ILUMINISMO


Doctrina mística basada en la creencia de una iluminación interior inspirada directamente por Dios, que se acompaña a la vez de groseros errores morales. Floreció en Europa en los s. xvi y xvii: en Alemania, Italia, Francia (los iluminados de Picardia, discípulo de Guérin) y sobre todo es España, también conocida con el nombre de alumbradismo, donde se desarrolla en un pequeño círculo de religiosos, principalmente franciscanos, monjas y mujeres piadosas. Tiene muchos puntos de contacto con el quietismo (v.) del s. xvii: en el fondo vienen a ser la misma cuestión moral, aunque varíen los fundamentos doctrinales.
     
      La palabra i. (traducción directa del alemán aufkliirung) se usa en ocasiones impropiamente para referirse al movimiento filosófico del s. xviil, conocido en castellano con el nombre de Ilustración (v.). Aquí nos referimos al i. como doctrina espiritual, fundamentalmente a los iluminados o alumbrados, la corriente pseudomística típica de España, que viene a ser una variante del i. genérico aunque con características propias.
     
      El iluminismo, cáncer del misticismo. Menéndez Pelayo (o. c. en bibl. 145) atisbó que la primera época del alumbradismo hispano entronca con corrientes remotas de la Edad Antigua y Media (p. ej., beguinas y begardos; v.) y G. Marañón, que le sigue, comentará: «En la primera parte de su evolución en España, el alumbrado era sólo un caso particular de los iluminados que existían en toda Europa, principalmente en Alemania e Italia. Es decir, gentes que pretendían recibir directamente de Dios y al margen de los medios de Gracia dispensados por la Iglesia, una luz especial que les hacía aptos para la revelación y para la perfección. Esta definición, que es, poco más o menos, la que se encuentra en los libros autorizados, nos demuestra la vaguedad de la doctrina que nunca tuvo límites ni estructura precisos, ni taumaturgos ni definidores; y por eso, porque respondía únicamente a un estado de religiosidad exaltado, anárquico, individualista, con carácter constante de rebeldía a las normas oficiales, surgía aquí y allá, en diversos pueblos y tiempos, sobre todo si éstos eran de revuelta espiritual y ansia de renovación» (Don Juan, 4 ed. Madrid 1947, 23-24). Su buen ojo clínico diagnostica certero: «Teológicamente e históricamente se podrá negar la relación de los alumbrados con el misticismo español; pero, desde el punto de vista psicológico, la negación es pueril. El alumbrado era un místico de torpe calidad. La diferencia en los quilates, de ambos, que es enorme, no hace desaparecer la conexión que los une; y esta conexión en nada empaña la gloria del misticismo. Las más altas manifestaciones del espíritu tienen su reverso y su posible degeneración. El alumbrado español era un místico degenerado y grosero; la secta fue una suerte de cáncer del misticismo» (ib. 21). Sin cargar las tintas y sin fijarnos en apreciaciones de detalle, el diagnóstico tiene validez para todos los fenómenos de i. religioso: un cáncer del misticismo. Lo que implica, de una parte, distinción entre el auténtico y el canceroso; y, de otra, vecindad entre uno y otro.
     
      Los estudios más modernos confirman este diagnóstico, ensanchándolo a toda especie de pseudomisticismo. Basta pensar, p. ej., en los encratitas (v.) o en los mesalianos (v.), casi tan viejos como la era cristiana. R. Guarneri, en un sugestivo y documentado ensayo, demuestra que la epidemia del «libre espíritu» (V. LIBRE ESPÍRITU, SECTAS DEL) proliferó a lo largo de los siglos cristianos: se trata de una desviación o de un fermento de análogas características. Una larga serie, pues, de manifestaciones pseudomísticas salpica el tiempo y la geografía europeos; a veces, la corriente es caudalosa; en otros casos, se forman arroyos menores, o el agua se estanca. Y no faltan también los flujos y los reflujos, las semejanzas y los contactos con movimiento. El alumbradismo hispano será, pues, una manifestación más. Quizá la más robusta, y, desde luego, la más conocida.
     
      El fenómeno de los alumbrados. Hay que advertir, en primer término, cómo evoluciona el uso de la palabra alumbrado en el lenguaje, vulgar o técnico, del s. xvi. Aluminado (de fonética italianizante: palabra, pues, de importación) se aplica en El sumario de la medicina de Francisco de Villalobos (1498) a los sexualmente invertidos; alumbrado, quizá de la misma raíz semántica, pero de aplicación distinta, se usa luego en sentido directo y perfectamente ortodoxo: designa a los que se dan a la vida interior con ganas y con garra (p. ej., en S. Catalina de Siena, Obra de las epístolas y oraciones, Alcalá 1512). A ésos, los «alumbra» el buen espíritu. El vocablo gozó de prestigio hasta que se fue torciendo la conducta moral de algunos tipos que externamente «profesaban perfección»; cuando se vino a descubrir su oropel, alumbrado adquirió significación peyorativa. Un sermón de B. Carranza (v.) lo revela a las claras. También un pasaje del Camino de perfección de S. Teresa, aunque no emplea el término, patentiza la desconfianza del vulgo hacia los entusiastas de la oración y del recogimiento. «Aquellos demonios de los alumbrados», dirá fray Luis de León, en expresión feliz que expresa toda la enjundia negativa del vocablo.
     
      El alumbradismo español es, para unos, la «única herejía que ha echado raíces en la España de los siglos xvi y xVii»; para otros, es un «fenómeno cuya importancia no se ha valorado suficientemente». La verdad es que nunca tuvo carácter de herejía compacta y que los episodios aparecen aislados, sin conexión planificada; y no obsta que alcanzase esplendor y que el éxito que logra este o aquel foco se encadene «profundamente con resortes esenciales de la psicología hispana». Precisamente, el resorte es lo que le hace saltar, lo que le da vigor y similitud. Por un procedimiento de simplificación, se suelen historiar los grupos de alumbrados, que no entrañan interdependencia mutua, «relacionándolos y reduciéndolos a común denominador». De ahí resulta que al fenómeno se le dan proporciones históricas exageradas, a lo que hay que añadir el prejuicio de enfocarlos persistentemente a través de procesos inquisitoriales, de signo negativo por fuerza.
     
      En realidad, esto es lo que hubo: a) Focos: Los principales, reuniéndolos por cronología y ubicación, fueron los del «Reino de Toledo», más o menos difuminados y ramificados por Guadalajara, Escalona, Cifuentes, Pastrana, Medina del Campo, Salamanca; la Inquisición (v.) los destroncó con el famoso Edicto de 1525; el de Llerena (1570-82); el de Sevilla (1623); y, aparte otros focos menores, como el de las «monjas de San Plácido» (tan agudamente analizado por Marañón) o el que alimentó Molinos (v.) en Roma, bien entrado el s. xvlt. b) Procesos: Hubo muchos procesos inquisitoriales a cargo de los presuntos o reales alumbrados; y también condenas, encaminadas a extirpar el mal. La Inquisición no perdonó ni a uno solo de los embaucadores; jamás dio cuartel al falso misticismo. Hoy los historiadores insisten en afirmar que las zonas infectadas de alumbradismo han sido desveladas. No así la documentación, que es muy precaria, y, de ordinario, proviene de los archivos inquisitoriales. El cuerpo de doctrina, tal como aparece en los edictos, responde a un fondo exacto; pero el alumbradismo era también vida, y, desde luego, religiosidad.
     
      Interpretación teológica. La génesis histórica, es decir, cómo se verifica el contagio y la ramificación de las diversas especies de iluminismo religioso, nos preocupa sólo como problema marginal ilustrativo. La génesis formal, o sea, cómo brotan y rebrotan los movimientos iluministas, cómo se produce el cáncer, atrae una más honda atención de la Teología. Estamos frente a la vía de causalidad. Y, en esta tarea interpretativa, debemos distinguir cuatro fases:
     
      1) Una vivencia religiosa apasionada. No se da el fenómeno en climas religiosamente fríos, apáticos. Se da, en cambio, en distintas religiones: hindúes, sufíes (v.), etc. Aun dentro del arco del cristianigmo, no es infrecuente relacionar a los alumbrados con I movimientos espirituales afines: con el erasmismo o con el luteranismo (Menéndez Pelayo, o. c. 147); con las reformas de cuño religioso, como sucede, p. ej., con la «reforma franciscana»; o con -los místicos alemanes más o menos sospechosos de quietismo. Este «hermano negro del misticismo» (expresión de E. Asensio) prosperó en los conventos, o, al menos, anduvo en relaciones públicas con los franciscanos.
     
      2) La aventura mística corre el riesgo del salto en el vacío cuando se desenfrena por la vertiente de lo maravilloso. Hay una ley en la vida espiritual que podríamos llamar ley de la continuidad, consistente en cimentar la ascensión mística en la dura ascética (v. VÍAS DE LA VIDA INTERIOR). Los saltos en el vacío son aquí mortales; el desvío, inevitable, y la caída, de la más baja ralea moral. S. Juan de la Cruz descubre con finura psicológica la lujuria espiritual escondida, que se desata en carnal (Noche, 1,4,1). Es la piedra de toque en que tropieza el lance místico sin solidez ascética. Las pruebas son abrumadoras. Algunos han pretendido caracterizar al i. español por ahí, pero es un hecho común a todas las formas de iluminismo. "
     
      3) El repliegue hacia posiciones doctrinales justificadoras. A fuerza de tropezones, maleada ya la conducta, desenfrenada la líbido, rota la ley de continuidad, sin sólidos principios, viene al repliegue defensivo (no importa que cronológicamente las etapas se sucedan o se desarrollen simultáneas). Es quizá la fase de mayor interés. Los alumbrados construyen su sistema. Bajo él, la audacia de la comunicación directa con lo divino, la fenomenología pseudomística (arrobamientos que son abobamientos), la rebelión contra toda autoridad, el pretexto vergonzante para las más torpes concupiscencias. Pasma oírles hablar de «visión de Dios» y de «impecabilidad», capa cínica con que cubren sus vergüenzas. Errores fundamentales, que se infiltran, que abren precipicios en que se van despeñando almas frustradas. Sin embargo, la falta de un corpus doctrínale explica las parcas intervenciones de la Iglesia; existen documentos del Magisterio sobre los mesalianos, sectas del libre espíritu, heguinas y begardos (Denz.Sch. 891 ss.), quietismo de Molinos, etc., pero ninguno sobre los alumbrados. De todos modos, para conocer el juicio de la Iglesia puede consultarse sobre todo la condena del quietismo (Den.Sch. 2181 ss.; 2201-2269).
     
      4) Las consecuencias del iluminismo fueron múltiples. Entre ellas señalamos: a) la fuerte reacción de los teólogos, aunque, a veces, en su lucha contra los iluminados, acusaron a los místicos verdaderos (entre ellos fray Luis de Granada, S. Juan de la Cruz, S. Teresa, etc.); b) el continuo vigilar de la Inquisición, que procesó y condenó centenares de alumbrados (es importante sobre todo el edicto de 1525); c) el derrumbamiento de los encausados; d) en fin, el desprestigio de la mística, que tanto le dolía a S. Teresa, y el consecuente abandono del «camino empinado para seguir el camino llano y carretero» (Báñez), y el artificioso montaje de la «doble vía» y de la «contemplación adquirida».
     
      V. t.: QUIETISMO.
     
     

BIBL.: M. MENÉNDEZ PELAYo, Historia de los heterodoxos españoles, 11, 2 ed. Madrid 1967, 145-200; B. LLORCA, Documentos inéditos interesantes sobre los alumbrados de Sevilla en 16231628, «Estudios eclesiásticos» 11 (1932) 268-284; 401-418; íD, La Inquisición española y los alumbrados (1509-1667), Madrid 1936 (con amplia bibl.); Los alumbrados españoles en los siglos XVI y XVII, «Razón y Fe» (1934) 323 ss.; 467 ss.; V. BELTRÁN DE HEREDIA, El edicto contra los alumbrados del reino de Toledo (23 septiembre 1525), «Rev. Española de Teología» 10 (1950) 105130; ROMÁN DE LA INMACULADA, El fenómeno de los alumbrados y su interpretación, «Ephemerides Carmelitae» 9 (1958) 49-80; H. SANTIAGO OTERO, En torno a los alumbrados del reino de Toledo, «Salmanticensis» 2 (1955) 614 ss.; M. DE LA PINTA, Una calificación general sobre los alumbrados, «La Ciudad de Dios» 176 (1963) 96-106; Á. HUERGA, Un problema de la segunda escolástica: la oración mística, «Angelicum» 44 (1967) 10-59; 1. DE GUIBERT, Documenta ecclesiastica..., Roma 1931-; R. GUARNERI, Il movimento 'liberó spirito', «Arch. italiapo per la storia della pieta», IV, Roma 1965, 350-708; E. OBRIEN, Varieties of mystic experience, Nueva York 1964; L. SALA BALUST, En torno al grupo de alumbrados de Llerena, en Corrientes espirituales en la España del siglo XVI, Barcelona 1963, 509 (con amplia bibl.).

 

Á. HUERGA TERUELO.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991