INTERNACIONAL, LA


Las raíces de las I. proletarias hay que buscarlas en las corrientes socialistas que se extendieron por Europa desde mediados del s. xix. En este sentido, su precedente más claro se encuentra en la Liga de los Justos fundada en 1836 y que englobó a trabajadores alemanes, emigrados a París. Desde muy pronto, esta asociación tomó un carácter internacional y mantuvo contacto con asociaciones revolucionarias francesas, fundamentalmente con la Soc.       de Saisons. En 1839, como consecuencia de la revuelta organizada por la Soc. de Saisons, varios miembros de la Liga de los Justos, que habían tomado parte en la misma, se vieron obligados a huir a Londres. Esto supuso un paso hacia la internacionalización de la Liga, puesto que los dirigentes emigrados mantuvieron sus actividades en la capital británica.
     
      En enero de 1847, los miembros londinenses de la Liga de los justos se pusieron en contacto con Marx (v.), residente entonces en Bruselas, para proponerle la redacción de un manifiesto. Marx aceptó el encargo. Mientras se llevaba a cabo la redacción del documento, en verano de 1847 se celebró en Londres el primer congreso de la organización que pasó a tomar el nombre de Liga de los Comunistas. La nueva denominación era del todo apropiada, ya que el objetivo declarado era la caída de la burguesía, la dictadura del proletariado y la desaparición de la propiedad privada. La capacidad intelectual de Marx influyó de una manera decisiva sobre la línea ideológica de la organización. En febrero de 1848, Marx y Engels (v.) concluyeron la redacción del Manifiesto, en el que con un lenguaje penetrante y claro se contiene la teoría del materialismo histórico y se presenta a la clase obrera como el motor de la revolución que implantará el comunismo (v.). El Manifiesto terminaba con una fórmula que, desde entonces, reaparecería en todos los programas del movimiento obrero europeo: «proletariados de todos los países, uníos».
     
      La publicación del Manifiesto coincidió con la revolución francesa de 1848 (v.). Desde el punto de vista de los resultados políticos, la revolución resultó un fracaso. Es más, los procesos que tuvieron lugar en algunos países contra los miembros de la Liga terminaron de hecho con la organización. Así, en 1852, la Liga de los Comunistas, a instancias del mismo Marx, se autodisolvió.
     
      1. La Primera Internacional. 1857 representa el comienzo de una crisis económica que afectó a toda Europa. Como consecuencia de ello, comenzaron las agitaciones obreras, sobre todo en Francia e Inglaterra. En Francia, el régimen de Luis Napoleón (v. NAPOLEÓN in), que pretendía llevar a cabo una política de signo social, como muestra de simpatía hacia las aspiraciones obreras, envió a la Exposición Universal de Londres de 1862 una delegación de 552 trabajadores. La delegación, una vez en la capital británica, se puso en contacto con dirigentes sindicales ingleses. Estos contactos cuajaron en una reunión que tuvo lugar en Londres el 28 sept. 1864. Participaron en ella, además de representantes ingleses y, franceses, un numeroso grupo de emigrantes, entre ellos italianos garibaldinos y alemanes miembros de la Asoc. Comunista de Cultura Obrera. Elegido un comité central de 32 miembros figuró entre ellos, en representación de los alemanes, Karl Marx. Así nació la Asoc. 1. de Trabajadores (AIT), conocida más tarde con el nombre de Primera I.
     
      Cuando se planteó la necesidad de redactar los estatutos surgió un enfrentamiento en el seno del Comité entre los representantes italianos -que, por influjo de Giuseppe Mazzini (v.), daban más importancia a las cuestiones políticas que a las sociales y rechazaban la lucha de clasesy Karl Marx -que pensaba justamente lo contrarioDespués de una serie de discusiones, el Comité se decidió por las propuestas de Marx, quien fue encargado de elaborar el mensaje inaugural y los estatutos. De acuerdo con dichos estatutos, la Asociación nacía para el establecimiento de un centro de enlace y colaboración entre las organizaciones obreras de los distintos países que aspirasen a una completa liberación de la clase trabajadora. Todos los años se reunía un Congreso General de Trabajadores, cuya misión sería la fijación del programa anual y la designación del Consejo General de la Sociedad. La finalidad de este Consejo sería a su vez actuar como agencia internacional entre los diferentes grupos nacionales y locales de la Asociación, a fin de que los trabajadores estuviesen continuamente informados de los movimientos de su clase en todos los países. Igualmente, sería tarea del Consejo tomar la iniciativa de los proyectos a presentar a las diferentes =organizaciones que integraban la I. Para mayor facilidad en su comunicación con las sociedades miembros, el Consejo publicaría un informe periódico.
     
      La Asoc. 1. de Trabajadores, estructurada de esta forma, se apoyó en un principio en los sindicatos ingleses, la mayor parte de los cuales se afiliaron de un modo colectivo, en un número variable de miembros individuales, y, en ocasiones, incluso en algunos sindicatos aislados de otros países europeos. La creación de la I. provocó una enorme expectación en la prensa burguesa de toda Europa y en sus fuerzas policiacas. En realidad, tanto los Estados como los periodistas sobrevaloraron el poder de la AIT atribuyéndole una capacidad económica y una centralización que en el fondo nunca tuvo. De todas maneras, la organización consiguió un indudable prestigio entre las clases trabajadoras europeas, y con llamamientos a la solidaridad pudo fomentar una serie de luchas laborales importantes. Así, p. ej., en Francia, la influencia de la I. hizo que la mayor parte de las organizaciones obreras aceptasen la necesidad de la huelga, la intervención en la política y la socialización de la propiedad de los medios de producción.
     
      Desde su fundación hasta 1871, la Asoc. 1. de Trabajadores, que celebró sus congresos anuales con toda regularidad, logró atraerse, aparte de los sindicatos ingleses ya señalados y varias organizaciones francesas, a obreros de Bélgica, Suiza, Holanda, Italia y España y, lo que fue más importante, contó con el apoyo y la colaboración del Partido Social Demócrata alemán, fundado en 1869. Aparte de esta labor proselitista, el triunfo de la I. se encuentra en algo más profundo. Desde que la industrialización hizo surgir en Europa una clase obrera, ésta en su lucha reivindicatoria había combatido siempre al lado del liberalismo burgués radical. Ahora, la carga ideológica de la 1. permitió en cambio a los obreros separarse del radicalismo burgués y orientar la lucha con independencia.
     
      A pesar de todos los éxitos, la Primera I. había nacido con diversas taras que, a la larga, terminarían por destruirla. Entre ellas mencionemos una que va a tener efectos muy inmediatos. En su seno existía una diversidad de corrientes ideológicas que se acentuaron con el transcurso del tiempo y que llegaron a hacerse irreconciliables. Las distintas tendencias se polarizaron en torno a las concepciones de Marx y a la ideología un tanto confusa de Proudhon (v.) que profesaban la mayor parte de los miembros de la sección francesa. Desde el congreso de Londres de 1865 la I., de hecho, se dividió internamente en dos. Los representantes de los países de gran desarrollo industrial seguían a Marx, contando con mayoría en el Consejo General, mientras que las delegaciones de los países fundamentalmente agrarios, como España e Italia, o de territorios de economía artesanal, como la Suiza francesa, aceptaban las concepciones proudhonianas. El hecho se explica entre otras cosas porque a diferencia del marxismo, la doctrina de Proudhon respetaba la pequeña propiedad privada, tanto campesina como artesana.
     
      La participación ideológica y el estallido de la Comuna de París (V. COMMUNE, REVOLUCIÓN DE LA) el 18 mar. 1871 fueron para la Asee. 1. de Trabajadores duras pruebas que no pudo superar. Aunque la Primera I. apenas participó en la insurrección comunera, el Gobierno francés utilizó la Comuna como pretexto para iniciar una persecución contra los miembros de la AIT, al mismo tiempo que solicitaba de las potencias europeas una acción enérgica contra la organización proletaria. A partir de entonces, la prensa liberal del continente inició una campaña contra la I. que hizo imposible que se reuniera el congreso anual antes del otoño de 1872. Precisamente fue en este congreso, celebrado en La Haya, donde la organización sufrió el gope de gracia, y no por obra de los Estados burgueses, sino por sus propias contradicciones ideológicas. El hecho concreto fue el enfrentamiento entre Marx y el ruso Bakunin (v.), que había recogido en parte las ideas proudhonianas. Aunque en principio los dos ideólogos querían exactamente lo mismo -la desaparición de la propiedad privada y el establecimiento del comunismo- Marx consideraba que, antes de llegar a la meta comunista, había que pasar por una etapa intermedia de socialismo de Estado y veía en la revolución la obra de una minoría encuadrada en un partido disciplinado. Bakunin, por el contrario, hablaba de una desaparición inmediata del Estado y de una revolución espontánea y masiva. Siendo imposible el acuerdo y perseguida por los regímenes europeos, la 1. se disolvió en julio de 1876. Desde entonces, la clase trabajadora quedó políticamente dividida: por un lado los seguidores de Marx o socialistas y por otro los partidarios de Bakunin o anarquistas (V. ANARQUISMO).
     
      2. La Segunda Internacional. La disolución de la AIT no significó, por supuesto, el fin del movimiento obrero, que siempre había sido más amplio que la I. misma, y ni siquiera el de la acción de signo socialista. Esta última se estructura por la aparición de diferentes partidos socialistas en diversos países de Europa. En estas condiciones, era normal que los dirigentes de los distintos partidos aspirasen a unirse a través de una organización que orientase a escala internacional las actividades de los distintos grupos. De acuerdo con esta tendencia, en 1889, con sede en Bruselas, se creó la Segunda 1. En esta ocasión, la base ideológica fue desde un principio marxista, con lo cual los anarquistas y otros muchos movimientos obreros quedaron fuera de la nueva estructura; su composición se hizo a base, sobre todo, de los partidos socialistas ya existentes con anterioridad. En el congreso de París, de 1900, la nueva I. creó su estructura. Sus organismos centrales fueron un Secretariado Internacional, una Oficina Socialista y un Comité Interparlamentario. Sede del secretariado fue Bruselas, y su primer presidente Emil Vandervelde. La oficina constaba de dos representantes de cada partido afiliado.
     
      El hecho de que existiese una organización central no significó que hubiera centralismo. Es más, la gran diferencia entre la Primera y la Segunda 1. reside precisamente ahí. El nuevo organismo rehusó darse una estructura centralizada y fue concebido como una federación de partidos y grupos nacionales autónomos. Su única finalidad era asegurar las relaciones entre los distintos movimientos obreros a través de congresos internacionales, a los que se veía como un futuro parlamento del proletariado. De esta manera, la Segunda I. se limitó a ser un reflejo del desarrollo de cada uno de los partidos que a ella pertenecían. Si en la Primera 1. la división surgió del enfrentamiento entre marxistas y anarquistas, en la Segunda una división similar se produjo como consecuencia del llamado revisionismo socialista. Hasta entonces, el socialismo (v.) había considerado que la única manera de alcanzar el poder los grupos proletarios era a través de la revolución violenta. Sin embargo, como consecuencia de la extensión del sufragio, comenzaron a entrar en los parlamentos diputados socialistas; esta nueva situación hizo pensar a algunos dirigentes marxistas que la revolución no era ya necesaria, y que podía alcanzarse el poder a través de las elecciones. Frente a esta postura revisionista, representada dentro de la Segunda I. por el alemán Bernstein (v.), se alzó la de los marxistas rígidos que, dirigidos por Rosa Luxemburg (v.) y Lenin (v.), insistían en la necesidad de la revolución violenta.
     
      3. La Internacional a partir de la I Guerra mundial. Aunque los enfrentamientos ideológicos entre revisionistas y revolucionarios en el seno de la Segunda 1. alcanzaron una gran dureza, lo que terminó por destruir la organización fue el nacionalismo que paró a los partidos socialistas europeos como resultado de las tensiones internacionales que precedieron a la 1 Guerra mundial. En esa situación crucial el espíritu nacional se manifestó más fuerte que el proclamado universalismo obrero, de forma que, cuando el conflicto mundial estalló, muchos partidos socialistas apoyaron sin reservas a sus respectivos Gobiernos. Rota así la solidaridad obrera, la Segunda I. dejó de existir prácticamente.
     
      El fin de la guerra, con la desilusión que su desarrollo había producido en las grandes masas, y el triunfo de la revolución bolchevique en Rusia, crearon en Europa una situación nueva que llevó a muchos dirigentes socialistas a plantearse la necesidad de reconstruir la Segunda I. (v. REVOLUCIÓN RUSA). En febrero de 1919, se celebró una conferencia internacional en la ciudad de Berna. La reunión fue un semifracaso, ya que los asistentes se enfrentaron en torno a la cuestión bolchevique. Mientras que el sector revisionista pretendía una condena explícita del nuevo régimen ruso, los revolucionarios se pronunciaban contra cualquier ataque a la República de los soviets. En febrero de 1921, los representantes de los grupos obreros más izquierdtistas (socialistas austriacos, independientes alemanes y guesdistas franceses) se reunieron en Viena fundando una Comunidad de trabajo de los partidos socialistas, irónicamente apodada I. Dos y Medio, que pretendía situarse a medio camino entre los revisionistas y los comunistas de Moscú.
     
      Mientras tanto, los bolcheviques rusos consideraron que sólo podrían imponer su versión estratégica de la lucha proletaria si al modelo experimentado en las condiciones específicas de Rusia se le reconocía alcance internacional. Así, el 24 en. 1919 los bolcheviques reunieron una conferencia internacional comunista a la que invitaron a 39 partidos, grupos socialistas obreros y otras tendencias que aceptaban el punto de vista de la dictadura del proletariado en forma del poder de los soviets. De esta asamblea, a la que no acudió ningún representante de las grandes organizaciones socialistas de la Europa occidental, nació la Tercera l., que adoptó el nombre de 1. Comunista y que rechazaba con el calificativo de «social-traidores» a los partidarios de las tendencias revisionistas (V. KOMINTERN; KOMINFORM).
     
      La creación de la I. Comunista provocó la unión de todo el socialismo que no aceptaba los métodos y las doctrinas soviéticas. Así, los miembros de la 1. Dos y Medio, que venían trabajando por una reconciliación de los comunistas y los socialistas moderados, abandonaron sus intentos y decidieron colaborar con estos últimos. En consecuencia, en mayo de 1923 se celebró en Hamburgo el congreso de reunificación de la 1. Socialista con F. Adler como secretario y que se consideró desde un principio como la continuación de la Segunda I. A partir de este momento, se enfrentaron en casi todos los países de Europa dos movimientos socialistas. Ambos se consideraban genuinos representantes del proletariado y se hallaban agrupados en dos organizaciones internacionales separadas: la I. Socialista y la I. Comunista que, aun teniendo un origen común, el marxismo, propondrían desde entonces soluciones diferentes ante los acontecimientos.
     
      La ruptura de Trotski (v.) con Stalin (v.), en 1927, al atacar el primero lo que él llamaba la «burocratización» del partido bolchevique, dio origen a que en muchos partidos comunistas europeos apareciesen elementos o facciones contrarias al stalinismo y a la I. Comunista, a la que acusaban de ser instrumento del dictador ruso. En Francia, un grupo de este tipo comenzó a editar un periódico en 1929 y adoptó el nombre de Liga Comunista. En agosto de 1933, los distintos grupos trotskistas europeos se federaron en una Liga Comunista Internacional que, aceptando la experiencia soviética, rechazaba, en cambio, el stalinismo y proponía una revolución a escala mundial. Nacía así la llamada Cuarta I. La situación, pues, de los partidos proletarios mundiales en vísperas de la II Guerra mundial era la siguiente: tres organizaciones internacionales; una, la 1. Socialista, que podría situarse a la derecha y que englobaba a los partidos socialistas democráticos; un centro, representado por la Tercera l., donde estaban encuadrados los partidos comunistas fieles a Moscú; y una Cuarta l., a la izquierda, de ideología trotskista. De todas ellas, la que sin duda contaba con efectivos menos numerosos era la última; de hecho, el único partido trotskista europeo de cierta envergadura fue el POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista) en España. La Cuarta 1. puede considerarse desaparecida a partir de 1937, cuando durante la Guerra española el POUM fue liquidado por los comunistas.
     
      En cuanto a la 1. Socialista, reconstruida en el congreso de Francfort (1951), su carácter cambió profundamente a partir de la 11 Guerra mundial. Al mismo tiempo que los partidos socialistas aceptaban las tácticas reformistas e incluso algunos de ellos (social-democracia alemana) renunciaban en parte al marxismo, la I. renunciaba igualmente a ser una organización de tipo revolucionario y se convertía en un organismo cuya misión en nuestros días no es otra que convocar periódicas reuniones de los jefes de los partidos socialistas europeos sin efectividad ni repercusión alguna. Por su parte la I. comunista está prácticamente sometida al control ruso.
     
     

BIBL.: W. ABENDROTH, Historia social del movimiento obrero europeo, Barcelona 1970; M. BEER, Historia general del socialismo y 'de las luchas sociales, Buenos Aires 1957; J. DUCLOs, La Premiére Internationale, París 1964; B. M. SOKOLOVA, Le Congrés de CInternationale socialiste entre les deux Guerres Mondiales, Ginebra 1953; J. BRAUNTHAL, Geschichte des International, Hannover 1971; G. D. H. COLE, The Second Internationale, Londres 1956; R. MEYER, History of three Internationals, Nueva York 1957; G. NOLLAU, Las Internacionales, Barcelona 1964; A. KRIEGEL, Historia de las Internacionales, Barcelona 1968.

 

A. LAzo DíAz.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991