Introducción. Con la expresión escolástica suele designarse el pensamiento
filosófico y teológico cristiano de la Edad Media, en particular el que se
desarrolla a partir del s. ix, y también, a veces, la labor que, en el
mundo moderno, mantiene y prolonga las grandes líneas del pensamiento
medieval.
Propiamente la e. surge como movimiento que busca una profundización
en el conocimiento de las S. E. y de Dios. Movimiento determinado por dos
factores: por una parte la herencia de los Padres (v.) y de la llamada
Patrística (v.), en especial S. Agustín, y por otra la herencia filosófica
recibida de la antigüedad: Platón, cuyas ideas, a través de S. Agustín
(v.), influyeron de modo notable en una de las más fecundas escuelas
medievales (v. ACUSTINISMO; FRANCISCANOS IV), y de modo especial
Aristóteles, traducido e introducido por Boecio (v.). El contenido
filosófico de este movimiento fue de tal importancia que hoy en día, para
muchos, el nombre de e. tiene resonancias exclusivamente filosóficas.
El contenido filosófico de la e. se debe fundamentalmente al deseo
de los pensadores medievales de tener un instrumento que les permita un
mayor perfeccionamiento de la ciencia referente a Dios. Este instrumento
les es proporcionado por la filosofía aristotélica y platónica.
La entrada de Aristóteles en el mundo medieval se produce en una
triple fase: la primera entrada, hacia el s. X, se produce con la
traducción e introducción de la Logica vetus; las Categorías proporcionan
al pensador medieval un análisis y una clasificación de las nociones, y la
Perihermeneia, un análisis de las proposiciones; así el trabajo teológico
estará bajo el régimen de la gramática. La segunda entrada, hacia el s.
XII, consiste en la traducción de los otros libros de Organon: Primero y
segundo analítico, que es un estudio científico del silogismo y de las
diferentes especies de demostración, los Tópicos y los Problemas
sofísticos, gire es un estudio del razonamiento probable, y de sus
diferentes lugares; es decir, una teoría del saber y de la demostración; a
lo que responderá en las escuelas urbanas una teología que se formulará en
problemas, en cuestiones; que se detendrá más en los problemas
especulativos, sin depender tanto del texto. Se puede hablar así de una
teología bajo el régimen de la dialéctica entendiendo esta palabra en su
sentido general de tratamiento por el razonamiento lógico. La tercera
entrada de Aristóteles a principios del s. XIII trae a la ciencia sagrada
un fermento filosófico que ya no es puramente formal, sino que tiene que
vercon el orden de los mismos objetos, y el contenido del pensamiento.
Aristóteles, y la filosofía, se introduce en el pensamiento cristiano no
como maestro del razonar, sino como un maestro en el conocimiento del
hombre y del mundo; aporta una metafísica, una psicología, una ética. La
teología se constituye entonces, al menos con S. Alberto Magno y S. Tomás,
bajo el régimen de la filosofía.
Este saber filosófico y teológico se inicia especialmente en las
escuelas, tanto catedralicias, como más tarde urbanas y monásticas, y en
las universidades que como evolución de ellas comienzan a aparecer en la
época. De aquí la denominación de escolástica palabra derivada del término
latino schola, íntimamente relacionado a su vez con el vocablo griego
scole, que significa ocio; schola equivaldrá luego a clases, escuela,
grupo intelectual. En Cicerón aparece ya schola con los significados de
lección, de aula y de grupo filosófico. Scholasticus en Quintiliano
equivale a retórico, profesor de elocuencia; más tarde, significará
sencillamente profesor.
La mayor parte de los autores ven en la filosofía un instrumento de
la teología, pero ya en el s. XIII en la Universidad de Artes de París se
encuentra un conjunto de profesores que piden enseñar la lógica, la física
y la moral de Aristóteles, sin preocuparse de otras disciplinas, ni de los
intereses superiores de la Teología.
En el primer artículo se estudiarán las características generales,
fundamentalmente filosóficas, de lo que suele denominarse Escolástica (que
no es en realidad una escuela o línea de pensamiento uniforme y cerrada,
sino de una enorme variedad; es más una época de la Filosofía que una
escuela en el sentido estricto del término). Y en el artículo siguiente se
analizarán los autores y escuelas principales a lo largo de la historia,
con especial atención a sus implicaciones teológicas. Más datos sobre
autores y corrientes de la e. se tratan en los artículos MEDIA, EDAD III;
MODERNA, EDAD III; NEOESCOLÁSTICOS.
LUIS P. CONDE.
I. CARACTERÍSTICAS GENERALES. El giro esencial, en la perspectiva y
en el método, que se produjo en el pensamiento filosófico, a partir de
Descartes, contribuyó, entre otras cosas, a difuminar las diferencias
existentes entre los grandes pensadores medievales y a presentar como un
conjunto unitario enfoques y soluciones de innegable variedad. Sucedió
además, que la llamada filosofía moderna surgió y se mantuvo, durante más
de un siglo, al margen de las universidades, en las que se seguía
impartiendo, por lo común, la «filosofía de la escuela».
La contraposición esencial de filosofía medieval y filosofía
moderna, sin embargo, junto al hecho demostrado del poderoso influjo del
pensamiento musulmán en el judío y en el cristiano, ha originado una
ampliación del significado de filosofía escolástica, que, para algunos,
equivale, casi sin más, a filosofía medieval. En esa línea se habla de e.
musulmana, cristiana, judía. Por otra parte, algunos pensadores e
historiadores llegaron a confundir filosofía escolástica con filosofía
cristiana, debido a la peculiar vinculación entre razón y fe que
caracteriza la obra de los grandes pensadores del Medievo. Y en esa línea
ha podido hablarse de e. bizantina, nestoriana, etc.
Finalmente, el enfrentamiento de la filosofía moderna con la
filosofía escolástica, a la que se consideraba, injustamente,
manifestación del oscurantismo y dogmatismo medievales, condujo al
descrédito de la palabra «escolástica». De ahí que haya podido hablarse
«de escolástica en cada uno de aquellos momentos de la historia de la
filosofía, en los cuales el trabajo filosófico consistiera
predominantemente (o hasta exclusivamente) en la elaboración de detalles,
sin poner jamás en tela de juicio los principios» (J. Ferrater Mora,
Escolástica, en Diccionario de Filosofia, 1,550). V. t. NEOESCOLÁSTICOS I.
Estas ampliaciones en el significado, incluso en el sentido, de
filosofía escolástica son, sin duda, un dato histórico. Pero también lo es
que la Escolástica (nombre propio) es el pensamiento cristiano medieval y
su continuación, en lo que tiene de más peculiar, hasta nuestros días. La
filosofía escolástica abarca, pues, tres periodos fundamentales: 1) desde
el s. IX hasta el XV; 2) los s. XVI y XVII, para los que se habla de
segunda escolástica o Renacimiento escolástico; 3) los s. XIX y XX, a los
que se alude como Neoescolástica o Restauración escolástica. Casi todos
los grandes maestros o cabeceras de escuelas pertenecen al primer periodo;
en el segundo, sin embargo, está Suárez. Es de destacar, además, el
predominio del tomismo en la segunda etapa, y sobre todo en la tercera. La
E. está constituida por un conjunto de escuelas filosóficas y teológicas
de bastante mayor variedad que la que da a entender la unidad de rúbrica
que le aplicamos, lo que no es obstáculo para que podamos encontrar en
ella algunos rasgos comunes. Escoto Eriúgena, S. Anselmo, Abelardo, S.
Tomás, Duns Escoto, Ockham y Suárez, p. ej., constituyen una panoplia de
enfoques acusadamente heterogéneos. (v. art. correspondientes). A pesar de
ello, podemos caracterizar la filosofía escolástica, a grandes rasgos, por
los siguientes aspectos:
1. La filosofía, «ancilla theologiae». Es éste el aspecto más
sometido a polémica del pensamiento medieval, como consecuencia de muy
diversos factores. Han jugado en su enjuiciamiento la diferencia de
sensibilidad entre el mundo medieval y el moderno, la carencia de sentido
histórico de la Ilustración, la peculiar problemática de las relaciones
entre el Trono y el Altar en los s. XVIII y XIX, el enfrentamiento
dialéctico entre catolicismo y protestantismo sobre todo en la vertiente
liberal de este último, los problemas surgidos con la aparición de la
ciencia moderna, etc.
Para comprender adecuadamente la expresión es preciso tener en
cuenta que los autores medievales eran creyentes, y creyentes preocupados
por expresar su fe en una comprensión del mundo que fuera reflejo de sus
creencias. Eran, por tanto, teólogos (v. TELOGÍA), y fue, por tanto, como
teólogos que se sintieron animados a ocuparse de la filosofía, ya que -y
éste es un rasgo que debe ser subrayado- consideraron que cl saber natural
podía contribuir, si se lo asumía desde la fe, a profundizar en la fe
misma. La vinculación entre la problemática religiosa y la filosófica es,
por lo demáás, común a todas las culturas. La peculiaridad de la E. no
está ahí, sino en rasgos que derivan en parte del cristianismo y en parte
de su coyuntura cultural. En cuanto a lo primero, digamos que el
cristianismo, por su afirmación de la Revelación (v.) divina como fuente
de conocimiento cierto, lleva espontáneamente a asumir desde la fe el
saber racional; y en este sentido el intento escolástico está en relación
con la Patrística (v.) y con el de otros cristianos posteriores. En cuanto
a lo segundo, digamos que esa labor fue realizada en la Edad Media en un
contexto escolar, es decir. en centros de enseñanza, por religiosos y
clérigos y con un método, cte., que luego se detalla. Añadamos que la
consideración de la filosofía como ancilla ilicologiae no implica en modo
alguno una depreciación o manipulación de la misma, sino una forma de usar
de ella. Como decía Péguy, para que algo pueda realizar una función ele
servicio necesita primero ser potenciado y cultivado.
2. Armonía de fe y razón. El problema de la relación entre el dato
revelado y las conquistas de la razón humana ofrece en la e. un ramillete
de soluciones muy variadas, pero en el trasfondo de todas ellas está la
convicción esencial del acuerdo absoluto de ambas. La corriente
agustiniana mantendrá las suspicacias frente a las meras capacidades
humanas, pero con clara referencia al hombre caído. «Desde los orígenes
patrísticos hasta fines del s. xiv, la historia del pensamiento cristiano
es la de un esfuerzo incesantemente renovado para manifestar la
conformidad entre la razón natural y la fe, cuando esa conformidad existe,
y para lograrla, cuando no existe» (É. Gilson, La Filosofía en la Edad
Media, o. c. en bibl., 697). Por otra parte, el fides quaerens intellectum,
que, explícito ya en San Anselmo, preside toda la labor teológica
medieval, es una manifestación innegable de la radical confianza en la
capacidad racional del hombre para penetrar, explicitar y exponer el
contenido de la fe (v. RAZÓN II).
3. Sentido de la autoridad. La teología es una ciencia que parte del
dato revelado. La palabra de Dios es la ultima ratio en cualquiera de sus
cuestiones (v. REVELACIÓN). Y esa palabra de Dios es la que da autoridad a
la Escritura y a los Padres, en cuanto que aquélla y éstos, aunque en
distinto grado, son testigos de la fe de la Iglesia. Sin duda, este
peculiar sentido de la autoridad, hondamente vivido por los teólogos
medievales, está también presente en su labor filosófica. La autoridad de
los Santos Padres, aun en el plano filosófico, es comúnmente reconocida.
Pero no conviene exagerar este dato. Los grandes pensadores medievales no
reconocieron plena autoridad a filósofo alguno. «Amicus rneus Plato, sed
magis veritas» es, en esa forma, un adagio escolástico. La variedad de
interpretaciones de los textos escriturísticos y patrísticos tampoco es
una muestra de excesiva sumisión a la autoridad.
4. El método. El método escolástico aparece ya sustancialmente
constituido en Abelardo (v.). Consiste, esquemáticamente, en la
contraposición, ante cualquier problema, de las diferentes soluciones
dadas al mismo, en especial de las ofrecidas por las «autoridades». El
profesor defiende luego su solución, y, finalmente, aclara el sentido de
las soluciones expuestas al principio, para, sin contradecir a las
autoridades reconocidas, hacer congruentes sus palabras con la solución
defendida. El método pone de manifiesto con toda claridad el respeto a las
autoridades, pero también la capacidad de maniobra reconocida y aceptada
en las escuelas, y luego en las universidades, a sus maestros para
utilizar pro domo sua los textos de aquellas autoridades.
5. Las técnicas expositivas. La e. es, como queda dicho, el
pensamiento enseñado en los centros docentes medievales. La función
escolar imprimió carácter a las técnicas expositivas. La lecho era el
comentario hecho en clase de un texto teológico, filosófico o jurídico. La
quaestio era una especie de certamen dialéctico sobre un problema
determinado, bajo la presidencia de uno o varios maestros. De las
lectiones proceden los innumerables comentarios de todo orden que nos ha
legado la escolástica. Las Summas son exposiciones sistemáticas y
completas de los problemas teológicos, destinadas por lo común a los
escolares. Tanto el método, pues, como la estructura de las obras
escolásticas ponen de manifiesto la profunda influencia que la función
docente ejerció en el desarrollo de la filosofía medieval (v. II).
6. El logicismo. Se ha subrayado con frecuencia la importancia que
el problema de los universales (v.) tiene en la escolástica. El
descubrimiento de la lógica aristotélica en el s. XI produjo un peculiar
deslumbramiento y dio origen a conocidas polémicas. Quizá ello marcó para
siempre a la e., cuyo formalismo es innegable. En los momentos de
decadencia, las preocupaciones formalistas se acentúan, pero nunca están
del todo ausentes. Son los «nombres» el punto de partida de la mayoría de
los problemas. No debemos dejarnos engañar por los planteamientos, sin
embargo. A través del problema del «nombre» se busca la realidad nombrada.
Y así, p. ej., tras la analogía de la palabra «ser» está la analogía del
ser mismo, aunque en el término «analogía» haya quedado impresa la forma
como se ha planteado el problema.
7. Otros rasgos. Maurice de Wulff consideraba el pluralismo
metafísico (la oposición a todo monismo, v.) como lo más esencial y
característico de la escolástica. Sin duda, es un aspecto bastante común
del pensamiento medieval, pero ni se da en todos los escolásticos ni sólo
en ellos. Tampoco el aristotelismo es un dato particularmente expresivo de
la filosofía escolástica medieval, aunque sí lo sea, en mayor parte, de su
continuación en el mundo moderno. Hasta el s. XIII no hay, en verdad,
aristotélicos, y, a partir de entonces, durante el Medievo, los
aristotélicos tampoco son mayoría.
Los rasgos que aquí hemos subrayado como característicos de la e. no
deben tomarse aisladamente, ya que varios de ellos no son exclusivos de
este amplísimo movimiento. Es el conjunto de tales rasgos el que delimita,
según creemos, la filosofía escolástica, en particular la medieval.
BIBL,: M. DE WULFF, Historia de la filosofía medieval, México
1945-49; J. FERRATER MORA, Escolástica, en Diccionario de Filosofía, 5 ed.
Buenos Aires 1965, 548-552; G. FRAILE, Historia de la Filosofía, II,
Madrid 1960; G. FRITZ y A. MICHEL, Scolastique, en DTC 14,1711 ss.; É.
GILSON, El espíritu de la filosofía medieval, Buenos Aires 1952; ÍD, La
filosofía en la Edad Media, 2 ed. Madrid 1965, M. GRABMANN, Die Geschichte
der scholastischen Methode, Friburgo de Brisgovia 1909-11; A. MASNOVO, Una
polemica intorno al carattere fondamentale della filosofía scolastica, «Rivista
di Filosofia Neo-Scolastica» 20 (1928) 123-127; H. D. SIMONIN, Qu'est-ce
que la scolastique?, «La Vie Intellectuelle» 10 (1931) 234242; F. VAN
STEENBERGHEN, L'organisation des études au moyen âge et ses répercussions
sur le mouvement philosophique, «Rev. Philosophique de Louvain» 52 (1954)
572-592; S. VANNI ROVIGHI, Scolastica, en Enciclopedia filosofica, V, 2 ed.
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cristiana, «Rev. de Filosofía» 6, Madrid 1947, 583-646.
ANTONIO DEL TORO.
II. HISTORIA. 1. Escolástica incipiente. La escolástica se
caracteriza por la introducción en Teología del método dialéctico y de la
Filosofía, especialmente la aristotélica, y por el tratamiento sistemático
de los problemas teológicos. Florece en la Edad Media merced a las
escuelas catedralicias y conventuales, pujantes en Alemania, Inglaterra y
Francia. Su comienzo se sitúa a finales del s. XI, con S. Anselmo de
Canterbury (v.), considerado padre de la escolástica. El uso radicalizado
de la dialéctica (v.) y de la filosofía en Teología, entraña el peligro de
racionalización de la verdad revelada. De ahí que grandes maestros, como
Bernardo de Claraval (v.), que descubre y ataca los errores de Abelardo y
Gilberto Porreta, denuncien el peligro y aboguen por la vuelta a las
fuentes, y al uso comedido de la lógica aristotélica.
El movimiento doctrinal que arranca de estos maestros se continúa,
sobre todo en las escuelas de París. Desde mediados del s. XII florecen
allí las escuelas de San Víctor, Santa Genoveva, Nuestra Señora, etc.
a. Las escuelas. Se llaman así no sólo los centros donde se impartía
la enseñanza teológica conforme a una línea doctrinal determinada, sino
también la concordancia de los doctores en esa tendencia doctrinal, nervio
del sistema, aunque se encontrasen separados en el tiempo y en el espacio.
S. Anselmo de Canterbury tuvo discípulos preclaros, pero no puede decirse
que formara escuela, pues sólo sus doctrinas sobre la libertad y el pecado
influyeron en la teología posterior.
La escuela de Anselmo de Laón (v.) y de Guillermo de Champeaux. El
de Laón ejerció enorme influencia en la exégesis bíblica, así como en las
Quaestiones y Sententiae. El segundo (v. CHAMPEAUX, GUILLERMO DE) es
considerado como el fundador de la escuela de San Víctor (v.), cuna de
verdaderas lumbreras teológicas y emporio del saber de aquel tiempo.
La escuela de Abelardo (v.) contribuyó poderosamente a perfilar el
método escolástico, pero llevado al exceso en el uso de la dialéctica y de
la filosofía. Ejerció enorme influencia en Gilberto Porreta (v.),
perteneciente a la escuela de Chartres (v.) de tendencia platónica, y que
tuvo sus mejores representantes en Bernardo y Teodorico de Chartres y Juan
Salisbury.
La escuela de Pedro Lombardo. Tiene ya en esta época Pedro Lombardo
(v.) seguidores que glosan su obra clásica de las Sentencias. Merecen
citarse Pedro Comestor (m. 1178) y Pedro de Poitiers (Pictaviense, ca.
1130-1205), quien influyó notablemente en la Teología, tanto por su largo
magisterio como por su obra maestra Sententiarum libri V. Las Sumas de
Martín de Cremona, Pedro de Capua (m. 1242), Simón de Tournai, etc.,
llevan el sello de este ilustre maestro.
La escuela de Prepositino de Cremona. El Prepositino es, después de
Lombardo, el autor más citado por los escolásticos. Escribió dos Sumas,
una de índole apologético, diversas Quaestiones y un tratado De Officio
(liturgia), notables por su carácter científico y por la profundidad de
pensamiento.
En la segunda mitad del s. XII algunos autores usan la Teología para
una mejor comprensión de la S. E. y como fundamento de la conducta moral y
sacramentarla. Predomina la practicidad sobre la especulación. Nombremos
entre otros a Pedro Comestor, Pedro Cantor (m. 1197) y Roberto de Courcon
(ca. 1155-1218). No se debe olvidar a Esteban Langton, card. arzobispo de
Canterbury, por sus comentarios escriturísticos.
b. Métodos de enseñanza y géneros literarios. En estas escuelas
encontramos los primeros cursos de dogmática especulativa fundamentados en
las enseñanzas de los Padres: Sententiae Patrum. La verdad revelada se
expone lógica y ordenadamente con ayuda de la dialéctica y de las
auctoritates Patrum. Nace así el género sentenciarlo, punto de partida
para la especulación más racional y sistemática de la alta escolástica.
Las Sentencias son compilaciones de tesis, cuestiones y soluciones basadas
en los textos de los PP. y de los maestros anteriores. hechas de modo
sistemático. Vemos esbozos de este género en Isidoro de Sevilla (v.),
Jonás de Orleáns y Rabano Mauro (v.). Pero las más famosas son las de
Pedro Lombardo que sirvieron de texto hasta comienzos del s. XVI, y fueron
comentadas por parte de los grandes maestros de la Edad de Oro. De este
periodo son también las Sentencias de Roberto de Melun y del Pietaviense.
Las Sumas. Aparecen a principios del s. XII. Más originales que las
Sentencias, se independizan de las auctoritates de los PP. y de los
maestros. Abordan las cuestiones teológicas ordenándolas sistemáticamente
de un modo más original y personal respecto a las Sentencias,
encontrándose ya esbozado el método escolástico posterior de cuestiones y
disputas. En la e. incipiente son dignas de mención las de Hugo de San
Víctor, Odón de Lucca, Guillermo de Auxerre (v.) y otros ya citados.
Tienen como fuente principal de inspiración a S. Agustín (v.), si bien
emplean cada vez inás la lógica aristotélica.
Comentarios a la S. E. A base de textos patrísticos compilados
ordenadamente, la e. incipiente nos ha legado comentarios a la Biblia, de
modo especial a S. Pablo. El A. T., exceptuados los salmos, es totalmente
olvidado, e incluso los Evangelios son menos estudiados. Señalemos el
Comentario paulino impreso bajo el nombre de Bruno el Cartujano, que formó
escuela, la Glosa ordinaria e interlineal de Anselmo de Laón y las
Epístolas paulinas, comentadas por Gilberto Porreta y Pedro Lombardo.
Las Cuestiones se encuentran ya esbozadas en este tiempo con Bruno
el Cartujano y perfeccionadas en la escuela de Anselmo de Laón. La
quaestio tuvo su origen con la lectio al encontrarse con dos sentencias
opuestas, si bien no se llega entonces a la verdadera disputa de la
quaestio posterior. Son raras las Cuestiones con razones en pro y en
contra. Merece excepción la obra de Odón de Ourscamps y su escuela, siendo
ejemplo de este género la de Simón de Tournai (m. 1113).
Las Distinciones son explicaciones de un texto de la Escritura o de
otro libro, bajo su significación histórica, alegórica, tropológica y
anagógica. Las más importantes son las de Pedro Cantor, Pedro de Poitiers,
el Prepositino y Alano de Lila (1128-1203).
Estudios monográficos no faltan tampoco en este periodo siendo de
notar los de Anselmo de Canterbury, Juan de Cornualles, y los redactados
en forma de diálogo por Abelardo y Hugo de San Víctor.
2. La Edad de Oro de la Escolástica (s. XIII). Varios factores
contribuyeron al esplendor de la Escolástica en el s. XIII: la fundación
de la univ. de París ca. 1200, congregándose en ella las diversas escuelas
parisinas; la aparición de las órdenes mendicantes y el conocimiento de
las obras de Aristóteles y de la filosofía árabe-judía (V. FILOSOFÍA III).
a. Los mendicantes. Comenzaron pronto a desempeñar cátedras en la
univ. de París. Esto acontece porque algunos profesores abrazan el estado
religioso sin abandonar su enseñanza universitaria. A su muerte otro
miembro de la Orden les sucedía en la cátedra. Así los dominicos entran
mediante Rolando de Cremona y los franciscanos por medio de Alejandro de
Hales. Esto no se logra sin viva oposición de los seculares. Guillermo de
S. Amour, corifeo de la oposición, encontró cumplida réplica en S.
Buenaventura y en S. Tomás de Aquino, quedando zanjada la cuestión por
intervención de Alejandro IV en favor de los mendicantes. Éstos
contribuyeron además al florecimiento de la Teología en este tiempo, por
medio de sus Estudios Generales ubicados en sus provincias religiosas.
También los carmelitas y agustinos comenzaron a ejercer al magisterio en
la univ. de París.
b. El aristotelismo es lo más peculiar de la Teología e.
Anteriormente se empezó a usar la Lógica aristotélica, pero ahora son la
Física, la Metafísica, la Ética de Aristóteles (v.) las que entran en
juego para iluminar las cuestiones teológicas. Los teólogos del s. XIII
conocen también las obras de Avicena, Algazel, Averroes, Avicebrón,
Maimónides (v. voces respectivas). El empleo de estos autores no se hizo
sin peligro, pues muchas de sus doctrinas no encajaban con las enseñadas
por la tradición anterior, y algunas eran abiertamente opuestas al dogma.
Los recelos suscitados contra ellas no eran infundados, y pronto el
averroísmo (v.) penetró en la univ. de París, continuando allí por mucho
tiempo y extendiéndose especialmente en Italia, a pesar de las condenas de
la Iglesia.
En el uso de Aristóteles y de la filosofía árabe-judía hay varias
tendencias. Unos, permaneciendo fieles al método y al agustinismo (v.)
anteriores, lo emplean como mera ilustración y algo accesorio. Se
manifiesta este proceder en la escuela franciscana, en la primitiva
escuela dominicana y en casi todos los representantes del clero secular.
Mas la influencia de esas filosofías va penetrando cada vez más en esas
escuelas, de modo que su agustinismo no es ya el mismo que el de los
victorinos (v. SAN VÍCTOR, ESCUELA DE). Otros acogen esas filosofías con
sus errores y oposiciones al dogma, sin intentar un contraste de las
mismas. Son los iniciadores del averroísmo cristiano: Siger de Bravante,
Boecio de Dacia y otros. Finalmente, hay quienes tratan de armonizar las
nuevas doctrinas con las de la fe, rechazando las opuestas a ella,
contrastándolas con el acervo doctrinal iigustiniano recibido. De este
modo los grandes principios del Estagirita sobre el ser, el acto y la
potencia, la materia y la forma, etc., servirán para la especulación
teológica de los grandes maestros Alberto Magno (v.) y Tomás de Aquino.
Con ellos S. Agustín y Aristóteles se daban la mano. Se creaba el
aristotelismo cristiano. El neoplatonismo (v.) que llega a través de S.
Agustín, del pseudo-Dionisio (v. DIONISIO AEROPAGITA), de los filósofos
árabes y de las nuevas versiones de escritos neoplatónicos, influye
asimismo en la Teología de este tiempo, especialmente en la escuela de
Alberto Magno marcando con sello propio la mística dominicana alemana. Los
PP. griegos son mejor conocidos por la alta e. y de ahí que algunas
cuestiones se solventen conforme a su doctrina con preferencia a la
agustiniana.
c. Las escuelas. En la época de transición continúan las escuelas de
la e. incipiente y sobresalen las figuras de Guillermo de Auxerre, Felipe
el Canciller, Godofredo de Poitiers y Guillermo de Auvernia (v.).
La escuela dominicana primitiva tiene su inicio con Rolando de
Cremona siguiendo en el método y en la doctrina al agustinismo de la
época. Con Alberto Magno y Tomás de Aquino comenzará el tomismo (v.),
distintivo de la escuela dominicana posterior (v. DOMINICOS I, 5).
La escuela franciscana (v. FRANCISCANOS IV) tiene como inspirador e
iniciador a Alejandro de Hales (v.) y su mejor representante en S.
Buenaventura (v.). Sigue más estrechamente al agustinismo y usa menos los
argumentos filosóficos que el tomismo. Posteriormente muchos reconocerán a
Duns Escoto (v.) como maestro, creándose la escuela escotista, rica en
distinciones y sutilezas y enormemente crítica con S. Tomás.
Con luz propia brilla en este tiempo Egidio Romano (v.), agustino,
discípulo y seguidor de S. Tomás, aunque a veces muestre preferencias por
la escuela franciscana.
Entre los teólogos pertenecientes al clero secular merecen nombrarse
Gerardo de Abbatisvilla y Enrique de Gante, pensador profundo y de enorme
fuerza dialéctica. Sus 15 Quodlibetos son considerados como los mejores
del género. Tuvo seguidores, destacando Godofredo de Fontaines, e
impugnadores acérrimos entre los tomistas, sobresaliendo Herbeo Natalis y
Bernardo de Auvernia.
d. Método de enseñanza y géneros literarios. Comentarios a la S. E.
Tienen su origen en la lectio. Esta, a diferencia de la lectio de la
Teología monástica (v. MONAQUISMO IV) se adentra en la captación del
sentido y en la doctrina del texto bíblico para extraer las verdades de la
fe. Se hacen verdaderos comentarios a la Biblia, precursores de las
teologías bíblicas (v.) actuales. Son notables los debidos a S.
Buenaventura, S. Tomás, Pedro de Tarantasia, Mateo de Aquasparta, Duns
Escoto, Egidio Romano. Prueba ésta, de que los grandes maestros no se
olvidaron de beber su teología en las fuentes.
Comentarios a las Sentencias encontramos en todos los maestros de
este tiempo. Al principio lo hicieron en forma de glosa o de simple
aclaración del texto, pero después introducen cuestiones originales, si
bien guardan el orden y división de las Sentencias. En época más tardía
encontramos verdaderas yuxtaposiciones de tratados amplios y propios con
los textos del Lombardo.
Las Cuestiones Disputadas y Quodlibetales. El tecnicismo y artificio
de la Cuestión (quaestio) es lo más peculiar del método escolástico.
Surge, al principio, con motivo de la lectio, al tener que decidirse entre
dos o más sentencias diversas o «auctoritates» opuestas. Pero después la
quaestio se introduce en la dilucidación de doctrinas ciertas, con el fin
de suscitar interés y llegar más al fondo en su comprensión. De ahí que se
pregunten incluso: Utrum Deus sit? (¿existe Dios?). Es la duda metódica
escolar como medio pedagógico. Se dan razones en pro y en contra, y el
maestro ofrece, finalmente, la solución. Esto da origen a la disputa. Una
vez que todo se pone en «cuestión» es lógico que surgiera la disputa. Ésta
se oficializa. Varias veces al año el maestro sometía a discusión pública
un problema. Los demás maestros y alumnos, incluso de otras facultades,
presentaban sus dificultades, discutían entre sí, y el maestro que dirigía
este interesante torneo escolar, ofrecía al fin su solución (determinatio).
Reunido el material de la disputa, ordenado y criticado por el maestro, da
origen a las Quaestiones Disputatae, arsenal de la Teología medieval.
Cuando la materia a discutir se deja a la elección de los asistentes,
tenemos las disputas de Quodlibet, es decir, cualquier problema podía ser
planteado. De ahí la inmensa variedad de temas que se encuentra en las
quaestiones quodlibetales. Este género es menos extenso que el anterior,
pues suponía un riesgo evidente el encarar una disputa sin saber de
antemano ni siquiera el tema. Por eso no todos los maestros lo practicaron
y algunos muy rara vez.
Los Opúsculos son monografías sobre determinados problemas. En ellos
brillan el orden, la profundidad de pensamiento y la argumentación
contundente. Los de Alberto Magno, San Buenaventura, Tomás de Aquino,
Egidio Romano, etc., son piezas maestras del saber teológico.
Las Sumas teológicas ofrecen la síntesis del sistema original de sus
autores, pues las escribieron sin las limitaciones que lleva consigo el
comentario a un texto determinado. Fueron escritas al final de la carrera
literaria, la mayor parte quedaron sin terminar. Abarcan todas las
cuestiones teológicas, ordenadas según la concepción que cada maestro
tiene de la Teología. En la disposición y técnica literaria siguen a las
Quaestiones Disputatae.
3. Decadencia de la Teología. La decadencia de la Teología en los s.
XIV y XV tiene sus raíces en las luchas entre el poder civil y religioso,
en la incapacidad de los teólogos para guardar la armonía entre la razón y
la fe (v. RAZÓN II), en el averroísmo latino, en el olvido cada vez más
acentuado de la Biblia y de los PP., en el gusto desmesurado por la
disputa y las cuestiones bizantinas, en el nominalismo (v.) de Guillermo
de Ockham (v.), defendido en París por Pedro de Ailly y Juan Gerson (v.).
No obstante, encontramos en estos siglos ilustres representantes de la
Teología en el tomismo (como Juan Capréolo, v.), en la escuela franciscana
o escotismo, en en el agustinismo, etc. La escuela carmelitana, de
carácter ecléctico, ofrece las figuras de Roberto Walsingham, Gerardo de
Bolonia y Guido Terreni. Fuertemente influenciados por el averroísmo o el
nominalismo tenemos a Osberto Anglico, Francisco Bacon (v.) y sobre todo a
Miguel de Anignani. Es célebre por la refutación que hace de los errores
de Wiclef (v.) y Hus (v.), Netter Waldensis. Entre los teólogos
independientes descuellan en esta época Tomás de Bradwardine, el catalán
Raimundo Sabunde y especialmente Nicolás de Cusa (v.). En España sobresale
Alonso de Madrigal el Tostado (v.), verdadera enciclopedia del saber. En
sus comentarios a la S. E. se encuentran tratados teológicos perfectos
sobre la Gracia, Cristo, la Virgen, etc.
4. Renacimiento de la Teología escolástica. Tienen lugar en este
periodo (s. XVI y xVII) hechos tan importantes y decisivos como la Reforma
protestante (v.) y el Conc. de Trento (v.). De ahí que el género
controversista se cultive más que antes. No faltan escritos monográficos
sobre cuestiones actuales, y abundan los comentarios a la Suma de S.
Tomás. La controversia se realiza a base de Teología positiva, tratando en
particular las cuestiones negadas o puestas en duda por los reformadores:
Escritura y Tradición, la Gracia, la justificación, los Sacramentos
especialmente la Eucaristía, etc. Se enfrentan a la doctrina de los
reformadores en Alemania: Juan Eck, Alberto Pighio, Arnoldo de Usinga,
Pedro Canisio (v.); en Lovaina, Ruardo Tapper, Juan Driedo, Teodoro Pelten;
en Francia, Claudio de Espence, Jacobo Merlín; en Inglaterra, S. Juan
Fisher (v.), S. Tomás Moro (v.), Reginaldo Pole; en Italia, Silvestre
Prierias, Ambrosio Catarino (v.), jerónimo Seripando; en España, Alfonso
de Castro (v.), Andrés Vega, Martín Pérez de Ayala, etc. (V. MODERNA, EDAD
III, 4-5).
a. La escuela de Salamanca. La Teología especulativa floreció de
modo particular en España durante los s. XVI y XVII, siendo su origen y
centro de irradiación el convento de S. Esteban de Salamanca, de donde
pasó a la Universidad de dicha ciudad y a la de Alcalá. El padre de esta
nueva Edad de Oro de la e. fue Francisco de Vitoria (v.), quien supo unir
admirablemente la Teología especulativa y la positiva, introdujo como
libro escolar la Suma, escribió numerosas obras especialmente Comentarios
a la Suma y las Relecciones, etc. Mas podemos decir que su mayor mérito
consistió en haber formado escuela, comunicando a sus discípulos su
espíritu investigador e inquietud por los problemas de la Teología. Entre
ellos destaquemos a Domingo de Soto (v.), Pedro de Soto, e indirectos a
Melchor Cano (v.), Bartolomé de Carranza (v.) todos ellos teólogos del
Conc. de Trento, Mancio del Corpus Christi, Pedro de Sotomayor. En la
escuela salmantina se formaron por este tiempo también el jesuita Gregorio
de Valencia (v.) y el agustino fray Luis de León (v.) (V. SALAMANCA,
ESCUELA DE).
También en Italia renace la Teología e. sobresaliendo el card. Tomás
de Vio (v. CAYETANO) y Francisco Silvestre de Ferrara, el Ferrariense
(v.). En Alemania destaca el también dominico Conrado Koellin.
A este renacer de la Teología dio nuevo impulso el Conc. de Trento.
A raíz del Concilio abunda la producción teológica extendiéndose a todos
los dominios de la ciencia de Dios: Escritura, Apologética, Teología
especulativa, positiva, mística. Los más ilustres pensadores de este
tiempo hermanan admirablemente la especulación con el uso de las fuentes y
mantienen viva la tradición escrituraria y patrística de la Edad de Oro y
de la e. incipiente, si bien predomina la argumentación racional. Sus
escritos, especialmente los Comentarios a la Suma, son perfectas
sistematizaciones especulativas, extensas y originales sobre los más
variados temas. Muchos de ellos, en ciertos aspectos, superan incluso a
los del s. XIII. La nota dominante es el querer mantenerse fieles a la
doctrina de S. Tomás. Sin embargo, el eclealicismo (v.) predominó en
algunos, llegando a ser esto er listintivo de la escuela jesuítica,
pretendiendo expresar en sus teorías originales el pensamiento auténtico
tomista. Esto motivó la fuerte reacción de los tomistas enzarzándose en
disputas, especialmente acerca de la Predestinación (v.) y de la Gracia
(v.), que consumieron demasiado tiempo y energías, y paralizaron, en
cierto modo, el progreso teológico. No obstante, estas disputas entre las
escuelas nos dan idea de la intensidad con que se vivían las cuestiones
teológicas, pues no quedaban reducidas a las aulas o a los escritos, sino
que trascendían a la calle. En la Teología controversista posterior al
tridentino, realizada con más perfección que la anterior, destacan S.
Roberto Belarmino (v.), Gregorio de Valencia, Tomás Stapleton y David
Perron.
b. Escuela tomista. Siguiendo la tradición comenzada en Salamanca
por Vitoria, en el s. XVl y ss. encontramos entre los dominicos teólogos
de la talla de Domingo Báñez (v.), Bartolomé Medina (v.), Diego Alvarez,
Tomás de Lemos, quienes tomaron parte muy activa en las controversias «de
auxiliis», dejando valiosos tratados sobre el particular en sus
comentarios a la Suma o en monografías. Pedro Ledesma, Massoulié, Antonio
Reginal también destacados en las cuestiones sobre la Gracia, si bien no
siguen tan fielmente a Báñez. De especial importancia es la obra teológica
de Juan de Santo Tomás (v.). Gonet, Antonio Goudin, Xantes Mariales,
Francisco Araújo, etc., con notables comentarios a la Suma Junto a los
dominicos siguen el tomismo los teólogos carmelitas autores del Curso
Salmanticense (v. SALMANTICENSES) y Felipe de la S. Trinidad, así como el
secular Juan Alfonso Curiel y el mercedario Francisco Zumel.
c. Escuela franciscana. Prevaleció en ella el escotismo teniendo sus
mejores representantes en Lucas Waddingo, Francisco de Herrera, Bartolomé
Mastrio. Pero algunos, en particular los reformados capuchinos, volvieron
a la escuela franciscana primitiva, siguiendo a S. Tomás y especialmente a
S. Buenaventura. Entre éstos citemos a Pedro Trigoso, José Zamora,
Gaudencio Bontempo Brixinense.
d. Escuela jesuítica. Son numerosos los representantes de la
Teología que nos ofrece la Compañía de Jesús en este periodo. Los
principales son: Francisco de Toledo, Laínez (v.), Salmerón (v.), Gregorio
de Valencia, Francisco Suárez (v.), Ruiz de Montoya, Luis Molina (v.),
José Martínez de Ripalda (v.), Claudio Tiphanio, Leonardo Lessio (v.),
Martín Beccano, luan de Lugo (v.), etc.
5. Decadencia de la Teología escolástica. A finales del s. XVII
comienza la decadencia de la Teología, que se manifiesta de modo
particular en los tratados de Moral, que derivan a la casuística. Lo vemos
en Martín de Azpilcueta (v.), Tomás Sánchez, Juan de Caramuel (v.), Martín
Bonacina, Vicente Baron, Daniel Concina. La decadencia se nota también en
otros campos, pues los cultivadores de la Teología son generalmente
repetidores, compiladores y manualistas. Brillan algunos por la exactitud,
claridad y practicidad, siendo sus obras óptimos instrumentos para el
aprendizaje teológico. Citemos entre los tomistas a Contenson (v.), C. R.
Billuart (v.), Vicente Luis Gotti, etc.; en la escuela franciscana a
Claudio Frassen, jerónimo Montefortino, Crescencio Krisper; entre los
jesuitas a Edmundo Simonnet, Alvarez Cienfuegos y P. Kilber quien con
otros profesores de Wurzburgo nos legaron la Theologia Wirceburgensis.
Grandes esperanzas hicieron concebir a la Teología la congregación
del Oratorio (v. ORATORIANOS), el Seminario de S. Sulpicio (v. SULPICIANOS
I) y la Sorbona. Pero pronto sus teólogos padecieron la influencia del
jansenismo (v.) y del galicanismo (v.). Sin embargo, son dignas de
recordarse las figuras de Gaspar Juenin, Luis Abelly y Honorato Tournely
entre otras.
Tras los periodos de postración de la Teología (s. XVIII y parte del
XIX), debido a la Ilustración (v.), al influjo de filosofías ajenas y
contrarias al pensamiento cristiano. al avance de las ciencias cuyo
progreso y descubrimientos no supieron asimilar los teólogos, a los
conflictos sociales, políticos y religiosos, a la tendencia excesivamente
racionalista que penetra en teología, nos encontramos con un nuevo
despertar de la Teología merced a los neoescolásticos (v.).
V. t.: MEDIA, EDAD III; MODERNA, EDAD III; TEOLOGÍA.
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C. GARCÍA EXTREMEÑO.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp,
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