EPIFANIA. SAGRADA ESCRITURA.


Se llama E. (del griego epi-faneia: manifestación) a la primera manifestación al mundo pagano del Hijo de Dios hecho hombre, que tuvo lugar con la adoración de los magos referida por S. Mateo 2,1-12. El pasaje, con la cita del profeta Miqueas, es uno de los cinco episodios que constituyen el llamado Evangelio de la Infancia en S. Mateo (cap. 1 y 2). El Evangelio de la Infancia en Lucas 1-2 no lo menciona (V. EVANGELIOS IV).
     
      Para entender adecuadamente este relato y percibir su contenido teológico es necesario precisar de antemano el alcance de la cita de Miqueas, quiénes eran los magos y qué era la estrella que se dice haberlos guiado hasta la cuna del Niño.
     
      El texto de Miqueas. El centro del episodio de los magos es la cita del profeta Miqueas, que en el relato aducen los sacerdotes y escribas consultados por Herodes (v.) acerca del lugar donde había de nacer el Cristo. «Ellos le dijeron: En Belén de Judá, porque así está escrito por el profeta: Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres, no, la menor entre los principales clanes de Judá; porque de ti saldrá un caudillo que será pastor de mi pueblo Israel» (Mt 2,5 ss.). La cita, que los escribas no personifican es sustancialmente de Miqueas, pero compuesta-La La última frase «que será pastor de mi pueblo» está tomada de 2 Sam 5,2 donde se habla de la coronación de David. Es una clara alusión a la condición de nuevo David que había de tener el Mesías (v.). El resto de la cita de Miqueas aparece algo retocada. Decía literalmente el profeta: «Mas tú, Belén Efrata, aunque eres la menor entre las familias de Judá, de ti me ha de salir aquel que ha de dominar en Israel, y cuyos orígenes son de antigüedad, desde los días de antaño» (Miq 5,1). Efrata era el nombre de un clan establecido en la región de Belén, que luego pasó a ser calificativo de la ciudad. En la redacción recogida por el Evangelista este patronímico es sustituido por Judá para evitar que se pueda confundir con otro pueblecito del mismo nombre existente en Galilea, en la tribu de Zabulón. La negación de la pequeñez de Belén, aunque retoca literalmente el texto de Miqueas, lo interpreta exactamente. En lugar de «eres pequeña, pero...», el evangelista explica: «no eres pequeña, porque... ».
     
      El pasaje profético es ciertamente mesiánico. Miqueas (v.) consuela a su pueblo, frente a la amenaza de Asiria, con la promesa de un futuro Libertador, descendiente de David. Del simple texto no deriva que fuese necesario que el Mesías naciera materialmente en Belén (v.); bastaba con que fuera oriundo de allí por su ascendencia davÍDica. De hecho, en tiempos de Cristo corrían opiniones variadísimas sobre el origen del Mesías. La comunidad de Oumrán esperaba dos Mesías (o, por lo menos, dos Ungidos, con funciones relevantes en la futura «congregación» del Israel fiel de los últimos tiempos), uno de Aarón y otro de Israel; recogía con ello la corriente iniciada en tiempo de los asmoneos (v.) que fomentaba la esperanza en un Mesías de familia sacerdotal (V. QUMRAN). Otra corriente, muy documentada en la literatura rabínica, hablaba de un Mesías preexistente o que por lo menos nació cuando fue destruido el Templo por Nabucodonosor (v.) y que había de estar escondido y desconocido hasta que lo ungiera Elías; es la opinión que manifestaban las turbas cuando decían: «Pero éste sabemos de dónde es; mas el Cristo, cuando venga, nadie sabe de dónde viene» (lo 7,27). Por último, el Targúm (V. BIBLIA vi, 4) y varios pasajes de la Misnah (V. TALMUD, 1-3) interpretan el texto de Miqueas como el lugar físico del nacimiento del Mesías; así pensaban aquellos judíos que, por creer a Jesús nacido en Galilea, no admitían que pudiera ser el Cristo: «¿Acaso viene el Cristo de Galilea? ¿No dice la Escritura que de la descendencia de David y del castillo de Belén, de donde era David, ha de venir el Cristo?» (cfr. lo 7,42).
     
      El texto de Miqueas en labios de los escribas y en lá pluma del evangelista significa que para los primeros el Mesías debía nacer en Belén de la descendencia de David, y el segundo hace constar que Jesús cumplía estos requisitos.
     
      ¿Quiénes eran los magos? El evangelista presenta a los protagonistas del relato como «unos magos que venían del Oriente». No dice cuántos eran, ni cómo se llamaban, ni de dónde procedían exactamente. La tradición antigua navega por todos esos mares, pero sin rumbo cierto. En cuanto al número, los monumentos arqueológicos fluctúan considerablemente; un fresco del cementerio de S. Pedro y S. Marcelino en Roma representa a dos; tres muestra un sarcófago que se conserva en el Museo de Letrán; cuatro aparecen en el cementerio de Santa Domitila, y hasta ocho en un vaso del Museo Kircheriano. En las tradiciones orales sirias y armenias llega a hablarse de 12. Ha prevalecido, no obstante, el número de tres acaso por correlación con los tres dones que ofrecieron -oro incienso y mirra- o porque se los creyó representantes de las tres razas: Sem, Cam y Jafet.
     
      Los nombres que se les dan (Melchor, Gaspar, Baltasar) son relativamente recientes. Aparecen en un manuscrito anónimo italiano del s. IX, y poco antes, en otro parisino de fines del s. vtt, bajo la forma de Bithisarea, Melichior y Guthaspa. En otros autores y regiones se los conoce con nombres totalmente distintos. Su condición de reyes, que carece absolutamente de fundamento histórico, parece haberse introducido por una interpretación demasiado literal del Salmo 72,10: «Los reyes de Tarsis y las islas le ofrecerán dones; los reyes de Arabia y Sabá le traerán regalos». Nunca en las antiguas representaciones del arte cristiano aparecen con atributos regios, sino simplemente con gorro frigio y hábitos de nobles persas. También sobre el lugar de su origen discrepan los testimonios antiguos. Unos los hacen proceder de Persia, otros de Babilonia o de Arabia, y hasta de lugares tan poco situados al oriente de Palestina como Egipto y Etiopía. Sin embargo, un precioso dato arqueológico del tiempo de Constantino muestra la antigüedad de la tradición que parece interpretar mejor la intención del evangelista, haciéndolos oriundos de Persia. Refiere una carta sinodal del Conc. de Jerusalén del año 836 que en el 614, cuando los soldados persas de Cosroas II destruyeron todos los santuarios de Palestina, respetaron la basílica constantiniana de la Natividad en Belén, porque, al ver el mosaico del frontispicio que representaba la Adoración de los Magos, los creyeron por la indumentaria compatriotas suyos.
     
      Si nos inclinamos por el origen persa de dichos viajeros, comprendemos mejor el alcance del relato de S. Mateo. Los magos de Persia, en sus orígenes, no tienen nada que ver con los prestidigitadores egipcios, ni con los astrólogos caldeos, ni en general con los adictos a la magia. En los Gáthá y en los Avesta -libros sagrados del mazdeísmo (v.)- magavan y mogu significan «participantes del don (doctrina de Zaratustra)» y «seguidores de la enseñanza de Zaratustra». Fueron, según Heródoto (Historia, 1,101), una de las tribus que poblaron primitivamente la Media y con el tiempo vinieron a formar una casta sacerdotal dedicada al culto de Ahura Mazdáh. No todos los magos eran sacerdotes, pero todos los sacerdotes debían pertenecer a su tribu. Era una casta de sabios que ejerció gran influencia en los emperadores asirios, caldeos y medos. Entre los oficiales que acompañaban a Nabucodonosor cuando tomó Jerusalén nombra Jeremías (39,3.13) a un tal Sar-'Eser que era Rab-Mag, o sea, príncipe o jefe de los magos.
     
      La estrella de los magos. En el relato de S. Mateo la estrella juega un papel importante. Es una estrella que los magos vieron en Oriente, pero que luego no volvieron a ver hasta que salieron de Jerusalén camino de Belén; entonces se mueve delante de ellos en dirección norte-sur y, finalmente, se para sobre la casa donde estaba el Niño. Los magos dicen haberla reconocido como la estrella de Jesús («Hemos visto su estrella en Oriente y hemos venido a adorarle»; Mt 2,2). La naturaleza portentosa de este fenómeno excluye cualquier intento de identificarlo con acontecimientos astronómicos naturales, tales como la conjunción de Júpiter y Saturno en la constelación de Piscis ocurrida el año 747 de Roma, como quiso Kepler, o la aparición de algún cometa, como supuso Wieseler. Supuesto el carácter preternatural de la estrella, que al parecer sólo habría sido visible para los magos, quedaría por explicar por qué entendieron ellos que era la estrella de Jesús y se sintieron obligados a desplazarse para adorarle.
     
      En el supuesto de que los magos fueran seguidores de Zaratustra, ellos creían en la existencia de los principios eternos -Ahura Mazdáh=principio del Bien y Angra Mainyu=principio del Mal- entre los cuales hay entablada una perpetua lucha por el dominio del mundo, que acabará con la victoria definitiva del Bien sobre el Mal. Esa victoria será debida, sobre todo, a la ayuda de un futuro Auxiliador. Las referencias a ese auxiliador son, en el mazdeísmo, posteriores a Zaratustra, y tal vez puedan ser efecto del influjo que en círculos persas pudieran ejercer las esperanzas y la fe del pueblo judío durante su cautividad en Babilonia. Nada tendría, en ese supuesto, de extraño que persas piadosos se hubieran ido interesando por las Escrituras de los judíos y participaran de algún modo en su esperanza en un Mesías Rey, de manera que, al percibir un fenómeno estelar, lo relacionaran con él, pasando tal vez a través de una interpretación literal del oráculo de Balaam: «Saldrá una estrella de ]acob, un cetro surgirá de Israel» (Num 24,17). Sea de ello lo que fuere, lo que podemos decir es que, de una manera u otra, Dios los movió a ponerse en camino \ dirigirse a Israel en espera de un gran rey.
     
      Alcance teológico del episodio evangélico de los magos. La escena pone de manifiesto, en primer lugar, el cumplimiento de la profecía de Miqueas. En segundo lugar, y rnás ampliamente, el alcance universal de la misión de Cristo, que viene, sí, en cun,nlimiento de las promesas hechas a Israel, pero para realizar una tarea que afecta no sólo a Israel, sino a todos los pueblos. Jesús es el Mesías-Emmanuel anunciado por Isaías y los demás profetas, y el relato de S. Mateo lleva a recordar los amplios panoramas esbozados en los oráculos isaianos: «El pueblo que andaba en tinieblas vio una luz grande; sobre los que habitaban en la tierra de- sombras de muerte resplandeció una brillante luz... Porque nos ha nacido un niño, nos ha sido dado un hijo, que tiene sobre su hombro la soberanía» (Is 6,1.5). Los paganos han visto la luz. Y alumbrados por esa luz caminan hasta postrarse a los pies de Jesús para ofrecerle oro e incienso. Esta caravana de magos atravesando las tortuosas callejas de Jerusalén no podía menos de recordar a los lectores de S. Mateo (v.) lo que el mismo Isaías profetizó gozosamente de la Ciudad Santa: «Levántate y resplandece, que ya se alza tu luz, y la gloria de Yahwéh alborea para ti: mientras está cubierta de sombras la tierra y los pueblos yacen en tinieblas, sobre ti viene la aurora de Yahwéh y en ti se manifiesta su gloria. Las gentes andarán en tu luz y los reyes a la claridad de tu aurora... Vendrán a ti los tesoros del mar, llegarán a ti los tesoros de los pueblos. Te inundarán muchedumbres de camellos, de dromedarios de Madián y de 'Êfah. Llegarán de Sabá en tropel, trayendo oro, incienso y pregonando las glorias de Yahwéh» (Is 60, 1-3.5-6). Y recordarían al autor del Salmo 72,10s, que había centrado en el Mesías esta gloria de Jerusalén: «Los reyes de Tarsis y las islas le ofrecerán sus dones, los reyes de Sabá (Séba') y de Seba (Séba') le pagarán tributo. Todos los reyes se postrarán ante Él, le servirán todas las naciones». Cuando escribía S. Mateo era un hecho la expansión del cristianismo por el mundo entonces conocido. Su relato nos hace percibir que esa gozosa realidad está en relación con un episodio de los primeros años, en el cual la luz mesiánica iluminaba los pasos de unos hombres paganos para rendirse a los pies del Salvador del mundo. La Epifanía era un hecho desde que Cristo nació.
     
      V. t.: TEOFANÍA II.
     
     

BIBL.: J. ENCISO VIANA, La estrella de Jesús, en Por los senderos de la Biblia, t. II, Madrid-Buenos Aires 1957, 155-160; J, RACETTE, L'Évangile de 1'Enfance selon S. Matthieu, «Sciences Ecclésiastiques» 9 (1957) 77-82; S. MUÑOZ IGLESIAS, El género literario del Evang. de la Infancia en S. Mateo, «Estudios Bíblicos» 17 (1958) 245-273, especialmente 264-268; ÍD, Venez, adorons-le, en Assemblés du Seigneur, 13,31-44; A. M. DENIS, L'adoration des Mages vue par Saint Matthieu, «Nouvelle Revue Théologique» 82 (1960) 32-39; G. D. GORDINI, A. M. RAGGI, Magi, en Bibl. Sanct. 8,494-528 (con abundante bibl.).

 

S. MUÑOZ IGLESIAS.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991