IGLESIA. SAGRADA ESCRITURA. ANTIGUO TESTAMENTO.
1) Planteamiento de la cuestión y doctrina en las fuentes cristianas. 2) Israel,
pueblo de Dios e «iglesia del Señor» del A. T. 3) Terminología acerca de la
noción de «iglesia» en el A. T. 4) Origen de la terminología acerca de la noción
de «iglesia» en el N. T.
1) Planteamiento de la cuestión y doctrina en las fuentes cristianas.
Jesucristo había afirmado, dirigiéndose a los judíos: «si creyerais a Moisés, me
creeríais a mí, porque él escribió acerca de mí» (lo 5,46; cfr. 5,39 y 5,47; Lc
24,18-27; Act 2,1-36; 3,11-26). Apoyados sin duda en estas palabras y en otras
tradiciones de la enseñanza de Jesús, los Santos Padres afirmaron que los
Patriarcas y justos del A. T. conocieron a Cristo y creyeron en él y, por tanto,
pertenecieron de algún modo a la I., aunque no pudieron participar de la
plenitud de la salvación en Cristo. Los maestros escolásticos medievales
siguieron profundizando en esta línea de las relaciones y diferencias entre la
economía del A. T. y la del Nuevo, y llegaron a hablar, siguiendo a los Padres,
de la 1. antes de Cristo, de la I. del principio, de la I. anterior a la
Iglesia. S. Tomás recoge esta doctrina y la formula con precisión y
concisamente: «los antiguos padres (=los Patriarcas del A. T.) al observar los
ritos de la Ley eran conducidos a Cristo por la fe y el mismo amor por el que
nosotros somos conducidos a Él. Y así, los antiguos Padres pertenecían al mismo
cuerpo de la Iglesia al que nosotros pertenecemos» (Sum. Th. 3 q8 a3 ad3; cfr.
ib. al).
La 1. Católica, a lo largo de los siglos, se ha considerado a sí misma,
entre otras cosas, como la institución salvífica universal en la tierra, a la
que había precedido una comunidad existente desde los tiempos remotos, es decir,
el pueblo de Dios del A. T. Esta doctrina ha sido expuesta por el Magisterio
eclesiástico, entre otros documentos, en la Const. dogmática Lumen gentium del
Conc. Vaticano 11, con estas palabras: «En todo tiempo y lugar son aceptos a
Dios los que le temen y practican la justicia (cfr. Act 10,35). Plugo, sin
embargo, a Dios santificar y salvar a los hombres no individualmente y aislados
entre sí, sino constituyendo un pueblo que le conociera en la verdad y le
sirviera santamente. Eligió como pueblo suyo al pueblo de Israel, con quien
estableció una alianza y a quien instruyó gradualmente, manifestándosele a sí
mismo y sus divinos designios, a través de su historia, y santificándolo para
sí. Pero todo esto lo realizó como preparación y figura de la nueva alianza
perfecta que había de efectuarse en Cristo, y de la plena revelación que había
de hacer por el mismo Verbo de Dios hecho carne. `He aquí que llega el tiempo,
dice el Señor, en que haré una nueva alianza con la casa de Israel y con la casa
de Judá. Pondré mi ley en sus entrañas y la escribiré en sus corazones, y seré
Dios para ellos, y ellos serán mi pueblo...' (Ier 31,31-33). Alianza nueva que
estableció Cristo, es decir, el N. T., en su sangre (cfr. 1 Cor 11,25),
convocando a un pueblo de entre los judíos y los gentiles, que se juntara en
unidad no según la carne, sino en el Espíritu y constituyera un nuevo Pueblo de
Dios... Ese pueblo mesiánico tiene por Cabeza a Cristo...» (Lum. gent., 9).
La cuestión que espoleó a los Santos Padres a profundizar en tan amplio
concepto de I. era explicarse por qué Jesucristo y su salvación aparecen en la
historia de la humanidad tan tardíamente. A este propósito escriben páginas
admirables, de las que vamos a transcribir sólo algunos párrafos de Orígenes y
de S. Agustín, como representantes de la patrística griega y latina
respectivamente. Dice así Orígenes: «No debes creer que se le llama Esposa o
Iglesia sólo desde la venida del Señor, sino que existe desde el principio del
género humano y desde la creación del mundo... `Acuérdate de tu comunidad,
aquella que desde el principio hiciste tuya' (Ps 74,2). Los primeros fundamentos
de la reunión de la I. fueron echados desde el principio. Por eso dice el
Apóstol que la I. está edificada no sólo sobre el fundamento de los apóstoles,
sino también sobre el de los profetas» (Orígenes, o. c. en bibl.). S. Agustín,
por su parte, es de una profundidad y riqueza impresionantes al meditar en la
Escritura. He aquí cómo se explica en De peccato originali (rap. 24, n. 28: PL
44,389): «Existe un Dios y un Meuiador entre Dios y los hombres, el mediador
Jesucristo. Pues bajo el cielo no ha habido ningún otro nombre en el que
pudiéramos ser bienaventurados y en Él tiene Dios a todos los que obran por la
fe, ya que los resucitó de entre los muertos. Por consiguiente, nadie que afirme
la verdad cristiana puede dudar de que sin aquella fe, es decir, sin fe en el
único mediador entre Dios y los hombres, en el hombre Jesucristo, en la
Encarnación, en la muerte y resurrección de Cristo no hubieran podido ser
liberados del pecado y justificados por la gracia de Dios los justos del A. T. y
los paganos que viven justamente, los cuales pertenecen al cuerpo de la
Iglesia... a ellos pertenecieron... los patriarcas y profetas, cuya vida y obra
fue una profecía de Cristo, y los demás justos del pueblo judío. Sería absurdo
decir que Abraham -cuyos hijos en la fe somos nosotros- no perteneció a la
Iglesia» (cfr. también S. Agustín, De bautismo, lib. 1, cap. 15, sect. 24: PL
43,121-123).
Indudablemente, junto a las relaciones, entre la «iglesia del A. T.» y la
«Iglesia de Jesucristo» existen radicales diferencias, que, por supuesto, no
pasaron por alto a los Santos Padres. La teología postridentina precisó algunos
puntos a este respecto. Así, p. ej., Domingo Báñez (v.) distingue dos conceptos
o aspectos de la Iglesia: uno en cuanto comunidad de los que profesan la fe en
Dios y en este sentido hay que afirmar que existe la 1. desde el principio hasta
el final de los tiempos; otro según el que la I. es considerada como la
comunidad de los unidos no sólo por la fe, sino también por el bautismo. A su
vez, en este segundo sentido, la 1. puede ser entendida en general o en
particular. Así, según esto, la 1. es la unidad visible de los fieles
bautizados, unidos en Cristo, su única cabeza y bajo el representante de Cristo
en la tierra.
Por este camino, la teología católica ha precisado que se debe hablar de
una preparación de la 1. más que de una iglesia anterior a Cristo. Tal
preparación implica la prefiguración o anteproyecto de la Iglesia de Cristo, y
tiene la ventaja de apuntar con más claridad la relación y la diferencia entre
la economía salvífica del A. T. y la del Nuevo. Aquélla es -según también
fórmulas de los Santos Padres- una sombra que anuncia la futura realidad: existe
relación entre la realidad y su sombra, incluso semejanzas, pero, a su vez, hay
una diferencia esencial. De todos modo, aquí tampoco la comparación debe ser
extremada. En esta línea es como se ha expresado el Magisterio de la Iglesia, de
lo cual tenemos una muestra egregia en el Conc. Vaticano II: «El Padre Eterno...
por un libérrimo y misterioso designio de su sabiduría y de su bondad, decretó
elevar a los hombres a la participación de su vida divina y, caídos por el
pecado de Adán no los abandonó, dispensándoles siempre su ayuda en atención a
Cristo Redentor... Determinó convocar a los creyentes en Cristo en la Santa
Iglesia, que fue ya prefigurada desde el origen del mundo, preparada
admirablemente en la historia del pueblo de Israel y en el A. T., constituida en
los últimos tiempos, manifestada por la efusión del Espíritu Santo y se
perfeccionará gloriosamente al fin de los tiempos. Entonces, como se lee en los
Santos Padres, todos los justos descendientes de Adán, desde Abel el justo hasta
el último elegido', se congregarán delante del Padre en una Iglesia universal» (Lum.
gent., 2).
2) Israel, pueblo de Dios e «iglesia del Señor» del Antiguo Testamento. El
pueblo de Israel en el A. T. no constituye solamente una realidad étnica, como
lo eran los demás pueblos de la tierra. Sino que tiene, desde la promesa hecha a
Abraham y reiterada a los patriarcas Isaac y Jacob, un carácter sagrado. Sobre
todo, a partir de la Alianza hecha por Dios con el pueblo de Israel por medio de
Moisés, aparece el carácter sagrado y único de este pueblo: «Moisés subió hacia
Dios. Yahwéh le llamó desde el monte y le dijo: Así dirás a la casa de Jacob y
esto anunciarás a los hijos de Israel. Ya habéis visto lo que he hecho con los
egipcios, y cómo a vosotros os he llevado sobre alas de águila y os he traído a
mí. Ahora, pues, si de veras escucháis mi voz y guardáis mi alianza, vosotros
seréis mi propiedad peculiar entre todos los pueblos, porque mía es toda la
tierra, pero vosotros seréis para mí un reino de sacerdotes y una nación santa»
(Ex 19,3-6). Israel tiene como subestructura nacional las doce tribus, que
llevan respectivamente el nombre de los doce hijos de Jacob-Israel, pero, más
profundamente, Israel es constituido, a partir de la Alianza del Sinaí, no sólo
en el «pueblo de Dios», sino en la «comunidad de Yahwéh», qehal Yahwéh en el
texto hebreo, ekklisía toú Kyríov en la antigua versión griega de los Setenta.
Por la Alianza del Sinaí, ratificada varias veces después en momentos
solemnes de la historia del pueblo hebreo, Dios, por propia iniciativa,
establece una serie de relaciones religiosas entre El y el pueblo o «comunidad»
de Israel, que serán otras tantas prefiguraciones y preparaciones de la 1. de
Jesucristo. Entre tales relaciones pueden señalarse, a modo de ejemplos: Yahwéh
es el Dios de Israel (Is 17,6; Ier 7,3; Ez 8,4, etc.); el «Santo de Israel (Is
1,4; 44,4; Ps 89,19); el «fuerte» (Is 1,25); la «roca» (Is 30,29); el «rey» (Is
43,15); el «redentor» (Is 44,6), etc. En correspondencia, el pueblo de Israel es
respecto a Dios: el pueblo de Yahwéh (Is 1,3; Am 7,8; Jer 12,14; Ez 14,9; Ps
50,7); su «servidor» (Is 44,21); su «elegido» (Is 45,4); su «hijo primogénito»
(Ex 4,22; Os 11,1); su «heredad» (Is 19,25); su «rebaño» (Ps 95,7); su «viña» (Is
5,7); su «posesión» (Ps 114,2); su «esposa» (Os 2,4), etc. El pueblo de Israel,
pues, trasciende completamente a la historia profana o política de la humanidad,
para entrar de lleno en la historia sagrada o historia de la salvación, como la
etapa previa, preparatoria y prefigurativa de la historia de la Iglesia.
Tales notas prefigurativas de Israel respecto de la I. han sido expuestas
por el Magisterio eclesiástico: «Como en el A. T. la revelación del Reino se
propone muchas veces bajo figuras, así ahora la íntima naturaleza de la Iglesia
se nos manifiesta bajo varias imágenes, tomadas de la vida pastoril, de la
agricultura, de la construcción, de la familia y de los esponsales, que ya se
vislumbraban en los libros de los profetas. La Iglesia, es, pues, un redil, cuya
única y obligada puerta es Cristo (lo 10,1-10). Es también un rebaño, cuyo
Pastor será el mismo Dios, según las profecías (cfr. Is 44,11; Ez 34,11 ss.) y
cuyas ovejas, aunque aparezcan conducidas por pastores humanos, son guiadas y
nutridas constantemente por el mismo Cristo, buen Pastor y jefe de los pastores
(cfr. lo 10,11; 1 Pet 5,4), que dio su vida por las ovejas (cfr. lo 10,11-15).
La Iglesia es campo o arada de Dios (1 Cor 3,9). En este campo crece el
vetusto olivo, cuya santa raíz fueron los patriarcas, en el cual se efectuó y
concluirá la reconciliación de los judíos y de los gentiles (Rom 11,13-26). El
celeste Agricultor la plantó como viña elegida (Mt 21, 33-43 y paralelos; cfr.
Is 5,1 ss.). La verdadera vid es Cristo, que comunica la savia y la fecundidad a
los sarmientos, es decir, a nosotros, que estamos vinculados a Él por medio de
la Iglesia; sin Él nada podemos hacer (lo 15,1-5).
Muchas veces también la Iglesia se llama edificación de Dios (1 Cor 3,9).
El mismo Señor se comparó a la piedra rechazada por los edificadores, pero que
fue puesta como piedra angular (Mt 21,42 y paralelos; cfr. Act 4,11; 1 Pet 2,7;
Ps 117,22). Sobre aquel fundamento levantan los apóstoles la Iglesia (cfr. 1 Cor
3,11) y de él recibe firmeza y cohesión. A esta edificación se le dan diversos
nombres: casa de Dios (1 Tim 3,15) en que habita su familia, habitación de Dios
en el Espíritu (Eph 2,19-22), tienda de Dios con los hombres (Apc 21,3), y sobre
todo Templo santo, que los Santos Padres celebran representado en los santuarios
de piedra, y en la liturgia se compara justamente a la ciudad santa, la nueva
Jerusalén» (Lum. gent. 6).
Todas estas expresiones y figuras con que el N. T. y el Magisterio designa
a la 1. demuestran la consciencia que la propia I. de Jesucristo tiene de sí
misma: ella es la realidad divino-humana que históricamente ha venido a suceder
(=continuar y sustituir) al antiguo pueblo de Dios del A. T. Pero lo que en el
antiguo pueblo era sólo promesa, preparación, prefiguración, etc., en la 1. de
Cristo ha llegado a ser cumplimiento, plenitud, realidad, etc. La conexión entre
la 1. de Cristo y el pueblo vete rotestamentario es evidente, pues, en la
predicación de Jesús, de sus apóstoles y del Magisterio eclesiástico a lo largo
de los siglos.
3) Terminología acerca de la noción de «iglesia» en el Antiguo Testamento.
Las investigaciones de las últimas décadas han confluido en poner la voz y el
concepto de la iglesia neotestamentaria en relación con el término qahal del A.
T. hebreo, y su normal traducción ekklésia de la versión griega de los Setenta.
A partir de esos trabajos, el enfoque de los estudios sobre el concepto de
iglesia en el N. T. se ha desplazado afortunadamente del original significado
griego del término ekklésia y de su uso en el helenismo, hacia el ámbito del
concepto veterotestamentario de qahal (=ekklésia) o gehal-Yahwéh (=ekklésia toú
Kyríou) para indicar que el pueblo de Israel, o sus representantes legítimos, es
convocado y se reúne como tal «pueblo de Dios» para ratificar la Alianza, para
el culto, para tomar graves decisiones (cfr., p. ej., Dt 4,10; 9,10; 10,4;
18,16; Num 16,3; 20,4), pero también cuando se piensa en el pueblo de Israel
aunque no se encuentre concreta y materialmente reunido en un lugar (cfr. Esd 2,
64; Nsh 7,66; 10,8, etc.). Cuatro textos del Deuteronomio (v.) pronuncian
solemnemente la expresión día de la asamblea: yóm ha- gahal héméra tés ekklésías
(Dt 4,10; 9,10; 10,4 y 18,16), para referirse al día en que Yahwéh mandó
convocar en asamblea (qahal, ekklésía) al pueblo (`am, laós), le entregó las dos
tablas lapídeas de la Ley con los diez mandamientos y se selló ritualmente la
Alianza de Yahwéh con el pueblo israelita. Ese día del Sinaí marcó la
constitución de las tribus israelitas (los bené-Israel) como «iglesia» (qahal,
ekklésía). En el libro del Deuteronomio se da ya a qahal (=ekklésía) una
significación técnica y religiosa: el pueblo reunido en asamblea para un asunto
religioso. En principio gahal=ekklésía es una asamblea en acto, pero hay también
una transposición inmediata por la que se concibe el gahal=ekklésía como el
pueblo de Israel en estado permanente de «pueblo de Dios» o «comunidad religiosa
y cúltica» (cfr. Dt 23,1,2.3. 9, etc.). Se ha llegado con ello a la concepción
teológica de Israel como «pueblo de Dios»: «Porque tú eres un pueblo consagrado
a Yahwéh, tu Dios. Pues Yahwéh, tu Dios, te ha elegido para pueblo suyo de entre
todos los pueblos que hay sobre la faz de la tierra. Yahwéh se fijó en vosotros
y os eligió... porque Yahwéh os amó y porque ha querido cumplir el juramento que
hizo a vuestros padres...» (Dt 7,6-8). Esta concepción se mantiene idéntica en
los libros de los, Idt, y Reg. que la crítica atribuye a la tradición o escuela
deuteronómica.
Por su parte, en los libros atribuidos a la tradición sacerdotal del
Pentateuco (Ex, Lev, Num), se extiende de algún modo el concepto de gahal=ekklésia,
al vocablo 'edáh=synagóge e incluso a `am=laós=pueblo. Los tres vocablos vienen
a ser utilizados casi idénticamente, e impregnados de una dimensión teocéntrica
y cultual: Israel concebido como el pueblo santo de Dios, en medio del cual
habita Yahwéh en todo momento. Como consecuencia, el pueblo de Israel de todos
los tiempos será una comunidad cúltica; su verdadera esencia radicará no en ser
un pueblo determinado étnicamente, sino en ser precisamente el «pueblo santo,
separado, de Yahwéh». El antiguo Israel del desierto, del éxodo de Egipto,
vendrá a ser el ejemplar ideal al que referirse el Israel posterior. Sólo en los
«últimos tiempos», la santidad del pueblo de Dios israelítico se volverá a
alcanzar como en los tiempos primitivos, y aun los superará: será el pueblo de
Dios de los tiempos mesiánicos, el nuevo pueblo del Mesías (esta idea será
desarrollada especialmente por los profetas). Este modo de concebir al pueblo de
Dios del A. T. es sumamente importante de tener en cuenta al abordar los
fundamentos del concepto de Iglesia. Probablemente, la concepción «deuteronómica»
y «sacerdotal» del Pentateuco (desarrollada por los profetas de Israel) es un
dato de la revelación que subyace siempre, desde entonces, en la conciencia que
el pueblo de Dios, la I., tiene de sí misma; es una dimensión que enlaza la 1.
de Cristo no sólo con su preparación y prefiguraciones veterotestamen tarias,
sino también con la -«Iglesia celeste» o escatológica.
4) Origen de la terminología acerca de la noción de «iglesia» en el Nuevo
Testamento. El concepto neotestamentario de ekklésía aparece con claridad sobre
todo en S. Pablo, además de las tres menciones de S. Mateo (Mt 16,18; 18,17, dos
veces). En las epístolas paulinas ekklésía está muy frecuentemente en
construcción con un genitivo subsiguiente: once veces es la ekklésía toú Theoú
(1. de Dios). Se ha observado que precisamente esta fórmula encierra una
relevancia muy notable, porque a excepción de Rom 16,16, S. Pablo no usa la
fórmula «iglesia de Cristo» (ekklésia Christoú), como sería de esperar, dado que
para el Apóstol la 1. es sobre todo el «cuerpo de Cristo» (v.). La explicación
que se ha encontrado a este hecho -un tanto sorprendente- es que tanto la
iglesia cristiana primitiva, cuyas prácticas lingüísticas sigue S. Pablo, como
el mismo S. Pablo, no crearon la fórmula iglesia de Dios (ekklésía toú Theoú),
sino que la recibieron ya hecha del judaísmo, o más concretamente, del A. T.
Esta deducción es evidente, según hemos visto poco antes. Mediante la adopción
del término ekklésía como calificativo propio de la primitiva comunidad
cristiana, ésta expresa su conciencia de ser la única sucesora auténtica y
legítima de la ekklésía toú Theoú del A. T., es decir, del gehal-Yahwéh, del
pueblo de Dios en su etapa histórica mesiánica, de la que el antiguo pueblo no
era sino prefiguración y preparación. En tal conciencia y convicción radica la
tensión Israel-Iglesia, tanto en lo que tiene de «continuación» entre uno y
otra, como de la caducidad del Israel según la carne, el Israel «empírico», que
ha llegado a oponerse al nuevo y mejor dicho verdadero «pueblo de Dios» de la
nueva Alianza en Cristo. El Israel carnal, al no creer y rechazar a Jesús como
Mesías, se había despojado a sí mismo de las notas constitutivas de pueblo
elegido. La I. de Cristo, pues, había venido a cumplir lo que el antiguo Israel
estaba llamado a ser en los días del Mesías y la universalidad del pueblo
mesiánico había tomado otro rasgo del que habían imaginado los judíos.
Respecto a la terminología, los apóstoles y primeros cristianos adoptan
como propio el vocablo hebreo qahal en su traducción normal de los Setenta
ekklésía, cargándola de todas las nuevas y trascendentes propiedades que le
añade la Encarnación del Verbo. En cambio, abandonan el uso de synagógé
(sinagoga, que había sido el modo más frecuente de traducir los Setenta el
término hebreo `edáh, aunque también habían empleado algunas pocas veces
synagógé para traducir qahal) para indicar con él precisamente al «Israel carnal
incrédulo» (cfr., p. ej., Act 17,1).
La convicción de que la I. constituye el nuevo y único verdadero Israel es
proclamada con fuerza e insistencia por S. Pablo (cfr. p. ej., Rom 2,28 ss.; Col
2,11 ss.; Philp 3,2 ss.).
En todo caso, puede afirmarse que el hecho histórico de que Jesucristo,
Mesías e Hijo de Dios y fundador de la I., fuera hebreo según la carne y
proclamara su Evangelio primeramente a los hebreos, y constituyera el primer
núcleo de su Iglesia precisamente a partir de los hebreos, tiene su honda
explicación en- la historia de la salvación, y muestra la íntima relación entre
las dos Alianzas y los dos pueblos de Dios, del A. y N. T.
V. t.: ALIANZA (Religión) 11; ISRAEL, RESTO DE; PUEBLO DE DIOS; SALVACIÓN
II; ANTIGUO TESTAMENTO I; GENTILES; ELECcIóN DIVINA; BIBLIA I, 5.
BIBL.: Fuentes: CONC. VATICANO II, Const. Lumen gent¡um, especialmente nn. 2-6,9,16; S. AGUSTíN, De peccato original¡, cap. 24: PL 44; íD, De baptismo, lib. 1, cap. 15: PL 43,121-123; ID, De catechizandis rudibus, cap. 27: PL 40,346-348; ORíGENEs, Explicación del Cantar de los Cantares, lib. 2 : PG 13; S. TOMÁS DE AQUINO, Suma Teológica, III q8 a3. Literatura científica: J. M. CASCIARO, El concepto de «Ekklésia» en el A. T., «Estudios Bíblicos» XXV (1966) 317-348 y XXVI (1967) 5-38; K. THIEME, El misterio de la Iglesia en la visión cristiana del pueblo de la antigua Alianza, en F. HOLBÓCH-TH. SARTORY, El misterio de la Iglesia, I, Barcelona 196(5, 77-138; M. SCHMAus, Teología Dogmática, IV, La Iglesia, Madrid 1960, 67-85; J. SCHMID, Iglesia, en Conceptos fundamentales de la Teología, Madrid 1966, 288-300; GRELOT, Israel, en Vocabulario de Teología Bíblica, Barcelona 1966, 383-385; P. TERNANT, Iglesia, en ib., 357-358; J. M. CASCIARO, Iglesia y pueblo de Dios en el Evangelio de S. Mateo, en XIX Semana Bíblica Española, Madrid 1962, 19-100; P. UNA, La palabra «Ekklésia». Estudio histórico-teológico, Barcelona 1958.
J. M. CASCIARO RAMÍREZ.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991