Las dos listas genealógicas. Los Evangelios de Mt y Le traen el árbol
genealógico de Jesús (Mt 1,1-17; Le 3,23-38). Era natural que los
evangelistas se preocuparan de elaborar la g. de Jesús, siguiendo la
costumbre normal para los personajes principales de la historia de Israel.
La g. de Jesús debía ser algo conocido y muy apreciado entre los primeros
cristianos, particularmente entre los judíos, y un argumento básico para
probar la mesianidad de Jesús. De hecho, las dos g. acentúan la
descendencia davídica de Cristo. Pero las listas de Mt y Le difieren
notablemente: Mt trae la g. de Jesús en línea descendente: de Abraham a
Jesús; Le en línea ascendente: de Jesús a Adán. Mt recapitula el número de
generaciones antes de Cristo, insistiendo en el número 14, con un total de
42; Le parece que no tiene en cuenta la relación al número 14 y trae un
total de 77 generaciones, según la lección griega (la Vulgata trae 76 y
algunos ms. latinos 72). En la parte última de la lista, la más cercana a
Cristo, de David a José, Le y Mt coinciden solamente en dos nombres:
Salatiel y Zorobabel.
Estas diferencias, sobre todo la de los nombres de los predecesores
del Señor, han creado un problema exegético para cuya solución se han
presentado diversas teorías, ninguna concluyente: a) Mt trae la g. de José
directamente, ya que tiene empeño especial en presentar a Jesús como
heredero de David a través de su padre legal y adoptivo, José (v.). Le, en
cambio, trae la g. de la Virgen, que empieza no en José, sino en Helí; el
vers. 23 habría que leerlo así: «Jesús pasaba como hijo de José, aunque en
realidad era descendiente (por María) de Helí». Esta teoría ha sido
acusada de violentar bastante el sentido normal de la construcción; no
tiene muchos seguidores. b) Mt da la g. natural de Jesús a través de
José-Jacob; Le da la g. de la Virgen, pero refiriéndola a José a través de
su padre político Helí. El vers. 23 quedaría traducido normalmente. Esta
teoría tiene también dificultades y la siguen pocos. c) Otra teoría,
propuesta por Julio Africano, según testimonio de Eusebio (Hist. Eccles.
1,7), es la que supone que Mt da la g. natural y Le la legal. Jacob era el
padre natural de José, y Helí su padre legal. Jacob y Helí eran hermanos
de madre: Mattán casó con ésta, de la que tuvo a Jacob; murió Mattán y
Matat se casó con la viuda, de la que tuvo a Helí. Helí murió sin hijos y
Jacob se casó con la viuda, en virtud de la ley del Levirato (Dt 25,5-6).
De este matrimonio nació José, quien naturalmente era hijo de Jacob, pero
legalmente era hijo de Helí. Por la línea de Jacob-Mattán se llega a
Salomón-David; por la de Helí-Matat se llega a Natán-David. d) En un plan
concordista, el P. Leal dice que las dos listas traen la ascendencia
carnal de José, con el objetivo claro de probar los derechos de José al
trono de David. Pero cada uno de los evangelistas adopta una versión
distinta de la g. de Jesús: Mt sigue una línea directa eslabonada de
nombres célebres; Le sigue una línea lateral que «puede responder más a la
realidad» (Evangelio de S. Lucas, en La Sagrada Escritura, Texto y
comentario, N. T., Madrid 1961, 614).
Todas estas teorías armonizantes tienen graves dificultades, y no es
la menor el partir del presupuesto de que las listas genealógicas están
estructuradas con una intención catastral, lo que no es exacto (v. II).
Por eso parece lo más oportuno prescindir de toda intención armonizadora e
intentar descubrir el objetivo que cada evangelista ha tenido al escribir
la g. de Jesús.
La genealogía de Jesús según S. Mateo. Disposición literaria. Mt
comienza la g. con un título calcado del A. T.: Biblos gueneseos, Libro de
la generación (1,1). En Gen 2,4; 5,1; 25,19, etc., hallamos el mismo
título que introduce la historia de un personaje clave del relato. Son los
tblédót o genealogías-historias (v. II). Este título ha hecho pensar que
Mt introduce con él no sólo la g. de Cristo, sino toda su historia, es
decir, todo el Evangelio. Por muy sugestiva que sea esta idea, parece que
hay que descartarla. El título es sólo una introducción inmediata a la g.
de Jesús.
La disposición de esta lista es en forma descendente: de Abraham
(v.), va bajando por diversos eslabones hasta Jesús. El punto de arranque
es, pues, el momento en que empiezan las promesas en Israel (v. ALIANZA II);
pasa por David (v.), otro momento importante para el desarrollo histórico
de las promesas, y por la vuelta de la cautividad babilónica. Todas las
generaciones que empalman a Abraham con Cristo las divide Mt en tres
grupos de 14: «Así, pues, las generaciones son en total: desde Abraham
hasta David, catorce; desde David hasta la deportación a Babilonia,
catorce; desde la deportación a Babilonia hasta Cristo, catorce» (1,17).
Esta división es artificial. Para mantener en los tres grupos las 14
generaciones, Mt ha omitido nombres: entre Joram y Ozías omite a Ocozías,
Joás y Amasías. En cambio, Jeconías debe ser contado dos veces, al final
del segundo grupo y al principio del tercero. Las tres secciones en que Mt
agrupa las 42 generaciones, son las tres épocas en que se dividía la
historia de Israel. Esta artificiosidad pedagógica ha sido interpretada
mediante simbolismos no pocas veces raros y forzados. Quizá el más
aceptable sea el ver en el número 14 la suma del valor de las tres
consonantes hebreas del nombre de David: 4+6+4.
Otro elemento a destacar en esta g. es la introducción de cuatro
nombres de mujeres. Los judíos no las incluían en sus listas genealógicas.
Además, las cuatro son extranjeras y algunas con fama de pecadoras. Tamar
era probablemente cananea; la tradición rabínica, de la que depende Mt,
pinta a Tamar como una mujer fuerte y decidida que se empeña en entrar en
la bendición y en las promesas mediante la descendencia carnal que sus
primeros maridos no le dieron y que su suegro, Judá, parecia querer
impedir. Rut (v.) y Rahab son moabitas y en la Biblia se las presenta como
modelos de fe (los 2,11; Heb 11,31; Ruth 1,16-17; 2,12). Betsabé, mujer de
Urías, era probablemente hetea, como su marido. Al querer hallar la
intencionalidad del evangelista en este hecho, no conviene hacer hincapié
en la conducta censurable de alguna de estas mujeres, pues probablemente
Mt no la tuvo en cuenta; en cambio debió tener en consideración su calidad
de extranjeras y su influencia en la trasmisión de la promesa mediante la
generación.
Finalmente, debe tenerse en cuenta que la g. forma parte de una
serie de seis relatos que encabezan el evangelio de Mt. A excepción de la
g., los otros episodios están enlazados entre sí y montados sobre cinco
textos proféticos del A. T., cuyo cumplimiento ve Mt en los sucesos de la
infancia. Mt intenta demostrar con estos episodios que en Cristo se
cumplen las profecías mesiánicas y que, por tanto, Cristo hereda el reino
mesiánico, eterno, universal, objeto de las hostilidades de los hombres.
La cuestión principal que intenta mostrar Mt es la de la descendencia
davídica de Jesús. La g. no está montada sobre ningún texto profético
expreso; pero es toda ella un resumen de la línea trasmisora de las
promesas hasta hallar su plenitud en la generación de Cristo. Jesús, hijo
de Abraham, hijo de David, realiza las promesas y hereda el Reino eterno.
La g. hay que interpretarla dentro del contexto claro que tiene el
evangelio de la infancia (v. EVANGELIOS IV) y considerarla, así, como una
introducción al evangelio.
Contenido doctrinal. El título de la g., la estructura del texto y
el que sea parte integrante del evangelio de la infancia, son indicadores
claros de la intencionalidad de Mt:
a) Mt escribe para lectores judíos. Tiene una máxima preocupación
por dejar bien claro que en Cristo se cumplen plenamente las promesas del
A. T. Su evangelio repite frecuentemente la fórmula: «Esto sucedió para
que se cumpliera lo dicho por el profeta...». Las promesas, que partían de
Abraham, se habían trasmitido por la familia de David, dando una precisión
mayor a la promesa mesiánica. El Mesías (v.) o Ungido, que llevaría a su
plenitud el Reino de Dios (v.), no tenía que ser sólo un descendiente de
Abraham, sino también de David. Jesús de Nazaret es este Mesías; por
tanto, debe ser descendiente de Abraham y de David. El árbol genealógico
lo probaba.
b) En Jesús alcanza plena realización la historia de Israel. Toda la
historia del Pueblo de Dios se sintetiza varias veces en el A. T. en una
serie de generaciones por las que se va asegurando la trasmisión de la
promesa. Esta historia salvadora se dividía en tres periodos, apoyados en
las tres manifestaciones de la promesa: Abraham, que la recibe de Dios;
David, en quien recibe la nueva forma monárquica o de Reino; la vuelta de
la cautividad, momento clave de la restauración del Pueblo-Reino, del
Templo, del culto y de la promesa. La historia de la promesa es una serie
de 42 generaciones, o seis grupos de 7 (3 de 14). Con ese artificio
numérico se trasmite un esquema apocalíptico y catequético de división de
la historia de Israel y del mundo. Mt intenta demostrar que después de
estas 6 series de 7 generaciones, y al principio de la séptima, viene
Cristo como nuevo David (Gal 3,16) y plenitud de la historia de la
salvación y de los tiempos (Gal 4,4,).
c) Finalmente, Jesús es principio de una nueva época de la historia
de la salvación. Toda la historia precedente ha llegado hasta Cristo; pero
Mt acentúa la ruptura de la descendencia normal de Cristo: «Jacob engendró
a José el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo» (1,16).
Jesús es un eslabón distinto; es el final de una serie de generaciones y
el principio de otras nuevas. La concatenación extraña de Cristo al árbol
genealógico de sus ascendientes evidencia que la promesa se trasmite por
una generación espiritual y virginal, por la que se entronca con Dios, y
que no está ligada a la generación carnal. De esa forma Mt, de una parte,
nos introduce al misterio de la generación de Cristo, y de otra apunta,
aunque veladamente, que, a partir de Cristo, se inicia un pueblo nuevo,
fundado no en una sucesión carnal, como el judío, sino en una generación
de orden espiritual.
La genealogía de Jesús según S. Lucas. Disposición literaria. Al
contrario de Mt, Le la dispone en forma ascendente: de Jesús sube hasta
Adán y hasta Dios. El número de generaciones es de 77, según la lección
griega, divididas en cuatro series de 21, 21, 14 y 21, es decir, múltiplos
de 7. En la última serie, de Abraham a Dios, enumera todos los patriarcas
(v.) anteriores y posteriores al diluvio. La serie de David a Abraham
coincide con Mt, y las dos dependen de 1 Par 2, ss. Las otras dos series
no coinciden con Mt.
Le no incluye la g. de Jesús en el evangelio de la infancia, ni la
coloca como prólogo de ninguna sección. La g. enlaza perfectamente con la
narración del Bautismo y con el episodio de las tentaciones. Estos tres
episodios, juntamente con el precedente de la predicación del Bautista,
forman una sección literaria que introduce al ministerio público de Jesús.
La primera parte de esta sección (3,1-20) describe la preparación de la
gente para recibir el anuncio de la Buena Nueva; la segunda (3,214,13)
describe la preparación inmediata de Jesús para la proclamación del
Evangelio. En esta segunda parte está la g.
Intencionalidad doctrinal. En todas estas narraciones Le quiere
presentar a Cristo como Hijo de Dios. En el Bautismo la declaración del
Padre lo proclama como «mi Hijo, el Unigénito» (3,22); la narración de las
tentaciones demuestra el poder divino que tiene Cristo, superior al poder
del demonio; poder que tiene sólo por ser el Hijo de Dios. La g. demuestra
que Cristo entronca con Dios. Le parte de la opinión de los hombres para
probar la ascendencia divina de Cristo: «Jesús pasaba como hijo de José...
hijo de Dios». La g. es una confirmación del oráculo del Padre en el
Bautismo (3,22). Esta argumentación para algunos podría resultar pueril;
pero no lo es para Le ni para sus lectores.
Además Le tiene una intención más profunda. La g. es un resumen de
toda la historia de la humanidad. Jesús entronca con Adán, cabeza de todos
los hombres. Toda la humanidad llega hasta Cristo y toda ella va a recibir
el Evangelio. La salvación que Jesús trae no es una salvación propia y
exclusiva del pueblo judío, ligada a unas determinadas promesas y a unas
generaciones, sino que es una salvación universal ligada a la misma
creación del hombre (v. SALVACIÓN I y III). En el pensamiento
universalista del compañero de Pablo esta visión del Evangelio es la más
propia. No se excluye, sin embargo, de la intención de Le el que haya
querido demostrar la ascendencia davídica de Jesús y su relación con la
promesa hecha a Abraham, aunque quizá esta intencionalidad sea más una
reminiscencia de las g. preexistentes al Evangelio, y que Lucas recibe,
que una preocupación del tercer evangelista.
El interés profundo de Le parece ser, pues, demostrar que en Cristo
se centra toda la historia de la humanidad, desde su misma creación, para
recibir una transformación radical por el Evangelio proclamado por Jesús,
Hijo de Dios.
V. t.: MATEO APÓSTOL Y EVANGELISTA, SAN; LUCAS EVANGELISTA, SAN.
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S. GARCÍA RODRÍGUEZ.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp,
1991
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