GUERRA MUNDIAL, SEGUNDA


El más vasto y sangriento conflicto bélico que recuerda la historia del hombre ocupa seis años del tramo central del s. XX (exactamente seis años menos 15 días, del 1 sept. 1939 al 15 ag. 1945); aunque sus más inmediatos antecedentes y sus más directas repercusiones se extiendan durante bastante más de un decenio.
     
      Es idea muy repetida, sobre todo por los historiadores que estuvieron más ligados a los acontecimientos, la de que la II G. m. constituye la continuación lógica y prácticamente inevitable de la primera, cuya solución fue a todas luces forzada (v. GUERRA MUNDIAL, PRIMERA). A mayor abundamiento, los contendientes son, en la mayoría de los casos, los mismos; y el desarrollo de los hechos, en sus líneas más amplias, se repite. Con todo, hoy tiende a abrirse paso, incluso entre historiadores alemanes, como Walter Hubatsch, la tesis de la independencia entre ambos conflictos, siendo el segundo el resultado de factores muy concretos, y ulteriores al «dictado» de 1918, tales como la Gran Depresión y la aparición de los totalitarismos. El primer factor daría lugar a condiciones de ahogo en países industriales carentes de materias primas, como Alemania y Japón; y el segundo, proporcionaría a aquellos países, en trance de estrangulamiento, una actitud agresiva. Por supuesto que nada impide conciliar ambas tesis, considerando el segundo conflicto como reanudación de un pleito no bien resuelto en 1918, y que contribuiría a desencadenar de nuevo las condiciones de la crisis mundial de los a. 30.
     
      1. El expansionismo totalitario. Las doctrinas totalitarias preconizaban, como es sabido, unos módulos de organización interna, dentro de los Estados pero también una política exterior agresiva y dominadora. Ya desde su primera exposición doctrinal, Mein Kampf (Mi lucha), Adolf Hitler (v.) había trazado las líneas fundamentales del expansionismo de la Alemania nazi. En un primer plano, figuraban las reivindicaciones destinadas a unir a todos los alemanes en una patria común (integración o Anschluss con Austria, incorporación de los Sudetes, anexión de Alta Silesia, Posnania y Danzig). Y en un segundo plano se aludía, aunque siempre en forma menos explícita, al granjeamiento de un «espacio vital», Lebensraum, o zona de influencia germánica, que permitiese al Reich desenvolverse con la misma holgura que, p. ej., los países anglosajones; y, sin ser exactamente un prurito colonialista, tiene un sentido imperialista perfectamente claro, que acaba desembocando, dentro del programa de Hitler, en el objetivo final: un orden mundial bajo la presidencia hegemónica de Alemania.
     
      La Italia fascista, aunque de forma aparatosa, mostraba aspiraciones un tanto más modestas: control virtual del Mediterráneo, Mare Nostrum, y expansión por algunos rincones de África que hubiese dejado libres todavía el reparto colonial. A este fin obedeció la guerra de Etiopía en 1935, en tanto que la anexión de Albania, a principios de 1939, señalaba el inicio de una política de influjo en los Balcanes.
     
      El caso del Japón, aunque bajo supuestos ideológicos muy diversos, recuerda sensiblemente al de Alemania. País superpoblado y altamente industrializado, carecía de materias primas, y la crisis económica de 1930 le hizo sentirse en condiciones de inferioridad frente a la competencia de los países anglosajones en los mercados del Extremo Oriente. La crisis degeneraría en un régimen militarista, cuyo principal portavoz fue el general Hideki Tójó (v.), que no tardaría en predicar el expansionismo nipón, en busca del «gran espacio oriental», traducción a aquel hemisferio de la idea del Lebensraum alemán. La ocupación de Manchuria y ulterior guerra con China (V. CHINO-JAPONESA, GUERRA) son los pasos previos a la agresión general de 1941.
     
      2. El camino de la guerra. La política de reivindicaciones alemanas comenzó simplemente con la recuperación de lo que les correspondía, para derivar en exigencias cada vez más discutibles. A la legítima devolución del Sarre por un plebiscito (1933), siguieron la remilitarización de Renania (1936), el sólo en parte espontáneo y en la forma violento Anschluss con Austria (1938), la intransigente reclamación del territorio de los Sudetes (septiembre 1938), la ocupación por la fuerza de toda Checoslovaquia (marzo 1939), y la exigencia del corredor polaco (agosto 1939), que conduciría finalmente a la guerra.
     
      La cuestión de los Sudetes enfrentó por primera vez al Reich con una soberanía no germana, la de Checoslovaquia, que se negaba a ceder aquellos territorios de raza y lengua alemanas. La tensión fue resuelta por la conferencia de Munich (septiembre 1938), en que las grandes potencias transigieron con los planes de Hitler, y el país de los Sudetes fue anexionado a Alemania. Munich vio prevalecer la táctica del apaciguamiento, preconizada por el primer ministro británico, Neville Chamberlain (v.). Aunque «Chamberlain, compelido a escoger entre la guerra y el deshonor, optó por el deshonor, para encontrarse en seguida con la guerra» (W. Churchill). La gratuita invasión de Checoslovaquia, en marzo de 1939, aprovechando litigios internos, fue una gran lección para los partidarios del apaciguamiento, y el mismo Chamberlain comprendió la necesidad de prepararse para un conflicto (v. CHECOSLOVAQUIA IV). Por esto, la siguiente reclamación de Hitler, sin duda la más lógica y modesta, condujo a la guerra. El tratado de Versalles había separado violentamente las dos Prusias, oriental y occidental, por medio del artificioso «corredor polaco» y la ciudad libre de Danzig (v. GDANSK). Los alemanes pedían la renacionalización de la ciudad, de acuerdo con el deseo de sus habitantes, y la construcción de una autopista extraterritorial que enlazase sin estorbos las dos Prusias. Polonia, sin embargo, sostenida por Francia e Inglaterra, y dirigida por políticos de exaltado patriotismo, contestó con un lenguaje belicista que no hizo más que irritar la sensibilidad enfermiza del canciller alemán. Lo que en agosto de 1939 reclamaba Hitler no era ya el derecho a construir la autopista, sino la cesión de todo el corredor polaco, alegando, como de costumbre, el carácter alemán de su población.
     
      La tensión subió de tono hasta grados dramáticos. Francia e Inglaterra, sobre todo esta última, garantizaron a Polonia su integridad territorial. La actitud de Rusia fue una incógnita hasta el 23 de agosto, en que se anunció la firma del pacto germano-soviético. Fue oficialmente, un tratado de no agresión, aunque sus cláusulas secretas repartían zonas de influencia alemanas y rusas en toda Europa oriental. Hitler se consideró con las manos libres. Una agresión a Polonia sólo encontraría una protesta diplomática por parte de los occidentales, que no tenían medios para impedir aquélla. Por su parte, Francia e Inglaterra confiaban que su actitud firme obligase a Hitler a volverse atrás, a última hora. Las dos partes se equivocaron trágicamente.
     
      El 1 de septiembre, último día garantizado por el alto mando para el éxito de la operación, Alemania decidió al fin la invasión de Polonia. El 3, después de desesperados intentos germanos por llegar a un arreglo con los occidentales, Londres declaró la guerra a Berlín. El Gobierno francés, desolado porque no veía la suerte de la contienda de modo tan risueño como sus vecinos del otro lado del Canal; hubo de seguir sus pasos a las pocas horas. Hitler, que confió hasta el último momento en las gestiones diplomáticas, sufrió al recibir la noticia un espectacular ataque de nervios. Comenzaba la II G. m.
     
      3. La «Blitzkrieg». El primer cuadro de beligerantes presenta a Alemania (80 millones de hab.) contra Inglaterra, Francia y Polonia (130 millones). Británicos y franceses contaban además con los recursos de unos dominios coloniales que ocupaban la cuarta parte del globo. Esta superioridad virtual quedaba contrarrestada, de momento, por una más completa preparación bélica de los alemanes, aunque ninguno de los bandos en pugna, que no esperaban tan pronto el conflicto, estaba preparado en 1939 para una guerra de grandes proporciones.
     
      Alemania siguió el proceder más lógico: defenderse en el Oeste, donde contaba con la inexpugnable «Línea Sigfrido», y atacar fulminantemente en Polonia. Los polacos pusieron en línea tantos hombres como los alemanes, pero fueron superados por la técnica de éstos. Hitler no pudo lanzar a la acción más que tres divisiones de tanques. Fueron suficientes. El ejército polaco, que atacó por el centro, soñando absurdamente con avanzar sobre Berlín, fue sorprendido en los flancos por un movimiento de tenazas de sus adversarios. A los 15 días estaba decidida la guerra en Polonia. Varsovia capituló el 22 de septiembre. Los rusos, de acuerdo con los alemanes, invadieron sin resistencia la zona oriental (v. POLONIA IV). Los seis meses siguientes fueron de calma casi absoluta. Hitler ofreció por dos veces la paz, ahora que ya estaba «resuelto» el problema de Polonia, pero sus propuestas fueron rechazadas. El largo descanso favoreció técnicamente a los alemanes, cuya industria estaba ya preparada para la producción de guerra, en tanto que los aliados tuvieron que proceder a una trabajosa adaptación. Esta circunstancia fue la clave de los hechos que siguieron.
     
      Un incidente naval, ocurrido en aguas territoriales noruegas, provocó inesperadamente la intervención de los beligerantes en aquel país (9 abr. 1940). Los ingleses anunciaron que se disponían a minar las aguas noruegas, al tiempo que preparaban secretamente un desembarco, a lo que contestaron los alemanes con la invasión de Noruega y de la desprevenida Dinamarca (V. DINAMARCA IV), que nada tenía que ver en eJ asunto, pero que era el complemento estratégico de la operación. En Noruega se puso de manifiesto, por primera vez y en amplia escala, la superioridad técnica de los alemanes sobre los francobritánicos. El país fue conquistado, y se formó en Oslo un gobierno de tipo nazi (v. NORUEGA IV). Entretanto, el 10 de mayo, el ejército alemán, que contaba ya con 2.000 tanques y 5.000 aviones, se lanzó a la acción en el Oeste. Lo mismo que en 1914, cometió el atropello de invadir Bélgica (V. BÉLGICA IV), a la que unió esta vez la ocupación de Holanda (v. HOLANDA IV). La operación, desde el punto de vista técnico, era prácticamente inevitable, y hoy se sabe que ambos bandos la tenían prevista en sus planes; pero fueron los alemanes, como primeros atacantes, quienes la realizaron. Holanda fue ocupada en una semana, para prevenir un desembarco inglés, y el sur de Bélgica fue atravesado en unas horas por los tanques. Al día siguiente, entraban los alemanes en Francia por Sedán. 24 horas más tarde, la línea Maginot estaba rota.
     
      Los franceses fueron víctimas de las viejas rutinas de la primera guerra (la concepción del cañón pesado como arma defensiva, o del tanque como lento acompañante de la infantería), y fueron sorprendidos por el mando alemán, que explotó al máximo los elementos «nuevos». También en el desarrollo de las operaciones: cuando el generalísimo Gamelin esperaba el despliegue alemán hacia la izquierda, como en 1914, los tanques de Von Kleist lo hicieron hacia la derecha. En un día cubrieron el trayecto de Amiens a Abbeville, separando al ejército francés del británico; éste pudo embarcar precipitadamente en Dunkerque, con medianas pérdidas, pero los galos quedaron prácticamente fuera de combate. París cayó el 16 de junio. El Gobierno francés, refugiado en Burdeos, pidió la paz. El armisticio se firmó el 21 de junio, en Compiégne. Francia cedía Alsacia-Lorena, y en tanto durase la guerra con Inglaterra, los alemanes ocuparían toda la franja costera del Atlántico, incluyendo París. El nuevo Gobierno francés, presidido por el mariscal Pétain (v.), se estableció en Vichy (v. FRANCIA V).La guerra parecía a punto de terminar.
     
      4. La extensión del conflicto. Siguió, sin embargo, un nuevo punto muerto. Gran Bretaña, contra lo que muchos esperaban, se negó a todo arreglo, pese a los ofrecimientos de Hitler, que pretendía dárselas de pacifista. Los ingleses no hubieran podido resistir al ejército alemán, pero éste a su vez no contaba con medios para poner pie sobre territorio británico, porque sus enemigos eran dueños absolutos del mar. Para contrarrestar la hegemonía naval británica, Hitler disponía del arma submarina y de la aérea. Los sumergibles germanos actuaron con creciente éxito hasta 1942, en que su eficacia comenzó a disminuir, hundiendo gran cantidad de buques de guerra y mercantes; pero la flota británica, en líneas generales, pudo ser resguardada. El arma aérea causó enormes destrozos, sobre todo en tierra, durante el verano y otoño de 1940; Londres ardía diariamente por sus cuatro costados, y la ciudad de Coventry fue prácticamente borrada del mapa; pero la moral del pueblo británico, dirigido ya por el enérgico Winston Churchill (v.), se mantuvo alta, y la operación Seelowe de desembarco en Inglaterra fue aplazada una y otra vez. Los alemanes se dispusieron entonces a asestar a Gran Bretaña golpes periféricos. La Italia fascista, al fin, había entrado en guerra al lado de Alemania, días antes de la rendición francesa, creyendo cercana la victoria final. El conflicto se desviaba así hacia el Mediterráneo. La muerte del mariscal Graziani, cuando los italianos se disponían a invadir Egipto desde Libia, les fue fatal. Fueron los ingleses coloniales de Wavell los que atacaron, penetrando en Cirenaica, y sólo el envío del Afrika Korps alemán de Rommel (v.) permitió restablecer la situación.
     
      También fracasaron los italianos en su intervención en los Balcanes, provocando un conflicto con Grecia, invierno 1940-41, en el que increíblemente llevaron la peor parte (v. BALCANES IV). Hitler decidió entonces bascular su acción político-militar hacia el sudeste de Europa. Consiguió alianzas con Hungría, Rumania y Bulgaria, y la hostilidad acérrima de Yugoslavia, que condujo a la ruptura con este país (6 abr. 1941). Los ejércitos alemanes mostraron una. vez más su asombrosa capacidad de maniobra. El 13 de abril caía Belgrado, y el 17 se rendían los últimos efectivos yugoslavos (V. YUGOSLAVIA IV). Desde Macedonia podía ahora Hitler echar una mano a Mussolini (v.). La ocupación de Grecia fue fulminante, pese a la presencia de un ejército británico. El 13 de abril entraron los alemanes en Salónica, y el 25 en Atenas (V. GRECIA VI). La operación fue completada, en mayo, con el asalto a Creta desde el aire, mediante el lanzamiento, por primera vez en gran escala, de paracaidistas.
     
      La ocupación de aquella isla, y la ofensiva de Rommel en Egipto, hacían imaginar que el próximo objetivo alemán sería el canal de Suez, llave de un ulterior despliegue por todo el Oriente Medio.
     
      Sin embargo, aquella directriz fue abandonada para buscarse los alemanes un nuevo enemigo. El intento de Stalin (v.), el dictador ruso, por aliarse a última hora con Yugoslavia, y la acumulación de tropas soviéticas cerca de la frontera, hicieron concebir a Hitler los peligros de un ataque comunista. Hoy no parece que los rusos tuvieran por entonces planes inmediatos de ataque, pues aunque sus fuerzas eran inmensas, su armamento era fundamentalmente defensivo. El mando alemán creyó conveniente adelantarse a un posible proyecto soviético, y decidió la famosa operación Barbarroja. Hitler anudó bien que mal una serie de alianzas con Finlandia, Hungría, Eslovaquia y Rumania, que permitió el 22 jun. 1941 lanzarse al asalto de Rusia sobre un frente continuo, del mar Blanco al mar Negro. Fue la más vasta operación que se había visto nunca. Los alemanes, aunque inferiores en número, superaban a los soviets en material móvil y aviación. Sus avances, a lo largo de un frente de 3.000 Km., fueron impresionantes en las primeras semanas. Tanto como avanzar, interesaba a los germanos aniquilar a sus enemigos (pues penetrar en la inmensa ratonera rusa sin destruir a su ejército, como en el caso de Napoleón, era el mayor temor de Hitler), y de aquí las gigantescas operaciones de embolsamiento, que en Biaystok y en los los pantanos del Pripet encerraron a ejércitos enteros.
     
      Hacia el 15 de julio alcanzaron los alemanes la llamada línea Stalin, cadena defensiva que protegía de lejos a Moscú. Allí concentraron los soviéticos la masa principal de sus efectivos. La batalla en torno a Esmolensco se prolongó por espacio de tres semanas, y aunque la ciudad -a 300 Km. de Moscú- acabó cayendo en manos alemanas, la invasión quedó prácticamente detenida. El mando germano buscó avances por las alas: en el sector Norte, Von Leeb llegó al golfo de Finlandia y a las puertas de Leningrado, aunque no pudo entrar en la ciudad; mientras que en el Sur, Von Rundstedt encerró en bolsas espectaculares a más de un millón de soldados soviéticos, ocupando toda Ucrania y Crimea. A comienzos de octubre, Alemania había conquistado un espacio inmenso, y lo más rico del territorio enemigo, de la desembocadura del Neva a la del Don; pero la gigantesca Rusia, aunque tambaleándose, seguía en pie. Comenzó entonces la dramática batalla de Moscú, una de las más decisivas de la guerra. Tras embolsar a 600.000 soldados enemigos en el doble cerco de Briansk-Viasma, los alemanes lograron, en duros esfuerzos, llegar a 40 Km. de la capital. El invierno ruso, que cayó de pronto sobre los campos de batalla, les obligó a desistir. La guerra empezaba a cambiar de signo.
     
      5. La Guerra mundial. El 8 dic. 1941, un acontecimiento sorprendente conmovió al mundo: la aviación japonesa había deshecho a la mayor parte de la escuadra norteamericana del Pacífico anclada y desprevenida en la base hawaiana de Pearl Harbour. Las relaciones nipoamericanas se habían hecho progresivamente más tirantes desde la guerra chinojaponesa de 1937, y sobre todo desde el comienzo de la ayuda de Washington a Moscú, contraria a los intereses de Tokio. Los americanos decidieron inutilizar al Japón mediante el embargo de los carburantes y de las aleaciones metálicas de interés estratégico, lo que no hizo sino aumentar la indignación nipona. Al fin, una serie de entrevistas de los respectivos ministros del Exterior, Cordell Hull y Matsuoka, parecieron llevar a un modus vivendi, cuando el mando japonés, decidido a jugarse el todo por el todo, ordenó el ataque a Pearl Harbour. La agresión, sin previa declaración de guerra, era una traición evidente; pero, desde el punto de vista técnico, representaba la única posibilidad de los nipones de ganar la guerra al coloso americano. Aprovechando éntonces su momentánea superioridad naval, podían apoderarse de los ricos territorios malayos e indonesios -petróleo, caucho y estaño-, que depararían a su industria las materias de que carecía.
     
      Al amparo del golpe de Pearl Harbour y, de acuerdo con el Plan Tanaka, la expansión japonesa durante seis meses, diciembre de 1941 a mayo de 1942, fue asombrosa, llegando a apoderarse de una superficie igual a la sexta parte del globo terráqueo. Uno de sus primeros, objetivos fue la península malaya, terminando la operación con la conquista de Singapur, en febrero, una de las plazas fuertes más estratégicas del mundo. De Malasia se extendieron los nipones hacia Thailandia y Birmania, por donde amenazaron la India. Al mismo tiempo, las tropas del general Yamashita ponían pie en las Filipinas, donde de poco sirvió la habilidad del americano MacArthur, que hubo de abandonar las islas en febrero. También en febrero ocuparon los japoneses Sumatra, Borneo y Célebes, y en marzo lava, tras una nueva victoria naval. En abril se extendieron por las islas de la Sonda y Timor, para alcanzar en mayo Nueva Guinea y las Salomón. Fue aquí donde la resistencia aliada comenzó a hacerse más fuerte. La batalla del mar del Coral (7 de mayo) quedó indecisa, pero los japoneses no se atrevieron a seguir adelante con sus desembarcos, y Australia quedó definitivamente a salvo. Un mes más tarde, un nuevo intento de sorpresa a lo Pearl Harbour, único recurso para mantener la superioridad nipona, sobre la base de Midway, fue conocido a tiempo por los americanos y concluyó con un desastre de los japoneses. También aquí la guerra empezaba a cambiar de signo, en favor del más fuerte.
     
      6. La iniciativa pasa a los aliados. El primer semestre de 1942 registra fulgurantes avances japoneses en el Pacífico y contraataques rusos, de mediano éxito, en el frente del Este. Estaba claro que las fuerzas del Eje, después de su sorprendente expansión, estaban agotadas, y en adelante habrían de ponerse a la defensiva frente a un enemigo menos preparado inicialmente, pero muy superior en potencia y que dominaba la mayor parte de los recursos mundiales. En paso de una guerra larga -y el conflicto no llevaba camino de decidirse de momento- las probabilidades de victoria estaban a favor de los aliados.
     
      Todavía en el verano de 1942 esperaron los alemanes expugnar la fortaleza defensiva de Rusia, mediante un ataque en gran escala en el sector Sur, que les deparó lo anteriormente perdido en Ucrania, el territorio entre el Don y el Volga, y gran parte del Cáucaso. El objetivo más importante, el petróleo caucasiano, no pudo conseguirse más que en una pequeña parte, al tomar los rusos la iniciativa en torno a Stalingrado, en el bajo Volga. La batalla de Stalingrado, donde quedó encerrado el VI Ejército alemán, se prolongó hasta el invierno, y terminó con un desastre germano. A partir de entonces, los alemanes no harían sino replegarse lentamente en Rusia, ante un adversario superior numéricamente y cada vez mejor pertrechado de material, gracias a la nueva industria creada por Stalin en los Urales y, sobre todo, a los envíos norteamericanos.
     
      Al mismo tiempo que los rusos cobraban la batuta en Stalingrado, los Estados Unidos, cuya fabulosa economía les había permitido transformarse, en menos de un año, en la potencia mejor armada del mundo, tomaban la iniciativa frente a los enemigos alemán y japonés. El 8 nov. 1942 las fuerzas aliadas, bajo el mando del general Eisenhower (v.), desembarcaban en Marruecos y Argelia, territorios pertenecientes a una Francia vencida, que nada pudo hacer para oponerse. El general Rommel, en una homérica retirada, consiguió trasladar sus efectivos de Egipto a Túnez, para crear allí un núcleo defensivo que protegiese a Italia. La batalla de Túnez se prolongó hasta mayo de 1943, en que las fuerzas del Eje hubieron de retirarse definitivamente de África.
     
      La guerra, como decían los anglosajones, «había dado la vuelta». 51 países de todo el mundo formaban ya entre los aliados. Si los alemanes forzaron de modo increíble su producción bélica, hasta construir 27.000 tanques y 40.000 aviones al año, aunque sin gasolina para usarlos más que en modesta proporción, sólo los americanos lograron en el mismo plazo un ritmo de 50.000 y 100.000 respectivamente. Todo consistía en saber cuánto lograrían resistir los alemanes, gracias a la excelente calidad de su material; y los japoneses, gracias a su fanatismo combativo.
     
      7. El asalto a Europa. La Alemania nazi, dueña de la mayor parte del continente -la «fortaleza de Europa», que decía Hitler- tenía que defenderse en dos frentes: el oriental, ante los rusos, y el mediterráneo, ante los anglosajones y otros aliados. El plan Churchill consistía en el asalto a Europa por el Sur, bien por los Balcanes, donde cundía el descontento contra la ocupación alemana y proliferaban las guerrillas, bien por Italia, que había demostrado desde el primer momento falta de espíritu combativo. Prevaleció este segundo proyecto, por sus posibles y espectaculares repercusiones. En julio, Eisenhower se lanzó con grandes medios a la conquista de Sicilia, que completó en 40 días. Fue suficiente para hundir a Italia. El 25 jul. 1943 un golpe de Estado derribaba a Mussolini; en tanto los aliados desembarcaban en el sur de Italia, a primeros de septiembre, el gobierno de Roma tentaba una difícil pirueta, pactando con los aliados y declarando la guerra a Alemania.
     
      Los italianos, desorganizados y sin moral, demostraron tan poca capacidad de resistencia en la nueva situación como en la anterior; la mayor parte del país, hasta Nápoles, fue ocupada por los alemanes, y las tropas aliadas, que habían desembarcado en el sur de la península, se estrellaron contra la «línea Gustavo», organizada por el mariscal Kesselring. De septiembre de 1943 a junio de 1944, consiguieron avanzar desde Nápoles hasta Roma, en operaciones trabajosas. Alemania, todavía alta de moral, y fiada en sus nuevas armas en proyecto (bomba atómica, proyectiles dirigidos, aviones a reacción) resistía bien.
     
      Fue entonces cuando los aliados decidieron cambiar el sector de ataque, y acometer de frente, por la fachada atlántica. A tal fin obedece la gigantesca operación de desembarco en Normandía (6 jun. 1944): 4.000 barcos y 11.000 aviones fueron lanzados simultáneamente a la acción, y aún le quedaron a Eisenhower reservas suficientes para amagar un segundo desembarco, que nunca tuvo intención de realizar, en Calais. Gracias a esta añagaza táctica mantuvo lejos al grueso de los efectivos alemanes, y pudo preparar cómodamente su ofensiva. A fines de julio los americanos rompieron el frente por el sector de Bretaña y, desplegándose sobre la retaguardia, amenazaron embolsar a todo el ejército enemigo. Las fuerzas alemanas hubieron de retirarse precipitadamente, y no todas lo consiguieron. El 22 de agosto era liberado París. En septiembre alcanzaban los aliados las fronteras de Bélgica, aunque en octubre fracasaron en su intento de recuperar Holanda. Entretanto, los rusos, en sucesivas embestidas, habían llegado a Polonia y a la barrera de los Cárpatos. Alemania iba quedando, cada vez más, estrechada en su reducto de Europa central.
     
      8. Fin de Alemania. Aunque empezaron a percibirse los primeros síntomas de oposición al régimen nazi -hubo un atentado contra la vida de Hitler- la mayor parte del pueblo alemán parecía decidido o resignado a resistir a toda costa. La actitud vengativa de los aliados, que se negaron sistemáticamente a todo arreglo, no hizo nada tampoco, por atraerse a sus enemigos. La verdad es que Alemania ya nada podía esperar en la guerra. Los proyectiles dirigidos V-1 y V-2 de Von Braun (v.) demostraron ser un arma eficaz, pero sólo pudieron ser utilizados en pequeña escala, porque los aliados bombardearon sistemáticamente y destruyeron en su mayor parte las rampas de lanzamiento situadas en Holanda. Los aviones reactores sólo pudieron entrar en servicio muy tarde, y en pequeña cantidad, por la acción de los bombardeos aliados sobre las fábricas. También fueron destruidas las instalaciones de agua pesada, indispensables para la transformación del uranio. La aviación aliada, dueña del aire, deshacía las ciudades alemanas. Berlín estaba materialmente deshecho por 30.000 t. de bombas explosivas e incendiarias.
     
      El 16 dic. 1944, mientras los rusos llegaban a las puertas de Budapest, Von Rundstedt se lanzó a un ataque casi suicida en el sur de Bélgica -batalla de las Ardenas-, sin otro fin que llegar a una paz condicionada con los occidentales y hacer frente común contra los rusos. En la batalla de las Ardenas fueron empleados por primera vez los aviones a reacción de Messersmitt, y los tanques «Pantera» capaces de alcanzar los 80 Km. hora. Los alemanes obtuvieron éxitos iniciales, pero a comienzos de 1945 hubieron de detenerse ante los medios masivos, aunque de inferior calidad, acumulados por los aliados.
     
      El asalto final a Alemania comenzó en febrero. Los occidentales atravesaron el Rin y los rusos, poco después, el Oder. A fines de abril, Eisenhower llegaba al Elba, en tanto el soviético Zhukov, operando con divisiones enteras en cada calle, se lanzaba al asalto de Berlín. Parece comprobado que fue el 30 de abril cuando Hitler se suicidó. Elevado a la cancillería del Reich, el almirante Dónitz pidió la paz, que no le fue aceptada. La guerra terminó de hecho con la rendición incondicional del Ejército alemán, que firmó el mariscal lodl el 7 mayo 1945.
     
      9. Fin del Japón. La recuperación del «gran espacio oriental» por los aliados fue sin duda la operación más tediosa de la guerra. Lo que los japoneses habían conquistado en cinco meses, fue reconquistado en tres años por el generalísimo MacArthur, frente a una resistencia desesperada. La producción bélica norteamericana era ocho veces superior a la nipona, pero los soldados del Sol Naciente se batían con decisión suicida hasta el fin; tanto fue así, que los prisioneros sólo fueron el 3,5% de los muertos.
     
      MacArthur contraatacó primero por las Salomón -Guadalcanal- y Nueva Guinea, para saltar de allí a la Micronesia y las Palaos. Sólo en octubre de 1944 pudo desembarcar en Filipinas, cuya conquista no se pudo coronar hasta marzo de 1945. Los aliados decidieron soslayar el laberinto indonesio para lanzarse al asalto directo del Japón. Los desembarcos en las pequeñas islas de Iwo lima y Okinawa llevaron toda la primavera y parte del verano. Las ciudades niponas eran materialmente deshechas por la aviación norteamericana, dueña absoluta del aire; pero el fanatismo de aquel pueblo hambriento y pobre hacía imposible predecir cuándo llegaría la -decisión final. Fue entonces cuando el nuevo presidente de los Estados Unidos, Harry Truman (v.), decidió terminar la guerra por métodos drásticos. Los norteamericanos habían obtenido al fin, en julio de 1945, la bomba atómica de uranio. El 6 de agosto fue lanzada una de estas bombas sobre la ciudad de Hiroshima, y el 9, otra similar sobre el gran puerto de Nagasaki. Aquellas dos espantosas explosiones, aunque mataron a más de 100.000 personas en pocos segundos, no cabe duda de que ahorraron vidas humanas, al poner fin inmediatamente a la guerra; sigue siendo muy discutible, en cambio, la decisión de lanzarlas sobre grandes núcleos de población civil, cuando los efectos hubieran sido probablemente idénticos en otras partes. Inmediatamente se iniciaron las negociaciones de paz, pues esta vez los aliados aceptaron parlamentar. El 15 ag. 1945 se firmaba la rendición japonesa, con una sola condición: que la soberanía del Emperador había de ser respetada.
     
      10. Balance. La II G. m. implicó a unos 70 países; sólo unos pocos, entre ellos España, Suiza y Suecia, permanecieron neutrales. La guerra costó a la Humanidad 55 millones de muertos, 70 millones de heridos, 40 millones de desplazados o sin hogar; 20 millones de t. de buques fueron al fondo del mar; 24 países fueron invadidos y se derrumbaron unos tres millones de edificios. Las pérdidas morales no caben en estadísticas. A los 25 años de finalizada la contienda, Alemania seguía dividida, y no se había firmado todavía un definitivo tratado de paz. Bulgaria, Finlandia, Hungría, Italia y Rumania firmaron el tratado de París (10 feb. 1947); Japón eJ de San Francisco (8 sept. 1951).
     
     

BIBL.: J. PABÓN, Los virajes hacia la guerra, Madrid 1945; L. M. CHASSIN, Histoire militaire de la seconde guerre mondiale, París 1947; íD, La seconde guerre mondiale, París 1951; J. F. C. FULLEA, The second world war, Londres 1948; C. FALLS, The second world war, Londres 1948; H. GÖRLITZ, Die Zweite Weltkrieg, 2 vol., Stuttgart 1952; GENERAL VILLEGAS GARDOQUI y JEFES DE ESTADO MAYOR, La segunda guerra mundial, Madrid 1954; MARISCAL KESSELRING, Reflexiones sobre la segunda guerra mundial, Barcelona 1957; A. ROTHBERG, L'Histoire vécue de la seconde guerre mondiale, 4 vol., Veviers 1963; L. SNYDER, La guerra, 1939-45, Barcelona 1964; A. TOYNBEE, La Europa de Hitler, 2 vol., Barcelona 1964-65; R. CARTIER, La segunda guerra mundial, 2 vol., Barcelona 1966-67; H. G. DAHMs, La segunda guerra mundial, Barcelona 1967; E. BAUER, Historia controvertida de la segunda guerra mundial, 7 t., Madrid 1967-68.

 

J. L. COMELLAS GARCÍA-LLERA

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991