. Pero en Sevilla le conoce el buen sacerdote
Fernando de Contreras y éste consigue que el arzobispo Manrique le retenga allí.
Quizá su sangre «no limpia» impidiera el embarque. Trabaja en Sevilla, Écija,
Alcalá de Guadaira, Lebrija... Pero pronto, en 1531, es denunciado a la
Inquisición (ciertas frases borrosas, las clásicas reuniones de grupitos para
hacer oración, etc.). En 1531 se dicta contra él la orden de prisión. Durante la
misma su espíritu madura y piensa planes de acción. Traduce el Kempis (v.) y
comienza a escribir el Audi Filia. El 5 jul. 1533 es absuelto. Marcha a Córdoba,
cuya diócesis será, en adelante, el epicentro de su vida inquieta. Luego a
Granada, donde debió de hacerse maestro en Teología. También Baeza, Jerez de la
Frontera, Sevilla, Zafra, Priego, Montilla, etc., serán escenario de su
apostolado multiforme. Porque J. de A. predica, confiesa, dirige, escribe, reúne
discípulos, funda colegios, aconseja a obispos, crea un movimiento de renovación
pastoral que pronto le hará célebre en toda España. Su predicación impresiona y
las conversiones que provoca son a veces llamativas: Sancha Carrillo, Juan de
Dios (v.), María de Hoces, Francisco de Borja (v.)... En seguida reúne un
crecido número de discípulos y dirigidos de todas las clases y condiciones.
Entre los que le consultan ocasionalmente figura Teresa de Jesús. Algunos
clérigos forman un grupo de hijos espirituales que le obedecen, trabajan a sus
órdenes, y constituyen casi una congregación. Algunos tienen vida común con él.
Son misioneros, catequistas, maestros en colegios, y desde sus oficios y
beneficios viven una vida apostólica y ejemplar, aquella que Trento legislaba
por esos mismos días.
La fundación de colegios fue una de las grandes preocupaciones y
realizaciones de J. de A. En esto, como en otras iniciativas pastorales, fue su
maestro F. de Contreras. Pero él amplió los horizontes: Colegios para formación
de clérigos como en Granada, Córdoba, etc. Colegios «de la doctrina» para niños
pobres. Colegios de estudios para clérigos, y seglares de distintas categorías:
de letras, de artes, de teología, de escritura. En el Colegio de Baeza (fundado
por el notario papal Rodrigo López en 1538) es procurador y gestor; en él pondrá
sus mejores empeños y colocará a los mejores de sus discípulos, hasta
convertirlo en la universidad más importante de toda Andalucía (año 1542 y ss.).
Más de quince colegios de una u otra clase fundó a lo largo de su vida. En la de
otros muchos intervino indirectamente por medio de sus discípulos.
El movimiento sacerdotal y apostólico de J. de Q. se encontró con otro
similar que penetra en España hacia 1546: la Compañía de Jesús de Ignacio de
Loyola (v.). Pronto surgieron los contactos. El resultado fue que el grupo de J.
de A. quedó frenado sin llegar a organizarse y muchos de sus discípulos pasaron
a la Compañía. Él mismo estuvo en pasamientos y tratos para incorporarse a ella
y S. Ignacio lo deseó grandemente, pero sus años y achaques, su condición de
«cristiano nuevo», su estilo espiritual, lo impidieron. J. de A. siguió
cultivando a los discípulos que quedan en el siglo, o en otras instituciones, y
siendo el consultor de media España que busca en él consejos e iniciativas
espirituales.
Los grandes prelados, como Gaspar de Ávalos, Cristóbal de Rojas, Juan de
Ribera, Pedro Guerrero..., le escriben y consultan. A Pedro Guerrero, su gran
amigo, dedica el Tratado de la reformación del estado eclesiástico, y su escrito
De lo que se debe avisar a los obispos, obras que aquél llevará a Trento, ya que
no pudo llevar al maestro. Para Cristóbal de Rojas redactará las Advertencias al
Concilio de Toledo (1565-66), que aquél presidió, y que fue uno de los Concilios
provinciales convocados para aplicar el de Trento.
Los últimos 16 años de su vida los pasa retirado en Montilla. Graves
enfermedades le postran y debilitan. Vive con dos de sus discípulos, Juan Díaz y
Juan de Villarás. Desde allí atiende a todos, escribe y reza. Dirige a Ana Ponce
de León, condesa viuda de Feria, monja en el monasterio de Clara de aquella
ciudad. Trata mucho con los jesuitas que han fundado un Colegio en Montilla.
Sufre con la inclusión de su Audi Filia en el drástico catálogo de libros
prohibidos del inquisidor Valdés en 1559 (se había editado su libro en Alcalá en
1556 sin que él lo supiera) y porque varios de sus discípulos se ven más o menos
implicados en asuntos inquisitoriales: son cristianos nuevos, y tienden hacia un
iluminismo (v.) que no es el sereno y equilibrado del Maestro. Sus dolencias son
cada vez más graves y muere santamente en su casita de Montilla el 10 mayo 1569.
Quiso ser enterrado en la iglesia de la Compañía de Jesús. Fue beatificado por
León XIII en 1894 y declarado patrono del clero secular español en 1946 por Pío
XII. Canonizado en 1970 por Paulo VI.
Significado de su obra. J. de A. es el exponente principal en España de la
reforma religiosa en la hora del Renacimiento. Todas las inquietudes y deseos
que desde el s. xv venían pululando, y que a lo largo del xvi cristalizarán en
mil realizaciones más o menos logradas, él las centra en cierta manera. Su misma
condición de clérigo secular sin más aditamentos le hace más universalmente
representativo. En sus relaciones humanas hay personas de todas las edades y
todas las clases sociales, cuenta con discípulos de muy variada condición:
prelados, clérigos, religiosos (Fray Luis de Granada será de los más afectados
por él y que más le veneren), nobles, gentes humildes. Pero lo más interesante
es el equilibrio doctrinal y de acción que él significa. Los afanes de reforma
del s. xv y primera mitad del xvi son imprecisos, vacilantes muchas veces. Se
buscan soluciones, con generosidad casi siempre, pero en ocasiones sin acierto.
El clima general es, por eso mismo, de libertad, de irenismo, de iniciativas
audaces. Se vuelve la mirada al Evangelio y... a los clásicos paganos. Ese
ambiente es el que ha respirado J. de Á. en Alcalá. Su alma recta y
auténticamente cristiana le ha hecho asimilar lo mejor de aquel clima, e
instintivamente le ha librado de ciertos escollos.
Pero los tiempos fueron cambiando. Y la libertad de movimientos de los
hombres también. Las tensiones se definen y precisan, y las actitudes
encontradas se fueron recortando y se levantaron frente a frente. Trento (v.) es
la gran línea divisoria. Todo esto se registra muy bien en la vida y en la obra
de J. de Á. Basta confrontar las dos redacciones del Audi Filia, la de 1556 y la
de 1574. En la primera el tono es más optimista y de mayor confianza, amplio, «irénico»,
se insiste en el beneficio de Cristo, tema tan valdesiano y erasmiano; hay más
pasividad en la vida espiritual que se presenta, y más frescura, más libertad en
la expresión, hay gotas de nominalismo (v.) en el fondo. La segunda edición
aparece después del Conc. de Trento. Su tono es distinto. Lo esencial permanece
pero depurado, precisado, anotado con explicaciones y atenuantes.
Permanece lo que hubo siempre en él de la S. E. (sobre todo de S. Pablo),
de fervor patrístico y tomismo, de espiritualidad de S. Bernardo y S.
Buenaventura, de influencias de la devotio moderna (v.), de escondido erasmismo
y humanismo renacentista. Permanece el tema clave de su vida y de su doctrina:
el misterio de Cristo, del Cristo total, pero mejor matizado a la luz del Conc.
de Trento. Ignacio de Loyola, la otra cumbre de la reforma en España, fue
siempre más igual a sí mismo, más cauto, en cierto modo más sencillo y más
anclado en lo seguro y recibido. El mismo amor empujó a estos dos hombres y les
hizo en gran parte afines, pero su psicología era distinta. En J. de Á. hay más
teología y peso doctrinal. Y también más cultivo de la vida de oración, que
llevará a desviarse a algunos de sus discípulos, haciéndoles incidir en un
iluminismo peligroso, que supo evitar la gran personalidad del maestro. Esa
tendencia se dio también en no pocos jesuitas españoles, y dio quehacer a los
superiores de la Orden a lo largo de todo el s. xv1. La espiritualidad de ambos
es eminentemente apostólica, volcada a la acción, que en Ignacio aún es más
relevante. En cuanto a realizaciones prácticas J. de Á. e Ignacio fueron
clarividentes y eficaces, pero Ignacio dio con la fórmula institucional, la
Compañía, de proyección universal. J. de Á. no pasó de crear un movimiento
fecundo pero que -no institucionalizado- se extinguió en seguida. Hay algo de
grandioso fracaso en su obra y en su vida que acabó humildemente en el rincón de
Montilla.
En resumen, J. de A. recoge lo mejor de las corrientes espirituales
anteriores, y nos ofrece una doctrina ecléctica pero genial, y en él muy
completa y lograda: cristocéntrico y eclesial, asceta firme y prudente, abierto
a la mística sin exaltaciones sentimentales. Su preocupación por la reforma
eclesial tuvo consecuencias preciosas, sobre todo en lo que a la visión y
formación del estado clerical se refiere. Sus advertencias a Trento en ese
sentido fueron penetrantes y exactas. Hombre de vuelo sublime y de sentido
práctico a la par, que vivió toda la maravillosa evolución espiritual de su
tiempo. Tradicional y, a la vez, intelectualmente al día. Contemplativo,
austero, celoso y trabajador. Su historia refleja la historia de la España
espiritual del s. XVI.
Escritos. El Audi Filia, antes citado. La 2a ed., cuidadosamente limada y
ampliada por él, se publicó ya después de su muerte, en 1574. Los Sermones, que
recogen algo de lo que fue su ardiente predicación. Las Cartas, lo mejor de J. y
de las que varias constituyen pequeños tratados. El Tratado sobre el sacerdocio,
de donde se tomaron las pláticas sobre el mismo tema. El Tratado sobre el amor
de Dios, sencillamente delicioso. La traducción del Kempis, ya aludida. Y otras
obras menores (avisos, pequeños trataditos, versos...). La influencia de sus
escritos, aun durante su vida, fue inmensa. Se editan y traducen mucho después
de su muerte y casi todos los autores espirituales posteriores le citan. En la
misma escuela beruliana (v. BERULLE) influirá por su doctrina y afanes por el
sacerdocio, sobre todo a través de A. de Molina, que depende de él. J. de A. no
es un pensador hondo y genial, como p. ej. S. Juan de la Cruz. Por eso, como
ocurre con todos los activistas y culturalistas, su influencia actual es más por
su recuerdo histórico y ejemplar que por su real magisterio doctrinal, sin que
éste pueda negarse a una selección de sus escritos, por su sana y elaborada
espiritualidad, por su realismo, por su estilo sereno y vigencia actual.
BIBL.: Ediciones críticas de sus obras: Obras completas del Santo Maestro Juan de Ávila, ed. L. SALA BALUST y F. MARTíN en la BAC, 3 vol., Madrid 1970; L. SALA publicó la 1' redacción del Audi filia, en la colección «Espirituales Españoles», Barcelona 1963 (que descubrió en la Bibl. Nacional de Lisboa; era desconocida desde su prohibición en 1559); la 21 redacción del Audi filia ha tenido numerosas ediciones hasta hoy, una de las más recientes de Ed. Rialp, Madrid 1957. La trad. de 1. de A. de la Imitación de Cristo (Kempis) es la atribuida durante mucho tiempo a Fr. Luis de Granada; Advertencias para el Conc. de Toledo, ed. R. S. LAMADRID, Granada 1941; Memoriales para el Conc. de Trento, ed. C.- ABAD, Comillas 1950; Sermones del Espíritu Santo, Madrid 1957.
B. JIMÉNEZ DUQUE.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991