EXAMEN DE CONCIENCIA


Bajo dos aspectos puede considerarse el e. de c.: de una parte, en cuanto preparación que de sí mismo hace el cristiano antes de la confesión sacramental; de otra, en cuanto ejercicio diario, medio tradicional en la ascética cristiana para progresar en las virtudes y tender a la santidad.
     
      El examen de conciencia previo a la confesión sacramental. El Concilio de Trento, al definir qué pecados deben necesariamente ser acusados en la confesión (v. PENITENCIA) para que ésta sea válida, indicó «todos y cada uno de los pecados mortales de que con debido y diligente examen se tenga memoria» (Denz.Sch. 1707). Por tanto, el cristiano que acude a este sacramento sabe que debe prepararse con un diligente e. para tomar conciencia de qué pecados ha cometido. Su prudencia, pues, le llevará a examinarse con la seriedad con que examinaría un asunto importante en su vida. No quiere decir que este examen deba ser largo y fatigoso: la Iglesia nunca ha prescrito un modo concreto de hacerlo. Este modo lo indica la prudencia personal: no es el mismo el e. de c. que hace una persona que se confiesa frecuentemente, del que hace otra cuya última confesión la ha realizado bastante tiempo atrás.
     
      El e. de c. se ordena directamente a la contrición (v.) y a la confesión, de modo que el punto de vista de quien se examina es religioso, busca las ofensas que ha hecho a Dios para pedirle perdón, no es meramente psicológico, como lo sería el de quien examinara su vida para evitar posibles desarreglos en la conducta, que le rebajarían ante sí mismo o ante los demás.
     
      El examen de conciencia en cuanto ejercicio ascético. Historia.\ No hace falta esperar a los escritores cristianos de obras de espiritualidad, para encontrar por primera vez la recomendación de un examen diario de las propias acciones. Ya antes del cristianismo encontramos la alabanza de esta costumbre, practicada por los pitagóricos (v.) y los estoicos (v.). Así, p. ej., Séneca escribe que por la noche, antes de acostarse, examinaba toda su jornada, sopesando sus obras y palabras, sin ocultarse nada; el sueño es así tranquilo y libre, cuando el espíritu ha sido alabado o corregido, cuando se ha hecho el censor secreto de todas sus obras (cfr. De ira, 111,36, 2-3). Es llevar a la práctica la sentencia común atribuida a los sabios: «Conócete a ti mismo». Los Padres de la Iglesia recibirán esta máxima y su espíritu, pero introducirán un punto de vista nuevo: la maldad de la conducta del hombre es pecado, y la censura de las propias obras se convierte así en compunción.
     
      En los tres primeros siglos de la literatura cristiana el e. de c. diario no aparece entre las prácticas propuestas a los cristianos para progresar en la vida interior. En la época de oro de la patrística la figura de S. Agustín ejerce gran influencia en Occidente. Más que hablar de una práctica diaria, Agustín insiste en la necesidad del propio conocimiento, especialmente en cuanto que el hombre se erige en juez de sí mismo, para condenar sus pecados y así obtener el perdón de Dios (cfr. Sermo 351,7; Enarrationes in Psalmos 31,11,12).
     
      Entre los Padres de la Iglesia Oriental, S. Juan Crisóstomo habla frecuentemente del e. de c. y lo hace precisamente en sus sermones y homilías dirigidos a los cristianos corrientes. También habla del e. de c. como juicio de los propios pecados (cfr. Hom. in Matthaeum 42,3-4), pero le gusta poner el ejemplo, familiar para sus oyentes, de la administración diligente de los propios negocios (cfr. In Ps. 4,8: PG 55,51-52). Lo que se hace con los propios negocios, que no se deja pasar un día sin hacer cuentas de la ganancia, se ha de aplicar asimismo a las propias acciones, también diariamente. Incluso indica como hora apropiada el final del día, o después de la comida (cfr. Sermo «Non esse ad gratiam concionandum», 4: PG 50,658).
     
      En los primeros siglos (iv a vi) de la literatura monástica, el e. de c. no es una práctica diaria propia del monje. El mismo S. Basilio en su Sermo asceticus 1,5 (PG 31,881), en que recomienda el examen diario, lo hace más para acusación en el «capítulo de culpas» que como práctica ascética de la espiritualidad monástica.
     
      Desde el s. ix, se multiplican en la literatura monástica las exhortaciones al e. de c. diario. El paso siguiente fue el hacer descripciones detalladas de cómo debía hacerse, hasta llegar a proponer verdaderos métodos para examinarse diariamente, cosa que resulta característica de la literatura espiritual del s. xvi bajo la influencia de la «devotio moderna» (v.). Entre los métodos que obtuvieron mayor difusión destacan los de Juan Mombaer (m. 1501) en su Rosetum exercitiorum spiritualium (13, 36), García Ximenez de Cisneros (m. 1510; v.) en su Exercitatorio de la vida espiritual (c. 21) y S. Ignacio de Loyola (m. 1556; v.) en sus Ejercicios espirituales. Sobre todo, el método ignaciano se difundió ampliamente en los siglos siguientes en que el e. de c., como práctica diaria, aparece recomendado en casi todos los libros de espiritualidad.
     
      El examen de conciencia, hoy. La Iglesia reconoce la eficacia del e. de c. diario para el progreso en la vida espiritual, cuando se lo recomienda a los sacerdotes. Así lo ha hecho recientemente el Conc. Vaticano II (cfr. Decr. Presbyterorum ordinis, 18), confirmando lo que ya aconsejaba el CIC (can. 125, 2°) y que Pío XII había vuelto a recomendar (cfr. Exhort. Apost. Menti nostrae, AAS 42, 1950, 673-4). El Vaticano II, al recomendar el e. de c. diario, lo pone en relación con el sacramento de la penitencia y con la actitud constante de conversión interior a Dios. No es, por tanto, un medio de santificación propio de los sacerdotes, sino que pertenece a esos medios comunes a todos los fieles de que habla el Concilio al comienzo del mismo n° 18 (cfr. también Decr. Apostolicam actuositatem, 4). El cristiano se examina para descubrir en él lo que hay de pecado, que le aparte de Dios, y para acomodar su vida a la voluntad de Dios. En este doble movimiento interior, de apartamiento del pecado y de acercamiento a Dios, radica la conversión. Lo que se ha dicho, pues, respecto a los aspectos y camino de la conversión (v.) se aplica al e. de c.:cambio de vida con dolor del pecado; unión con Dios a quien principalmente se ofende con el pecado; ejercicio de las virtudes teologales; ayuda de la gracia; referencia a los sacramentos.
     
      ¿Existen uno o varios métodos convenientes para. hacer mejor el e. de c.? La Iglesia, que recomienda el examen diario, nunca ha aconsejado un método. E incluso se puede dudar de que convenga fijarlos para la mayoría de los cristianos. Quizá para los religiosos, que viven según reglas de vida, sea conveniente fijar métodos; en cambio, para los cristianos corrientes, su misma condición excluye esos esquematismos. Como escribe J. B. Torelló, «es cosa de todos sabida que, históricamente, el principal obstáculo en contra de la formación de una espiritualidad laical ha sido precisamente el hecho de que los religiosos -y, antes, los monjes- quisieron adaptar a los laicos su propia espiritualidad» (La espiritualidad de los laicos, Madrid 1965, 22). Si a la mayoría de los cristianos se les hiciera practicar los métodos tomados de espiritualidades religiosas para examinar su conciencia, en poco tiempo este ejercicio se convertiría en práctica rutinaria, anodina y superficial. Pues el e. de c. se ordena a la conversión interior a Dios, a seguir el camino que Dios traza a cada uno, que es donde precisamente alcanzará la santidad: «todos los fieles cristianos, en las condiciones, ocupaciones o circunstancias de su vida, y a través de todo eso, se santificarán más cada día si lo aceptan todo con fe de la mano del Padre celestial y colaboran con la voluntad divina» (Conc. Vaticano 11, Lumen gentium, 41). Las condiciones, ocupaciones y circunstancias de la vida de los laicos, donde encuentran la voluntad de Dios, son variadísimas, de forma que el propio examen, seguirá formas peculiares para cada individuo y para cada situación personal.
     
      Como se ha visto anteriormente, la práctica del e. de c. frecuente no se inventó, ni empezó, cuando, en los s. xv y xvi, se fijaron métodos para hacerlo. S. Juan Crisóstomo recomendaba esta práctica a los fieles corrientes y les ponía el ejemplo de lo que hacían en su vida ordinaria con sus negocios. Así el e. de c. diario aparece como una exigencia lógica del empeño responsable del cristiano que se sabe llamado a la santidad por su vocación cristiana y procura corresponder a esa llamada. No es de extrañar que cuando un autor, como Escrivá de Balaguer, que ha vivido y predicado durante tantos años una espiritualidad genuinamente laical, propone a los cristianos corrientes el e. de c. emplee el mismo lenguaje que usó S. Juan Crisóstomo: «Examen. -Labor diaria. -Contabilidad que no descuida nunca quien lleva un negocio. ¿Y hay negocio que valga más que el negocio de la vida eterna?» (Camino, Valencia 1939, n° 235).
     
      V. t.: CONTRICIÓN; CONVERSIÓN; PENITENCIA; SANTIDAD; VOCACIÓN.
     
     

BIBL.: L. LA PALMA, Tratado del examen de conciencia, Barcelona 1903; VARIOS, Examen de conscience, en DSAM, 17901838; E. GENICOT, J. SALMANS, Institutiones theologiae moralis, 16 ed. Bruselas 1946, 265 ss.; G. SEPIETER, L'examen de conscience, 2 ed. Lille 1932; L. J. LEBRET, TH. SAUVET, Rajeunir 1'examen de conscience, París 1952; A. Royo MAR1N, Teología de la perfección, 4 ed. Madrid 1962, n. 483 ss.; A, TANQUEREY, Teología ascética y mística, París 1930, n. 462 ss.; R. GARRIGOU-LAGRANGE, Las tres edades de la vida interior, Buenos Aires 1944, 353 ss.; G. THILS, santidad cristiana, 4 ed. Salamanca .1965, 534 ss.

 

A. J. MIRALLES GARCÍA.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991