Conjunto de creencias propias de las comunidades arcaicas o prealfabetas y
que se configura en el culto a los llamados fetiches. La voz fetiche
procede de la palabra portuguesa feitico (del latín factitius), que
significa «sortilegio maléfico, encantamiento, encanto», y por extensión
amuleto u objeto poseído por una fuerza sobrehumana o trascendente, o
recipiente de poderes mágicos o sagrados. Al parecer la voz fue utilizada
por los portugueses en sus relaciones con las poblaciones aborígenes del
África occidental para designar objetos del uso común y diario, a los que
los nativos daban una, para ellos, incomprensible importancia, tales como
dientes, uñas, colas, plumas, cuernos, conchas, bastones, harapos de
vestidos, montoncillos de tierra con diversos simulacros, astros, etc., y
a los que se dirigían con oraciones y sacrificios, así como con cierta
reverencia a la hora de solicitar auxilio de los «poderes superiores».
Origen y fundamentación. El estudio del llamado f., arranca de 1760
cuando el escritor ilustrado francés Charles de Brosses publica Du culte
des dieux fétiches, obra que ha pasado a ser clásica y fruto de sus
observaciones sobre las relaciones indígenas del África portuguesa,
fijando su atención en los «objetos» a los que era atribuido un poder
superior, derivado del «espíritu» que los poseía. De aquí surgió la
tradicional formulación del fetichismo. Observa De Brosses que incluso un
hombre puede también ser considerado un fetiche, aun cuando generalmente
el fetiche no pase de ser o asumir la forma de un talismán o un amuleto.
De Brosses, tras comparar los fetiches africanos con los dioses
egipcios, afirmará decididamente que únicamente los elementos primigenios
del culto fetichista pueden explicar el sustrato común a todas las
religiones de la Tierra. El f. es, pues, a juicio de De Brosses, una de
las primeras formas de la religión primitiva que ha abierto el camino al
pensamiento humano. Formula así una tesis que aunque hoy -documentalmente
hablando- sería imposible seguir sosteniendo, a finales del s. xviil y x[x
subyugó a personas como Augusto Comte (v.), que, al desarrollar su
especulación filosófica (filosofía positiva) formulando su curiosa ley
psicológica de la evolución humana en tres etapas (teológica o ficticia,
metafísica o abstracta y positiva o científica), vería en el primer
estadio o etapa tres fases: fetichismo, politeísmo (v.) y monoteísmo (v.).
Ahora bien, al desarrollar el f. de De Brosses, Comte da a la palabra
fetiche un significado mucho más amplio e incluso se introduce
decididamente en el campo de la astrolatría (v.). Así Comte hablará del
Sol, de la Luna y de la Tierra (planeta) como los grandes fetiches y el f.
así concebido es un culto de la Naturaleza (v.) en el más estricto sentido
de la palabra, una religión que se relaciona con los objetos de la
naturaleza como tales, sin necesidad de que puedan ser imaginados como
habitáculos de «espíritus», «poderes superiores» o «fuerzas sagradas».
Posteriormente a tal formulación, un pionero de la antropología
científica anglosajona J. Lubbock en su obra El Origen de la Civilización
y la Primitiva condición del hombre (Londres 1870) formulará otra serie
evolutiva de la religión humana en la que introduce asimismo el f. Ésta
es: ateísmo (v.), o ausencia de religión, fetichismo, totemismo (v.) o
servicio de la naturaleza, chamanismo (v.), antropomorfismo (v.) o
idolatría (v.), Dios como creador del mundo y finalmente conexión de la
religión con la moral (v.). Tal esquema de Lubbock fue bastante discutido
en su época, sobre todo al situar en el más bajo escalón evolutivo al
ateísmo o ausencia de religión, hecho no probado, ya que la existencia de
creencias y prácticas religiosas parece consustancial con el fenómeno
humano desde su aparición sobre la faz de la tierra (v. RELIGIÓN).
En su obra El río Níger inferior y sus tribus (Londres 1906) el
mayor A. Glyn Leonard, tras protestar sobre el abuso de la voz fetiche
llegó a la conclusión de que «prácticamente en todos los casos sin
consideración a la forma exterior del emblema, la veneración no es
tributada al objeto o elemento mismo, sino al objeto o elemento en cuanto
es símbolo que encierra o representa las deidades de los antepasados, del
lar de la comunidad o de la tribu». Por su parte P. Amaury Talbot, otro
escritor anglosajón que tras residir varios años en Nigeria escribió una
voluminosa obra, Los pueblos de Nigeria del Sur (Oxford 1926), escribiría:
«el verdadero f. es aquel por el que el objeto de la veneración no es
simbólico sino que es venerado por sí mismo y no en relación con una
divinidad o con un espíritu».
Valoración crítica. ¿Qué cabe pensar en todo esto? Ante todo que el
paulatino conocimiento que se ha adquirido de la experiencia religiosa en
África negra occidental parece mostrar que el concepto tradicional en
torno a la religión africana vinculada al f., es de todo punto
insostenible, tanto más cuando el f. en ninguna parte constituye el
elemento principal de la religión, y cuando se da aparece como fenómeno
accidental, fruto de prácticas de brujería tribal. Hoy puede afirmarse que
el f. no ha existido ni existe por sí mismo en ninguna parte y mucho menos
en el campo científico donde no existe justificante etnológico alguno que
autorice el considerarle como etapa más o menos independiente en los
inicios de la experiencia religiosa.
Es evidente que donde existe f. éste no es otra cosa que la
corporeización de una serie de creencias de la brujería oficiante en
pueblos primitivos actuales o en aquellas comunidades subdesarrolladas o
de nivel rural que en los últimos lustros empiezan a trascender a una
cultura superior. Aun así hay que admitir que con o sin f. las
civilizaciones del África negra poseen elaborados cultos a los dioses, a
los espíritus y a los antepasados, y de admitir al f., éste no puede
considerarse más que un desarrollo especializado de la concepción
dinamista típicamente africana centrada en la fe en una potencia
impersonal más o menos oculta: nkissi de los pueblos bantuparlantes del
Bajo Congo, njomm, de los Ekoi de Nigeria del Sur, k'wari de los Haussa,
ogun de los Yoruba, vodum de Dahomey, bohsum de los Twi, sale de los
Kpellé de Liberia, kele de los Lobi de África occidental, gnama de los
Mandingo, e incluso baraka de los beréberes.
Potencia impersonal en cierto modo equivalente al maná polinésico y
extendida concretamente como la fuerza vital que opera en todas las partes
del mundo y se halla acumulada en determinadas cosas, personas o lugares
(v. MANISMo). Para el nativo africano esta fuerza vital constituye el bien
más envidiado que permite el tener éxito en la vida, atraer la felicidad o
apartar la desgracia. Considerado así puede admitirse el f. como fe en la
existencia de un poder capaz de operar de forma positiva o negativa o
imprescindible en la vida humana. La procedencia de dicho poder es algo
que no puede discutirse, ya que el fetichista cree en su existencia y lo
único que le interesa es contar con él. Nace así un complejo sistema de
prácticas de brujería con el fin de dominar este poder, encerrarlo en
cosas determinadas y ponerlo al servicio del hombre. Ello sólo pueden
hacerlo personas conocedoras del arte de la hechicería, o sea gentes
investidas de la facultad de manejar a su arbitrio dichos poderes e
incluso facultades para la construcción de fetiches, que pasan así a ser
sinónimos de amuletos o talismanes.
El poder del fetiche dependerá así de la cantidad de potencia en él
encerrada. Si con el tiempo su fuerza declina, puede reavivarse por medio
de sacrificios (v.), ofrendas de alimentos, hechizos o clavándole clavos
de un modo semejante a las invocaciones y sacrificios hechos a los
antepasados y a los espíritus. Si, a pesar de todo, el sacrificio sigue
siendo ineficaz, ello significa que ha perdido sus virtudes y no vale para
nada. Así, pues, el f. dinamístico no es religión, sino brujería y los
sacrificios y hechizos a él vinculados deben estudiarse en el campo de la
magia (v.). Por su parte el f. animista que se da en algunas regiones de
África occidental debe estudiarse dentro del animismo (v.) y del manismo
(v.), teniendo siempre en cuenta que el culto no se rinde a los emblemas
en que residen los espíritus o los antepasados, sino estos últimos, por lo
que los emblemas no pasan de ser meros símbolos (v. SIMBOLISMO RELIGIOSO
I).
V. t.: ÁFRICA VII, 6; ANIMISMO; ESPÍRITU 11; MAGIA.
BIBL.: CH. DE BROSSES, Du culte
des Dieux Fétiches, París 1760; H. DE LUBAc, Le drame de l'humanisme athée,
París 1945; G. SCHMIDT, Manual de Historia Comparada de las Religiones,
Madrid 1947, 68-73; F. SCHULTZE, Der Fetichismus, Berlín 1871; SIR JOHN
LUBBOCK, Los orígenes de la civilización y la condición primitiva del
hombre, Madrid 1912, 301-307; H. WEBSTER, La magie dans les sociétés
primitivos, París 1952, 9-42; Lucr MAIR, La brujería en los pueblos
primitivos actuales, Madrid 1969.
J.M. GÓMEZ TABANERA.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp,
1991
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