FILIPENSES, EPISTOLA A LOS


Introducción. S. Pablo, autor indiscutible de este escrito (cfr. C. L. Milton, o. c. en bibl., 111-117), se dirige a la Iglesia o parroquia fundada por él durante su segundo viaje misionero, fundación que es narrada en Act 16,8-12. Los avatares de la fundación macedónica se extienden a lo largo de todo el cap. 16 con ese sabor histórico-salvífico que sabe dar S. Lucas a las correrías apostólicas de S. Pablo.
      En Philp 2,6-11 se encuentra el himno cristológico de la kénosis de Cristo; sin duda el pasaje más conocido de toda la epístola y que comentaremos más adelante. La carta no se ocupa de grandes problemas de índole doctrinal como Rom, Eph o Gal. Es la narración de las relaciones, normales unas, impetuosas otras, entre el autor y los destinatarios. Aunque de índole eminentemente personal, la epístola refleja a un hombre completamente entregado al Evangelio, y sus expresiones, aun las más baladíes, indican a cada instante al hombre de Cristo, al teólogo, al apóstol.
      Pertenece junto con Philp, Col y Eph al grupo de escritos paulinos conocidos con el nombre de «cartas o , epístolas de la cautividad», por la situación en que se encuentra su autor, prisionero. De aquí arranca uno de los problemas más difíciles y actuales que tienen planteados los estudiosos: lugar y fecha de composición. Si añadimos el problema de unidad que parece presentar este escrito, habremos indicado la problemática de toda la epístola.
      Unidad de la Epístola. Una opinión extendida hoy día, considera la Epístola a los F. como un conjunto de tres cartas dirigidas todas a la iglesia de Filipos y escritas todas por S. Pablo. No se trataría, pues, de una carta, sino de la correspondencia que el Apóstol mantuvo con esta iglesia.
      Cronológicamente ocuparía el primer lugar el cap. 4, 10-20 (primera carta). La segunda se encuentra en 1,1-3,1 y en algunos versículos del cap. 4. Y la tercera en los cap. 3,2-4,1 y en algún versículo del cap. 4.
      El lector no debe olvidar las perspectivas e intenciones inmediatas de S. Pablo al escribir sus cartas. Deseaba o necesitaba comunicarse con una iglesia que se encontraba en una situación concreta. S. Pablo soluciona los problemas que le presenta la comunidad concreta, y su solución trasciende la problemática particularista porque está inspirada en la Iglesia misma; de ahí, entre otras cosas, su carácter trascendente más allá de las fronteras geográfico-temporales. Poco a poco las diferentes iglesias locales, dirigidas también por el Espíritu, van sintiendo la necesidad de conocer los escritos dirigidos a otras parroquias. La iglesia de Filipos envía a sus hermanos todos los escritos que ha recibido del padre común. Éste sería el momento de la fusión de las tres cartas escritas por S. Pablo a los Filipenses. Si aceptamos como hipótesis de trabajo este planteamiento crítico, cronológicamente 4,10-20 ocupa él primer lugar. S. Pablo da las gracias por el regalo que acaban de enviarle los filipenses. Algún tiempo después escribe S. Pablo 1,1-3,1 y 4,2-9; es el escrito más afectuoso y personal salido de su pluma; su afecto inspira la exhortación a la unidad y a la perseverancia. Habla de su situación -está encarcelado- y de la repercusión que sus cadenas han tenido en la extensión del Evangelio. Aquí se lee ese magnífico párrafo que estigmatiza la vida de un apóstol entregado por entero a Cristo y a su obra: «Conforme a mi constante esperanza, de nada me avergonzaré; antes con entera libertad, como siempre, también ahora Cristo será glorificado en mi cuerpo, o por vida o por muerte. Que para mí la vida es Cristo, y la muerte, ganancia. Pero si el vivir en la carne es para mí fruto de apostolado, todavía no sé qué elegir. Por ambas partes me siento apremiado, pues por un lado deseo morir para estar con Cristo, que es mucho mejor; por otro, quisiera permanecer en la carne, que es más necesario para vosotros» (1,20-24). Siguen tres exhortaciones de marcado sentido personal y profunda raigambre teológica, la más interesante es la recogida en 2,1-4; y continuando con el tono personal propio de esta carta, indica sus proyectos de viaje. Se detiene un momento a exhortar expresamente a dos miembros de la comunidad, en el mismo sentido señalado en el cap. 2 y termina con el deseo de que la paz de Dios que es plenitud y supera todo conocimiento humano, los guarde y conserve en Cristo Jesús.
      Finalmente, S. Pablo dirigiría otro billete (3,2-4,1) cuyo tema es la lucha con los judaizantes, tema que ocupó gran parte de la vida apostólica de S. Pablo. He aquí el pasaje más importante: «Pero cuanto tuvo por ventaja lo reputo daño por amor de Cristo, y aun todo lo tengo por daño, a causa del sublime conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por cuyo amor todo lo sacrifiqué y lo tengo por estiércol, con tal de ganar a Cristo y ser hallado en Él no en posesión de mi justicia, la de la Ley, sino de la justicia que procede de Dios, que se funda en la fe y nos viene por la fe en Cristo, para conocerle a Él, y el poder de su resurrección y la comunidad con sus padecimientos, conformándome a Él en la muerte, por si logro alcanzar la resurrección de entre los muertos» (3,7-11).
      Por otra parte esa reconstrucción no pasa de ser una hipótesis, y la opinión tradicional y más común, según la cual se trata de un escrito unitario, tiene, al menos, igual probabilidad. De hecho las pequeñas diferencias de estilo, cte., en las que se basa la hipótesis de una refundición de tres escritos, pueden explicarse fácilmente de otra manera.
      Lugar y fecha de composición. Dado el movimentado discurrir de la vida viajera de S. Pablo, asignar a la epístola paulina un lugar de procedencia equivale prácticamente a fecharla.
      Tres son las ciudades que se disputan la presencia de S. Pablo en el momento de escribir a los filipenses: Roma (con su antiquísima tradición), Cesarea (en Palestina) y Éfeso (en Asia Menor, actualmente Turquía). La tríada queda reducida, tras la más breve confrontación, a Roma y Éfeso. Los pocos partidarios de Cesarea, no aducen argumentos que no puedan ser aprovechados por cualquiera de las otras dos tendencias.
      Decidirse por Éfeso es situar Philp en la época de las «grandes epístolas», años 54-58, en los años de la lucha de S. Pablo contra los judaizantes, los años de la libertad (de la Ley) y de la Fe en Cristo. Preferir Roma, supone colocar la mente de su autor en la época, años 61-63, de la problemática colosense (v. COLOSENSES; EFESIOS, EPÍSTOLA A LOS), de la universalidad, incluso cósmica, de la Redención de Cristo.
      Si S. Pablo hubiese escrito desde Roma cuando su espíritu ha remontado los vuelos a las alturas cósmicas, la enorme apertura de su campo de visión teológica que se refleja en la carta a Colosas, se dejaría sentir ampliamente, como sucedió en la Epístola a los Efesios. Pero pudo haber escrito a los f. antes de tener conocimiento de la situación en que se encontraba Colosas.
      S. Pablo se encuentra, cuando escribe Philp en prisión (cfr. 1,13.14.17), circunstancia que se puede afirmar con toda seguridad de Roma (cfr. Act 28,16-30). Los Hechos no mencionan ningún encarcelamiento de S. Pablo en Éfeso; el autor de los mismos, que no ha conocido directamente esta etapa de la vida de S. Pablo, es muy parco en la descripción de los dos o tres años que Pablo pasó en la capital del Asia Proconsular (cfr. Act 19,10; 20,31). La segunda epístola canónica dirigida a los Corintios, escrita poco después de la estancia en Éfeso, asegura que S. Pablo ha estado varias veces en prisión (cfr. 2 Cor 11,23; cfr. también 1,8-10 y 1 Cor 16,30-32).
      Una alusión de 1,13 al «pretorio» sirve de base a la suposición de que es precisamente en el pretorio donde S. Pablo se encuentra encarcelado. Si el pretorio es la residencia oficial del gobernador, S. Pablo no se encuentra necesariamente en Roma; podía encontrarse encarcelado en la sede del procónsul de la provincia de Asia, Éfeso.
      Filipenses supone una serie de viajes que tienen Filipos como punto de partida o de llegada: la noticia del encarcelamiento llega a Macedonia, los f. envían a Epafrodito que cae enfermo y la noticia de su enfermedad llega a Filipos; los cristianos de esta ciudad se preocupan por la salud de su hermano en Cristo y la noticia de esta inquietud de los f. llega hasta donde Pablo se encuentra encarcelado..., etc. Estos viajes casi continuos a Filipos hacen más verosímil una presencia de S. Pablo en alguna ciudad no tan lejana como la Urbe, distante unos 1.300 kilómetros de Filipos.
      Pero es sobre todo la temática en la que se mueve su autor, el elemento vinculador de Philp con las «grandes epístolas». S. Pablo está preocupado con la unidad de la comunidad (cfr. 2,1-5), como lo estaba al escribir 1 Cor (cfr. 1 Cor 1,11 ss.). Es más, pide que la comunidad presente un frente común al peligro exterior que la amenaza (cfr. 1,27 ss.). Ese peligro es el ya conocido por Gal y los escritos contemporáneos, no el de la crisis de Colosas de la que no escuchamos ni el más leve eco.
      No obstante, son aún muchos los exegetas, fundamentalmente en el campo católico, que sostienen el origen romano de la epístola.
      Contenido doctrinal. Se ha llamado la atención sobre el carácter eminentemente personal de este escrito. No es una Summa theologica, ni siquiera un escrito de la índole de otros salidos de la misma pluma. Pero S. Pablo no es un hombre superficial; va al fondo de los problemas y los soluciona de raíz. El asiduo lector del corpus paulino escuchará en cada frase el latido dol corazón sacerdotal de Pablo de Tarso, y oirá el eco de otras epístolas donde S. Pablo se ha expresado más ampliamente sobre los mismos temas. Veamos algunas enseñanzas capitales.
      Escatología. «Tengo el deseo de quedarme libre para estar con Cristo» (1,23; cfr. 2 Cor 5,8). No es necesario esperar hasta la Parusía (v.) para estar con Cristo, sino que ya desde el momento mismo de la muerte se entra en unión con Él. S. Pablo, que en 1 Thes 4,13 ss. habla con fuertes acentos de la espera de la Parusía, y que en Colosenses y Efesios nos dice que ya ahora el cristiano, que participa de Cristo, está ya sentado con Él en los cielos, nos habla aquí del encuentro personal con el Señor al consumarse el curso del existir terreno. En los escritos paulinos, pues, se encuentran claramente formulados los tres momentos de la escatología cristiana: escatología realizada, pues ya ahora estamos unidos a Cristo, en quien se han hecho presentes los tiempos últimos; escatología intermedia, la que en el momento mismo de la muerte se opera la introducción en la situación eterna; escatología consumada, con el advenimiento de la Parusía.
      El ser del cristiano. «Nuestra ciudadanía se encuentra en los cielos, de donde esperamos que venga el Señor, el Salvador Jesucristo, que transformará nuestro cuerpo miserable asemejándolo a su cuerpo glorioso, según es su fuerza para poderlo hacer y someterlo todo a él» (3,20-21). Este pasaje es de una densidad teológica notable. Mediante la ciudadanía celeste del cristiano nos recuerda que estamos en este mundo, pero no somos del mundo; ello caracteriza la vida del cristiano en la tierra, explica la tensión de su vida moral en el sentido más profundo y bello de la palabra. S. Pablo lo expresa otras veces en términos «espirituales» pero vivimos «en la carne» sin ser «carnales». Y precisamente otro de los elementos que dan consistencia a esa tensión del cristiano es Cristo, Cabeza de la Iglesia (dirá en Col-Eph) que resucitado y sentado a la derecha del Padre, y primicia de la recreación, atrae hacia sí a su Iglesia, a los bautizados en quienes, precisamente en el Bautismo, ha depositado ese germen de nueva vida que es el Espíritu Santo que es lo que hace al hombre «espiritual» y es el principio intrínseco de su tendencia hacia el cielo. Estos elementos se encuentran también aquí en parte, al referirse a la resurrección que es la transformación de la carne en espíritu (cfr. 1 Cor 15). La ocasión era propicia para introducir elementos típicos de Col-Eph, pero éstos no aparecen. Al contrario, aparece una perspectiva de la venida del Señor Jesús que tiene más de Tesalonicenses y de las grandes epístolas que de la escatología realizada en Efesios. En cambio, la afirmación «sometido todo a él» (Cristo) tiene más relación con la problemática de los escritos de la cautividad romana. Por otro lado, «... sin tener mi justificación por la Ley, sino por la fe en Cristo...» (3,9), es el tema de Gálatas y Romanos (v.).
      El himno cristológico (2,6-11). Esta breve perícopa presenta ella sola más interés y problemas que el resto de los escritos dirigidos a los filipenses. Es opinión casi común que S. Pablo adaptó aquí un himno preexistente. En su redacción actual es indiscutiblemente de S. Pablo. Difícil es también determinar su estructura. Investigadores como Lohmeyer, Benoit, Bornkamm, Kásemann..., etc., ven en nuestro texto un himno de seis estrofas iguales (cada versículo es una estrofa), mientras que Dibelius, Cerfaux, jeremías ven sólo tres estrofas. Jeremías insiste además en que las dos primeras (vers. 6-7 y 8 respectivamente) tienen como objeto la humillación de Cristo, y la glorificación de Jesús es objeto de la tercera estrofa (vers. 9-11).
      Este himno ha ocupado siempre a lo largo de la historia de la teología un lugar preferente. Su resonancia ha sido siempre enorme debido principalmente al concepto de «kénosis» que introduce en la Cristología. Sus repercusiones e interpretaciones no siempre se han mantenido dentro de la ortodoxia (cfr. el artículo kénose del P. Henry, citado en la bibl.). El Hijo de Dios se humilla haciéndose esclavo, hombre. Humillación de Dios en la Encarnación (v.). Pero humillación también de Cristo obedeciendo continuamente y hasta la Pasión (v.) y muerte en la Cruz, culmen de la humillación. Y es la humillación la que produce la gloria a la que Dios Padre le exalta haciéndole Señor de todas las cosas. He aquí el mensaje del himno y la lección parenética para los f. y para nosotros: a la gloria se llega pasando por la humillación, por la Cruz.
     
      V. t.: PABLO, SAN; EPÍSTOLAS; NUEVO TESTAMENTO.
     
     

BIBL.: L. CERFAUX, La epístola a los Filipenses, en A. ROBERT y A. FEUILLET, Introducción a la Biblia, 11, 3 ed. Barcelona 1970, 439-447; P. BENOIT, L'Épitre de saint Paul aux Philippiens, á Philemon, aux Colossiens, aux Ephésiens, en La Sainte Bible de férusalem, París 1949; A. MEDEBIELLE, Épitre aux Philippiens, en La Sainte Bible, XII, de L. PIROT y A. CLAMER, París 1946; J. MURPHY-O'CONNOR, Épitre aux Philippiens, en DB (Suppl.) 7, 1211-1233;A. SEGOVIA, Carta a los Filipenses, en PROFESORES S. J., La Sagrada Escritura, N. T., II, Madrid 1962, 735-798; L. TURRADO, Epístola a los Filipenses, en Biblia comentada, VI, Madrid 1965; J. M. BOVER, Teología de San Pablo, 4 ed. Madrid 1967; 1. CoPPENS, Phil 11,7 et Is LJI1,12. Le probléme de la «Kenose», «Ephemerides Theologicae Lovanienses» 41 (1965) 147-150: ÍD, Les affinités litteraires de 1'hymne christologique. Phil. 11,6,11, ib. 42 (1966) 238-241; ÍD, Une nouvelle structuration de l'hylnne christologique de 1'ép:`tre aux Philippiens, ib. 43 (1967) 197-202; P. HENRY, Kénose, en DB (Suppl.) 5,7-161; C. L. MILTON, The epistle to the Ephesians, Oxford 1952.

 

J. CUNCHILLOS YLARRI.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991