JUAN APOSTOL Y EVANGELISTA, SAN, III. EPISTOLAS.


Tres son las que se atribuyen al apóstol S. Juan. La segunda y tercera, brevísimas, se deben a la pluma de el Anciano, título que muy bien puede referirse a J., aunque también podría designar al supuesto «presbítero» del mismo nombre (v. II, 5). La primera, la principal y más extensa, tiene tal cúmulo de afinidades con las ideas, lengua y estilo de lo, que sigue necesariamente la suerte de éste respecto de su autenticidad. Las tres figuran en el canon de la Iglesia católica.
      a. Autenticidad y canonicidad. Los especialistas que admiten lo como obra del apóstol J. también admiten, por las mismas razones, que las tres epístolas, y sobre todo la primera, son obra de la misma mano apostólica. Efectivamente, la 1 lo (cfr. 1,1-3; 4,14) se debe a un testigo ocular de la vida de Jesús. El prólogo y el epílogo (1,1-4 y 5,13) son, en cuanto a las ideas, muy semejantes al prólogo y al epílogo del evangelio (lo 1,1-14 y 20,31). El pensamiento progresa en ambos escritos con el mismo ritmo; idénticas son las antítesis (vida-muerte, luz-tinieblas, verdad-mentira, etc.); idénticos, el vocabulario, el estilo, la sintaxis, el paralelismo hebreo, la elevación de los pensamientos y de los temas teológicos. Si hay pequeñas diferencias, se deben al género literario (epistolar-homilético aquí, narrativo-dogmático en lo) y tal vez a que aquélla refleja novedades muy recientemente surgidas en la Iglesia (herejías), cosa que en lo no aparece.
      En la tradición cristiana del s. ii atribuyen expresamente la 1 lo al apóstol los mismos autores que le atribuyen el evangelio, a saber: S. Ireneo, el Canon de Muratori, Clemente de Alejandría, Orígenes, Tertuliano. La citan como libro sagrado Papías (según Eusebio, Hist. ecles., 111,39,17), S. Policarpo, S. Justino, etc. Por otro ello, en la Antigüedad nunca hubo dudas sobre 1 lo. En cambio, sí las hubo, hasta el s. v, sobre la 2 y 3 Io, especialmente desde que Eusebio se declaró por la distinción de los dos Juanes: el apóstol y el «anciano» (=presbítero). No obstante, desde el s. v han sido consideradas siempre como canónicas. Las semejanzas de la segunda y tercera entre sí, y de ambas, a pesar de su brevedad, con la primera, impulsan a los autores de hoy a considerar las tres como de la misma mano.
      b. Características generales. 2 y 3 lo siguen el formulario habitual, aunque brevísimo, de las cartas cristianas: autor y destinatario, al principio; saludos, al final. En cambio, 1 lo aparece como anónima, como si fuera más bien un tratado doctrinal que una carta. Pero tampoco es propiamente un tratado, puesto que su tono es coloquial y personal. Junto con este tono, desde el principio hasta el fin, tiene cierto hieratismo predicacional, con frases paternales y afectuosas, como de un padre venerable que escribe a sus hijos espirituales. Por eso, aunque le falten los formularios epistolares, es realmente una carta, con caracteres homiléticos y pastorales (V. EPÍSTOLAS).
      c. Destinatarios y fecha de composición. 3 lo va destinada a un individuo determinado, Gayo, a quien el autor felicita por su sana conducta. Éste sigue fiel al apóstol y a sus enseñanzas. No así un cierto Diotrefes, que tal vez sería una persona significada de la iglesia a la que pertenece Gayo. Diotrefes se ha rebelado contra el apóstol; lo critica ásperamente; no recibe a los misioneros itinerantes. El apóstol lo reprenderá cuando allí vaya. 2 lo está dirigida «a la señora Electa». Con este nombre, según la opinión hoy más generalizada (cfr. también vers. 13: «Te saludan los hijos de tu hermana Electa»), el autor alude a una iglesia determinada del Asia Menor, y no a una persona particular. Así se deduce de la lectura: se ve que se trataba de una iglesia que andaba en la verdad, a la cual previene el apóstol contra los falsos doctores, quienes tienen la osadía de negar que Jesús es el Cristo venido en carne (vers. 7; cfr. 1 lo 4,2). El apóstol promete a esta iglesia una pronta visita.
      1 Io se dirige claramente a los fieles en general, pertenecientes a las diversas iglesias de Asia Menor sometidas a la autoridad de S. Juan. Éstas iglesias se encuentran ante un grave peligro. En ellas están haciendo acto de presencia algunos adversarios de la fe cristiana, a los que el autor llama «anticristos» (2,18.22; 4,3) y «falsos profetas» (4,1), los cuales «de nosotros salieron, pero no eran de nosotros» (2,19). El error fundamental de estos tales es que niegan que Jesús sea el Cristo, el Hijo de Dios (2,22; cfr. 4,15; 5,5), con lo cual destruyen el hecho de la encarnación y la base misma del cristianismo. Junto a tales desviaciones doctrinales, aquellos herejes tenían también desviaciones morales de carácter gnóstico; pretendían estar exentos de todo pecado (1,8-10) y menospreciaban los mandamientos, especialmente el del amor a los hermanos (2,4.9). A pesar de todo, J. no escribe su carta directamente contra los herejes, sino en general para los cristianos fieles, que siguen en la comunión con Dios y con el apóstol (1,3). Por consiguiente, no es una carta polémica, sino doctrinal-pastoral.
      En cuanto a la fecha de composición, nada puede decirse con certeza. Analizando las cartas, se puede sospechar que la segunda es anterior a la primera, porque trata el mismo tema como en compendio, mientras que la primera lo desarrolla con más amplitud. El caso sería parecido al de Gal y Rom, o de Col y Eph. Quizá el orden cronológico de las tres sea precisamente el inverso, de lo cual resultaría que 1 lo es el último escrito del N. T. En relación con lo, tampoco puede afirmarse nada en concreto. Hay quienes sospechan que las cartas son algo anteriores a éste en su última redacción, porque las cartas estarían redactadas por el mismo apóstol, mientras que la última redacción del evangelio pudo venir de los discípulos del apóstol a raíz de su muerte. Pero, a nuestro modo de ver, a ello se opone una reflexión de tipo histórico. Porque, a pesar de que lo fuera redactado por etapas, y por consiguiente refleje un estado de pensamiento anterior a las cartas, sería raro que, si su última redacción fuera posterior a ellas, no aparezcan en él esos brotes de herejías nuevas que en las cartas aparecen. Por eso, se ha de pensar que las cartas son algo posteriores a la redacción definitiva del evangelio, aunque no mucho, por la semejanza ideológica entre éste y 1 lo. En resumen: la fecha aproximada de las cartas es el a. 100.
      d. Análisis de 1 lo. La división lógica de 1 lo es difícil. Muchos planes se han propuesto, pero ninguno satisface plenamente. Su intento parece ser el de escribir en torno a un único tema: la experiencia personal del autor con respecto al Logos de vida, y la comunión de los creyentes con Él, por medio del amor y de la fe (1,1-4). Pero no se olvide que también aquí sigue el autor su procedimiento favorito, repetido tantas veces en lo: acercarse con insistencia a una misma verdad o a un mismo panorama, situándose en distintos niveles de observación. En 1 lo se advierte ese constante ir y venir en torno a la misma idea: la comunión con Dios por medio del Logos encarnado, tanto en el aspecto doctrinal de esa comunión como en las consecuencias morales que de ella se derivan. Según esto, después del prólogo (1,1-4), la división hoy más seguida es la tripartita: 1) Nuestra unión con Dios como vida en la luz (1,5 - 2,27), lo cual se consigue caminando en la luz y rompiendo con el pecado; observando los mandamientos, en especial el del amor; huyendo del mundo y de los anticristos; 2) nuestra unión con Dios mediante nuestra filiación divina (2,28-4,6), lo cual se consigue viviendo como hijos de Dios; evitando el pecado; aceptando el mensaje del amor; huyendo de los anticristos y del mundo; y 3) el amor de Dios y la fe, como condiciones para la unión con Dios (4,7-5,12). Luego viene el epílogo (5,13-21).
      e. El «Comuna iohanneum». Célebre ha sido este problema, hoy ya resuelto. Lo suscitó el texto de la Vulgata latina, que lee así el pasaje de 5,7-8: «Pues tres son los que testifican en el cielo: el Padre, el Verbo y el Espíritu Santo; y estos tres son uno. Y tres son los que testifican en la tierra: el Espíritu y el agua y la sangre; y estos tres son uno». Las palabras que van en cursiva no figuran en ningún ms. griego antes del s. xv, ni en las antiguas versiones orientales, ni en los ms. latinos más antiguos. Aparecen por primera vez en Prisciliano (m.380), con retoques heréticos. No las traen los códices más antiguos de la Vulgata, pero en ella se introducen antes del s. Ix. Y esta interpolación se hace en España, de donde pasa luego al texto oficial. Hoy no cabe duda de que el origen del Comma es español. Seguramente que S. Peregrino lo pondría en nota marginal. Quizá fue S. Isidoro quien lo introdujo en el texto, siempre en forma ortodoxa. De todas maneras, a partir del decreto del Santo Oficio del 2 jun. 1927, nadie lo considera ya como inspirado ni como canónico.
     
      V. t.: APÓSTOLES; EVANGELIOS; EPÍSTOLAS; APOCALIPSIS I.
     
     

BIBL.: Comentarios: J. CHAINE, Les Épitres catholiques, París 1939; A. CHARUE, en La Sainte Bible, de L. PIROT y A. CLAMER, 2 ed. París 1946; P. DE AMBROGGI, Le Epistole cattoliche, en La Sacra Biblia, dir. S. GAROFALO, Roma 1957; T. BONSIRVEN, Épitres de St. lean, en Verbum Salutis, 2 ed. París 1954; F. J. RODRfGUEZ MOLERO, en La Sagrada Escritura, Nuevo Testamento, vol. 3, Madrid 1962, 335-546; R. SCHNACKENBURG, Die Johannesbriele, 2 ed. Friburgo 1963.

 

SERAFÍN DE AUSEJO.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991