La e. o el conocimiento especulativo consiste esencialmente en la mera
consideración o inquisición de lo que es consistente en sí mismo y con
independencia de nuestros actos, es decir, en la consideración o
investigación del orden real y del ideal en tanto que no tratamos de
cambiarlos, sino simplemente de conocerlos. La palabra e. viene de specula
(atalaya) y ésta, a su vez, de specio (ver). Por su parte, la palabra
griega teoria, que significa lo mismo que e., se relaciona con el verbo
orao, que también significa ver.
La e., por una parte, se contrapone a la acción moral y a la
producción artística o técnica, mientras que, por otra, se relaciona con
la contemplación de la que, o bien forma parte, o bien constituye su
preámbulo. Examinemos estas relaciones.
Especulación y acción. La contraposición entre la teoría, de un
lado, y la praxis y la poiesis, de otro, la encontramos ya en Aristóteles,
especialmente en el libro VI de la Ética a Nicómaco. La teoria, que
comprende las virtudes intelectuales denominadas: ciencia (episteme),
inteligencia (nous) y sabiduría (sofia), versa sobre lo necesario y tiene
como única finalidad el conocimiento de la verdad. En cambio, la praxis y
la poiesis versan sobre lo contingente y tienen como última finalidad la
acción o la producción. Por su parte, S. Tomás escribe en sus Comentarios
a la Ética a Nicómaco: «El orden (objeto propio de la razón) se compara a
ésta de cuatro maneras. Hay un orden que la razón no produce, sino que se
limita a considerar, y éste es el orden natural. Hay otro orden que la
razón produce, al considerarlo, en sus propios actos, como cuando ordena
entre sí los conceptos y los signos de los conceptos que son las voces
significativas. Hay un tercer orden que la razón introduce, al
considerarlo, en las operaciones de la voluntad. Y hay, por último, un
cuarto orden que la razón imprime, al considerarlo, en las cosas
exteriores de las cuales es causa, como el arca o la casa» (In I Ethica,
1, 1). Estos cuatro órdenes: el orden natural, el racional, el moral y el
artificial, representan los objetos de los tres saberes de que habla
Aristóteles (teoria, praxis y poiesis) con la añadidura del orden lógico o
racional, que para el Estagirita no es objeto de ninguna ciencia, sino del
instrumento o preámbulo de toda ciencia: la lógica. Así, la praxis se
corresponde con el orden moral, la poiesis con el orden artificial,
mientras que la teoria versa sobre el orden natural.
Pero nos interesa explicar algo más este último orden, que es el
objeto de la e. Como hemos visto, S. Tomás lo llama orden natural, porque
es el propio de las cosas naturales, en contraposición a las cosas
artificiales y a los asuntos morales. Se trata, pues, de un orden que está
ahí y que nos limitamos a considerar. Por lo demás, ese orden no se reduce
a lo real físico, sino que se extiende también a lo real suprafísico y a
lo ideal. Para el mismo Aristóteles, en efecto, las ciencias teóricas o
especulativas son tres: la física, la matemática y la metafísica (a la que
él llama teología y filosofía primera). De modo que la teoría o la e. no
versa sólo sobre los entes reales sensibles, sino también sobre las leyes
constantes que los rigen, y sobre las verdades ideales de la matemática, y
sobre los supremos principios de la metafísica. En una palabra, abarca
todo el orden real y el ideal. Por eso, la misma lógica, en tanto que se
limita a descubrir las leyes ideales del pensamiento, es también un saber
teórico.
En realidad, lo más característico de la e. es la actitud que con
ella adoptamos frente a todo tipo de objetos: nos limitamos a conocerlos o
a investigarlos, pero nos abstenemos de cambiarlos o de manejarlos. Y no
por eso, el trato que la e. comporta con los objetos reales o con las
verdades ideales es superficial o está teñido de indiferencia. Más bien
hay aquí una actitud de sumo respeto y de amor por la verdad; y ambos
sentimientos son perfectamente compatibles con una investigación y
penetración diligentes de aquellos objetos y verdades. Esto se ha dicho
para salir al paso de esa actitud, tan extendida hoy, de desprecio o
subestima de la e. frente a la acción y la producción. Ya en algún sector
del pensamiento moderno se puede observar una distinción entre el
conocimiento teórico en general y un uso particular de ese conocimiento,
que sería el puramente especulativo. Este último supondría una vía muerta
e inútil, un puro juego mental, sin verdadero alcance cognoscitivo.
Tal es, p. ej., la opinión de Kant, quien escribe:«Un conocimiento
teórico es especulativo cuando versa sobre un objeto o sobre conceptos de
un objeto al que no puede llegarse en ninguna experiencia. Se opone a
conocimiento natural, que no versa sobre otros objetos, o sus predicados,
que los dados en una experiencia posible» (Crítica de la razón pura,
Dialéctica trascendental, El ideal de la razón pura, 7). Este sentido
kantiano es el que se asigna a la e. cuando se habla de ella en
expresiones como éstas: «hay que dejarse de especulaciones» o «eso es pura
especulación». Lo que se quiere dar a entender en estos casos es que se
trata de una ocupación ociosa que a nada conduce, de un puro malabarismo
de ideas que ni sirven para la acción ni llevan siquiera a un verdadero
conocimiento de la realidad.
En esa postura de Kant todavía se salva, como se ve, el valor de lo
teórico. Lo que se hace es distinguir entre dos tipos de teoría: la
auténtica y valiosa (conocimiento natural), y la inauténtica y sin valor
alguno (conocimiento especulativo), y descalificar a esta última. Pero
tampoco se puede desconocer que en todo o casi todo el pensamiento moderno
(incluyendo al mismo Kant) hay una tendencia a supravalorar la praxis y a
ponerla sobre la teoría. Francis Bacon (v.) el iniciador del empirismo
moderno, subordina claramente el saber al poder o a la acción, y en esto
no hace sino recoger las enseñanzas más o menos explícitas de los
científicos y políticos del Renacimiento. El lema de su filosofía: «saber
es poder» es en el fondo el mismo que, tres siglos más tarde, levantará
como una bandera el positivismo: «saber para prever, prever para poder».
Por su lado, Descartes (v.), llamado con razón el padre de la filosofía
moderna, más que por el afán de verdad se muestra acuciado por el deseo de
un conocimiento perfecto y útil: tan riguroso como las matemáticas y tan
práctico como la ética. No encontramos en él un verdadero interés por la
e. pura, obsesionado como está por los resultados prácticos del saber. No
es de extrañar, pues, que se forme la siguiente imagen de la filosofía:
«Toda la filosofía, escribe, es a manera de un árbol, cuyas raíces son la
Metafísica, el tronco la Física, y las ramas que parten de este tronco,
son todas las demás ciencias, que se reducen a tres principales, a saber:
la Medicina, la Mecánica y la £tica» (Principios de la Filosofía, Madrid
1925, 18). O sea, que para él la metafísica y la física, que son saberes
especulativos, se orientan y subordinan a la ética y a la mecánica, que
son saberes prácticos y activos.
Con todo, donde la descalificación de la teoría llega a su punto
culminante dentro del pensamiento moderno es, sin duda, en Karl Marx (v.),
quien en sus Tesis sobre Feuerbach (1845) escribe: «La cuestión de saber
si el pensamiento humano puede tener acceso a una verdad objetiva, no es
una cuestión del campo de la teoría; es una cuestión de la práctica. Es en
la práctica donde el hombre tiene que demostrar la verdad» (tesis 2). Y
también: «Los filósofos no han hecho más que interpretar el mundo de
diversas maneras; lo que importa es trasformarlo» (tesis 11). En estas
tesis de Marx, así como en el resto de su pensamiento filosófico-político,
no sólo es que la praxis es colocada por encima de la teoría, sino que
ésta queda absolutamente descalificada, y absorbida o suplantada por
aquélla. A pesar de lo cual, puede seguirse diciendo que la teoría tiene
un valor por sí misma, e incluso un valor superior a la acción y la
producción. Pero esto tal vez se vea mejor relacionando la e. con la
contemplación (v.).
Especulación y contemplación. Para precisar más el concepto de e.
conviene enmarcarlo en aquella dimensión del espíritu que se conoce con el
nombre de «vida contemplativa», y que se contrapone a la «vida activa». En
la vida contemplativa el hombre no busca más que conocer, saber lo que las
cosas son. Aquí es el entendimiento el que campea, y está, por así
decirlo, en su propio papel; pero también la voluntad interviene en alguna
medida, porque el acto mismo de contemplar está sometido a su dominio, y
porque el objeto de la contemplación raramente deja de redundar en ella,
pues nuestra voluntad se goza naturalmente con la posesión de la verdad.
En cambio, en la vida activa el hombre busca obrar en sí o fuera de sí,
llevar a cabo cualquier género de actividad; y aquí es la voluntad la que
juega el principal papel, pero no sin la ayuda del entendimiento, que
tiene siempre a su cargo el ilustrar y dirigir.
La vida contemplativa comporta en nosotros una pluralidad de actos.
En efecto, la mayor parte de las veces no puede el hombre llegar a la
contemplación de la verdad sino después de una inquisición o búsqueda más
o menos laboriosa: la verdad (v.), en la mayor parte de los casos, no es
para nosotros un regalo, sino una conquista. Por supuesto que siempre, en
toda investigación, hay que partir del conocimiento de alguna verdad,
concretamente de la verdad de los primeros principios, que poseemos
naturalmente; pero para llegar a las verdades no evidentes de suyo, sobre
todo a las más difíciles y elevadas, hay que proceder laboriosamente
investigando o meditando. Y aquí es donde se encuentra el fundamento para
distinguir entre e. y contemplación; porque en un sentido técnico la e. es
el camino para llegar a la contemplación, es la investigación diligente
que nos conduce desde la visión inmediata de los primeros principios hasta
la visión mediata, pero gozosa, de las verdades supremas, sobre las que
versa principalmente la contemplación. S. Tomás escribe a este respecto:
«la vida contemplativa tiene un acto en el cual se consuma o plenifica, a
saber, la contemplación de la verdad, acto que dota de unidad a dicha vidá;
pero tiene también otros muchos actos por los cuales llega a este acto
final, de los que unos pertenecen al conocimiento de los principios, a
partir de los cuales procede a la contemplación de la verdad, y otros
pertenecen a la deducción o inquisición de la verdad a partir de los
principios» (Sum. Tlt. 2-2 gl80 a3). A esta inquisición se le llama e. y
también meditación (v.). Sigue escribiendo S. Tomás: «La meditación
pertenece al proceso de la razón desde los principios hasta la
contemplación de alguna verdad... Pero la contemplación pertenece a la
misma simple intuición de la verdad» (2-2 gl80 a3 adl). Y por lo que toca
a la e. escribe: «Especular viene de espejo (speculum), no de atalaya (specula).
Pero ver algo mediante un espejo es ver la causa por medio de su efecto,
en el cual reluce la semejanza de aquélla. Y por eso la especulación puede
reducirse a la meditación» (2-2 gl80 a3 ad2).
De esta suerte, en la vida contemplativa hay que distinguir: la
visión inmediata de los principios, la meditación o especulación que nos
lleva desde los principios hasta las verdades supremas, y la contemplación
de estas verdades.
En este acto de la contemplación, plenitud de la vida humana
contemplativa, alcanza el hombre los valores más elevados de que es capaz.
A diferencia de lo que sucede en la filosofía moderna, la clásica afirma
que la vida contemplativa es superior a la activa, y que ésta se subordina
a aquélla. S. Tomás da hasta nueve razones para demostrar que «la vida
contemplativa es en absoluto mejor que la activa» (cfr. 2-2 gl82 al).
Señalemos solamente cuatro: primera, que la vida contemplativa conviene al
hombre por lo que hay en él de más elevado, que es el entendimiento, y
respecto a los objetos propios del mismo, que son los inteligibles;
segunda, que la vida contemplativa puede ser más continua; tercera, que es
mayor la delectación que procura; y cuarta, que en la vida contemplativa
el hombre es más autosuficiente y necesita de menos cosas. Ahora bien, si
esto es así, la e., que se integra en la vida contemplativa y que es el
camino obligado para llegar al acto de la contemplación, será también más
elevada que la acción y la producción, que pertenecen a la vida activa.
V. t.: CONOCIMIENTO; GNOSEOLOGÍA.
BIBL.: A. CARLINI, La vita dello
spirito, Florencia 1940; A. GRILLI, 11 problema della vita contemplativa
nel mondo grecoromano, Milán-Roma 1953; W. JAEGER, Aristóteles, México
1947; F. OLGIATI, 1 fondamenti della filosofía classica, Milán 1950; L. E.
PALACIOS, La prudencia política, Madrid 1945; íD, Filosofía del saber,
Madrid 1962; G. TURBESSi, La vita contemplativa. Dottrina tomista e sua
relazione con le fonti, Roma 1944.
J. GARCÍA LÓPEZ.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp,
1991
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