HOMILÉTICA


Concepto, elementos y finalidad. La palabra homilética viene del griego; homiletikos significa reunión, conservación y un género literario por el que se explica familiarmente una doctrina. En efecto, homiletikos es la forma adjetival de homi que se encuentra en el verbo homileo y en los sustantivos homilos y homilia. Homileo y homilía significan «conversar» y «conversación»; así aparece en la versión griega de Dan 13 y en Prv 7,21. Homilos en 1 Reg 19,20 designa al grupo o reunión de los profetas. Y homilein, infinitivo de homileo, se refiere en S. Lucas a un género literario especial: relata en los Hechos de los Apóstoles que S. Pablo en Tróade disertaba con Félix sobre la continencia, la justicia y el juicio futuro, haciendo uso del género homilético en la disertación. La palabra homilía ha pasado del griego al castellano, a través del latín, para designar fundamentalmente la predicación (v.) litúrgica, es decir, la predicación cristiana dentro de un acto litúrgico, y es definida por el Diccionario de la Real Academia como «razonamiento o plática para explicar al pueblo las materias de religión».
     
      Los elementos literarios de la h. son tres. El primero es el tema; entre los filósofos podía ser la retórica, la música...; en la escuela cínico-estoica abundaban los temas acerca de la fortuna, la lujuria, o en general acerca de la moralidad; Filón tocaba todos los puntos: el placer, las virtudes...; en la Biblia todo gira en torno a la fe o las costumbres. El segundo es la estructura, que solía ser así: se comenzaba por leer el texto de un libro ya clásico; viene después la explicación de los puntos doctrinales; se terminaba con una serie de aplicaciones prácticas para el auditorio. El tercero es la cuestión de la estilística que mira en primer término al procedimiento literario, que es de ordinario el diálogo con un sujeto impersonalizado, expresándose, a veces, bajo la forma de debate judicial (cfr. p. ej., 1 Cor 6,12 y Rom 2); están a continuación los artificios literarios, siendo sumamente frecuentes las anécdotas morales, las citas de locuciones populares, etc.; en último término está el estilo en el que abundan las imágenes, las comparaciones y las expresiones vivas para esclarecer.el entendimiento y animar la voluntad de los que escuchan.
     
      El fin de la homilética sagrada es muy concreto. Cuando se la mira como una asignatura especial debe ser el siguiente: dar a los sacerdotes el aprendizaje para explicar todo lo que han estudiado en Teología, suministrando la ayuda necesaria para dar vida al dogma y a la moral cristianas y con ello predicar de forma más efectiva la palabra divina. Cuando se la considera como un ministerio sagrado, entonces será: proclamar las verdades reveladas y las maravillas obradas por Dios en la historia de la salvación, especialmente dentro de la acción litúrgica, inspirándose en los textos sagrados, teniendo presente el misterio que se celebra y las necesidades particulares de los oyentes para que puedan aplicar la doctrina oída a la vida.
     
      Breve historia de la homilética. La predicación (v.) cristiana a lo largo de la historia ha tenido sus vicisitudes; cada época ha marcado su impronta particular.
     
      Comúnmente se admite que la diatriba cínico-estoica y las homilías judío-helenísticas son dos géneros literarios afines; una y otra influyeron en la literatura cristiana, aunque el influjo principal y el origen de la predicación cristiana no es otro que la predicación del mismo Jesucristo. La diatriba cínico-estoica fue una enseñanza de carácter popular sobre un tema preponderantemente ético; era un auténtico discurso exhortatorio, dirigido por un filósofo a un auditorio; este género abundó desde la mitad del s: 111 a. C. en los países de cultura helénica. La diatriba cínico-estoica pasó al género homilético judío con el nombre de Midras (v.); todas las propiedades estilísticas de aquélla pueden aplicársele. Filón (v.) formó el puente entre ambos géneros; le gustaba hablar como en la época helenística acerca de la vanidad de las cosas, la inconstancia, etc.; al mismo tiempo, como conocía muy bien la Biblia, la utilizó para sus lecciones morales de carácter preferentemente alegórico. Los escritos de Qumram (v.) presentan las dos formas literarias de la diatriba u homilía: la breve del comentario bíblico y la larga de exhortación. En la Biblia abundan las secciones de género homilético; en el A. T. están el cap. 16 de Ezequiel, los cap. 16-19 de la Sabiduría, los 7 consejos de Tobit a su hijo Tobías...; en el N. T. existen, entre otros, el discurso de S. Esteban (Act 7), la carta a los Hebreos, que es como una homilía continuada, las homilías de la carta de Santiago (cfr. p. ej., 3,1-12), etc.
     
      En el judaísmo, dentro de un marco cultual la predicación no se dio sino en la sinagoga (v.); después de la lectura de la ley, de los libros históricos o de los profetas, se comentaba con el fin de actualizar lo leído; la homilía era, pues, una pieza clave para iluminar el alcance de los textos; dos modelos del género homilético judío los tenemos en Lc 4,14 ss. y en Act 13,17 y 15,21. En las reuniones litúrgicas cristianas la homilía aparece de modo parecido que en la sinagoga, aunque con contenido diferente; paralelamente a la literatura sagrada recogida en la Biblia se desarrolla una literatura cristiana abundante, que sigue el género homilético; testigos son las cartas de S. Clemente Romano (v.), la Didajé (v.), el Pastor de Hermas (v.), la Didascalía de los Apóstoles, la segunda Apología de S. Justino (v.), la Tradición Apostólica de S. Hipólito (v.), etc.
     
      Los Santos Padres dieron a la h. cristiana su forma más acabada. Cultivaron al practicarla todas las formas de la oratoria, pero conservando el tono de exhortación y buscando siempre la edificación de los fieles, sin perder, de ordinario, el lenguaje familiar y sencillo que les acercaba al auditorio. Su libro de texto fue la Biblia. Son famosas las homilías de Orígenes (v.), S. Juan Crisóstomo (v.), S. Basilio (v.) y las de otros muchos. S. Agustín, en un momento de crisis para la predicación, en la obra titulada Sobre la enseñanza cristiana, muestra el tipo de predicación que se debe evitar. La homilía fue, pues, una forma de predicación practicada en toda la Iglesia desde antiguo en la Misa del domingo (v.) y hasta más a menudo, lo que nos ha proporcionado la mayoría de los comentarios bíblicos de los Padres. En ciertas iglesias, y sobre todo monasterios, se limitaban a veces a leer textos de homilías, dando así origen a los libros litúrgicos (v.) llamados homiliarios, existentes desde los s. vi-vii y que son colecciones de homilías escogidas de los Santos Padres, que se leían especialmente en el Oficio nocturno como comentario de los Salmos y de la S. Escritura leída antes.
     
      En la Edad Media se notan varios estadios. En una primera etapa, después del periodo de los Padres, la predicación se inspira en la de ellos y hasta la segunda mitad del s. xit, bajo el influjo monástico, continúa casi exclusivamente en esa misma línea. La escolástica (v.) influyó después en el desarrollo de otro estilo de predicar en el que se introduce una cierta argumentación dialéctica. A partir del s. xiii se extendió la predicación fuera de la iglesia, con todos los caracteres de la oratoria (v.) en general.
     
      Asimismo hubo sus tendencias; está en primer lugar la preocupación moral, yendo a la cabeza S. Gregorio Magno (v.), S. Beda el Venerable (v.) y S. Bernardo (v.); después vino la tendencia más racional que respondía a las exigencias de una teología sistemática y de una apologética eficaz; sus representantes son Hugo de S. Víctor (v.), S. Alberto Magno (v.),' etc.; finalmente hay que hablar de la orientación que respondía más a la dialéctica filosófico-teológica, estando a la cabeza S. Tomás de Aquino (v.).
     
      Estas tendencias siguieron influyendo en la h. sagrada de los siglos posteriores, llegando a veces a la exageración. Ciertamente que en todas partes se conocían y condenaban los convencionalismos en el uso de la Biblia y la vaciedad en las formas retóricas, como atestiguan S. Vicente de Paúl en Francia y el Padre Isla con su Fray Gerundio de Campazas en España. Pero jamás faltaron buenos predicadores que anunciaron evangélicamente la palabra de Dios; recuérdese a S. Juan de Ávila (v.), fray Luis de León (v.), S. Tomás de Villanueva (v.), S. Francisco de Sales (v.), S. Vicente de Paúl (v.), Bossuet (v.), Lacordaire (v.) y otros muchos. El Conc. de Trento, a consecuencia de la desorientación que reinaba, dispuso que los domingos y días de fiesta cada párroco debía explicar al pueblo la Palabra de Dios por medio de la homilía en la Misa de más asistencia (Denz.Sch. 1749); obligación recogida también por el CIC (can. 1344).
     
      En nuestros días avanza un bello resurgir homilético. A los homiliarios tradicionales se juntan los esfuerzos por infundir en todas las formas de la oratoria sagrada el espíritu bíblico y litúrgico y el tono de exhortación familiar. El Conc. Vaticano II recomienda encarecidamente, «como parte de la misma liturgia, la homilía, en la cual se exponen durante el ciclo del año litúrgico, a partir de los textos sagrados, los misterios de la fe y las normas de vida cristiana. Es más, en las Misas que se celebran los domingos y fiestas de precepto con asistencia del pueblo no debe omitirse si no es por una causa grave» (Const. Sacrosanctum Concilium, 52).
      Características de la homilía. Como una de las formas específicas de predicación cristiana, a la predicación homilética le han tenido que preceder la evangelización propiamente dicha (el kerigma, v.) y la catequesis (v.) o explicación de la fe en Cristo. La predicación homilética supone ya la fe y un cierto conocimiento de la misma. Se dirige a los fieles para instruirles en la fe que ya poseen, exhortarles en la moral que ya practican e invitarles a que comulguen existencialmente con la muerte y resurrección de Cristo. Una de sus características, según la Const. Sacrosanctum Concilium (35,2), es que forma parte integrante de la llamada liturgia de la palabra, en la primera parte de la Santa Misa (v.) y en otras celebraciones. Lo es porque forma un todo con las lecturas, desarrollándose después de las mismas y de los cantos que las acompañan, siendo como la cima de todo el proceso litúrgico de la trasmisión de la Palabra de Dios. Lo es por el predicador que, de ordinario, es el mismo sacerdote celebrante. Lo es por los oyentes, que son los fieles reunidos para un acto litúrgico, ya sea a nivel de la palabra (rezo común del Oficio divino), ya sea a nivel del sacramento (celebración de la Santa Misa, del Bautismo, etc.). La homilía, como parte de la predicación de la Iglesia, corresponde esencialmente a los que han recibido la misión del magisterio eclesiástico (v.), es decir, además del Papa y de los obispos, los sacerdotes debidamente autorizados, más raramente a los diáconos (cfr. Denz.Sch. 809,1164,1217-1218, 1277-1278,1610; CIC, can. 1337-1342; Instr. Inter Oecumenici, 37). Otra de las notas de la homilía es que debe proclamar las maravillas obradas y las verdades reveladas por Dios para salvar a los hombres. Efectivamente, la predicación homilética es al mismo tiempo ministerio profético y servicio litúrgico; de ahí que deba anunciar verbalmente las verdades y hechos de la historia sagrada. Predicar, según la Escritura, es anunciar un hecho o una verdad de salvación en orden a una conversión; se trata, pues, de presentar la intervención salvífica de Dios, a la cual debe responder el hombre con una conversión (v.), que no se logrará con palabras meramente humanas sino con la eficacia de la Palabra de Dios, con la ploclamación de las maravillas obradas por Dios. Pero no basta proclamar la actualidad de la salvación inspirándose en los textos sagrados en general. La lectura bíblica precede siempre a la explicación homilética. La Palabra de Dios, siempre actual, que se ha leído a los fieles es la que debe ser explicada y aplicada. Las lecturas bíblicas y la explicación homilética forman una unión que no debe ser separada; unas y otras se condicionan y se complementan mutuamente. La predicación homilética deberá partir, pues, de los textos que se han leído (v. PALABRA ni). Es también importante que tenga relación con el misterio que se celebra. La predicación homilética deberá coincidir con el hodie, hoy, cultual, invitando a los asistentes a que busquen su identificación con Cristo, bajo el aspecto particular que celebra la fiesta. Finalmente debe tener presentes las necesidades particulares de los oyentes y hacer lo posible para que puedan aplicar la doctrina oída a la vida. Los fieles, a pesar de ser la reunión de bautizados y creyentes, están aún en este mundo, poseyendo toda una serie de problemas vitales permanentes o pasajeros. Debe adaptarse al auditorio: a su capacidad, a su cultura, a su medio humano de vida, a sus puntos fuertes o débiles.
      V.t.: PREDICACIÓN; PALABRA III; SERNIONARIOS; MAGISTERIO ECLESIÁSTICO; PASTORAL, PRAXIS; TEOLOGÍA PASTORAL; APOsTOLADO III.
     
     

BIBL.: CONCILIO DE TRENTO, Doctrina acerca del Santísimo Sacrificio de la Misa, ses. XXII de 17 sept. 1562, cap. 8: Denz. Sch. 1749; Código de Derecho Canónico, can. 1337-1348, especialmente can. 1344 ss.; BENEDICTO XV, ene. Humani generis redemptionem, de 15 jun. 1967; CONC. VATICANO 11, Const. Sacrosanctum Concilium, n° 35 y 52; S. CONGREGACIÓN DE RITOS, Instrucción ínter Oecumenici de 26 sept. 1964, n° 37 y 53-55: AAS 56 (1964) 877-900. J. GELINAU, L'homélie, forme pléniére de la prédication, «La Maison Dieu» 82 (1965) 29-42; CH. RAUCH, Qu'est-ce qu'une homélie?, «La Maison Dieu» 16 (1948) 34-47; R. RÁBANos EsP[NOSA, Homilética bíblica, Barcelona 1962; P. GINEBRA y E. SERRA, Homilías evangélicas, Barcelona 1941; E. FOURNIER, La homilía, Barcelona 1965; D. BARSOTTI, Misterio cristiano y palabra de Dios, Salamanca 1965; G. FESENMAYER, La homilía en la celebración eucarística, en G. BARAÚNA (dir.), La sagrada Liturgia renovada por el Concilio, Madrid 1965, 525-551; J. LECLERCQ, La Liturgia y las paradojas cristianas, Bilbao 1966, 191-212; puede también verse el n' 39 (1954) de «La Maison Dieu». En castellano se han publicado diversos volúmenes con Homilías de Santos Padres (S. Juan Crisóstomo, S. Gregorio Magno, S. León Magno, S. Agustín, etc.) en la colee. BAC.

 

R. MOLINA PIÑEDO.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991