IRRACIONALISMO


Suele llamarse así a la doctrina filosófica que comprende a todas aquellas teorías que niegan el primado de la razón (v.), entendiendo por tal al entendimiento (v.) humano en su función discursiva. En sus posturas más extremas, el i. sería con frecuencia una reacción al exagerado racionalismo (v.) dominante en muchos filósofos y pensadores a partir de Descartes (v.), y que perdura en diversos ambientes y corrientes hasta el s. xx (por ej., v. POSITIVISMO; EMPIRISMO; IDEALISMO; etc.), pero sin lograr el equilibrio y acierto de un verdadero realismo (v.). En realidad, se trata de un término de significado poco preciso y en el que se engloban posturas doctrinales de muy diversa índole y motivación. Así, dentro de lo irracional, como opuesto a lo racional, puede encuadrarse la inspiración poética, la intuición, el éxtasis místico, la visión profética, el instinto, lo subconsciente, etcétera, es decir, todas aquellas formas de conocer y de actuar que no parecen poder reducirse ni explicarse por la rígida y nítida estructura del discurso racional (v. coNOCIMIENTO; RACIOCINIO). Tomado en este amplio sentido, el i. es una constante del espíritu humano, cuyas manifestaciones, más o menos intensas, más o menos prevalentes, pueden detectarse a lo largo de toda la historia del pensamiento del hombre. La oposición entre racionalirracional puede hacerse equivalente a la de apolíneodionisiaco delineada por Nietzsche en su Die Geburt der Tragódie (1872) dentro de la cultura griega. Como ya había señalado con anterioridad Schelling, lo apolíneo es lo definido, lo ordenado, lo sistematizado; lo dionisiaco es lo impulsivo, lo instintivo, lo pasional (Philosophie der Of fenbarung, en Siimmtliche Werke, ed. por su hijo, Stutgart-Augsburg 1856-61, parte 11, vol. 4, 25).
      Al efecto de dar una mayor precisión a la noción de i., se hace necesario distinguir entre lo que pudiéramos llamar i. no-racionalista e i. anti-racionalista.
      Irracionalismo no-racionalista. Se caracteriza por negar el primado de la razón, pero reconociendo a lo racional un papel positivo en el orden del ser y del conocer; la razón es un valor, algo valioso, aunque no sea el valor superior; dentro de este tipo de i. hay que incluir al empirismo (v.) y al intuicionismo (v.) en algunas de sus formas.
      Para el empirista, el conocimiento racional tiene una misión positiva que cumplir; claro es que, frente al racionalismo (v.) gnoseológico, sostendrá que el papel de la razón está subordinado de cierta manera al de los sentidos, al de la experiencia, pero ello no es óbice para que la primera realice una función cognoscitiva de indudable positividad. Bien demostrativas de este aserto son las siguientes palabras de Locke: «Pues, del mismo modo que la razón percibe la necesaria e indudable conexión existente entre todas las ideas o pruebas en cada paso de una demostración que produzca el conocimiento, así también percibe la conexión probable entre todas las ideas o pruebas en cada paso de una disertación que juzgue merecedora de su asentimiento» (Essay, IV,17,2); y, a continuación añadirá: «Podemos considerar en la razón estos cuatro momentos: el primero y superior consiste en el descubrimiento y hallazgo de pruebas; el segundo en la ordenación metódica y regular de las mismas, y en su disposición en un orden claro y coherente que permita ver fácil y plenamente su conexión y vigor; el tercero consiste en la percepción de sus conexiones; el cuarto en obtener la conclusión adecuada» (o. c., IV,17,3).
      Algo semejante es lo que sucede con algunas de las formas del intuicionismo. Para Platón, p. ej., el discurso racional, la diánoia, tiene una elevada misión, la de ser la vía del saber matemático, si bien el filósofo griego admita una forma más elevada de conocer, la intuición, la nóesis, por la que tenemos acceso al mundo de las ideas eternas e inmutables en su perfección. De igual modo, en el intuicionismo de Fichte, Schelling y Hegel, lo racional, en cuanto discurso de la mente, no es hipovalorado, sino únicamente se otorga a la intuición intelectual, al conocer inmediato una función superior; para Schelling, p. ej., sin intuición la filosofía sería un quehacer imposible, ya que todos sus conceptos son producto de ella, pero tal intuición no es obstáculo al elevado papel que tiene la razón en su sistema filosófico.
      Para el i. no-racionalista, pues, la no-racionalidad hay que entenderla como opuesta al primado del discurso racional que establece el racionalismo (v.) clásico de la Edad Moderna, pero no como una postura en la que el poder cognoscitivo de la razón no exista o, incluso, sea nefasto. Sólo en un sentido muy impropio puede incluirse este modo de pensar, como de hecho se ha incluido, dentro del i.
      Irracionalismo anti-racionalista. En sentido estricto, sólo es i. lo que hemos denominado como i. anti-racionalista, es decir, aquel conjunto de doctrinas para las que la razón y su poder discursivo son inadecuados para captar lo real. Según ellos, no sólo es que haya otras formas de conocer superiores al razonamiento; es que éste desvirtúa la misma esencia de la realidad. El discurso racional no es algo que deba ser superado por otras modalidades cognoscitivas; es algo que debe ser aniquilado, al menos como vía para la construcción de una Metafísica (v.) con la que se quiera captar la entraña de lo real. Filosóficamente hablando, la razón debe morir. La razón no es que dé una visión meramente aproximada de las cosas en su esencia; la razón es nociva para todo aquel que quiera penetrar en la misma entraña de la realidad (v.). Precisada así la noción de este i., es necesario distinguir entre dos manifestaciones del mismo.
      Irracionalismo ontológico e irracionalismo epistemológico. Ha sido N. Hartmann el que ha insistido en la necesidad de distinguir entre los aspectos óntico y noético dentro del i. (Grundzüge einer Metaphysik der Erkenntnis, 2 ed., Berlín 1925, 219-275). El i. ontológico es aquel para el que la realidad, en su más amplio sentido, carece de todo fundamento racional; considera al mismo ser (v.), en su raíz, como contrario a cualquier tipo de modulación derivada de principios de la razón; el ser considerado en sí mismo, es contradictorio y en ninguna de sus formas o tipos -los que estudia la ontología regional- hay ninguna base para un análisis racional. Ser y razón serían tan opuestos como luz y tinieblas, que mutuamente se destruyen. A lo más, y esto en el i. más moderado, la razón podrá llegar al fenómeno (v.), a la apariencia -entendido, por tanto, fenómeno en su sentido peyorativo- del ser, pero nunca al reino de las esencias (v.), del ser ut sic. En síntesis, para el i. ontológico hay una contradicción, un desfasamiento por lo menos, entre las categorías reales y las mentales racionales. Y esta contradicción se debe -y esto es lo característico de este i.-, no a una limitación de la facultad racional que no aprehende una realidad de suyo aprehensible, sino a que considera a esta misma realidad, simpliciter et essentialiter, irracional.
      El i. epistemológico, en cambio, considera que el desfase entre las categorías mentales de la razón y las categorías reales del ser se debe, fundamentalmente, a una limitación intrínseca a la propia facultad racional. Entre el conocimiento racional y el ser, ya en su totalidad, ya en alguna de sus regiones o tipos, hay una inconmensurabilidad; el ser, más que como irracional, se presenta como transinteligible, es decir, que la inteligibilidad que da el discurso racional no abarca a la totalidad del ser. Como es natural, mientras que el i. ontológico implica necesariamente un i. epistemológico, este último puede darse con independencia del primero (es interesante señalar, y así lo hace Hartmann, que lo irracional no se identifica plenamente con lo alógico; algo puede ser alógico sin ser irracional; tal es el caso del conocimiento, p. ej., místico, que no está sujeto a módulos estrictamente lógicos, pero que tampoco puede tildarse de irracional).
      Irracionalismo ontológico. Esté tipo de i. es, fundamentalmente, un producto del s. xix que se ha continuado en el actual. En gran parte como reacción frente al idealismo (v.) hegeliano (v. HEGEL), cuya síntesis es la afirmación de que todo lo real es racional y todo lo racional es real, surgirán una pluralidad de filosofías, de muy diversa motivación, y cuya tesis básica será la irracionalidad de lo real y, en consecuencia, la incapacidad de la razón para captar dicha realidad. En este sentido podría muy bien hablarse del i. de Kierkegaard (v.). No obstante, y en un significado más preciso, hay que decir que el i. ontológico se inicia con el pantelismo de Schopenhauer, se continúa en E. ven Hartmann y desemboca en las llamadas «filosofías de la vida». Para Schopenhauer, el ser es la voluntad (v.); la esencia de la realidad es una tendencia o impulso (thélema) universal, que se objetiva, mediante el espacio y el tiempo, en una pluralidad de cosas, las cuales no son sino mera representación fenoménica -dando al fenómeno el significado de apariencia- de la voluntad. La razón sólo es capaz, por tanto, de captar los aspectos fenoménicos de lo real, de conocer al mundo como representación (Vorstellung), pero nunca de aprehenderle como voluntad (Wille) -tesis en la que se pone de manifiesto el i. epistemológico de Schopenhauer-; pero esta incapacidad de la razón se debe a que desacertadamente considera el ser, en su misma raíz y entraña, en su esencia, como irracional, pues irracional considera a esa voluntad o impulso primordial que lo constituye -i. ontológico primero y principal del que se deriva el anterior i. epistemológico-. Con E. von Hartmann se llega a un i. análogo al de Schopenhauer, ya que, si bien no es la voluntad sino el inconsciente (v.) el principio de lo real, de los dos atributos del mismo, la voluntad y la idea, es la primera la que tiene la primacía, lo que lleva consigo un i. de matiz análogo al de Schopenhauer.
      En las denominadas «filosofías de la vida» es donde el i. va a encontrar su mejor y más apropiado cauce. Para ellas, que se pueden considerar nacidas con Nietzsche (v.), la realidad originaria y fundamental, el Urgrund, es la vida; pero no la vida (v.) en sentido biológico, sino en cuanto actividad instintiva, impulso no sometido a cánones dictados por la razón. En este vitalismo (v.), del que como principales representantes se han de citar, junto con Nietzsche, a Dilthey (v.), Bergson (v.), Simmel (v.), Sprengler (v.) y Klages (v.), la actividad de la razón, el discurso racional, es sustituido por otras formas de conocer, dada la inoperancia del mismo para captar la intimidad de lo real. Para Bergson (v.), p. ej., la realidad, producto del élan vital, es algo fluyente, inespacial, transido de duración; la inteligencia, la razón, adultera lo real, transformándolo en algo inmovilizado, espacializado, descuartizado, en una pluralidad de seres separados y anquilosados; es el célebre morcelage; la razón es, únicamente, el medio del que se sirve el homo faber, es la facultad de producir utensilios, pero nunca podrá llegar a la entraña de lo real, porque la realidad es, en sí misma, irracional. Para penetrar en lo más íntimo de ese élan vital originario hemos de acudir a otra modalidad del conocer, a la intuición (v.), que es «conciencia, pero conciencia inmediata, visión que apenas se distingue del objeto visto, conocimiento que es contacto y, por último, coincidencia» (La pensée et le mouvant, París 1934, 35 ss.). Para Dilthey (v.), y por causa de la radical irracionalidad de lo real, el alto papel que se había asignado anteriormente al razonamiento debe ser otorgado a la vivencia (Erlebnis), entendida como «la unidad estructural de actitud y contenido. Mi actitud perceptiva, junto con su relación con el objeto, es una vivencia, lo mismo que mi sentimiento por algo o mi voluntad para algo. La vivencia tiene siempre certeza de sí misma» (Fundación de las ciencias del espíritu, trad. esp. México 1944, 31). Pero el que ha acentuado más la oposición entre razón y realidad ha sido Ludwig Klages (18721956); en diversas obras, pero especialmente en Der Geist als Widersacher der Seele, defiende la irreductible oposición entre el alma y el espíritu a lo largo de una concepción vitalista e irracionalista de la realidad; para Klages, por alma (v.) hay que entender la vida, lo irracional, lo dionisiaco, una fuerza que constituye lo más profundo de la naturaleza, que es el principio originario de lo real; por espíritu, lo racional, lo apolíneo, lo destructor de la vida creadora del alma; entre alma y espíritu hay la misma relación que entre la luz y las tinieblas, la vida y la muerte, lo perfecto y lo imperfecto, lo creador y lo aniquilador; en este dualismo, casi mágico, encontramos la más nítida expresión del i. contemporáneo.
      Irracionalismo epistemológico. Se pueden distinguir en él dos tipos, uno que llamaremos total, representado por J. Vaihinger (1852-1933), y otro parcial, defendido por N. Hartmann (v.). El primero, en su Die Philosophie des Als Ob, mantiene un ficcionalismo irracionalista basado en la noción del como si (als ob) ; el conocimiento racional, por su limitación estructural, no puede captar la esencia de lo real; no obstante, por razones de utilidad, la razón crea una serie de ficciones que nos sirven para poder actuar como si fuesen algo real; así, las ficciones de causa, sustancia, etc., e incluso, la de Dios; así, el hombre actúa como si las causas fuesen reales -y esto es la base de todo el saber científico- o como si Dios existiese -fundamento del orden ético-moralaunque sobre su real existencia, ya de la causa, ya de Dios, nada podamos conocer. Para Hartmann, siempre hay en la realidad un sustrato que escapa a las categorías racionales, una parcela del ser que es transinteligible, aunque, en líneas generales, haya una correlación entre dichas categorías y las propias de lo real.
     
      V. t.: RACIONALISMO; SER; REALIDAD; INMANENCIA; TRASCENDENCIA.
     
     

BIBL.: R. MÜLLER-FREIENFELS, Irrationalismus, Berlín 1923; íD, Metaphysik der Irrationalen, Berlín 1927; N. ABBAGNANo, Le sorgenti irrazionali del pensiero, Nápoles 1923; H. E. EISENHUTH, Der Begriff des Irrationalen als philosophisches Problem, Berlín 1931; R. CRAWSHAY-WILLIAMS, The comforts of unreason, Londres 1947; 1. H. W. ROSTEUTSCHER, Die Wiederkunft des Dionysos, Berna 1947; A. ALIOTTA, Le origini dell'irrazionalismo contemporaneo, Nápoles 1950; E. R. DODDs, The greeks and the irrational, Berkeley 1951; 1. ZARAGÜETA, La intuición en la filosofía de H. Bergson, Madrid 1941; H. KA5DORFF, Um Seele und Geist, Mónaco-Basilea 1955; W. BARRETT, El hombre irracional, Buenos Aires 1967; É. GILSON, La unidad de la experiencia filosófica, 2 ed. Madrid 1966; íD, El realismo metódico, 3 ed. Madrid 1963; 1. DE VRIES, Pensar y ser, 2 ed. Madrid 1952.

 

J. BARRIO GUTIÉRREZ.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991