Hábitos. Teología Moral.
El estudio de los h. tiene gran interés en Teología moral. No constituyen un
mero aprendizaje como en Psicología, sino que están en relación con el obrar
moral de la persona e implican una radicación de la libertad en su objeto y
fines. Se definen como una inclinación firme y constante a proceder de una
determinada forma.
División de los hábitos. Como los actos (v.), se dividen en buenos y malos,
según sean conformes o disconformes con la norma de moralidad; según que
enriquezcan y perfeccionen al hombre (virtud, v.), o que lo empobrezcan
moralmente y lo depraven (vicio, v.).
Con relación a sus causas originantes, son infusos o adquiridos. Los infusos son
siempre buenos, porque vienen de Dios, quien los infunde en el alma normalmente
acompañados de la gracia y para santificación del propio sujeto que los recibe.
Consisten principalmente en las virtudes teologales de fe, esperanza y caridad;
pero también existen, según la sentencia más común, hábitos de virtudes morales
infusas. Adquiridos son los que se forman con la repetición de actos, que pueden
ser buenos y malos: las buenos dan origen a las virtudes morales adquiridas y
los malos a los vicios. El hábito se forma y arraiga tanto más pronto y más
profundamente cuanto la repetición de actos es más frecuente y con más plena
actuación.
Significado de los hábitos en la vida moral. Conforme a la noción dada, el
hábito facilita la ejecución de los actos respectivos, y hasta los incita,
haciendo difícil muchas veces el abstenerse de repetirlos. Por eso es uno de los
elementos que hay que tener en cuenta entre los impedimentos del acto moral
(v.), por el aumento de voluntariedad o disminución de deliberación que produce.
En cuanto al hábito malo en sí mismo, para juzgar de la responsabilidad de un
sujeto en su adquisición o retención, ha de tenerse presente que la adquisición
depende principalmente de la repetición de actos; que, por consiguiente, la
responsabilidad recae principalmente sobre el ejercicio deliberado de cada uno
de esos actos, con previsión de la formación del hábito. Pero también hay
responsabilidad en la serie como tal, cuando uno condesciende con las
tentaciones a pesar de advertir que se va debilitando el poder de resistencia y
arraigando el imperio de la concupiscencia desordenada, que incita a repetir las
situaciones en que se multipliquen los desórdenes apetecidos. Entonces se
contrae una culpa mayor; y se adquiere responsabilidad respecto a los futuros
desórdenes que se prevén, en el momento de admitir y poner su causa. Podrá ser
que entre esos actos futuros algunos no sean pecado en sí mismos, por faltarles
la deliberación requerida; pero eso no les librará de ser pecaminosos y
culpables en cuanto previstos y no conjurados cuando era posible hacerlo. En
cambio, cuando se forma un hábito sin caer en la cuenta de las consecuencias, o
cuando se lucha contra su formación, o formado se lo combate aunque
ineficazmente, los actos futuros que proceden de él sin deliberación, o con
deliberación imperfecta, no serán formalmente pecados, o serán veniales en sí
mismos y en la causa (v. PECADO IV, l).
En cuanto a su influjo en la conducta moral, el mal hábito hace más difícil el
ejercicio de la virtud contraria, porque hay que contrarrestar la tendencia
opuesta. La cual algunas veces puede hacerse tan fuerte y dominar de tal modo a
la persona, que no sea ésta capaz de sobreponerse a su influjo; de suerte que
las acciones pecaminosas ejecutadas en esa situación pierdan buena parte de la
responsabilidad, y aun las graves se conviertan para el sujeto en leves, porque
le impiden la deliberación suficiente para contraer culpa grave.
En sentido contrario, el hábito bueno puede hacer menos deliberada o menos
necesitada del impulso actual de la voluntad la práctica de los actos virtuosos
a los que se haya acostumbrado el sujeto por la repetición. Pero esto no los
hace moralmente menos estimables y perfectos que cuando se ejecutaban con mayor
aplicación y esfuerzo de la voluntad. Porque con relación a la misma voluntad
son más intensamente voluntarios que en personas menos fervientes; y en cuanto a
la menor deliberación necesaria para practicarlos, y, por consiguiente, también
en cuanto a la menor libertad de elección, ésta existe con plena aprobación de
la voluntad por el predominio del amor de Dios, determinado con plena
deliberación y cálculo en sí y en todas las felices consecuencias de vivir en lo
sucesivo con adhesión a Dios y compenetración con su santa voluntad.
V. t.: VIRTUDES A; PECADO; VICIO.
M. ZALBA ERRO.
BIBL.: S. TOMÁS, Sum. Th. 1-2 q45-55; 1. CHEVALIER, L'habitude, Essai de
métaphysique scientifique, París 1929; P. GUILLAUME, La lormation des habitudes,
2 ed. París 1947; v. t. la bibl. de VIRTUDES.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991