FRANCIA, VII. FILOSOFÍA.


Encuadre general. El trasfondo de la filosofía francesa tiene un origen religioso, que arranca de la mística española de S. Juan de la Cruz (v.) y S. Teresa de Jesús (v.), y viene caracterizada por una filosofía de la humildad. Señala Jacques Chevalier que S. Francisco de Sales (v.), Bérulle (v.), Descartes (v.) y Pascal (v.) son fieles a una máxima de S. Juan de la Cruz, que repetía S. Teresa de Jesús: «Procurar inclinarse siempre no a lo más fácil, sino a lo más difícil; no a lo más sabroso, sino a lo menos sabroso; no a lo que pide más reposo, sino a lo que exige más trabajo; no a lo que consuela, sino a lo que aflige; no a lo más grande, sino a lo más pequeño». Esa filosofía de nuestros «límites», que determina el racionalismo cartesiano, está combinada con la «mística de la obediencia», que procede de S. Ignacio de Loyola (v.), y que está presente en la filosofía de Descartes con la teoría de la creación de las verdades eternas y el valor absoluto de la voluntad divina, y de la providencia como creación continua. Para Descartes, el hombre debe tomar conciencia de su pobreza intelectual: sólo puede conocer con claridad y distinción un puñado de dos o tres verdades. He ahí la «mística de la humildad», trasfundida a la filosofía cartesiana y que viene pesando en los orígenes de la filosofía francesa.
      Anclada en esa vía mística, los orígenes de la filosofía francesa subrayan el valor del conocimiento intuitivo por connaturalidad y amor («ley del corazón», en Pascal, y «simple intuición del espíritu», en Descartes). Como segunda nota, aparece un espiritualismo teocéntrico, representado por la Congregación del Oratorio, que fundó el card. Bérulle en 1611, de la que fueron miembros Malebranche (v.) y Mersenne, y simpatizante o miembro asociado Descartes. Recuérdese que el card. Bérulle encomienda a Descartes la reforma de la filosofía, y Descartes va en peregrinación a Loreto a pedir luces a la Virgen para escribir su Discurso del Método; y, téngase muy presente, que Descartes tiene como secretario en París a Mersenne, su discípulo más fiel e inteligente. Dirigido por Bérulle, Descartes puso la virtud de la religión como centro. Ascetismo (v.) y misticismo (v.), platonismo (v.) y agustinismo (v.), fueron combinados admirablemente por Bérulle. Una filosofía de la «dependencia» fue la dominante en el Oratorio. «El término a que apunta toda la ascética de Bérulle es esa manera especial de dependencia que él llama el estado de servidumbre por la 'doble creación del hombre en instinto y en gracia', único capaz de liberarnos de la servidumbre del pecado, y de unirnos, vaciándonos de nosotros mismos, al Reparador y Redentor, Jesús, el Verbo encarnado, centro de todo, divino sol que ilumina nuestras almas, cumplimiento de nuestro ser, a quien nos adherimos, de tal manera que, viviendo por Él, para Él y en Él, nos convertimos así en otro Cristo y nos devolvemos a nosotros mismos» (J. Chevalier, o. c. en bibl.).
      Hasta aquí hemos caracterizado la filosofía francesa en sentido estricto, esto es, en lengua francesa.
      Estudiada desde el marco geográfico y nacional, tiene en la Edad Media formas de expresión variadas y ricas. Carlomagno (v.) toma conciencia de la ausencia grave de escuelas romanas y cristianas; dispone a finales del s. vttt, mediante el capitular 789, que en todo obispado y monasterio se creen escuelas para niños, que comprenden estudios de salterio, solfeo, canto, cómputo eclesiástico (que incluye la astronomía) y la gramática (extensiva a toda la literatura). Carlomagno exige la colaboración de dos españoles, de brillante cultura y con talento de penetrantes pensadores: Agobardo (769-840) y Teodulfo (m. 821); el primero fue nombrado arzobispo de Lyon (816) y el segundo fue obispo de Orleáns. Son representantes de una interpretación teológico-filosófica de las supersticiones y de una crítica moral de los escritores romanos Virgilio, Ovidio, Horacio, Lucano y Cicerón. Nótese la presencia de España en los orígenes más remotos de la filosofía francesa, entendida como marco cultural de la escuela carolingia. Los monasterios que albergaron escuelas de alto nivel son los siguientes: San Martín de Tours, Fulda, Fleury-sur-Loire; las escuelas catedralicias más representativas: Laón, Reims, Chartres (v.) y París; de estos focos culturales surgirán las Universidades (v. tv, 5). F. tuvo en la presencia de Alcuino (v.) el mejor desarrollo cultural y filosófico (De Dialectica y De animae ratione, son obras de fértil influjo); abad de San Martín de Tours, se constituye en maestro de maestros y su eficacia intelectual es de una calidad y extensión universales. «La enseñanza de Alcuino fue tan fructífera que los modernos galos, o franceses, llegaron a igualar a los antiguos de Roma y de Atenas» (Notker). Una vez situada en el área precisa históricamente la filosofía francesa, tanto desde el punto de mira de la lengua francesa (Renacimiento y Edad Moderna) como desde sus comienzos más originarios (Edad Media), estudiaremos su evolución histórico-doctrinal.
      Periodo de iniciación: Edad Media. Se configura este periodo en torno a la Escuela Palatina de Aquisgrán, que fundó Carlomagno y regentaron Alcuino, primero, y Fredegiso, desde 830-834; ingleses ambos y abades sucesivos de San Martín de Tours, constituyen la escuela irlandesa en F. Los italianos que visitan como profesores la Escuela Palatina son tres: Warnefrido (725-797), que llegó en 782; Pedro de Pisa, ca. 770; Paulino de Aquilea, desde 777 a 787; más gramáticos que filósofos, representan un foco de cultura italiana. De más rigor intelectual y eficacia cultural-pastoral será la escuela española, representada por los ya mencionados Agobardo y Teodulfo.
      Como toda la filosofía de esta época, los problemas racionales surgen de la teología y la solución a las cuestiones va orientada a esclarecer dogmas; la filosofía sirve a la teología (v. VI). Alcuino, en la obra de corte filosófico, Sobre la naturaleza del alma (De animae ratione), plantea una teoría de largo alcance, pero no llega a tomar conciencia de su complejo contenido y la somete a un tratamiento un tanto superficial. Sobre un entramado doctrinal neoplatónico-agustiniano, en el que la sensación (v.) es «formada» o internamente engendrada por el alma, cae Alcuino en la tesis platónica de admitir (Alcibíades) que el hombre es un alma que se sirve de un cuerpo; la antropología metafísica que está a la base de tal tema (en la línea Platón, Plotino, S. Agustín) merecía un tratamiento de más hondura que las ligeras anotaciones de Alcuino.
      Fredegiso tiene más nervio de pensador que Alcuino; arriesga posiciones especulativas muy penetrantes. En su Epistola de nihilo et tenebris, confiere «entidad» a la nada y a las tinieblas. En una época sin luz eléctrica, las tinieblas eran tan obsesivamente preocupantes como la nada, vital y ontológica mente. Parte de un realismo nominal: todo nombre de algo apunta a lo nombrado como res existens; así «nada» y «tinieblas» son más que ausencia o falta de algo, son ese algo que nombran; Dios creó el mundo ex nihilo, esto es, de una materia común o caótica. Debemos señalar a Pascasio Radberto (v.), abad de Corbie (m. 860), teólogo-filósofo, con obras como De corpore et sanguine Domini (Sobre el cuerpo y la sangre del Señor) y De fide, spe et charitate (Sobre la fe, la esperanza y la caridad). Y, después, a Ratramnio de Corbie (m. 869), que polemiza con su hermano en profesión con otra obra del mismo título: De corpore et sanguine Domini; tiene obras de gran aliento filosófico, como: De praedestinatione (Sobre la predestinación), De quantitate animae (Sobre la cantidad del alma) y De anima (Sobre el alma); defiende un cierto nominalismo y dinamicismo, frente al realismo exagerado de Pascasio.
      Un segundo paso, en el periodo de iniciación, procede de la escuela abacial benedictina de Auxerre. Con Eurico de Auxerre (841-876), de la abadía de Saint Germain, que destaca en Lógica (Dialéctica) con obras de comentario: Categoriae decem; De Dialectica de Agustín; De interpretatione de Aristóteles; y a la Isagoge de Porfirio. En la primera adapta las categorías de Aristóteles a la interpretación de S. Agustín. Están presentes en él los conceptos de Escoto Eriúgena (v.), singularmente el de «naturaleza», como coincidencia de opuestos. Niega el realismo de las especies y los géneros: sólo confiere valor real a la sustancia individual; aboca a un «nominalismo» de los universales (v.), con amplia extensión y mínima comprensión; desde ahora el nominalismo circulará con distintas etiquetas por la escuela de Auxerre. Remigio de Auxerre (841-908) glosa la Dialéctica del seudo-Agustín y la Consolatio philosophiae de Boecio, en la que «cristianiza» a Boecio a través de un platonismo agustiniano del tipo de Escoto Eriúgena.
      Aparece en el s. X una escuela claustral (Fleury-surLoire), dirigida por el monje de Cluny llamado Abbón (m. 1004), que suple la deficiencia literario-filosóficoteológica del llamado «agujero del s. X», en una F. invadida ferozmente por los normandos. Hace, por primera vez en la historia, un comentario a los Primeros y Segundos Analíticos, y comenta los Silogismos Categóricos de Aristóteles.
      Gerberto de Aurillac, después de estudiar tres años en España y captar el contenido del pensamiento árabe, dirige la escuela de Reims; abad de Bobbio (982); arzobispo de Reims (991); arzobispo de Rávena (998); papa Silvestre II (999; v.). De formación enciclopédica, tenía talento suficiente para interpretar a Aristóteles integralmente en la Dialéctica: usando la lógica nova (Primeros y Segundos Analíticos de Boecio) como punto de referencia para valorar la lógica vetus (Categorías y De la Interpretación). Impuesto en el trivium y quadrivium, gozaba de una extensión y flexibilidad de pensamiento que le dotaba para afrontar las cuestiones más dispares, siempre dentro de una trama unitaria. Es prototipo de un humanista a nivel universal, que perseguía todo tipo de manuscritos insaciablemente.
      Con el s. XI aparecen los dialécticos intransigentes (v. DIALÉCTICA, ESCUELA), con representación máxima en Berengario de Tours (m. 1088; v.), para el que la fe debe ser traducida a términos de razón, así pierde su tono de misterio y se manifiesta como un discurso sutil: la verdad sólo cabe dentro de los límites de la dialéctica. En su extremismo, alcanza la heterodoxia, al negar la presencia real y la transubstanciación en la Eucaristía (así en su obra De sacra Caena). Su punto de mira es dogmático y racionalista: la razón es la imagen viva de Dios, y sólo ella nos descubre la verdad; razón y fe son en él una fusión dialéctica a favor de la razón. Abjura de sus herejías y vuelve a defenderlas con pertinacia y fanatismo.
      Será Roscelino (1050-1120; v.), profesor en Tours y maestro de Abelardo, quien marque la línea del s. XI: el «nominalismo» (v.; los universales son voces, palabras, no res, cosas). Sólo son res los individuos; el nombre (flatus voces, emisión de la voz) no se apoya en una realidad de la especie («humanidad» no existe), sino que toma su contenido de los individuos que dan significado a la especie. Aplicada esta teoría a la Trinidad (v.), se aboca al «triteísmo»: ¿Cómo salvar la «Naturaleza divina», si sólo ostentan realidad las «Personas»? Lo resolvía afirmando: son «tres sustancias con un solo Poder y Voluntad... Por Persona no significamos otra cosa que la sustancia, aunque, por una especie de costumbre de lenguaje, se triplique la persona sin triplicar la sustancia». Con equilibrios de pensador audaz, supo rozar los límites sin traspasarlos con la herejía.
      En el s. XII destaca la escuela de Chartres (v.). Son autores de prestigio: Bernardo de Chartres (m. ca. 11241130), que hace una Filosofía de la Gramática (gramática especulativa; V. GRAMÁTICOS ESPECULATIVOS MEDIEVALES), y estudia lo «significante» y lo «significado», con trasfondo tan platónico como senequista; Gilberto Porreta (1057-1154; v.), obispo de Poitiers, cultivó la metafísica en De sex principiis; Thierry de Chartres (1118-54) es cosmólogo conciliador entre Física, Metafísica y Escrituras; Guillermo de Conches (1080-1145), cultivó una cosmovisión, reflejada en Philosophia mundi, su obra significativa.
      La figura máxima del s. XII será Pedro Abelardo (v.); no sólo llevó a la finura del análisis el tema de los «universales» (v.), sino que puso las bases de una gnoseología adecuada para captarlos y dar a la Lógica el rango de ciencia autónoma: Lógica es la ciencia de la significatio nominum (el sentido de los nombres). Bernardo de Claraval (v.); Guillermo de Saint-Thierry (m. 1148; v.); Hugo de San Víctor y Ricardo de San Víctor, en la abadía parisina, canónigos agustinos de San Víctor, componen la línea de filosofía mística (v. SAN VÍCTOR, ESCUELA DE); Alano de Lila (Doctor universalis, m. 1203) y Nicolás de Amiens (m. 1203) son prototipos de apologética filosófica.
      En el s. XIII la filosofía llega a una estricta sistematización -que adquiere el nombre de escolástica (v.)- y que facilita soluciones claras a cuestiones misteriosas y artificiales a veces. Las Summa pasan a ser el objetivo y el definitivo magisterio de los filósofo-teólogos. La primera Summa aurea es de Guillermo de Auxerre (m. 1231; v.); le sigue Felipe el Canciller (m. 1236), Summa de bono, sobre las propiedades trascendentales del ser. Guillermo de Auvernia (1180-1249; v.) representa la máxima y única figura de la filosofía francesa en el s. xiii.
      Para dar una valoración de esta fase de iniciación de la filosofía francesa en la Edad Media, vale ejemplarmente una reflexión de É. Gilson: «Porque sería excesivo afirmar que el siglo xii fue un siglo francés, a pesar de que está dominado por dos franceses: Abelardo y Bernardo de Claraval, la primera de esas parejas de hermanos enemigos que se encuentran en todos los momentos decisivos del pensamiento francés -Descartes y Pascal, por ejemplo- de los cuales unos ponen su corazón al servicio de la inteligencia y otros ponen inteligencias lúcidas al servicio de las potencias del sentimiento... Institución de la Iglesia y católica como ella, la Universidad de París es una especie de clearing-house para las transacciones intelectuales del Cristianismo... Es, pues, natural que en ella estén presentes los extranjeros, e incluso... que sean mayoría; pero es difícil explicarse que no haya un solo gran nombre que sea francés... Francia ni siquiera ha producido los grandes heterodoxos inevitables en semejantes medios» (o. c. en bibl., II,57).
      Renacimiento y Edad Moderna. Cuenta Pedro Ramus (1515-72) cómo el humanista francés asimila el movimiento renacentista; en torno a la física, metafísica y lógica aristotélica, elabora su obra magna: Dialecticae institutiones (1543); en ella supera la lógica aristotélica, con un retorno humanístico a una «lógica natural».
      Pero será Miguel de Montaigne (v.) el que instaura el método de pensamiento en la filosofía universal y que servirá de norma ineludible de la filosofía francesa en la Edad Moderna: como coloquio interior, como «monólogo consigo mismo», como «reflexión concentrada o reflexión segunda»» (v. IX). Jurista y filósofo que se inició en el mundo intelectual traduciendo la obra del teólogo catalán Raimundo de Sabunde (Liber creaturarum o Theologia naturalis, 1434), obra ejemplar para demostrar la fe en su contenido desde el hombre y desde las Escrituras como expresión humana de lo divino, pone en el pensamiento múltiple («Pensamientos») lo que él llamará la «pintura del yo». El «filosofar es la incesante expresión de mí mismo», dirá (lib. III). Pedro Charon, abogado como Montaigne y discípulo suyo, ordenado de sacerdote y revestido de teología, pone en las tres verdades (Dios, religión cristiana e Iglesia católica) la esencia de la vida humana; en otra obra, De la sabiduría, admite que sólo el hombre es centro de toda sabiduría: «la verdadera ciencia y el verdadero estudio del hombre es el hombre» (De la sagesse, II,1,1).
      La Edad Moderna -lo dijimos atrás- se abre en la filosofía francesa con la inspiración de la mística teresiana. Jesuitas y jansenistas (V. JANSENIO Y JANSENISMO), Oratorio (v. ORATORIANOS) y Port-Royal (v.), tienen delante las obras de S. Teresa de Jesús, de S. Juan de la Cruz y de S. Ignacio de Loyola (cfr. J. Chevalier, o. c. en bibl., III,62-93). Señalemos que el líder del movimiento de Port-Royal es el vasco Juan Duvergier de Hauranne (1581-1643), seguido de la madre Angélica Arnauld (v. ARNAULD, FAMILIA).
      El espíritu (v.), como punto de partida, será la tónica de la filosofía francesa en todas sus modalidades y escuelas: 1) racionalismo (v.) y voluntarismo (v.) de Descartes, Malebranche y Pascal; 2) iluminismo (v.): Pedro Bayle, Barón de Montesquieu (v.), Condorcet (v.) y Turgot, Voltaire (v.), D'Alembert (v.) y Diderot (v.), Esteban Bonnot de Condillac (v.), La Mettrie y D'Holbach, La Rochejoucauld (v.) y La Bruyére (v.), Rousseau (v.); 3) intuicionismo (v.): Bergson (v.); 4) idealismo (v.) espiritualista: Lachelier, Boutroux y Blondel (v.); 4) espiritualismo (v.): Lavelle (v.), Le Senne (v.), M. Mounier (v.), Gabriel Marcel (v.; personalismo existencial); 5) fenomenología (v.) y existencialismo (v.): Merleau-Ponty (v.) y J. P. Sartre (v.); 6) neotomistas (v.): Maritain (v.), Gilson (v.) y André Marc.
     
      V. t.: VI; RACIONALISMO; ILUSTRACIÓN I; EXISTENCIALISMO; PERSONALISMO.
     
     

BIBL.: Enciclopedia filosofica, Centro di Studi di Gallarate, 2 ed. Venecia-Roma 1960-68; J. CHEVALIER, Historia del pensamiento, Madrid 1963; É. GILSON, La filosofía de la Edad Media, Madrid 1958; I. BENRUBI, Les sources et les courants de la philosophie contemporaine en France, 2 vol., París 1933; V. DELBOS, La philosophie franpaise, París 1949; L. LAVELLE, La philosophie franpaise entre les deux guerres, París 1942; A. CRESSON, Les courants de la pensée philosophique, París 1951.

 

FRANCISCO VÁZQUEZ.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991