Datos bíblicos. Era natural de Betsaida en Galilea, como Pedro y Andrés
(lo 1,44; 12,21). En las listas de los Apóstoles aparece su nombre en
quinto lugar, después de aquéllos y de los hijos del Zebedeo, siendo de
notar que los tres sinópticos colocan inmediatamente después de él a
Bartolomé (Mt 10,3; Me 3,18; Le 6,14), a identificar probablemnete con
Natanael (v.), amigo de Felipe.
Su llamamiento al apostolado hubo de tener lugar no lejos de Betania
(v.), al otro lado del Jordán (v.), donde estaba Juan Bautista (v.)
bautizando (lo 1,28), pues es probable que fuera uno de sus discípulos,
como sus paisanos Pedro (v.) y Andrés (v.). Prevenido seguramente por este
último, tuvo la suerte de ser llamado el primero y directamente por Jesús,
que, al salir para Galilea y encontrarse con él, le invitó a acompañarle
con una sola palabra: «Sígueme» (lo 1,43). En el camino tuvo oportunidad
de adquirir con el trato del Señor el entusiasmo que revelan las palabras
con que comunica a su amigo Natanael la buena nueva del hallazgo del
«Profeta» antihciado por Moisés (Dt 18,18) y con las que replica
expeditivamente a la objeción que aquél le hace: «Ven y verás». Sin
embargo, como es lógico, su conocimiento de Jesús como Mesías era todavía
imperfecto (cfr. lo 1,45).
Sólo S. Juan comunica a sus lectores del Asia Menor algunos rasgos
de la fisonomía de Felipe. Éste asistió al banquete de las bodas de Caná
(v.), al que había sido invitado Jesús «con sus discípulos». Allí tuvo
oportunidad de conocer también a la Madre de Jesús (lo 2,1-2) y ver los
primeros fulgores de la gloria del Maestro, al que luego acompañó durante
su permanencia en Cafarnaúm (lo 2,11-12; v.).
Un año más tarde, cerca de la Pascua, en primavera, F. reaparece en
el relato sobre la multiplicación de los panes en el desierto: «Alzando
entonces Jesús los ojos y contemplando que una muchedumbre numerosa venía
hacia Él, dice a Felipe: ¿Dónde compraremos pan para que coman éstos? Pero
lo decía para probarlo, pues bien sabía Él lo que había de hacer.
Respondióle Felipe: Doscientos denarios de pan no bastan para que cada uno
tome un bocado» (lo 6,5-7). Este gesto de confianza de Jesús hacia su
discípulo tenía por fin hacerle comprender que iba a ser necesario
recurrir a un milagro para remediar semejante necesidad. Pero
indirectamente pone de manifiesto que F. era uno de los encargados para
efectuar las compras de los víveres necesarios para el grupo y para
atender a los pobres. El cómputo que F. realiza rápidamente echando un
vistazo a la muchedumbre, que llegaba a los 5.000 hombres (lo 6,9; Me
6,44), sin contar las mujeres y los niños (Mi 14,21), le lleva al
convencimiento de que no bastaban 200 denarios, único remanente por
ventura de la bolsa común, para dar un bocado de pan de cebada, el
alimento de los pobres.
Interviene en otro episodio, con su paisano Andrés, para presentar a
Jesús un grupo de peregrinos griegos, que deseaban verle (lo 12,20-22).
Eran gentiles piadosos, adheridos como prosélitos al judaísmo, que habían
venido a Jerusalén para la fiesta de la Pascua. Su presencia dio ocasión a
una misteriosa exultación de Jesús (lo 12, 23-33). Finalmente, en el
discurso después de la Cena, F. provocó con una petición ingenua una
respuesta profunda de Jesús sobre su igualdad con el Padre: «Dícele
Felipe: Señor, muéstranos al Padre, y nos basta. Respondióle Jesús: Llevo
tanto tiempo con vosotros, ¿y tú, Felipe, aún no me conoces? El que me ha
visto, ha visto al Padre. ¿Cómo tú dices: Muéstranos al Padre?» (lo
14,8-9). El uso del pronombre personal envuelve aquí un reproche cariñoso,
tratándose de un discípulo, que había tenido tiempo de conocer por su
trato íntimo con Jesús el misterio de su igualdad con el Padre a través de
sus palabras y de sus obras (lo 14,10-11).
De no ser uno de los discípulos anónimos a los que Jesús se apareció
después de su resurrección junto al lago de Genesaret, como permite
conjeturar la presencia de Natanael (lo 21,2), F. sólo reaparece junto con
S. Tomás (v.), después de la Ascensión (Act 1,13), asistiendo a la efusión
del Espíritu Santo (Act 2,1-3).
Tradición. Es de advertir que los testigos de la tradición sobre
este apóstol lo confunden a veces con Felipe el diácono (Act 6,5;
8,5.24-40; v.) llamado también el Evangelista (Act 21,8). Con esta
salvedad, según un fragmento de la carta escrita en la segunda mitad del
s. II por Policrates, obispo de Efeso, al papa Víctor, conservado por
Eusebio (Historia eclesiastica, 111,3,31: PG 20,279-82), habría muerto en
Hierápolis; lo mismo que dos de sus hijas vírgenes. Papías (v.), obispo de
Hierápolis, las había conocido y escuchado de ellas el relató de la
resurrección de un muerto (íd., Historia ecclesiastica, 111,39: PG
20,298). Según otra tradición, de la que se hace eco el Breviario romano
con varios martiriólogos, habría predicado el Evangelio, primero, en la
Escitia y en Lidia, antes de pasar a Frigia, donde todos los documentos
colocan su martirio en Hierápolis bajo Domiciano, crucificados cabeza
abajo y rematado luego a pedradas.
Culto y reliquias. En la antigua necrópolis de Hierápolis, en la que
se conservan las tumbas petrificadas, se ha encontrado una inscripción
alusiva a una iglesia dedicada al «glorioso apóstol y teólogo Felipe» (Ramsay,
The Cities and Bishoprics of Phrygia, Londres 1895, 552), cuyas ruinas
pudieran ser las que se encuentran al norte de la entrada de la necrópolis
junto a las tumbas antiguas. Sus reliquias habrían sido trasladadas a
Roma, donde se veneran junto con las de Santiago el •Menor (v.) en la
iglesia de los Doce Santos Apóstoles, bajo el Altar Mayor. La Iglesia
latina celebra la fiesta de ambos apóstoles el 3 de mayo.
Se le atribuyen unas Actas, compuestas a base de relatos legendarios
a fines del s. iv o principios del v, y un Evangelio, cuya data se fija en
los últimos decenios del s. u, del que recientemente se ha encontrado la
versión copta entre los manuscritos de Nag-Hammadi en el Alto Egipto,
hecha en el s. Iv sobre el original griego del s. iii O II, procedente de
la escuela gnóstica de los Valentinianos (v. APÓCRIFOS II).
V. t.: APÓSTOLES.
BIBL.: F. VIGOROUX, Philippe Ap.,
en DB V,267-270; A. WIKENFIAUSER, en LTK 8,465-466; LIPSIUS-BONNET, Acta
Apostolorum apocrypha, Leipzig 1903, 1-98; W. C. TILL, Das Evangelium nach
Philippos, Berlín 1963; S. OTERO, Evangelios apócrifos, Madrid 1956, 67;
S. S'MYTH, Tomb of St. Philip: Apostle or Disciple?, «The Irish
Ecclesiastical Record» 97 (1962) 288-295; F. SPADAFORA y M. L. CASANOVA,
Filippo Apostolo, en Bibl. Sanct. 5,706-719; 0. TOMAN, Los Apóstoles,
Barcelona 1957.
J. PRADO GONZÁLEZ.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp,
1991
|