EUROPA. RELIGIONES NO CRISTIANAS.


l. Introducción. E. adquirió pronto rango privilegiado en los diversos aspectos de la vida de la humanidad. He aquí la exposición de la función mítica de E. y la historia de su religiosidad.
     
      a. Personalidad mítica de Europa. E. era una joven bella y delicada, según la mitología. Su genealogía es lo suficientemente oscura como para no saber si su padre fue Fénix, Agenor o el Océano ni cómo se llamaba su madre (Hesíodo, Theogonía, 347; Apolodoro, Bibliotheca, 3,2). Aunque Fénix y Agenor estén vinculados por razón de su nombre con el mundo fenicio, su hija se encontraba en Beocia, cuando Zeus la vio y se enamoró de ella. Disfrazado de toro, se presentó donde E. estaba jugando con sus compañeras y, como una prolongación del juego, se operó el contacto entre la doncella y el animal que, después, raptándola, la trasladó a Creta. De esta unión nacieron Minos, Sarpedón y Radamanto. Después de su muerte fue venerada como Helotia y en Sidón como Europa-Astarté (lstar; v. ASTARTÉ) [Luciano, Syria dea, 41.
     
      Este mito, de indiscutble origen preindoeuropeo, ha llegado hasta nosotros a través de escritores griegos de mentalidad y religión olímpica o indoeuropea. De ahí que probablemente Zeus (v.) haya reemplazado a otra divinidad tauromorfa y que, incapaces algunos de comprender el profundo significado de la unión humana con el toro, hayan acentuado lo monstruoso de semejante hecho, así como sus consecuencias (Minotauro, laberinto cretense, etc.). Sin embargo, el mito de la mujer poseída por un dios-toro emerge del mismo sustrato telúrico, preolímpico, que relacionó la serpiente con la fertilidad agraria y la fecundidad humana (V. SERPIENTE 11; DIOS 11, 2). Su mitologema, o núcleo de muy diversos mitos presentes no sólo en la isla minoica sino en toda el área mediterránea (Pasifae, Ártemis Tauropolos, el toro-Apis egipcio, el toro itifálico de diferentes grabados rupestres, diversos mitos y ritos del toro ibérico, etc.), responde a un nivel religioso presidido por las ideas de fuerza-generación y se nutre de la intuición, que considera al toro como una misteriosa e ingente reserva de energía generativa de resultados eficaces en la doble vertiente vegetal y humana. Un análisis profundo de este mitologema garantiza la función religiosa (divinidad tauromorfa de época anterior a los dioses antropomórficos de las religiones étnico-políticas), mágico-medicinal (caso de Dayanira-Heracles, empleo de la carne de toro, etc.), casi siempre en relación con la mujer, sacerdotisa o no, y con frecuencia con fines genéticos (Plinio, Historia natural, 28,147,236,253-54, etc.; Apolodoro, 1,9,11 y 16; 27; Pausanias, 7,25,10; Ovidio, Metamorfosis, 9,101 ss.) (v. v; TOROS I; ANIMAL IV; MITRA).
     
      b. Historia de la religiosidad europea. Geografía y cronología. La geografía del territorio, cuya religiosidad se estudia aquí, coincide con el continente europeo, si bien por razón de su mayor importancia, a juzgar por los documentos conservados, estudiaremos más la de los países meridionales. Más difícil resulta precisar la cronología. A pesar de los fallos de toda división global de realidades religiosas históricamente entreveradas, por motivos metodológicos parece aceptable la siguiente división: 1) religiosidad paleolítica, entre los años 60.000-10.000 a. C.; 2) religiosidad indomediterránea (telúrica, megalítica, etc.), 10.000-2.000 a. C.; 3) indoeuropea (celeste, étnico-política, etc.) desde el año 2.000 hasta el nacimiento de Cristo; y 4) cristiana, desde esa fecha hasta nuestros días.
     
      Ciertamente el hombre existió en E. antes del 60000; hacia el año 100000 vivió el Homo neanderthalensis (v. tv). Podemos suponer su existencia anterior, pues, según los últimos cálculos, el hombre lleva más de un millón de años sobre la Tierra. Pero, aunque el hombre haya sido siempre portador de preocupaciones religiosas, carecemos de restos o testimonios de su pensamiento de carácter religioso. Del hombre del Neanderthal (v.) no se ha conservado en orden al conocimiento de su religión más que algunos cráneos, un poco de ocre, algunos fósiles y muy poco más, elementos insuficientes y muy hipotéticos para sacar conclusiones. En el periodo siguiente, el musteriense (60000-35000), abundan más los huesos y piedras con incisiones de factura humana así como el ocre, pero aún no se han hallado figuras humanas y los síntomas religiosos apenas si son recognoscibles. No hace falta apuntar que clasificamos cada periodo por la religiosidad dominante, que sin duda coexistió con formas religiosas anteriores, fenómeno evidente e históricamente demostrable, p. ej., supervivencia de la religiosidad indomediterránea o telúrico-mistérica en la época indoeuropea y de ésta (religiones griega, romana, celta, etc.) en los primeros siglos del cristianismo.
     
      2. Religiosidad paleolítica. Tratar de estudiar la religiosidad del Paleolítico (v.) es adentrarse en la oscuridad por un suelo resbaladizo como el de muchas cuevas, residencia humana, y probablemente cúltica, del hombre prehistórico; mucho más por la necesidad de sintetizar un material que, por lo mismo de ser incompleto, exigiría explicaciones más pormenorizadas.
     
      a. Los «santuarios» prehistóricos. El hombre prehistórico habitó en lugares abiertos y en cuevas. De éstas ocupa, de ordinario, las entradas. A veces penetró en galerías alejadas de las entradas-viviendas. En ambos se conservan recuerdos: grabados, pinturas, utensilios, etc. Comúnmente se admite la existencia de cuevas, que a pesar de no haber servido nunca de residencia, están decoradas en lugares de difícil acceso, defendidas de posibles «profanaciones» por numerosas dificultades topográficas, galerías estrechas y bajas, ríos subterráneos, etc. Si se demuestra que una cueva reúne estas condiciones, merece ser catalogada entre los «santuarios» prehistóricos. Lo mismo puede decirse de la segunda categoría (galerías alejadas de la entrada). El arte por el arte no justifica la presencia de grabados, huesos o instrumentos con incisiones peculiares en zonas no habitadas de una caverna, menos aún si ésta jamás fue residencia humana. Se impone una razón esotérica, religiosa. Pero antes hay que probar que las entradas primitivas eran solamente las actuales.
     
      b. Fuentes de conocimiento de la religiosidad paleolítica. No se han conservado más que algunas osamentas, utensilios de piedra y grabados-pinturas.
     
      Huesos de animales y de hombres. Ninguna conclusión cierta de signo religioso puede deducirse de los cráneos y huesos (reno, mamut, osos, etc.) dispuestos con un cierto orden (cuevas de Stellmoor -Alemania-, Ucrania, Rusia, etc.), a no ser de los dientes horadados o con una incisión alrededor, en orden a estar colgados, y cuyo fin no era simplemente estético (cuevas de España, Francia, Alemania, Rusia). Más positivo resulta el balance por lo que se refiere a los esqueletos humanos. Aunque no puede afirmarse categóricamente el «culto de las mandíbulas» o de los cráneos (v.), es innegable que en algunos casos (p. ej., cráneo del monte Circé, de Mas-d'Azil mandíbula de Trois-Fréres) fueron objeto de una elaboración especial (huesos con incisiones, coloreados de ocre, etc.), así como de verdaderas prácticas fúnebres, que presuponen cierta creencia religiosa en la supervivencia. Algunos cadáveres fueron devorados por las bestias o por los hombres, pero el canibalismo ritual con el fin de apropiarse la fuerza del enemigo o, si eran familiares, por motivos benefactores de la familia (esquimales), resulta indemostrable.
     
      Arte mobiliar y parietal. Los objetos de arte mobiliar encontrados son de muchas clases: losetas con grabados, estatuillas, los llamados bastones de mando, lámparas de piedra, propulsores para arrojar las flechas, espátulas, etc.; sus designaciones, fruto a veces de la fantasía, se apoyan en cierta similitud. Algunos de estos instrumentos tuvieron, sin duda, un fin práctico, doméstico. Sin embargo, en otros se adivina un destino religioso, probablemente en consonancia con el de los grabados rupestres existentes en las mismas cuevas (Altamira, El Castillo, Font-de-Gaume, Geniére, etc.); p. ej., los bastones de mando con forma fálica (V. FÁLICO, CULTO) o los decorados con algunos símbolos y figuras sexuales, numerosos objetos dispuestos para estar colgados etc., pero su sentido exacto resulta muy hipotético. Aquí, como en casi todo lo paleolítico, la imaginación se ha desbordado atreviéndose a hablar, sin suficiente fundamento, al menos por ahora, de «varitas mágicas, simbólicos bastones rituales para las ceremonias de iniciación» (H. Kuhn, W. Hangert, etc.), de la Venus áurignaciensis o de la Venus pudica de Langerie-Basse, de diosas e incluso de monoteísmo, «la idea de un solo dios, que estaba unido a la representación del Gran Padre, el Gran Espíritu, creador de todas las cosas, incluso de la primitiva Gran Madre, la diosa femenina portadora de la fecundidad a la horda...» (cfr. H. Kuhn, o. c. en bibl. 246).
     
      El arte parietal son los grabados y las pinturas rupestres del Paleolítico, hechos en piedra caliza, con pigmentos de tierras naturales, de diversos colores y tonos. Si se admite su naturaleza religiosa, las cuevas donde existe este arte, quedan convertidas en santuarios; algunas, raramente visitadas; otras, lugares de frecuente peregrinación, que sobrecogen por el hálito cultual prendido en los «frescos» de sus paredes, en las figuras de animales superpuestos sin razón aparente por estar junto a sectores sin decorar, en las pisadas sobre la arcilla del suelo, en los símbolos misteriosos, etc., enmarcados a veces por la serie de artísticas columnas estalagmíticas y estalactíticas.
     
      El arte mobiliar existió en una amplia zona: España, Francia, Italia, Gran Bretaña, Bélgica, Suiza, Alemania, Austria, Checoslovaquia, Ucrania, Rusia, i. e. en toda Europa. El parietal, mucho más restringido: España, Francia y muy raro en el sur de Italia, Alemania, Rusia, Escandinavia, etc.; se concentra, sobre todo, en tres zonas: cantábrica (Altamira, Castillo, Pasiega, Ojo Guareña, etc.), pirenaica (Gargas, Trois-Fréres, Mas d'Azil, etcétera) y el sudoeste francés (Laugerie Haute, Font de Gaume, Lascaux, etc.); en total más de cien cuevas.
     
      Del arte paleolítico, tanto mobiliar como parietal, están ausentes los árboles, vegetación, paisaje. Sus temas se reducen a tres: animales (bisonte, caballo, ciervo, reno, mamut, etc., a veces muy raramente aves), seres humanos (representaciones antropomorfas, escasas y muy torpes en comparación con las de los animales) y símbolos, variantes de signos masculinos y femeninos (tectiformes, serpentiformes, penniformes, vulgas, etc.). Estos tres temas aparecen aislados o agrupados y entreverados.
     
      c. Valor religioso del arte paleolítico. Resulta sumamente arriesgado tratar de defender una teoría en esta materia ahora cuando se va imponiendo una tendencia revisionista acerca de todo lo que se ha considerado religión, magia, etc., paleolíticas. Además, ha proliferado demasiada literatura sobre estos aspectos del hombre prehistórico, fruto fácil en muchos casos de la fantasía sin comprobación técnica ni científica y, en otros, proyección más o menos inconsciente de las creencias de los autores sobre los pueblos desconocidos o, también, de la corriente interpretativa de los residuos paleolíticos que, por obra del comparativismo etnográfico, viene adjudicando al hombre prehistórico de Europa Occidental lo que piensa o cree el hombre primitivo de nuestros días (v. PRIMITIVOS, PUEBLOS), sea bantú, patagón, o australiano.
     
      Interpretaciones profanas. No consiguió prevalecer ninguna de las teorías profanas que podríamos polarizar en la atribución del arte paleolítico al instinto de imitación (Schasler), de juego (E. von Hartmann), de perpetuación (Gouffray, Th. Lipps), erótico (Luquet) y, sobre todo, estético (Lartet, Christy, Piette, Boule, Van Genned, etc.) o «el arte por el arte», según la cual se debió a motivos exclusivamente artísticos del hombre prehistórico» eternamente preocupado por el culto de la belleza» (Piette) o al deseo universal de decoración y ambientación agradable.
     
      Interpretación totémica. Para la mente actual resulta ridículo que algunos defensores de la interpretación anterior se basaran en la apriorística imposibilidad de la religión durante el Paleolítico, confirmada por el hecho, según ellos, de que el hombre de ese periodo ni siquiera logró representar el más sencillo de los signos religiosos, la cruz (G. de Mortillet, año 1883). Pronto se operó la reacción ciertamente exagerada. S. Reinach, partidario antes del arte paleolítico como mera actividad en tiempo de ocio, fue el primero que en el año 1903 y por influjo de Tylor y Frazer descubrió en él creencias totémicas y mágicas. Pero es inadmisible, o por lo menos, indemostrable, el totemismo (v.) paleolítico en su sentido estricto. Nadie podrá probar la condición totémica de los animales del arte rupestre, o sea su categoría de origen de los hombres integrados en un clan o tribu que se sentirían emparentados y protegidos por ellos. Aparte del simplismo implicado en considerar todas las «sociedades» paleolíticas como clanes de bisontes, caballos y pocos animales más, pues son los mismos en toda E., no se puede definir una agrupación totémica si no es posible, como en este caso, señalar los principios de su organización social.
     
      De mucha mayor aceptación viene gozando la teoría de la magia imitativa o por «simpatía» (L. Capitan, H. Breuil, Harmy, H. Kuhn, H. Bégouen, etc.), respaldada en el principio de que «lo semejante produce lo semejante» o en la similitud de un efecto con su causa (V. MAGIA). El hombre primitivo, como en nuestros días los lapones, esquimales, etc., pintaría en las cuevas con el fin de facilitar u obtener la caza de animales alimenticios o, por contraste, con el de destruir los animales de presa. Esta finalidad mágica explicaría la triple forma de representarlos: con la máxima fidelidad y realismo, lo más esquemáticamente posible y suprimiendo numerosos detalles (Bégouen).
     
      El descubrimiento de los signos sexuales motivó que se admitiera la intención de aumentar-cazar o destruir mágicamente no sólo el número de animales, magia de caza, sino también el de los seres humanos, magia de la fecundidad, unida frecuentemente con la productividad del campo y de los árboles, magia de la fertilidad (FERTILIDAD II), sobre todo en algunos de los signos, p. ej., la línea en zigzag, símbolo del agua (v. AGUA VI) también en nuestros días entre los indios de Taos (Nuevo México) y, a veces, de la serpiente, signo tan frecuente en, los grabados rupestres, que reaparece en el jeroglífico del que procede la M, m, letra de madre en todos los idiomas mediterráneos. Interpretaron algunas figuras enmascaradas o medio humanas, medio animales (TroisFréres, Altamira, Font de Gaume, Los Casares, Lascaux, etcétera), como sacerdotes oficiantes o brujos-hechiceros. Incluso se ha hablado de ritos de iniciación (Charet, Kuhn, etc.) de niños que, después de herir mágicamente al bisonte y una vez iniciados «cubierto el pene con las llamadas vainas de arcilla, abandonaban el recinto iniciático andando sobre los talones (huellas conservadas)» o realizaban la «danza de la iniciación».
     
      Interpretación religiosa y ecléctica. Es de suponer que existieran creencias mágicas en el Paleolítico, pero parece exagerado conceder a la magia imitativa categoría de clave capaz de descifrar todos los intrincados misterios del arte mobiliar y parietal. Si la interpretación exclusivamente profana partía de un prejuicio, ¿no procederá la teoría mágica de la idea también apriorística, según la cual los hombres del Paleolítico aún no habrían llegado a una postura auténticamente religiosa? Por eso sería muy oportuno y urgente un análisis detenido de todas las huellas y elementos del Paleolítico con el fin de discernir (planteamiento hasta ahora silenciado) su carácter religioso (arte paleolítico como invocación de un ser superior, la divinidad) o mágico (tentativas de doblegar a la divinidad concebida como persona o, más bien, impersonal, fuerza, mana). Es forzoso reconocer que los datos conservados son tan rudimentarios, que será muy difícil por no decir imposible, llegar a conclusiones definitivas. Si se admite la validez de la comparación etnográfica, el escaso desarrollo de la magia entre los actuales pueblos primitivos, especialmente los cazadores, induce a optar por la primera hipótesis o interpretación de auténtica religión.
     
      La tendencia revisionista actual procede con espíritu crítico y ecléctico (P. J. Ucko, A. Rosenfeld, etc.). El problema está en llegar a precisar la naturaleza de cada una de las obras del arte paleolítico, teniendo en cuenta que puede ser verdaderamente religiosa, mágica, ilustrativa de mitos y tradiciones (A. Laming), estética o simplemente efecto de pasatiempo o de juegos de niños. Además, dada la milenaria duración del Paleolítico, una misma obra pudo tener diversa función en periodos distintos.
     
      3. Religiosidad indomediterránea. a. Designaciones y ubicación geográfica. Por antítesis con la religión y cultura universalmente llamada indoeuropea será acertado introducir la designación indomediterránea, pues han aparecido restos de este tipo de religiosidad en toda el área mediterránea desde Occidente hasta el Indo e incluso en otras zonas y continentes, p. ej., en el Caribe, mediterráneo americano. Otros términos que captan diversos aspectos de la misma realidad religiosa son: megalítica, por la presencia de «grandes piedras» o monumentos líticos: menhir, dolmen, etc.; cultura y religión originaria probablemente de la península Ibérica (Wilke, Kossinna, D. J. WSlfel, etc.); telúrica, por haber considerado numinosa a la tierra y diversos fenómenos de la vegetación (v. DIOS II, 2; NATURALEZA, CULTO A LA; TIERRA II); heládica, en cuanto se refiere a la población inmediatamente preindoeuropea de Grecia, las Cícladas, Creta y sudeste de Asia Menor, que ha dejado vestigios visibles en diversos monumentos pétreos así como en el lenguaje, p. ej., toponimia en -nthos, -nt, -ssos (Corinto, Cnossos, Tarento, Tartessos, etc.) [Kretsmer]. La religiosidad indomediterránea, en lo que aquí interesa, sin duda alguna ocupó de modo permanente una época de la historia de España, Francia, Italia, Creta, Malta, Córcega y Cerdeña, pudiendo también ser extendida hasta el Danubio. Tras la invasión de los indoeuropeos (v.), venidos del centro y norte de E. a lo largo del segundo milenio a. C., se convirtió en religión de los pueblos vencidos y gentes sin plenos derechos políticos.
     
      b. Condicionantes de esta religiosidad. En el concepto que estos pueblos preindoeuropeos tienen de la divinidad, así como en la vida religiosa, influyen su vida sedentaria, agrícola, en dependencia más directa de la tierra que de los fenómenos celestes, y su constitución más o menos matriarcal; si bien ya nadie se atreverá a establecer con Bachofen, con categoría de dogma universal en la etnología, que la humanidad haya pasado por un estadio de estricto matriarcado o ginecocracia. El influjo de estos condicionantes se nota, p. ej., en la concepción de la divinidad suprema como mujer y madre (Diosa Madre), telúrica (Madre Tierra); intervención de la mujer en los actos cúlticos por derecho propio, sacerdotisas; función peculiar de la fertilidad agraria y de la fecundidad humana en distintas manifestaciones de la vida religiosa; teriomorfismo o representación y encarnacionismo (v.) animal de la divinidad; inhumación de los cadáveres; la incubación o dormición sobre tierra con fines mánticos y medicinales, etc. (v. DIOS II, 2; SACERDOCIO 1; ANIMAL IV; FERTILIDAD II; NATURALEZA, CULTO A LA; ADIVINACIÓN; etc.).
     
      c. Temas cúlticos. A juzgar por los restos conservados, destacan los siguientes:
     
      1) Piedras. Aparte de su empleo en las tumbas megalíticas, de su función de soportes de las almas de los allí enterrados (menhires o piedras erectas, a veces con la indicación grabada del sexo, dato que excluye su interpretación como falsos; Pausanias, 9,18,1) y de su misión cultual en los kerkur, palabra preindoeuropea significativa del «montón de piedras-altar-santuario», numerosos testimonios aseguran el temor sagrado y el culto de las piedras (v.). Así los habitantes del Promontorium Sacrum, actual cabo de S. Vicente (España) -nombres expresivos de sacralidad-, veneraban con libaciones tres o cuatro piedras (Estrabón, 3,1. Véase comportamiento de Jacob, Gen 28,18-22; 35,14; etc.). En lugares cultuales de Cerdeña hay bloques de piedra caliza con forma de cono truncado, similares a los ónfalos griegos, decorados con ornamento de ojos y adornos de plumas; todavía en época muy posterior una carta del Papa Gregorio el Grande (Epistolae 3,23) atestigua la veneración de las piedras y árboles entre los sardos. La relación de este culto lítico con la tierra y con la vida agraria resalta, p. ej., en las procesiones que en caso de sequía pertinaz acudían a la piedra situada en el monte Latmos con el fin de impetrar la lluvia (Usener, «Rheinisches Museum» 50/1885/148).
     
      2) Agua. En la época megalítica tuvo vigencia la relación agua-fertilidad-fecundidad. Si el agua protagoniza, aún hoy, el ritmo de la vegetación, durante este periodo estuvo también vigente en relación con la fecundidad así como con todos los trances femeninos: menstruación, concepción, parto, a veces con fines purificatorios, otras revestida de eficacia claramente fecundante, p. ej., «agua de la vida», figura humana de grabados rupestres en actitud de recibir la lluvia o el agua fecundante simbolizadas por la línea ondulante o en especie de peine, etc. Otros síntomas del papel sacral del agua en las creencias megalíticas son la asociación de sus construcciones a estanques o fuentes, los objetos arrojados a las cisternas, lagos, etc., con fines mágicos o cúlticos, los recipientes de agua colocados junto a las manos de los muertos en los sepulcros de esta época y las figuras de los sostenes de las almas, p. ej., serpientes, etc., bebiendo el agua dadora de corporeidad esencial para subsistir, animales sacrificados y arrojados a ríos y fuentes, usos del agua en ritos catárticos o de iniciación en la religiosidad mistérica, continuadora de la telúrica, etc. (Hornero, Ilíada, 21,131-140; Heródoto, 8,138; Solino, 4,6-66; Ptolomeo, 3,3,2).
     
      3) .árboles. No cabe duda que diversos árboles que aparecen en escenas cúlticas representadas en plaquetas votivas, anillos, representaciones minoicas de las ramas entre los llamados cuernos de la consagración, etc., son sagrados. A veces pudieron serlo en atención a la imagen divina colocada en ellos, pero con frecuencia lo eran por sí mismos (v. ÁRBOL I1).
     
      4) Serpiente-toro. Función importante desempeñaron los animales telúricos, relacionados con la fertilidad y fecundidad, a veces soportes de las almas especialmente de los antepasados, con frecuencia epifanía y encarnación de la suprema divinidad, la Madre Tierra (v. SERPIENTE; TOROS I).
     
      5) Muertos. Después de la cultura egipcia, la megalítica ocupa el primer puesto, entre las antiguas, en lo referente a honrar a los muertos. Todos los monumentos conservados en la arquitectura megalítica (cámaras, mesas de piedra, menhires, etc.), son funerarios; a juzgar por su consistencia y por los residuos hallados, proclaman la creencia en la existencia de los antepasados tras la muerte. No practicaron la cremación, sino la inhumación, el volver al seno de la Madre Tierra. En esta época hunde sus raíces el culto a los antepasados (V. ANTROPOLATRÍA; DIFUNTOS I).
     
      4. Religiosidad indoeuropea. Los indoeuropeos (indogermanos en los estudios alemanes), pueblo nómada, pastor y de constitución patriarcal, en su existencia anterior a la disgregación iniciada en el III milenio a. C. ocuparon una larga franja de tierra extendida tanto en E. como en Asia. Con sus movimientos de emigración e invasión hacia el sur se fueron estableciendo en los países meridionales de E., en Asia Menor, Irán y la India. De la fusión antropológica, cultural y espiritual de la antigua raza indomediterránea y del elemento indoeuropeo nació, en el I I milenio a. C. el pueblo griego y, en general, todos los del área mediterránea de E., p. ej., el itálico, etc. Lo que antes era un pueblo con distintos dialectos, al perder el contacto, se desmembró en diferentes pueblos e idiomas: indoiranio, armenio, griego, ¡lirio, latín, osco-umbro, celta, germánico, báltico, eslavo, hitita, tocárico con sus subdivisiones, de los cuales se derivan casi todas las. actuales lenguas europeas (v. 1, 3). Precisamente la paleontología lingüística o estudio comparativo de palabras más o menos comunes de estos idiomas, junto con la confrontación de las formas religiosas idénticas o afines de estos pueblos, constituyen la única fuente de que disponemos para poder atisbar algunos rasgos de la religiosidad indoeuropea antes de su dispersión.
     
      La paleontología lingüística, gracias a los trabajos de A. Lang, L. von Schróder, Fr. Specht, W. Havers, etc. (serie de palabras Deiwos, Zeus, los radicales en u y su relación con lo sagrado -«purificación cultual»-, términos expresivos de lo «sagrado, temor, hombre, rogar, libación, sacrificio, etc.») muestra la primitiva creencia de los indoeuropeos en un ser supremo, celeste, autor de las cosas, dotado de cierta personalidad ética, con matices probablemente monoteístas, superior al terreno u hombre, que le pide beneficios, se los agradece y ofrece sacrificios, etc. Las religiones de los distintos pueblos indoeuropeos presentan un cierto número de rasgos co. munes, preexistentes probablemente también, algunos de ellos, en el grupo antes de la dispersión: veneración de una divinidad suprema concebida como masculina, antropomorfa, padre (dios-padre), descrita como luz, celeste, transcendente al mundo y al hombre, aureolada por la majestad que infunde respeto, temor sagrado; y destaca lo tremendum del sentimiento religioso. Son religiones nacionales. Por lo mismo confunden los orígenes de la religión y los del Estado (familia, clan, tribu, nación, en algunos casos Imperio, p. ej., Romano); carecen de fundador conocido, están marcadas por el pragmatismo religioso y por la concepción teocrática del Estado y son contrarias al proselitismo por identificarse el número de sus miembros con el de los ciudadanos. Prefieren, como postura orante, la erguida con las manos levantadas hacia el cielo, sacrificios de animales machos y tendieron a asignar a las almas tras la muerte una residencia en las zonas etéreas. Para un estudio detenido de estas religiones dominantes en E. Meridional en los dos milenios inmediatamente anteriores a la venida de Jesucristo, en la Central y, quizá también, en la Nórdica mucho antes, V. DIOS II; RELIGIONES ÉTNICO-POLÍTICAS; SACERDOCIO I; GRECIA VII; ROMA V; BÁLTICOS II; CELTAS III; GALIA II; GERMANIA II; ESLAVOS 11; CRONOS; ZEUS; HERA; TúPITER; JUNO; MINERVA; VENUS; OLIMPO; ODÍN; TEOCRACIA I; SACRIFICIO 1; ORACIÓN I; etc.
     
      5. Cristianismo. Y, por fin, en E. se estableció el cristianismo, ya estudiado en sus múltiples aspectos en otros artículos (V. VII; CRISTIANISMO; JESUCRISTO; CRISTIANOS, PRIMEROS; IGLESIA, HISTORIA DE LA). Durante el primer milenio de su existencia coexistió con distintas manifestaciones de la religiosidad indoeuropea (religión griega, romana, celta, germana, etc.) y de la indomediterránea (V. MISTERIOS Y RELIGIONES MISTÉRICAS; INICIACIóN, RITOS DE). Esta coexistencia fue, unas veces provechosa .(casos de aceptación de lo positivo de estas religiosidades, cuna cultural-religiosa de la Iglesia naciente), otras casi indiferente: cristianización de ritos precristianos obligada en orden a facilitar la penetración del cristianismo en los pueblos convertidos, p. ej., aceptación de los kerkur o del oráculo telúrico de la serpiente Pitón; pervivencia del carácter sagrado de ciertos lugares a pesar del cambio de religiosidad, p. ej., iglesia construida sobre un dolmen megalítico en Cangas de Onís (Asturias); y, sobre todo, la paradigmática superposición religioso-cúltica en el complejo kárstico de Ojo Guareña (Burgos) con residuos de la religiosidad paleolítica, indomediterránea,, indoeuropea y cristiana (grabados rupestres de tipo religioso, agua, serpiente telúrica, culto del árbol, cementerio prehistórico, ermita en honor de S. Tirso y S. Bernabé dentro de la cueva, etc.). En algunas ocasiones resultó perturbadora de la ortodoxia. Validez universal posee la afirmación de M. Menéndez Pelayo (Historia de los heterodoxos españoles VIII, Santander 1948, 8-9), aunque influyeran decisivamente también otras causas, p. ej., orgullo de los heresiarcas: «La historia de las creencias religiosas profesadas en España antes del Cristianismo es peculiar e indispensable a la historia de los heterodoxos españoles. En esos cultos primitivos, indígenas o importados, está acaso la explicación de algunos fenómenos que durante el curso de los siglos se repiten en nuestras sectas heréticas, prolongación atávica...». Sobre distintas teorías acerca de la relación en general, y en cuanto a algunos puntos concretos, entre el cristianismo y estos tipos de religiosidad, v. apartado final de DIOS II; SINCRETISMO; MISTERIOS Y RELIGIONES MISTÉRICAS; etc.
     
      En el segundo milenio, ha dominado el cristianismo casi con exclusividad sobre la geografía europea: el catolicismo preferentemente en la E. Meridional; ortodoxos (s. xi), en E. Oriental, y protestantismo (s. xvi), en E. Nórdica. En nuestros días se está operando un proceso de acercamiento hacia la unidad de todos los cristianos (v. ECUMENISMO) mientras algunos se alejan cada vez más radicalmente de cualquier forma religiosa, cayendo en el ateísmo y en el antiteísmo (v. ATEÍSMO; MARXISMO).
     
     

BIBL.: F. KÓNIG, Cristo y las religiones de la tierra, vol. 3, Madrid 1960; H. KUHN, El arte rupestre en Europa, Barcelona 1957; M. GUERRA, Yahveísmo, religiones nacionales y religiosidad ctónico-mistérica, «Burgense», 7 (1966) 9-82; P. 1. UCKO-A. ROSEFELD, Arte paleolítico, Madrid 1967; LE REUZIC, Corpus des signes gravés, París 1927; M. GORGE-R. MORTIER, Histoire Générale des Religions, I-V, París 1944-51; A. LEROI-GOURGHAN, Les religions de la préhistoire, París 1964; ESCHER, Europa, en RE, 6,1,1287-1298; G. y V. LEISNER, Die Megalithgráber der Pirenáenhalbinsel, Berlín 1943; H. BÉGOUEN, Les bases magiques de l'art préhistorique, «Scientiae (París 1939); 1. MARINGER, L'homme préhistorique et ses dieux, París 1958; K. LATTE, Rómische Religioneschdchte, Munich 1960; M. P. NILSSON, Geschichte der Griechischen Religion, 1-II, Munich 1955-61; M. GUERRA, Constantes religiosas europeas. Formas religiosas del hombre europeo y del sotoscuevense desde el paleolítico hasta nuestros días, Madrid 1972.

 

M. GUERRA GÓMEZ.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991