IRLANDA, HISTORIA DE LA IGLESIA


1. Orígenes y asimilación cultural. Los orígenes del cristianismo irlandés están firmemente vinculados a S. Patricio (v.). Aunque ya había cristianos en I. antes de comenzar éste su misión, y aunque es posible que otros misioneros trabajaran independientemente de él, los pocos escritos auténticos que de S. Patricio se conservan indican claramente su preeminencia entre la primera generación misionera.
      I. nunca estuvo incorporada al Imperio romano. Por consiguiente, era difícil adaptar a la cultura irlandesa la organización diocesana y episcopal de la Iglesia, tal como se había desarrollado dentro de la civilización romana. En la I. del s. v la unidad social era el pequeño reino, o tuath, regido por su ri. Cualquier otra forma más amplia de unidad nacional era esencialmente cultural, y sólo en un sentido muy rudimentario política. Aunque la existencia de estas pequeñas unidades políticas, tal vez 80 en toda la isla, pudiera parecer a primera vista como una base apta para una organización episcopal diocesana, el desarrollo de la institución monástica demostró ser el más adecuado para la cultura nativa.
      El proceso fue muy complejo, por lo que ni siquiera puede ser esbozado aquí. Debemos señalar, sin embargo, que con frecuencia se ha exagerado el aislamiento de I. en los primeros siglos de su cristianismo. En particular, existen claras influencias en I. de los padres de la Iglesia ibérica Martín de Dumio (v.), Pascasio de Dumio y Fructuoso de Braga (v.). Al parecer, las obras de Isidoro de Sevilla (v.) también llegaron prontamente a I.
      Por tanto, el episcopado diocesano y el clero, aunque sobrevivieron, eran institucionalmente débiles y dependientes de la sólida institución monástica. La misión romana en Inglaterra (v.) en el 597 dio origen en I. a un partido reformista para tratar de asimilar los usos irlandeses más estrechamente a los de Roma. El intento fracasó, pero a pesar de la creciente secularización monástica, otro grupo reformista, los «Culdees», trató, dentro de la estructura nativa, de resucitar las tradiciones ascéticas a la vez que fortalecer el sacerdocio pastoral. Apenas iniciada su obra dieron comienzo las incursiones escandinavas al país. Durante 200 años la supervivencia de la Iglesia como institución dependió de la fuerza política, y a veces hasta militar, de sus monasterios secularizados. Al parecer, fue en este periodo de pruebas cuando desapareció el clero no monacal.
      La iglesia monástica había fomentado una sabiduría verdaderamente grandiosa en comparación con el nivel medio de la Europa occidental de la época (no muy elevado, en verdad) y desarrollado un arte muy superior probablemente al de cualquier otro lugar. Tanto en épocas buenas como malas había dado pruebas de su fuerza espiritual, especialmente en sus esfuerzos misionales en Europa, desde S. Colombano (m. 615; v.), que vivió cuando el celo monástico alcanzó su mayor pureza, hasta los numerosos peregrini irlandeses de la época carolingia, tiempo en que los monasterios sufrían los efectos de la secularización. Cuando la amenaza escandinava fue contenida a principios del s. xi, la iglesia monástica tenía bastante vitalidad para dirigir su atención a la reforma, aunque, quizá, no suficientes recursos nativos para llevar a cabo una reforma efectiva.
      2. Esbozo histórico (1100-1921). La reforma gregoriana fue introducida en I. en la primera mitad del s. xri, tras una serie de sínodos que culminaron en el de Kells (1152). Su principal tarea fue la restauración del episcopado diocesano y el sacerdocio. Esto, como es natural, implicaba un cambio radical en las estructuras existentes de la iglesia, pero la transición fue facilitada mediante la introducción de nuevas formas de vida monástica del continente, especialmente los cistercienses y canónigos regulares. Las diversas órdenes de frailes se establecieron en I. a principios del s. XIII, poco después de su fundación.
      No habían transcurrido 20 años desde que se celebrara el sínodo de Kells cuando las fuerzas de la monarquía inglesa normanda invadieron I. La invasión logró un éxito parcial, hecho éste que constituyó un serio revés para la reforma de la Iglesia. Desde el s. xn al xvt Irlanda permaneció dividida, teniendo que soportar continuos disturbios y guerras. La división afectó asimismo a la Iglesia, dado que irlandeses y normandos trataban de excluirse mutuamente del poder eclesiástico y crear organizaciones separadas y exclusivas.
      Todo ello obstaculizó la misión pastoral de la Iglesia, con resultados negativos para la vida cristiana del clero y de los seglares. No obstante, todos ellos, tanto los de ascendencia inglesa como irlandesa, tenían un espíritu conservador y apenas les afectaban las nuevas ideas que se desarrollaban en la Europa continental hacia 1500. Cuando, como resultado del cisma de Enrique VIII, éste fue declarado «cabeza de la Iglesia en Inglaterra», esta doctrina fue aceptada por un tiempo en los sectores de I. de mayor influencia inglesa; pero cuando pudo ya contemplarse como parte de una política radical para someter el país a la nueva monarquía inglesa Tudor (v.), la doctrina fue rechazada de manera casi general. El primer objetivo de los Tudor en I. era la dominación política; la reforma religiosa venía en segundo lugar. A finales del s. xvi, el país estaba conquistado; pero antes de ello un numeroso clero instruido en seminarios continentales había ya empezado a asumir la dirección espiritual de los católicos, con el resultado de que casi toda la población permaneció católica.
      Durante casi cien años a partir de la reforma anglicana fue muy difícil proveer a una suce-ion regular episcopal. Muchas sedes fueron regidas por vicarios durante largos periodos. Hacia 1625, sin embargo, fue restaurado el episcopado diocesano y creado un nuevo sistema parroquial. Las órdenes monásticas fueron disueltas en el s. xvi, no siendo restablecidas hasta el xtx, pero los frailes sobrevivieron, y, como el clero diocesano, reconstruyeron su organización hacia 1625. Las nuevas órdenes religiosas, tales como los jesuitas y capuchinos, empezaron también su labor en el país.
      Al mismo tiempo, y como resultado de la conquista política, llegaron nuevos colonos protestantes procedentes de Inglaterra, especialmente a la provincia norteña del Ulster. En todo el país, confiscaciones sucesivas traspasaban a la minoría protestante la propiedad territorial y con ella el poder político. Este proceso duró hasta finales del s. xvtti. El pueblo irlandés conservaba la fe católica por la que había sufrido prisión unas veces, exilio otras, y en ocasiones incluso la muerte. Esto, sin embargo, era excepcional. Lo normal, en cambio, era que la fidelidad a la religión católica representaba para el individuo, más tarde o más temprano, la pérdida de su propiedad.
      En el s. XVIII, la mayoría católica en general se encontraba reducida a la pobreza. La principal finalidad de las leyes penales introducidas en el referido periodo era mantener pobres a los católicos, no inducirles a abandonar su religión, ya que si un gran número de ellos hubiera abrazado el protestantismo esto habría representado un amenaza para el poder y las propiedades de la minoría. Por consiguiente, aun en la primera mitad del s. xviii las leyes contra los eclesiásticos católicos no se observaban con rigor, excepto en épocas de crisis, como 1715 ó 1745. Como es natural, las leyes penales eran siempre más opresivas en el Ulster, donde abundaban los protestantes. Pero hacia mediados de siglo la Iglesia católica había restablecido una vez más su organización diocesana y parroquial.
      La ascensión al trono de Jorge III (1760) y la revolución americana (1774) fueron hechos que facilitaron la derogación de las leyes penales. Una disposición del Parlamento en 1793 otorgaba una amplia tolerancia religiosa. Otro decreto de 1829 concedía mayores derechos políticos, pero al precio de una unión parlamentaria entre I. y Gran Bretaña y ante una formidable agitación democrática acaudillada por Daniel O'Connell (v.), que atrajo gran atención por parte de los católicos liberales de Europa. Tras haber conseguido la emancipación católica en 1829, O'Connell dirigió sus esfuerzos a deshacer la unión con Inglaterra, acción que estuvo asimismo apoyada activamente por el clero.
      O'Connell murió en 1847, el año terrible del hambre en I. En 1849 Paul Cullen, rector del colegio irlandés en Roma, regresó a I. como primado y arzobispo de Armagh. Consagrado por entero a los ideales de Pío IX (v.), estuvo al frente de los asuntos eclesiásticos irlandeses hasta su muerte, acaecida en 1878. Su influencia empezó en el sínodo nacional de Thurles en 1850. Era una época de reconstrucción, de reorganización, de centralización de la autoridad eclesiástica. Había asimismo una continua insatisfacción por la unión parlamentaria con Inglaterra, malestar que a veces se expresaba a través de conspiraciones revolucionarias. A éstas se oponía severamente Cullen, porque ciertamente la situación italiana en la década de 1860 hacía difícil a los clérigos apoyar cualquier idea de revolución.
      A la muerte de Cullen el interés político se concentró en las penalidades de los pequeños arrendatarios agrícolas, problema en el que el clero no dejó de actuar en favor de las mismos, en especial los arzobispos Walsh, de Dublín, y Croke, de Cashel, que intervinieron decididamente en defensa de su pueblo. La ley de 1793 de rehabilitación católica se había promulgado dentro de una atmósfera ecuménica, pero los acontecimientos políticos del s. xix hicieron resurgir de nuevo diferencias interconfesionales, apoyando la minoría protestante la continuación de la unión con Inglaterra y reclamando independencia la mayoría católica, si bien existían destacados líderes nacionalistas protestantes mientras cierto número de católicos defendían la unión. Cuando se declaró el Estado libre de 1. en 1921 se hizo a costa de una división, ya que la parte nordeste, de predominio protestante, permaneció unida a Inglaterra, aunque manteniendo su Parlamento local en Belfast (v. iv).
     
      3. Relaciones Iglesia-Estado. Las relaciones entre la Iglesia católica y el Estado en I. son fruto de la historia. Tras la reforma protestante, la religión católica fue prohibida por la ley. En la segunda mitad del s. XVIII, cuando empezó a considerarse la tolerancia legal, se hicieron varias propuestas para el establecimiento de unas relaciones mutuamente satisfactorias entre Iglesia y Estado. La solución tomó forma como resultado de la revolución norteamericana, pero estuvo basada más en consideraciones prácticas que en una explícita filosofía política. Esencialmente, la Iglesia no reconocía ninguna obligación respecto al Estado, y el Estado reconocía los derechos civiles de los católicos, sobre la base de un juramento de fidelidad puramente político.
      Esta posición quedó además aclarada por la controversia sobre el «derecho al veto», a principios del s. xix. Como parte del precio de la emancipación final, el Gobierno reclamó el derecho al veto en los nombramientos episcopales. Había división entre los obispos, pero los seglares, acaudillados por Daniel O'Connell, se resistieron a esta demanda, aun después de la aceptación del veto por parte del Papa. Así, pues, en 1815 I. había aceptado de hecho el principio de «una Iglesia libre en un Estado libre». La Iglesia protestante fue separada del Estado en 1869, año desde el cual todas las comunidades cristianas en 1. son asociaciones voluntarias.
      Por el art. 44 de la Constitución irlandesa de 1937 el Estado se compromete «a respetar y honrar la religión», específicamente en cuanto concierne a la veneración pública. Y prosigue: «El Estado reconoce la situación especial de la Santa Iglesia Apostólica y Romana como custodia de la fe profesada por la gran mayoría de los ciudadanos». Luego «reconoce» otras sectas religiosas, cinco de ellas nominalmente. Garantiza la libertad religiosa y la de las corporaciones religiosas para dirigir sus propios asuntos, y se compromete a no subvencionar ninguna religión.
      4. Organización actual. Aunque I. quedó políticamente dividida en 1921, todas las corporaciones religiosas conservaban una jurisdicción unitaria para toda la isla. Cuatro diócesis católicas se hallan actualmente divididas entre las dos jurisdicciones políticas. Las diócesis continúan sustancialmente tal como quedaron establecidas por el sínodo de Kells en 1152, aunque en el trascurso de los siglos han tenido lugar ciertas incorporaciones.
      Según Ann. Pont. 1972 la organización eclesiástica de I. es la siguiente:
     
      El cardenal Cullen organizó una conferencia episcopal nacional después del sínodo de Thurles en 1850. Desde entonces ha habido cuatro sínodos nacionales, todos ellos celebrados en el seminario nacional de Maynooth, en 1875, 1900, 1927 y 1956. La conferencia episcopal nacional se reúne ahora tres veces por semana en Maynooth, en los meses de marzo, junio y octubre. El número de órdenes religiosas aumentó en I. durante el periodo de reconstrucción subsiguiente a la emancipación católica. El monacato fue restaurado en 1833 con el establecimiento de la primera abadía cisterciense desde la Reforma anglicana. Las órdenes y congregaciones de vida activa se dedicaron especialmente a misiones parroquiales y a la enseñanza. Los obispos han empezado recientemente a confiarles parroquias.
      I. envió muchos sacerdotes al extranjero durante el s. xix, pero casi exclusivamente para ocuparse de los irlandeses que emigraron después del hambre de 1847. Hasta principios del siglo actual no comenzó la actividad misional en Asia y África. Desde entonces han florecido muchas congregaciones, tanto de origen nativo como extranjero. En la actualidad dirigen sus esfuerzos a las necesidades de Sudamérica. Antes de 1800 existían muy pocos religiosos de institutos no clericales, pero después proliferaron rápidamente las fundaciones nativas y extranjeras, tanto para hombres como para mujeres. Su tarea principal ha sido la enseñanza, y desde comienzos de siglo, las misiones extranjeras.
      5. Estadísticas: estado de la religión. El número de católicos (datos de 1971) en la República de I. es de 2.673.473, los cuales representan el 95% de la población (en I. del Norte hay 497.547 católicos, que constituyen, aproximadamente, el 35% de la población, superando en número tanto a la Iglesia protestante episcopal de I. como a la presbiteriana). En total hay en la isla 3.840 sacerdotes diocesanos y 5.811 sacerdotes en órdenes religiosas y congregaciones. De éstos, 3.840 trabajan fuera del país, índice revelador de la fuerte contribución de 1. a las misiones. Hay 1.004 seminaristas estudiando para el sacerdocio diocesano (una parte de los cuales se prepara para prestar servicio en diócesis extranjeras, principalmente en Inglaterra y Estados Unidos), y 1.259 estudiantes de órdenes religiosas y congregaciones. El seminario nacional de I., fundado en Maynooth, cerca de Dúblín, en 1795, proporciona tradicionalmente la gran mayoría de candidatos a las diócesis irlandesas. Es una universidad pontificia, vinculada asimismo al sistema universitario secular. En 1966 la jerarquía irlandesa, su cuerpo rector, abrió sus cursos a los religiosos, tanto clérigos como no clérigos, y a estudiantes laicos. En I. los religiosos ascienden a 2.443 y las monjas a 18.346.
      La historia de I. ha dejado un sello en la práctica religiosa irlandesa. En particular, la prolongada lucha por la Misa hizo de ella el centro de la vida espiritual, y el nivel de asistencia a la misa dominical en I. no tiene par en el mundo. Por otra parte, la misma experiencia histórica ha planteado inevitablemente la posibilidad de que la fidelidad a la práctica religiosa pueda estar basada tanto en la costumbre social como en la convicción personal. La fuerte convicción personal ha existido siempre, desde luego, manifestándose no sólo en el gran número de vocaciones para la vida eclesiástica y religiosa (producto a su vez de hogares católicos) sino en los muchos ejemplos de dedicación de los laicos, en el creciente número de misioneros seglares, p. ej., o en movimientos como la Legión de María, que desde I. se ha extendido a muchos otros países. También han prosperado en I. instituciones para laicos originarias de otros países, como la Sociedad de San Vicente de Paúl, que tiene 878 conferencias y más de 12.000 miembros activos. El compromiso personal del catolicismo irlandés es asimismo perceptible en las todavía tradicionales peregrinaciones. Una fe que elige la austeridad de la peregrinación de Lough Derg como manifestación pública no puede calificarse de tibia.
      Esta intensidad de compromiso basado tanto en la fe personal como en costumbres sociales, ha sido la fuerza del pasado. Pero también ha significado que en el catolicismo irlandés no se desarrollaron ciertas estructuras que pueden ser muy importantes para el futuro. Así ocurre especialmente en el terreno clave de los medios de comunicación social. En I. no hubo nunca un gran periódico católico, lo que se debió simplemente a que desde la época en que la prensa empezó a influir en la vida de las gentes, los diarios nacionalistas de I. eran de hecho católicos. La Catholic Truth Society de Irlanda, fundada en 1899 principalmente para difundir literatura de propaganda católica, está actualmente integrada al Catholic Communications Institute, establecido recientemente por la Jerarquía para ocuparse de las modernas exigencias de prensa, radio y televisión. Este Instituto puede jugar un importante papel en el futuro.
      Se ha establecido un Consejo Nacional para el Apostolado Seglar, y a nivel diocesano se están tomando las medidas oportunas para la creación de los organismos consultivos propuestos por el Conc. Vaticano 11, el Consejo Presbiteral y el Consejo Pastoral.
      Las relaciones entre católicos y la pequeña minoría protestante en general son satisfactorias en la República de 1. desde 1921. Menos satisfactorias lo son en I. del Norte, como puede apreciarse por la prensa mundial desde 1969. Pero aún es pronto para el desapasionado veredicto de la Historia.
     
      V. t.: EUROPA VII, 1; CELTAS 111, 1.
     
     

BIBL.: A. EHRHARD y W. NEUss, Historia de la Iglesia, 4 vol., Madrid 1962; B. LLORCA, R. GARCÍA VILLOSLADA, F. J MONTALBAN, Historia de la Iglesia católica, 4 vol., 4 ed. Madrid 1964 ss.; P. J. CORISH (ed.), A history of Irish catholicism, Dublín 1967 ss. (en prensa); J. F. KENNEY, Sources for the early history of Ireland, vol. 1: Ecclesiastical, Nueva York 1929 (reed. 1967); M. P. SHEEHY, Pontificia Hibernica 640-1261, 2 vol., Dublín 1962-65; K. HuGHEs, The church in early Irish society, Londres 1966; M. y L. DE PAOR, Early Christian Ireland, Londres 1958; F. HENRY, L'art irlandais, 3 vol., París 1963-65; A. J. ~Ay-RUTHVEN, A history of medieval Ireland, Londres 1968; A. GWYNN, The medieval province of Armagh, Dundalk 1946; R. D. EDWARDS, Church and state in Tudor Ireland, Dublín 1935; W. P. BURKE, Irish priests in the penal times, Waterford 1914 (reed. Shannon 1969); M. WALL, The penal laws, 2 ed. Dublín 1968; D. GWYNN, The struggle for catholic emancipation, Londres 1929; B. O'REILLY, Iohn MacHale, archbishop of Tuam, 2 vol, Nueva York 1890; J. F. BRODERICK, The Holy See and the Irish movement for the repeal of the union with England, Roma 1951; P. J. WALSH, William I. Walsh, archbishop of Dublín, Dublín 1928; E. R. NORMAN, The Catholic church and Ireland in the age of rebellion 1859-1873, Londres 1965; D. GWYNN, A hundred years of Catholic emancipation, Londres 1929.

 

PATRICK J. CORISH.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991