1. Paleolítico y Mesolítico. Terminado el Plioceno, sobreviene en E. el
Cuaternario (v.) con sus fases glaciares, aunque por lo general, la
Península se ve menos afectada que otros países europeos por las
variaciones climáticas. Del Paleolítico inferior (v.) cuenta E. con
numerosos yacimientos, centrados, sobre todo, en el valle del Manzanares,
donde están representadas varias fases de las industrias líticas, en
especial el achelense (v.). De la misma fase y de una riqueza considerable
en útiles líticas y fauna son los yacimientos de Torralba y Ambrona
(Soria). En la región cantábrica, pertenece al achelense la cueva del
Castillo (Puente Viesgo, provincia de Santander). Por desgracia no se
conoce en E. ningún fósil humano del Paleolítico inferior. Ello se debe
posiblemente a factores fortuitos o a un defecto de investigación, pues en
Europa y norte de África se han hallado.
El Paleolítico medio o musteriense (v.) es mejor conocido en la
Península y se encuentra en la mayor parte de sus regiones. Como
yacimientos principales destacan las cuevas de la Carigüela (Piñar,
provincia de Granada) y Negra (Játiva, provincia de Valencia), el rico
conjunto de cavidades de la región cantábrica (V. ASTURCÁNTABRA, REGIÓN II),
Gibraltar y el valle del Manzanares. Son numerosos los hallazgos de
fósiles humanos.
Durante la fase glaciar del Würm II, los cromañoides penetran en E.
de un modo lento, desplazando a la antigua población neanderthalense y
portando las técnicas de talla lítica del Paleolítico superior. Son los
representantes del Homo sapiens que forma la primera base, aunque débil,
de la población peninsular. Principales yacimientos del auriñaciense (v.)
son: los del Reclau Viver (Serinyá, provincia de Gerona), cueva del
Castillo (Puente Viesgo), cueva Morín (Santander). La industria que cuenta
con más amplia difusión dentro de esta fase es el gravetiense,
caracterizado por sus puntas de dorso rebajado. Sus estaciones más
representativas son El Parpalló (Valencia), la Cocina de Dos Aguas
(Valencia) y el núcleo cantábrico. Las técnicas gravetienses perduran en
E. e influyen en fases prehistóricas posteriores. El solutrense (v.) tiene
en la Península dos facies: una típica difundida por toda Europa, y una
local, el solutrense ibérico. La primera se caracteriza por la talla
bifacial y el retoque plano invadiente, dos grandes avances dentro de la
industria lítica, cuyas realizaciones principales son las puntas en forma
de hoja de laurel o de sauce. Su distribución abarca la región cantábrica,
el valle del Manzanares y Cataluña (V. CATALUÑA III). Piezas típicas de la
facies ibérica son las puntas de muesca y las de aletas y pedúnculo. Sus
yacimientos principales son las cuevas del Parpalló y Ambrosio (Vélez
Blanco).
El magdaleniense (v.), última etapa del Paleolítico superior, se
caracteriza por el desarrollo de la industria del hueso (arpones,
azagayas, bastones de mando) y se centra de modo principal en la región
cantábrica, valle del Manzanares, Cataluña y la conocida cueva levantina
de El Parpalló. Su economía se basa principalmente en la caza de las
especies de fauna fría que poblaban entonces la Península. Los restos
humanos fósiles correspondientes al Paleolítico superior, encontrados en
E., son poco numerosos. Del auriñaciense existe la bóveda craneana de
cueva de Camargo (Santander) y el esqueleto de cueva Morín; del
solutrense, el cráneo de El Parpalló; y del magdaleniense, los frontales
de El Castillo.
La expresión más viva de la población paleolítica la constituye el
arte rupestre (v.), que cuenta en E. con una de sus regiones más
privilegiadas, hasta el extremo de ser denominado hispano-francés el arte
cuaternario europeo. Su distribución en la Península se centraba en la
región cantábrica hasta hace unos años, pero los descubrimientos recientes
lo extienden por toda E. Como cavidades fundamentales pueden citarse
Altamira (v.), las del monte de El Castillo (El Castillo, La Pasiega, Las
Monedas y Las Chimeneas) en Puente Viesgo, las de Covalanas, Hornos de la
Peña, El Pindal y La Peña de Candamo, todas en la región cantábrica; la de
Los Casares (Riba de Saelices, provincia de Guadalajara), la del
Reguerillo (Madrid), la de Maltravieso (Cáceres) y las andaluzas de Nerja,
Ardales y La Pileta (Málaga). Las representaciones están pintadas o
grabadas, y su temática se ciñe a las especies animales más importantes
para la economía paleolítica, a signos de significado incierto (tectiformes)
y a menos en positivo o en negativo, ofreciendo con frecuencia dedos
mutilados (Maltravieso). El arte mueble está bien representado,
especialmente en los ciervos grabados en pizarra y hueso de El Castillo,
en el bastón de mando decorado con una cabeza de cierva de El Valle (Rasines,
provincia de Santander) y en tantas otras obras.
Tras el final de la última glaciación, la de Würm, el clima y, por
consiguiente, la fauna pasan a ser sensiblemente iguales a los de hoy. La
industria lítica se empobrece y da la impresión de que se pasa a una fase
de transición, una auténtica Edad Media dentro de la Edad de la Piedra: el
Mesolítico (v.). En E. continúa la industria gravetiense con el llamado
epigravetiense, que se desarrolla principalmente en Levante, y con una
cultura de recolectores de mariscos en el Cantábrico, el asturiense (v.),
que utiliza unos picos de cuarcita que recuerdan las técnicas líticas del
Paleolítico inferior. En la región cantábrica, el Mesolítico se manifiesta
con el aziliense (v.), que en apariencia se podía describir como un
magdaleniense empobrecido. De esta fase mesolítica de fondo epigravetiense
surge el arte rupestre levantino (V. LEVANTE ESPAÑOL II), entroncado quizá
con una tradición anterior paleolítica, aunque su desarrollo será completo
en fases posteriores. Este arte rupestre, típico de la fachada
mediterránea de E., se caracteriza por estar siempre en abrigos y por la
profusión de figuras humanas. Aparece la composición y se pasa del
esteticismo cuaternario a formas dinámicas y esquemáticas. La fauna
representada es siempre la de clima templado, lo que atestigua la relativa
modernidad de este arte, y su finalidad se acerca más al aspecto
conmemorativo que a la estricta magia de la caza o de la fecundidad del
arte hispano-francés. Estaciones principales son los abrigos del barranco
de La Gasulla (Ares del Maestre), los de la Valltorta (Tirig y Albocácer)
y Morella la Vella en Castellón; los de Santolea y Albarracín en Teruel;
las pinturas de la Roca dels Moros de Cogull, en Lérida; los de la sierra
de Cuenca; los de la cueva de la Araña (Bicorp), en Valencia, etc.
2. Neolítico. La revolución del Neolítico (v.) se produce en el
Próximo Oriente, posiblemente en el VII milenio a. C. El cambio de una
economía de destrucción, cazadora y recolectora, a una de producción,
ganadera y agricultora, no tiene repercusión en el Mediterráneo occidental
hasta el V milenio a. C. Nuevas gentes portadoras de otras formas de vida
llegan a E. y constituyen, junto con la escasa población mesolítica, el
primer y auténtico sustrato peninsular. El Neolítico I se manifestará con
la cerámica decorada con impresiones de conchas u otros objetos,
denominada cardial. Las cuevas con esta cerámica se localizan en el área
mediterránea, y ofrecen, mediante métodós radiactivos, fechas de hacia el
quinto milenio. Esta cultura neolítica primera cristaliza y produce un
Neolítico 11 extraordinariamente rico que se manifiesta en Cataluña,
dentro del III milenio, con la cultura de los llamados sepulcros de fosa:
sepulturas acompañadas de un rico ajuar de collares de calaíta, hachas
pulimentadas, brazaletes de concha, núcleos y piezas de sílex y vasijas
cerámicas. En Andalucía (v. ANDALUCÍA II) se origina un intenso movimiento
cultural, insuficientemente conocido, que prepara la cultura posterior de
Los Millares (v.).
3. Edad de los Metales. El conocimiento del metal en el Próximo
Oriente provoca la búsqueda de las fuentes del cobre y, en época algo
posterior, el estaño (v. METALES, EDAD DE LOS). El sur peninsular es un
centro cuprífero de primer orden que desde el 111 milenio registra la
presencia de elementos humanos importados que se superponen al sustrato
neolítico anterior. Surge la rica cultura de Los Millares (Almería), copia
del Bronce I, caracterizada por un «sistema» funerario de inhumaciones
colectivas dentro de sepulturas megalíticas. El megalitismo, los dólmenes,
se expande por toda la Península, en especial por las regiones periféricas
excepto la valenciana, que constituye un vacío difícil de llenar (v.
MEGALÍTICOS, MONUMENTOS; BRONCE, EDAD DEL). El mismo fenómeno metalúrgico
motiva la expansión en el Occidente europeo del vaso campaniforme (v.), en
un principio atribuido a una creación de los centros culturales andaluces
y demostrado por la moderna investigación como una importación
relativamente moderna llegada a E. desde otros centros europeos.
En el II milenio se extiende por Andalucía oriental, Alicante y
Murcia la cultura metalúrgica de El Argar (v.) o Bronce 11 que tiene como
origen elementos importados del Mediterráneo oriental. A finales del II
milenio, Europa (v. EUROPA Iv) conoce un gran movimiento comercial
relacionado con el estaño y con las migraciones de pueblos en Europa
oriental. Esta actividad se manifiesta con fuerza en el Atlántico,
potenciando el Bronce final gallego muy relacionado con las Islas
Británicas, y en Andalucía oriental, que pasa al mundo de las fuentes
escritas con el nombre casi mítico de Tartessos (v.). Estos movimientos
culturales son especialmente intensos en los tres primeros siglos del 1
milenio a. C., como demuestra el riquísimo depósito de bronces de la ría
de Huelva con un conjunto ilustrativo de contactos chipriotas, sicilianos,
atlánticos y de Europa centro-oriental.
A principios del I milenio entran en la Península por los Pirineos
unos pueblos que traen una amplia metalurgia del bronce de tipo Hallstatt
B (v.) y el ritual funerario de la incineración, juntamente con la
costumbre de depositar en urnas las cenizas del cadáver de donde les viene
el nombre de pueblos de los campos de urnas (v.). Penetran por el extremo
occidental de los Pirineos, valle del Segre y extremo oriental (Agullana).
Influyen decisivamente en el sustrato anterior, que asimila rápidamente su
tecnología y ritual. Avanzan hacia la Meseta y por el sur llegan a
Andalucía. Son los conocidos históricamente como celtas (v.). Su
colonización es rápida, porque usan el caballo como medio de transporte y
de trabajo.
El conocimiento del hierro hace evolucionar estas culturas que dan
origen en la E. interior y cantábrica a ricas fases de la Edad del Hierro
(v.): celtas y celtíberos (v.). Significativos son los castros (v.),
poblados fortificados, del Noroeste peninsular. Este mundo alejado del
Mediterráneo se incorpora decisivamente al ámbito histórico con la
colonización romana. Paralelamente a la llegada de las gentes procedentes
de Europa, caracterizadas por sus ritos funerarios de incineración y
disposición de las sepulturas en campos de urnas (v. FUNERARIO, ARTE),
colonizan las costas del sur de la Península semitas llegados a Occidente
con el objeto de abrir los mercados metalíferos simbolizados por el nombre
de Tartessos. La arqueología prueba la presencia de semitas en las costas
del mar de Alborán y zona atlántica de Andalucía desde el s. VIII a. C.,
si bien esta presencia pudo estar precedida de contactos precoloniales que
según las fuentes serían próximos al 1100 a. C., fecha ya tradicional para
la fundación de Cádiz. El hallazgo en Almuñécar de una necrópolis de
incineración, fechable, gracias a la presencia de dos kothyloi
protocorintios subgeométricos, en la primera mitad del s. vii ha sido
seguido por la localización de los importantes yacimientos del cortijo de
Toscanos en Torre de Mar (Málaga) y de Trayamar en esta misma provincia,
que abren insospechadas perspectivas al estudio de la colonización fenicia
en el sur de E.
La penetración colonial y, posiblemente, también étnica tuvo gran
importancia en el curso bajo del Guadalquivir y en las desembocaduras de
los ríos Guadiana, Tinto y Odiel, potenciada por la cercana gran ciudad
colonial de Cádiz. Las excavaciones de Carmona que proporcionaron las
primeras cerámicas a torno pintadas imitando los productos importados; el
hallazgo de la necrópolis del s. VIII del Cabezo de La Joya, en Huelva;
las excavaciones del Cabezo de San Pedro, en esta misma ciudad; y los
sensacionales hallazgos del Carambolo (v.) en Sevilla, donde además del
importante tesoro han aparecido unas cerámicas muy interesantes, algunas
de ellas de clara estirpe chipriota, ayudarán en lo sucesivo a interpretar
antiguos hallazgos como los de Aliseda (v.) y jarros de bronce tales como
los de Niebla, Valdegamas, Huelva, etc. La misma colonización semita
plantea el problema de la localización del legendario reino de Tartessos
ubicado en la Baja Andalucía, en cuya solución se trabaja estos últimos
años con más intensidad que en épocas pasadas.
Las excavaciones de la colina de los Quemados (Córdoba), Alegría,
Riotinto y otros yacimientos andaluces parecen demostrar la llegada hacia
los s. VIII-VII de una población guerrera portadora de una cerámica basta,
decorada con incisiones y cordones aplicados que se sobrepuso a una
anterior bruñida, de aspecto más fino y elegante. Estos nuevos pobladores
fortificaron los establecimientos anteriores y pusieron en valor las
posibilidades mineras de la región. Su filiación tal vez indoeuropea sería
la que habría traído uno de los componentes potencializadores de lo que
damos en llamar Tartessos. La presencia en el llamado «bronce Carriazo» de
elementos indoeuropeos junto a otros de clara influencia mediterránea
(personaje hatórico asociado a dos ánades) así parece indicarlo. A esta
gente cabría asociar los materiales hallados al dragar la ría de Huelva y
que se fechan hacia la mitad del s. viii a. C. La presencia semita en las
costas andaluzas se perpetuó en periodo púnico de tal manera que las
fuentes hablan de una población libiofenicia en las partes costeras de las
actuales provincias de Málaga, Granada y Almería. La fundación en 654 de
Ebussus, en la isla de Ibiza, marcó el inicio de la preponderancia
cartaginesa en la Península, que más tarde se haría aún más afectiva
durante las guerras Púnicas (v.). Al periodo propiamente púnico pertenecen
en Ibiza los yacimientos de Puig des Molins-, de Illa Plana y de la cueva
d'Es Cuyram, santuario rupestre este último, consagrado a la diosa
cartaginesa Tanit. A este periodo pertenece la necrópolis almeriense de
Villaricos y las ciudades de Malaca, Sexi y Abdera entre otras, famosas en
la Antigüedad por sus fábricas de salazones.
Hacia principios del s. vi a. C. se produce la colonización focea de
la Península potenciada desde Marsella (v. FOCENSES). Dicha colonización
habría sido precedida por la de los rodios, ya en el s. VIII, que habrían
fundado la ciudad de Rhoda (Rosas). A dicha fundación, no atestiguada por
la arqueología, siguió en el 575 la de Ampurias (v.) y la de otras
ciudades a lo largo de las costas catalanas y valencianas: Cypsela,
Callipolis, Hemeroscopeion, Akraleuké, etc., cuyo eslabón final terminaría
en la colonia de Mainake en la costa de Málaga. Schulten situó a esta
última en Torre del Mar, pero la arqueología se ha encargado de
desmentirlo; los trabajos de estos últimos años prueban que estas
colonias, excepción hecha de Ampurias, no llegaron a existir y, si
eventualmente tuvieron alguna entidad, fue la de simples factorías que no
habrían dejado restos importantes. Tampoco parece que se fundaran colonias
en las Baleares (v. BALEARES III), a pesar de encontrarse una buena
cantidad de objetos griegos. En los inicios del s. vi aparecen también
atestiguados objetos de importación etrusca llegados a la Península a
través del comercio foceo. Se encuentran con relativa abundancia en
Ampurias y Ullastret. Se reducen a copas de «Bucchero negro» y a ánforas
que prueban una importación de vino etrusco ya en fechas tan altas.
4. Cultura ibérica. Debido a la colonización semítica y
posteriormente griega se producen en las costas de la Península una serie
de fenómenos económicos y culturales que quedan patentizados por la
eclosión de una nueva fase cultural que se ha dado en llamar cultura
ibérica, pero que bajo tan simple denominación atañe a numerosos problemas
que están aún lejos de haber sido resueltos del todo. En primer lugar se
plantea el del origen etnológico de pueblos detentadores de dicha cultura.
Sintetizaremos brevemente las teorías sobre su origen. Por un lado, se les
ha conceptuado como mediterráneos camitas venidos de África. Otros, en
cambio, los consideran caucásicos. Estrabón habla de unos iberi en el
Cáucaso, llegados por complicados caminos a la Península. La hipótesis de
una filiación caucásica del vasco, lengua que ciertos investigadores
consideran pariente del antiguo ibero, a causa de algunas homofonías, ha
vitalizado aún más esta tendencia (v. VASCONGADAS Iv). Para simplificar,
cabe decir que la cultura ibérica (v. IBEROS) puede en realidad ser
patrimonio de gentes pertenecientes a stocks raciales distintos y que su
génesis sería la siguiente: a unos pobladores de la Edad del Bronce
asentados en la Península desde tiempo inmemorial se habrían superpuesto y
mezclado gentes indoeuropeas procedentes del centro de Europa y cuya
venida a la Península está comprobada desde los s. ix y viii por la
arqueología.
Sobre esta base humana conocedora de una incipiente industria del
hierro actúan los estímulos culturales aportados por los colonizadores
orientales, estímulos más precoces en Andalucía y sudeste que en Valencia
y Cataluña. La estratigrafía del poblado de la Pedrera de Vallfogona de
Balaguer demuestra una persistente habitación en el mismo lugar de gentes
de estirpe indoeuropea, las cuales dejaron en los estratos más altos
restos atribuibles a los que damos en llamar ibérico, sin solución de
continuidad con lo inmediatamente anterior. Este mismo fenómeno parece
detectarse en Ampurias, en las necrópolis Parrallí y de la Muralla
nordeste, y en los poblados del Bajo Aragón. Sin embargo, la supuesta
unidad cultural del mundo ibérico está matizada por variantes muy
profundas que se advierten al pasar del mundo andaluz al de Cataluña. Un
área con características propias muy acusadas es la del sudeste
peninsular, donde al lado de unas cerámicas pintadas con personalidad
aparece una gran escultura representada sobre todo en los santuarios de El
Cigarralejo (Mula, provincia de Murcia), cerro de los Santos y llano de la
Consolación (Albacete) y, más al interior, en el del collado de los
Jardines (Santa Elena, Despeñaperros).
Por lo que se refiere a los ritos funerarios, la cremación es el
dominante, si bien la disposición de los enterramientos adopta formas
diversas. De gran importancia es la necrópolis de Tútugi (Galera,
provincia de Granada), donde los sepulcros tienen forma de cámaras bajo
túmulo. Semejante a ésta es la de Toya en Real del Becerro (Jaén); las de
Oliva, Archena o Cabecico del Tesoro, en Verdolay (Murcia). Son más
simples, pero con ajuares de gran riqueza. En Cataluña destaca la de
Cabrera de Mar, correspondiente al poblado de Ilduro con importantes
ajuares, sobre todo cerámicas. La gran estatuaria falta en Cataluña, no
ocurriendo así en el sudeste y Andalucía, donde son frecuentes las
representaciones antropomorfas y animalísticas. Entre las primeras destaca
la Dama de Elche (v.), la Dama oferente del Cerro de los Santos y la
recientemente descubierta Dama de Baza; son importantes las cabezas de El
Cigarralejo.
Dentro de lo animalístico abundan las representaciones de animales
fantásticos de origen orientalizante; así, las esfinges de Hachas (Bogarra,
provincia de Albacete), la de Agost (Alicante) y el grifo de Salobral
(Albacete). Son importantes la bicha de Balazote, representación del dios
griego Aqueloo, la de Balones, los toros de Osuna, los caballos de El
Cigarralejo y los leones de Baena. También son notables los modestos
exvotos hallados en diversos santuarios, entre los que destacan los de La
Serreta de Alcoy, El Cigarralejo, el collado de los jardines, el cerro de
los Santos y el de la Luz, en San Antonio el Pobre (Murcia). La cerámica
ibérica pintada ha sido y es uno de los problemas más acuciantes de esta
cultura, que sólo el hallazgo de secuencias estratigráficas claras
permitirá resolver (v. CERÁMICA i). Desde las dataciones en los s. vi y v
de Bosch-Gimpera a las de García y Bellido, quien la coloca ya en época
imperial romana, la cerámica ibérica decorada con figuras humanas,
florales y animales ha sido el objeto de las controversias más acusadas.
Hoy se tiende a las cronologías altas, aunque el problema esté lejos de
solucionarse.
Es preciso deslindar campos decorativos y regiones productoras, con
el fin de estudiar por separado productos que tienen poca relación entre
sí. Las cerámicas ibéricas, en particular los estilos de Elche-Archena y
de Liria-Oliva, se hallan entre los productos cerámicos más interesantes
de la protohistoria mediterránea. Mención especial merecen la lengua y el
alfabeto ibéricos. Este último ha podido descifrarse gracias a la labor
del prof. Manuel Gómez Moreno (v.); sin embargo, el significado de las
palabras se nos escapa. La cultura ibérica desaparece sin convulsiones,
respetada en lo posible por el nuevo elemento cultural romano, que
cambiará la faz de la Península (v. xi, 2).
V. t.: CELTAS;IBEROS;CELTÍBEROS;LOS MILLARES; TARTESSOS; etc.
BIBL.: L. PERICOT, La España
primitiva, Barcelona 1950; M. ALMAGRO, Origen y formación del pueblo
hispano, Barcelona 1958; 1. M. GÓMEZ-TABANERA (ed.), Las raíces de España,
Madrid 1967; 1. MARTÍNEZ SANTAOLALLA, Esquema paletnológico de la
Península ibérica, Madrid 1946; HE I, II y III.
E. RIPOLL PERELLÓ.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp,
1991
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