Familia
Teología Moral.
La doctrina cristiana sobre la f. se encuentra en la Revelación de
Jesucristo, que recoge y desarrolla los principias del Derecho natural
sobre esta institución, y presenta a la vez algunos aspectos nuevos,
como la elevación del matrimonio a la dignidad de sacramento (cfr. Eph
5,23 ss.), etc.; el precepto de la indisolubilidad, formulado
claramente por Cristo (cfr. Mt 5,32; 19,9; etc.) no puede decirse que
sea novedad, porque en realidad pertenece a la ley natural.
1. Concepto cristiano. En sentido estricto y de acuerdo con la
Revelación cristiana, la f. es una institución natural que congrega a
los esposos unidos por el vínculo sacramental del matrimonio y a los
hijos nacidos de esta unión o los equiparados a éstos.
El carácter espontáneo de esta institución es universal y
constituye su nota más sobresaliente; es la institución más próxima a
la naturaleza humana ya que procede de un amor instintivo que une a
dos personas de distinto sexo, y al mismo tiempo se proyecta fuera de
ellos. En este sentido, el cristianismo aceptó siempre la f. y fue
recibiendo a sus miembros sin otra condición que la fe y el bautismo
en Cristo. En segundo lugar, la unión de los esposos en la f.
cristiana deberá ser siempre sagrada por su vínculo sacramental por el
que «el Señor se ha dignado sanar este amor, pgrfeccionarlo y elevarlo
con el don especial de la gracia y la caridad... Supera, por tanto,
con mucho, la inclinación puramente erótica que, por ser cultivo del
egoísmo, se desvanece rápida y lamentablemente» (Conc. Vaticano II,
Const. Gaudium et spes, 49). Aquí radica realmente la transformación y
perfección de la f. como institución natural y también de esta
realidad proceden como consecuencia las exigencias familiares
específicamente cristianas. Finalmente, los hijos nacidos como fruto
de ese amor convierten la unión conyugal en una f. propiamente dicha,
ya que el hijo es un elemento que convierte a los esposos en padres,
con unas nuevas relaciones naturales y vinculantes que superan la
sociedad estrictamente conyugal.
Los datos del A. T. establecen los rasgos más elementales de la
f.: origen divino, unidad y autonomía respecto de las sociedades
sucesivamente formadas. «Y creó Dios al hombre...; y los creó macho y
hembra; y los bendijo Dios, diciéndoles: procread y multiplicaos». Y
la mujer fue dada al hombre para que no estuviera solo, y tuviera «una
ayuda proporcionada a él»; y tomada como fue del varón, ella «era
carne de su carne». «Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre;
y se adherirá a su mujer; y vendrán a ser los dos una sola carne» (Gen
1,27-28; 2,22-24). Al mismo tiempo se mantiene una jerarquía dentro de
esa unidad, en la que el hombre es cabeza según las palabras dirigidas
por Dios a Eva: «y buscarás con ardor a tu marido, que te dominará»
(Gen 3,16).
Cristo perfecciona esta sociedad natural y de signo divino
integrándola con un factor sobrenatural que refuerza su estabilidad
(v. MATRIMONIO II y Iv) y reinterpreta el principio jerárquico a la
luz de la igualdad espiritual de todas las almas ante Dios; por esta
razón, Cristo reforma algunos principios jurídicos rechazando
frontalmente privilegios del varón en orden al adulterio. «Todo el que
mira a una mujer deseándola, ya adulteró con ella en su corazón» (Mt
5,28); «el que repudia a su mujer y se casa con otra adultera contra
aquélla, y si la mujer repudia al marido y se casa con otro, comete
adulterio» (Mc 10,11-12). La afirmación es rotunda y clara, y en esta
condena quedan igualados el varón y la mujer.
La institución familiar está sujeta a través de la historia a
transformaciones y desequilibrios provenientes de factores sociales,
pero la reacción del cristianismo fue siempre inmediata y eficaz como
lo demuestra la S. E. Por una parte, introdujo la igualdad moral que
impone al varón la misma continencia que a la mujer, acercó y reforzó
las relaciones paternales, conyugales, fraternales y domésticas y, con
el tiempo, consiguió igualmente transferir esta igualdad moral a la
esfera del derecho; tampoco hizo jamás distinción entre las
obligaciones morales de las familias potentadas y proletarias. Por
otra, sin romper el nexo jerárquico y en un ambiente de libertad de
hijos de Dios, supo mantener la f. en aquellos límites necesarios de
disciplina imponiendo deberes de obediencia y respeto a la mujer y los
hijos hacia el padre, mientras que imponía al padre una mayor
responsabilidad hacia la mujer y la prole. Todo signo, pues, de
desprecio y dureza no podrá hacer acto de presencia en la atmósfera de
un amor convertido en virtud teologal y que hace a todos hijos de Dios
y hermanos entre sí.
Encuadrando las virtudes en el marco ético-religioso de la
dependencia de todos nuestros actos de la voluntad salvífica de Dios,
S. Pablo construye la f. cristiana en la vida práctica de la siguiente
manera: «Las mujeres estén sometidas a los maridos como conviene, en
el Señor. Y vosotros, maridos, amad a vuestras mujeres y no os
mostréis agrios con ellas. Hijos, obedeced a vuestros padres en todo,
que esto es grato al Señor. Padres, no provoquéis a ira a vuestros
hijos, porque no se hagan pusilánimes. Siervos, obedeced en todo a
vuestros amos... teniendo en cuenta que del Señor recibiréis por
recompensa la herencia. Servid, pues, al Señor Cristo... Amos, proveed
a vuestros siervos de lo que es justo y equitativo, mirando a que
también vosotros tenéis Amo en los cielos» (Col 3,18 ss.; 4,1). El
origen y término sagrado del hombre es para el cristiano la piedra de
toque en la que las relaciones familiares son temperadas y los
derechos individuales son limitados. De esta forma, el padre ya no
será un déspota sino un protector, su autoridad será un servicio y no
un privilegio. Los padres, respectivamente tendrán derechos y deberes
que les impulsarán a salvaguardar la unidad familiar en una fidelidad
recíproca absoluta. La pedagogía cristiana, pues, reconstruye la
igualdad creada por la misma naturaleza; pero a la unidad de
naturaleza, el cristianismo añade y hace corresponder la unidad ética
y de fe, igualando, en lo natural y sobrenatural, la mujer al hombre y
el esclavo al libre haciendo a todos indistintamente hijos de Dios.
2. Naturaleza de la familia en el pensamiento católico. Sobre la
base del dato revelado, el pensamiento católico ha ido elaborando una
teología de la familia. A medida que
Pero aquí no termina la importancia de la institución familiar.
Si la f., en relación con la vida religiosa y moral, es una minúscula
iglesia, en relación con la vida civil y económica es un pequeño
estado (cfr. S. Juan Crisóstomo, In 1 Cor, 34,3: PG 61,289), en el
que, además de la función transmisora de la vida, ha de proveerse de
medios económicos contra los riesgos de la existencia; y, por último,
transmitir los conceptos y valores sociales desempeñando una función
integradora y de estabilidad (cfr. ib. 34,4: PG 61,291-292).
La f. ha sido continuamente objeto de estudio y alabanza por
parte de la doctrina católica. Bastará tener presente las últimas
enseñanzas del Conc. Vaticano II que recogen y sintetizan con
fidelidad la tradición secular cristiana. Son numerosas las alusiones
a esta institución a través de los documentos conciliares, pero fueron
la Const. Gaudium et spes, 52 (=GS) y el Decr. Apostolicam
actuositatem, 11 (=AA) los documentos que se ocuparon de modo especial
de la f. desde dos perspectivas diferentes: religiosa y secular.
La f., para el pensamiento católico, «constituye el fundamento
de la sociedad» (GS 52), su vital y primera célula (AA 11,4), de la
que Dios es su creador y que la dotó de fines y bienes (GS 48). Estos
brevísimos principios bastan para formarse una idea de la importancia
que desempeña la institución familiar en la vida de la humanidad.
La f. es un hogar-ambiente en el que se han de labrar
progresivamente las virtudes fundamentales cristianas. Todos sus
miembros se comportarán como atletas cuya meta es la configuración con
Cristo: los padres serán cooperadores de la gracia y testigos de la fe
con su palabra y ejemplo «en esta especie de iglesia doméstica» (Conc.
Vaticano 11, Const. Lumen gentium=LG 11); sus miembros deben
constituir una auténtica comunidad litúrgica mantenida por la oración,
el ejercicio de la hospitalidad, la justicia y demás obras buenas al
servicio de todos los hermanos que padecen necesidad (AA 11). Así, «la
familia cristiana proclama en voz muy alta tanto las presentes
virtudes del reino de Dios como la esperanza de la vida
bienaventurada. De esta manera, con su ejemplo y testimonio arguye al
mundo de pecado e ilumina a los que buscan la verdad» (LG 35). Al
mismo tiempo, ha de constituirse en un medio eficaz de apostolado para
la Iglesia y «en esta tarea resaltará el gran valor de aquel estado de
vida santificado por un especial sacramento, a saber, la vida
matrimonial y familiar» (LG 35). Entre las diferentes obras de
apostolado familiar, el Conc. Vaticano II señala las siguientes:
adoptar hijos abandonados, acoger a los forasteros, colaborar en la
dirección de las escuelas, asistencia espiritual y económica a los
jóvenes, colaboración catequética, defensa de los esposos, ancianos y
familias que se encuentren en peligro material o moral. Ajustada así
la f. a las exigencias del Evangelio, dará al mundo testimonio
valiosísimo de Cristo y ejemplo de f. cristiana (cfr. AA 11).
«La familia es, además, escuela del más rico humanismo» (GS 52)
y para ello no deberá descuidar jamás los signos de los tiempos. La
institución familiar debe contribuir a una mayor sabiduría y a
armonizar los derechos de las personas con las demás exigencias de la
vida social: contribuir a la formación de los hijos, con el fin de que
alcancen pleno sentido de responsabilidad en su vocación libremente
elegida, y puedan fundar una f. en condiciones morales, sociales y
económicas adecuadas; asegurar los cuidados de la madre en el hogar,
principalmente a los niños menores, sin dejar por eso a un lado la
legítima promoción social de la mujer y promover con diligencia los
bienes del matrimonio y de la familia... y de esta forma, suprimidas
las dificultades, satisfarán las necesidades de la f. y las ventajas
adecuadas a los nuevos tiempos (cfr. GS 52).
Paulo VI recuerda la función primordial de la f.; reconoce que
dicha función pudo ser excesiva en algunos momentos y lugares con
detrimento de las libertades fundamentales de la persona, «pero la
familia natural, monógama y estable, tal como los designios divinos la
han concebido y que el cristianismo ha santificado, debe permanecer
como punto en el que coinciden distintas generaciones que se ayudan
mutuamente a lograr una más completa sabiduría y armonizar los
derechos de las personas con las demás exigencias de la vida social» (enc.
Populorum progressio, 36). Estas afirmaciones coinciden con el
magisterio constante de la Iglesia: «el bienestar de la persona y de
la sociedad humana y cristiana está estrechamente ligado a la
prosperidad de la comunidad conyugal y familiar» (GS 47).
V. t.: HIJOS, DEBERES DE LOS; PADRES, DEBERES DE LOS; MATRIMONIO
V; COMUNIDAD IV.
F. CASADO BARROSO.
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Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991