ERASMO DE ROTTERDAM, DESIDERIO


Datos biográficos. Humanista flamenco, teólogo y filólogo; seguramente la figura más importante y discutida del Renacimiento, de enorme influencia espiritual en toda Europa. Nació en Rotterdam, el 28 oct. 1467; m. en Basilea, el 12 jul. 1536. Hijo ilegítimo de Gerhard de Prael, que después se ordenó sacerdote, cambió su nombre (Gerhard Gerhards) por el latinizado con que es conocido.
     
      Recibió una excelente educación en Deventer, en el importante colegio de los Jerominianos (v. GROOT, GERHARD) y luego en el convento agustino de Steyn. Ordenado sacerdote en 1492 y secretario del obispo de Cambrai, estudia Teología en París, en el colegio Montaigu (donde luego lo harían Loyola y Calvino), pero obtuvo pronto permiso para vestir de seglar. A fines del s. XV comienzan sus viajes por Europa que, junto a una red amplísima de corresponsales, le convertirían en el primer europeo, «ciudadano de la Cristiandad» en un momento de floración de las nacionalidades. En Inglaterra conoce e intima con John Colet y Tomás Moro (v.), y más tarde enseñará en Oxford y Cambridge. De 1506 a 1509 vive en Italia, doctorándose en Teología en Turín y entrando en contacto con las principales figuras del Arte y la Cultura. Designado consejero de Carlos de Gante en 1516, queda ligado así al futuro Emperador (v. CARLOS I DE ESPAÑA Y V DE ALEMANIA). Tras el estallido y desarrollo de la Reforma (v.) protestante, busca la calma en Basilea, donde será Rector de su Universidad y, tras algunos años en Friburgo, morirá, admirado y discutido, distante, austero, dos años después de rechazar el cardenalato ofrecido por Paulo III.
     
      De pequeña estatura y débil salud, ingenioso y muy culto, profundamente religioso, su estilo refleja la amargura y ambigüedad de una vida en continua crisis. Compaginando la cultura clásica y la fe cristiana que le da nueva luz, es el suyo un cristianismo racional, moral antes que dogmático, una philosophia Christi. Gran impulsor de la difusión masiva del Evangelio, editó y tradujo numerosos clásicos religiosos y profanos, siendo el primer gran escritor beneficiado por la enorme difusión del libro gracias a la imprenta. Aunque no previó la Reforma, de cuyo estallido se le acusará, había acusado con mordacidad los graves defectos de fondo y forma de muchos cristianos.
     
      Significación religiosa y cultural. L. Febvre destaca en E. al campeón de la filosofía cristiana; al apologista de un cristianismo simplificado; al exegeta del Nuevo Testamento; al sostén primero, y adversario después, de la Reforma alemana; al reformador del lenguaje escolar (a él se debe la vigente pronunciación del griego clásico), al recopilador de la antigua sabiduría en los popularísimos Adagios y Apotegmas. Aunque hoy se le conoce sobre todo como autor del Elogio de la locura, obra menor, en su época sus escritos fueron de enorme difusión, pero tras el Conc. de Trento (v.) se les incluyó en el índice, como medida de reacción contra toda base de la Reforma.
     
      Además de las ediciones de clásicos y del N. T. en griego, de 3.260 proverbios y refranes antiguos, en su obra original destacan: Enchiridion Militios Christiani (Manual del soldado cristiano) (1503), verdadero vademecum de su ideario humanista, en el que hace hincapié en la secularidad del cristianismo, cuyo mensaje abarca a todos, en la importancia del espíritu frente a la letra; el Moriae Enkómion (Elogio de la locura) (1508), dedicado a T. Moro, obra muy ingeniosa de crítica de costumbres y exaltación de las virtudes evangélicas, en la que ataca abiertamente las indulgencias, las falsas devociones y supercherías, la confusión laberíntica de la caricatura en que habían derivado ciertos sectores de la escolástica; los Coloquios (1518), diálogos didácticos sobre temas de moral y costumbres; el De libero arbitrio (Sobre el libre albedrío) (1524), contra Lutero, que le respondió muy duramente en su De Servo Arbitrio, y numerosos sermones y tratados, entre los que cabe señalar la Querela pacis (Sobre la paz) y la Exomologesis (Sobre la confesión).
     
      Apasionado por S, Pablo y en línea dentro del impulso evangélico renovador que Febvre califica de «Prerreforma», E. representa la cumbre de ese espíritu, en uno de los momentos más interesantes de la historia de la Iglesia, con indudables semejanzas con la época del Vaticano II. E. proponía una reforma mental más que de costumbres; esta segunda habría de ser consecuencia del cambio de actitudes. Huizinga se opone a la idea, muy generalizada aún hoy, de que E., por ser un moderado, influyó menos en la Europa de su tiempo y en la historia, que los «violentos» (un Lutero, un Loyola). De hecho, la repercusión de las ideas de E. hasta nuestros días ha sido constante, si bien puede hablarse de erasmismo como algo de minorías, que requiere cierta delicadeza intelectual y espiritual. M. Bataillon considera al erasmismo como una corriente de piedad reflexiva (con todos los riesgos que esto entrañaba para la ortodoxia), pero de piedad, no de librepensamiento racionalista al estilo del siglo XVIII. La búsqueda de fuentes erasmistas en la literatura religiosa y profana de los s. XVI y xVII ha sido realizada a fondo por humanistas actuales como Febvre (Montaigne, Rabelais) o Bataillon (E. y España, desde la época de Cisneros hasta el Quijote), pero siempre preocupó aclarar ante todo el influjo de E. en la Reforma protestante.
     
      Erasmo y la Reforma. Aunque toda la obra de E. destaca por su cuidadosa ortodoxia, sus incesantes y duros ataques a los defectos de la Iglesia le hicieron merecedor de enconadas y rebuscadas acusaciones, particularmente a raíz de la aparición de Lutero. En realidad su difícil y equívoca postura ante la Reforma se resumió en «rechazar de sí toda solidaridad con la herejía negándose al propio tiempo a entablar una guerra contra ella» (Bataillon). No se define: acaso por su habitual prudencia y deseo de paz, debido a que se reserva para actuar como mediador, quizá porque está bastante de acuerdo con el fondo aunque no con la forma como se ha planteado el conflicto. En realidad lo que irrita son sus silencios: su heterodoxia, si acaso, se debe a lo que dejó de decir (Dresden) respecto a los dogmas, devociones y cultos, sacramentos, etc.
     
      Entre las muchas controversias provocadas por E. hay que citar la del inglés E. Lee y las sostenidas con los españoles Diego López de Zúñiga y Sancho Carranza, lo que le ofrece motivo para exponer y defender su pensamiento. Pero cuando los acontecimientos se desatan y se concentran sobre E. muchas acusaciones de ser cerebro y compañero de los reformadores, él adopta una postura de difícil equilibrio: «Ahora mismo -escribe- preferiría ver apaciguarse este asunto en lugar de ver cómo se exacerba...; soy partidario de evitar el Escila luterano cuidando al propio tiempo de no caer en el Caribdis de la facción adversa. Si estas ideas parecen dignas de un suplicio, yo confieso mi crimen». Finalmente, las presiones de uno y otro bando son tan fuertes, que se inclina por polemizar contra Lutero, en el citado De libero arbitrio.
     
      Cuando Carlos V responde a la dedicatoria que E. le hiciera de sus Coloquios, le muestra gran afecto y gratitud ya que, gracias a él, comienza «a desfacerse la secta luterana», lo cual le debe a E. toda la república cristiana, «pues por ti sólo ha alcanzado lo que por emperadores, pontífices, príncipes, universidades y por tantos e tan señalados varones fasta agora no había podido alcanzar». Pero todo ello no termina de inclinar a E. a una lucha abierta, lo que le hará vivir en continua guardia contra ataques de heterodoxia. El propio Emperador ha de excusarse varias veces contra las suspicacias y desconfianzas de E., protestando de su afecto y defensa.
     
      Erasmo y España. Por una serie de circunstancias, fundamentalmente por su amistad con Carlos V y en especial con su canciller Gattinara, la influencia de E. en España fue de una importancia excepcional. Ya había comenzado a serlo en tiempo del card. Cisneros (v.), que invitó a E. a venir a España y enseñar en Alcalá. Pero E. rehusó ésta y otras veces, con cierta prevención, y su influencia fue siempre a distancia. Conocida es su amistad con Luis Vives (v.), y más importantes aún para el erasmismo español fueron sus incondicionales Juan de Vergara, Virués, Coronel, el arzobispo Fonseca y, sobre todo, Alfonso de Valdés (v.). La introducción y popularización masiva de E. coincide con el regreso del Emperador, tras dos años en Flandes y la victoria sobre los Comuneros. La corte española se abre a Europa. El erasmismo va a significar precisamente: ni Lutero, ni una Iglesia llena de defectos y localismos.
     
      Muy semejante es el significado político de Carlos V, entre Roma y la Reforma; de hecho, el Emperador intentó repetidamente el coloquio con los reformadores, a todos los niveles y, ante Roma, basta recordar el célebre «Saco» de la ciudad y las dificilísimas relaciones con el Pontífice. El «Saco de Roma» coincidía con una fuerte polémica en España sobre la obra de E., a quien atacan los frailes mendicantes y defiende la propia Inquisición. En asamblea celebrada en Valladolid, las dos posturas coinciden casi exactamente con las actitudes de las Universidades de Salamanca y Alcalá. El padre Vitoria (v.), que asiste, adopta una postura ambigua, en definitiva favorable al statu quo.
     
      Pero la muerte de E. coincide con un rebrote inquisitorial en España; han muerto ya Gattinara y Valdés, y son perseguidos los demás seguidores, así como los famosos «iluministas» más o menos relacionados con aquéllos (proceso Cazalla, etc.). Aún el erasmismo seguirá vivo e influyendo de diversas maneras, de modo especial en nuestra literatura del siglo de oro. También en Europa perduran fuertes grupos hasta que el Conc. de Trento establece con rigor la ortodoxia de la Contrarreforma (v.). En adelante, el erasmismo es vergonzante o se refugia en la abierta heterodoxia, en especial en España, en que Juan de Valdés y sus discípulos evolucionarán hasta constituir sofocados brotes de Reforma.
     
      Erasmo y la educación. Puede imaginarse la importancia que la figura de E. reviste en el terreno pedagógico. Por una parte, su interés por la cultura clásica: la difu-' sión de los clásicos, pero huyendo del formalismo hueco (combate duramente el «ciceronianismo»). La filología será un medio riguroso, exacto, crítico, de penetrar en las verdades superiores. También es un método de formación intelectual. Como destaca Durkheim, para E., el fin de la educación es formar en el niño la facultad de discurrir. Hay que insistir en el aspecto intelectual de las lenguas clásicas en E.: a partir de él, tanto el griego como el latín empiezan a ser decididamente lenguas muertas, cultas, depuradas; es decir, instrumentos de cultura, más que vehículos de comunicación viva. El curriculum escolar no ha de ceñirse, desde luego, a la Gramática; para la formación integral de la personalidad insiste en el conocimiento de la Historia y de cuanto atañe a la vida contemporánea. Para esto último, el maestro tiene que poseer un conocimiento enciclopédico, del que seleccionará lo fundamental para el alumno.
     
      Enemigo natural de los procedimientos escolásticos, critica acerbamente la pedantería, la educación negativa y mortificante y es, en realidad, precursor de Locke y los naturalistas defendiendo una pedagogía del sentido común, rechazando los castigos violentos, defendiendo los estímulos tales como el sentido del honor, etc. La propia formación básica recibida por E. en los Jeronimianos o «Hermanos de la vida común», había sido decisiva para moldear su talante espiritual; la escuela de Deventer, situada en el centro geográfico de acción de esta desaparecida orden religioso-laica de actitudes liberales, alcanzó hacia el año 1500 unos 2.400 alumnos, y ello en una situación general de prosperidad económica en los Países Bajos, que llevaba a una mayor exigencia de cultura. Por otra parte, el hecho de estar comenzando la gran expansión del libro, da una resonancia extraordinaria al papel de E. quien, consciente de que sus escritos llegaban ahora a cualquier rincón, adecuó didácticamente los más populares (Coloquios, Adagios, Apotegmas, Parábolas).
     
      Expuso de modo sistemático sus ideas pedagógicas en los siguientes trabajos: Institutio príncipes christiani (Orientaciones para un príncipe cristiano); De ratione studii et instituendi pueros comentarü (se trata de un verdadero Plan de estudios, antecesor importante de la Ratio Studiorum de la Compañía de Jesús; editado en París en 1512); Declamatio de pueris ad virtutem ac litteras statim et liberaliter instituendis idque protinus a nativitate (serie de consejos pedagógicos sobre la formación cultural y humana de los niños); De civilitate morum puerilium (es un manual de urbanidad); Anti barbaros (violenta diatriba contra la escolástica).
     
      Arriesgada e imprudentemente «imparcial» entre la Reforma y la Contrarreforma, su influencia pedagógica fue mayor en el primero de los campos. Melanchton (v.) puede considerarse discípulo suyo y punto de equilibrio entre el descarnado «realismo» de Lutero y la elegancia y formalismo de E. También influyó en el gran organizador de la enseñanza alemana, Sturm.
     
      V. t.: BIBLIA VI, 8; PATRÍSTICA II, 2, 2; LUTERO I, 4; REFORMA; CONTRARREFORMA; HOOGSTRATEN, JACOB; etc.
     
     

BIBL.: Obras completas, ed. J. CLERICUS, 10 vols., Leiden 1703-06 (hay una reedición fotográfica: Hildesheim 1912-62); su abundantísima correspondencia ha sido editada por los ALLEN, Opus Epistolarum, Oxford 1906-58; Bibliografía erasmiana, M. BATAILLON, Erasmo y España, 2a ed. México 1966 (la obra más importante sobre E., con reseña de 1.341 obras, y descripción de 123 ed. y trad. españolas del s. XVI, de 42 títulos diferentes); J. HUIZINGA, Erasmo, Barcelona 1946 (biografía con profundo sentido histórico); A. RENAUDET, Études erasmienes, París 1939; ID, Érasme et 1'Italie, París 1955 (dos clásicas obras de un gran erasmista, autor de varias más sobre o en relación con E.); L. FEBVRE, Erasmo, la Contrarreforma y el espíritu moderno, Barcelona 1971 (recopilación de importantes artículos del fallecido jefe de la escuela histórica francesa); J. C. MARGOLIN, Érasme par lui-même, París 1965 (antología autobiográfica); J. BOISSET, Érasme et Luther, París 1962; S. DRESDEN, Humanismo y Renacimiento, Madrid 1968 (con una sencilla pero densa monografía sobre E.); A. MEYER, Étude critique sur les relations d' Érasme et de Luther, París 1909; P. SMITH, Erasmus. A study of his life, ideals and place in history, Nueva York-Londres 1923; E. ASENSIO, El erasmismo y las corrientes espirituales afines, «Rev. de Filología Española» XXXVI, Madrid 1952; A. VILANOVA, Erasmo y Cervantes, Barcelona 1949 (sobre el mismo tema, artículos de A. RODRIGUEZ MOÑINO en «El Criticón», I, Madrid 1934, 5-51, y de A. CASTRO en Semblanzas y estudios españoles, Madrid 1956); R. GARCÍA VILLOSLADA, San Ignacio de Loyola y Erasmo de Rotterdam, «Estudios Eclesiásticos» XVI, Madrid 1942 (sobre el mismo tema, P. SAINZ RODRÍGUEZ, Espiritualidad española, Madrid 1961); A. BONILLA Y SAN MARTIN, Erasmo en España (Episodio de la historia del Renacimiento), «Revue Hispanique» XVII, Nueva York-París, 1907; M. MENÉNDEZ PELAYO, Historia de los heterodoxos españoles, 2 ed. BAC, Madrid 1965, 655-782.

 

E. FERNÁNDEZ CLEMENTE.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991