HERMAS


Cristiano del s. ii, autor de una obra titulada «El Pastor».
      Su persona. No resulta fácil situar con exactitud la fecha en que vivió H. El Fragmento de Muratori (v.) dice: «Muy recientemente, en nuestro tiempo, en la ciudad de Roma, Hermas escribió el Pastor, estando sentado como obispo en la cátedra de la Iglesia de Roma su hermano Pío». Ahora bien, el papado de Pío 1 corre del a. 140 al 154. Si este testimonio es fidedigno, y parece que no cabe duda de que lo es, este H. no puede ser identificado ciertamente con aquel a quien S. Pablo saluda en Rom 16,14, con lo cual cae por tierra el parecer de Orígenes; es más, incluso aparece como problemática la historicidad de la referencia que H. hace en su libro con respecto al papa Clemente, ya que éste gobernó la Iglesia a finales del s. i; aunque la solución a estas dificultades bien puede estar en que la obra fuese compuesta en diversos periodos, una primera parte en los tiempos de S. Clemente y la última redacción en la época del papa Pío I.
     
      En cuanto a datos biográficos somos mucho más afortunados; el mismo H. nos da abundantes noticias de sí y de su familia. Dice que, siendo él muy joven, fue vendido como esclavo y llevado a Roma, donde pasó al servicio de una dama cristiana llamada Rode. Libertado pronto, se dedicó al comercio y a la agricultura, haciéndose con un notable patrimonio de bienes. Casado con una mujer lenguaraz y padre de numerosos hijos, pocas cosas buenas puede decir de una y otros. La primera no sabe controlar su lengua y los segundos apostatan durante la persecución, traicionan a sus padres y llevan una vida desordenada. H. parece que fue educado en el cristianismo, pero, mientras fue rico, debió de ser un cristiano mediocre hasta que, arruinado, reaccionó (Visión, I1I,6,7). La solicitud de los hijos lo empujó a predicar y tuvo la dicha de verlos convertidos (Semejanza, VI1,4). Finalmente, el ángel de la revelación le hace entrever que recobrará toda su fortuna.
     
      El «Pastor» de Hermas. No existe en los primeros siglos cristianos otro libro que nos describa tan vivamente la vida de la comunidad cristiana como lo hace el Pastor de Hermas (tomó el nombre del vestido de pastor que usaba el ángel de la aparición). Esta obra tiene para el historiador el interés de una cinta cinematográfica que se proyecta ante sus ojos y que le revela, a través del testimonio de un pequeño burgués romano, las preocupaciones morales de la primera cristiandad. Provoca con ello nuestra curiosidad, es cierto, pero suscita, a la vez, tantos problemas como aspectos diversos ofrece: época de que data su composición, carácter de la obra, su doctrina, todo se presta a discusión.
     
      Este escrito viene a ser un sermón sobre la penitencia, de carácter profético-apocalíptico y, en su conjunto resulta una obra peregrina, tanto por el fondo como por la forma. Aunque se cataloga ordinariamente entre los escritos de los Padres apostólicos (v. PADRES DE LA IGLESIA II), por su género es un apocalipsis (V. APOCALIPSIS II). El libro presenta una sucesión de cinco visiones, doce preceptos (mandata) y diez semejanzas (similitudines). En realidad más que tres secciones, la obra contiene dos partes fundamentales: en la primera, que comprende las cuatro primeras visiones, aparece la Iglesia bajo distintos símbolos; ésta se le aparece a H. primeramente en forma de una venerable matrona, que va despojándose gradualmente de las señales de la vejez para surgir, en la visión cuarta, como una novia, símbolo de los elegidos de Dios. En la segunda parte, la más larga y extensa, se contienen las revelaciones del Pastor: éste enseña a los cristianos sus deberes y les exhorta a la penitencia.
     
      Su doctrina. 1) En Moral. Hay que destacar, en primer lugar, la doctrina sobre la Penitencia. Este tema domina todos los problemas morales planteados por H. Muchas controversias ha suscitado la doctrina penitencial del Pastor: algunos han visto en H. a un rigorista, enemigo de toda indulgencia eclesiástica para los pecados cometidos después del Bautismo, mientras que otros lo han presentado como un abanderado de la indulgencia, contra lo que predicaba el naciente montanismo (v. MONTANO). Es cierto que uno queda un tanto desconcertado con la formulación de dos tesis, que parecen irreconciliables. En el coloquio con el ángel sobre la Penitencia, escribe H.: «He oído, Señor, a algunos doctores afirmar que no hay otra penitencia, fuera de aquella en que bajamos al agua y recibimos la remisión de los pecados pasados. Has oído exactamente -me contestó, pues es así. El que, en efecto, recibió una vez el perdón de sus pecados, no debiera volver a pecar más, sino mantenerse en pureza. Pero, puesto que todo lo quieres saber puntualmente, quiero declararte también esto... Para los que fueron llamados antes de estos días el Señor ha establecido una penitencia..., y a mí me fue dada la potestad sobre esta penitencia. Sin embargo, yo te lo aseguro -me dijo-: si después de aquel llamamiento grande y santo, alguno, tentado por el diablo, pecare, sólo tiene una penitencia; mas, si a la continua pecare y quisiera hacer penitencia, sin provecho es para hombre semejante, pues difícilmente vivirá» (Precepto, IV,3,1-7).
     
      Un análisis sereno del pasaje y de toda la obra en general no parece admitir, sin embargo, ninguna de las posiciones extremas antes citadas; puede, por el contrario, encontrarse una vía media. Junto a afirmaciones graves y severas, la obra es, en el fondo, una apología del perdón. H. escribe su libro precisamente contra algunos maestros, que predicaban que no había otra penitencia fuera del Bautismo. Contra ellos el Pastor afirma la posibilidad de un perdón pos-bautismal, un perdón que alcanza a todos los pecadores que quieran disponerse a él.
     
      Sin embargo, conviene tener en cuenta que H. no habla en su libro como doctor en la materia, sino más bien como un profeta o sacerdote celoso y preocupado, que, al mismo tiempo que anuncia el perdón para levantar a las almas caídas, restringe éste al mínimo para que no sirva de pretexto a futuras posiciones de laxitud. Una caída después del Bautismo (administrado en aquella época a los adultos) no deja de ser siempre una claudicación vergonzosa y, con ello, pierde vigor el ideal cristiano. Pero, repetimos, la obra es una afirmación del perdón pos-bautismal, perdón que no se concibe sin la reintegración en la Iglesia: sólo entrando en «la torre en construcción» puede uno salvarse (cfr. Visión, III; v. t. PENITENCIA 11).
     
      El libro hace alusión a la doctrina de las obras supererogatorias, distinguiendo entre «preceptos», que se imponen a todos, y «consejos» (menciona tres: ayuno, celibato y martirio).
     
      2) En el dogma. Si de la moral pasamos al dogma, la confusión crece en nosotros. Se apercibe uno en seguida de que H. dista mucho de ser un teólogo, ni siquiera mediocre. Si en la cuestión penitencial hablaba más como moralista práctico que como perito en la materia, cabe pensar que en el campo dogmático no vamos a encontrar en él al teólogo magisterial que expone profundas disertaciones sobre los misterios de la Trinidad, de la Encarnación y de la Iglesia. Su terminología teológica es una de las más imperfectas que pueden encontrarse en los escritos de la Iglesia primitiva. La cristología de H. ha suscitado serias dificultades a los estudiosos. No sabemos hasta qué punto llega a confundir la persona de Cristo con el Espíritu Santo: llama a éste «Hijo de Dios» (cfr. Semej. V,6,5-7; V,6,24; IX,11).
     
      Menos imperfecta es la doctrina sobre la Iglesia. A decir verdad, la Iglesia llena totalmente este libro. Recordemos, sin embargo, que' H. escribe en un estilo entre profético y apocalíptico y que, por tanto, más que cuidarse de la realización empírico-histórica de la Iglesia, expone en su escrito la vocación y el destino de esta Iglesia. La Iglesia del Pastor, simbolizada por la torre mística, representa la Iglesia de los escogidos y predestinados, la Iglesia triunfante más que la militante, la consumación perfecta y acabada de la Iglesia imperfecta y en periodo de construcción en la tierra (cfr. la visión 111 y la semejanza IX; v. t. IGLESIA 11, 2, 3A).
     
      Juicio crítico. Pocos escritos encontramos en la era cristiana posapostólica tan instructivos y, a la vez, tan complejos como el Pastor. La misma evolución de las sucesivas etapas en la valoración de este libro lo confirman: primeramente es acogido con gran fervor en el s. ii, hasta el punto de que S. Ireneo (Adv. Haer. 4,20,2), Tertuliano (Or. 16) en su periodo pre-montanista y Orígenes (In Mt. 14,21) lo consideraron como un profeta inspirado y llegaron a considerarlo entre los libros de la S. E.; pero no es considerado así por la generalidad, ya en el s. III, según testimonio de S. Jerónimo, que afirma de él ser un libro prácticamente desconocido entre los de habla latina (De viris illustribus, 10); decae posteriormente también en Oriente, manteniéndose únicamente durante cierto tiempo en Egipto; finalmente, su lectura pública en la Iglesia es prohibida, si bien se permite su lectura privada.
     
      Los antiguos Padres amaron de este escrito, no su teología, sino su sentido ascético de la vida cristiana, su moral, y éste es, en efecto, el fundamento de la atracción que sigue ejerciendo entre los estudiosos de la historia y entre los moralistas.
     
      El libro no revela en su autor a un gran letrado, ni a un profundo pensador, lo mismo que no vemos en él por ninguna parte al teólogo, pero, en cambio, nos muestra un buen moralista, observador atento de las costumbres de su tiempo.
     
     

BIBL.: Fuentes: Edición crítica, con texto bilingüe: D. Ruiz BUENO, Padres Apostólicos, BAC, 65, Madrid 1950; R. JOLY, Hermas, Le Pasteur, Introduction, texte critique, traduction et notes: Sources Chrétiennes 53, París 1958; trad. castellana en Biblioteca Clásica del Catolicismo 1, Madrid 1890, 3-140; v. t. la bibl. del art. PADRES DE LA IGLESIA, 2.

 

S. AZNAR TELLO.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991