EDAD MODERNA. FILOSOFIA Y CIENCIAS 1


1. La caracterización de los periodos históricos. Siempre los historiadores al escribir la historia han buscado una cierta inteligibilidad de la misma, al menos por razones prácticas de claridad y síntesis. Así, se distinguen etapas o periodos históricos, y se procura hallar unos caracteres esenciales que sirvan para diferenciar unos periodos de otros; y eso no se hace sólo por necesidades prácticas. En los historiadores antiguos predomina con frecuencia el afán moralizante, sacar lecciones de la Historia, o el político, favorecer o atacar una determinada situación presente o próxima. La ciencia de la Edad Media destaca por su afán de verdad, de investigación metafísica y teológica (V. MEDIA, EDAD III). Dicho afán de objetividad puede decirse que decae al irse imponiendo el nominalismo (v.) en las escuelas del s. XIV y XV; éste considera los nombres de las cosas puros flatus vocis sin contenido real, vacía de realidad los conceptos universales (v.), y sólo atribuye valor y cognoscibilidad a lo concreto y singular. Evidentemente esta actitud conduce a un escepticismo y relativismo muy generalizados.
      El Renacimiento (v.), con su humanismo (v.), reacciona ante la escolástica nominalista, y comienza, entre otras cosas, a preocuparse por los estudios de crítica histórica y por señalar los caracteres específicos de su propia época. Así esa atención a los problemas prácticos, p. ej., morales y políticos, es uno de los primeros caracteres que seseñalan. Ello no significa una «vuelta al hombre» contrapuesta al pensamiento medieval «vuelto a Dios». En primer lugar porque es imposible resumir en una sola frase o idea ninguna época histórica. Además Edad Media y nominalismo (v.) no son lo mismo; éste forma una de las escuelas medievales, que sólo predomina y relativamente al final. Y por último ni en el Renacimiento hay un olvido de Dios, ni en la Edad Media del hombre; ello es obvio. Basta considerar las grandes síntesis medievales en Moral y en Derecho, las fuertes preocupaciones religiosas y espirituales que se desarrollan en el movimiento humanista, y la abundante literatura moral y religiosa que abarca toda la E. M.
      Dentro de los humanistas del Renacimiento se dan varias tendencias. Algunas conservan los posos del escepticismo nominalista, y resultan así escépticas; pero no son las únicas ni las predominantes. La Metafísica y la Teología se recuperan también, su máximo exponente será la llamada Segunda Escolástica, en la que la Moral y el Derecho son los temas más desarrollados; y en ella se dan también varias escuelas o corrientes. Podemos decir que en el humanismo renacentista hay varias intelecciones de la propia época, al menos en germen.
      Posteriormente, los fautores del movimiento racionalista de la Ilustración, en el s. XVIII, disocian falsamente Filosofía y Teología y radicalizan una particular intelección de los «tiempos modernos». Contraponen Edad Media a M. como épocas específicamente distintas, considerando a aquélla «teológica» y a ésta «antropológica». Esto es una manifestación más del racionalismo general de dicho movimiento, que no es necesario analizar aquí (v. ILUSTRACIÓN; DEÍSMO; RACIONALISMO; NATURALISMO); únicamente importa señalar que se intenta la «racionalización» de todo, incluso de la historia. El iluminismo ilustrado tiende a hacer interpretaciones cerradas de las etapas o periodos históricos como unidades acabadas en sí mismas, plenamente inteligibles con unos cuantos conceptos racionales que se les atribuyen como característicos. Esta visión de la Historia se radicaliza aún más con el idealismo (v.), sobre todo de Hegel (v.), que adoptará después Marx (v.), e incluso con el historicismo (v.). También los mismos contradictores del idealismo, o del historicismo, llegan a aceptar en el fondo esta visión de los «periodos históricos», aunque traten de darles otra interpretación o una valoración distinta.
      De esta forma llegaron a consagrarse varios tópicos sobre las distintas «edades», Antigua, Media y M., contraponiendo excesivamente unas a otras, señalando características peculiares que las quieren cerrar en sí mismas. Son interpretaciones ideológicas, muchas veces interesadas, que resultan superficiales, cuando no alejadas de la realidad. Así el mito del «hombre moderno», de su «madurez», como contrapuesto al medieval, o al antiguo; el «humanismo» o descubrimiento del hombre y de la subjetividad, cuando en realidad es en la Edad Media, y antes en la Patrística, donde se descubrió y se tuvo una clara visión de la dignidad del hombre, una acabada conciencia del valor de la persona (v.) humana. Igualmente el uso del término «primitivo» con cierto tono peyorativo o despectivo, confundiendo la falta de desarrollo técnico-material con la falta de valores espirituales y morales; pero en la realidad pueden darse pocos conocimientos científicos ' o técnicos y al mismo tiempo un reconocimiento del valor de la persona o una profundidad y seriedad filosófico-religiosa; así mismo puede darse un gran desarrollo científico-técnico y ningún progreso moral o espiritual (v. INVESTIGACIÓN VI, 1).
      Lo mismo el mito de lo «nuevo», cuando la mayor parte de la Filosofía de la E. M. se halla ya planteada en la Media o es heredada de ella. En todo caso lo más «nuevo» sería el mayor desarrollo de los métodos experimentales en la ciencia natural, menos cultivada en la Edad Media, y que sólo lentamente ayudarían a comprender la diversificación de las ciencias y de sus métodos (v.). Y asimismo el mito la «libertad» que, de forma simplista, según los ilustrados e idealistas caracterizaría el «espíritu de la filosofía moderna»; más exacto sería decir que el hombre moderno habla mucho más de libertad y emancipación, precisamente porque no la tiene. La tuvo más el hombre medieval; la tendencia al autoritarismo y absolutismo de los Reyes estuvo frenada por la autoridad del Papado, y por el Derecho divino que estaba sobre unos y otros. Por el contrario, esa «libertad» en la práctica faltó al «hombre moderno». Se pueden recordar casos concretos, que no son sólo anécdotas aisladas, sino consecuencia de los mismos rumbos del pensar; y también de la intolerancia protestante, tanto luterana como calvinista y de otras sectas; es en la E. M. cuando se crean y se tratan de justificar el despotismo (v.) y el absolutismo (v.). «Piénsese en las medidas tomadas por el gobierno de Iqs Países Bajos contra Descartes; en la actitud del ayuntamiento de Amsterdam contra Spinoza; en la de los regidores de Górlitz contra Bóhme; en la real orden de Federico Guillermo II contra Kant el 1 oct. 1794; en la Reclamación de la libertad de pensar dirigida a los príncipes de Europa que la oprimieron hasta el presente de Fichte; en la destitución de Moleschott y de Büchner, aprobada por el mismo Schopenhauer; en el tono cortesano y estatal de la filosofía de Hegel; en las excesivas connivencias de los filósofos con los vaivenes de la política; en las contemporizaciones de buena diplomacia que han guardado personas y escuelas, aun en asuntos estrictamente profesionales; y en otras cosas parecidas. Para no decir nada de las medidas de fuerza en el mismo terreno doctrinal, que no raras veces emanaron de una política autoritaria en tiempos contemporáneos (nazismo, comunismo)» (1. Hirschberger, o. c. en bibl., 1, p. 464).
      En esa racionalización, o idealización de la Historia, sea de corte materialista o espiritualista, se llega a pensar que la Historia es la «reina de las ciencias», que ella sería la que manda. La historia sería como un puro desarrollo de esencias lógicas, progreso o evolución (he aquí otro par de tópicos) inevitable y sistemático; se habla más de Historia del pensamiento que de Historia de los conocimientos. Pero en realidad no es la historia la que hace a los hombres y sus ideas de esta forma necesaria; son más bien los hombres los que hacen la historia. No existen ideas o conceptos abstractos, sino hombres concretos, y no siempre gobernados por la razón y el conocimiento; los hombres concretos y reales viven y actúan, hacen la historia, a impulsos de la razón y de la voluntad, de necesidades y de sentimientos, de elecciones de su libertad y de circunstancias que unas veces se imponen y otras son vencidas, con mayor o menor responsabilidad. Pero en definitiva, cada hombre es, en general, responsable de su historia, y aunque ésta puede condicionarle, también él puede condicionarla. Es así el acontecer histórico más complejo de lo que presenta la visión idealista. En definitiva, la Historia (v.) no es la ciencia más posible, sino la más difícil, por no decir casi imposible; no se puede racionalizar tanto como pretenden las visiones idealistas, que pecan de un simplismo que falsea la realidad.
      En el s. XX, las corrientes idealistas y sus tópicos,aunque se hallan muy extendidas, han entrado ya en abierta crisis. Los ensayos sobre el «espíritu» de un pueblo, o de una época, de una nación o de una raza, ya no proliferan tanto. El cierre de los periodos históricos, y lo que se admitía como caracteres peculiares distintivos, se ponen en discusión, y con ello los límites estrictos de esos periodos o edades (p. ej., v. I, 1). En esos análisis hay elementos valiosos o aprovechables, pero se han de tomar con cautela, como aproximaciones a la realidad, que es compleja; la historia humana no es sólo obra de la razón, sino de la voluntad, de la libertad, y de múltiples factores. Los mismos estudios históricos, cada vez más detallados, sacan a- la luz hechos, personajes, facetas, etc., que la historiografía influida por el idealismo había abandonado o desechado al no encajar claramente en sus cerrados esquemas «lógicos».
      2. Las direcciones del conocimiento dentro de la Edad Moderna. Resulta, por lo dicho, que no es de ninguna forma fácil cortar la Historia en periodos con características unitarias, y menos en el terreno de la historia de los conocimientos, que es el tema que aquí se quiere tratar, Desde un punto de vista de la Historia en general, no sólo de la Historia de las ideas, puede ser más fácil; hay acontecimientos políticos o sociales, p. ej., guerras, descubrimientos geográficos o técnicos, etc., que pueden imprimir nuevos rumbos a los esfuerzos y realizaciones humanas; pero siempre se tratará, al elegir los límites de una edad o periodo histórico, de una elección más o menos convencional, que resulte útil para de alguna manera poder escribir la Historia. Más que los rumbos del conocimiento humano, hechos corno el Concilio unionista de Florencia (1438), la invención de la imprenta (1443), la conquista de Constantinopla por los turcos (1453), el descubrimiento de América (1492), la rebelión de Lutero (1517), o la apertura del Conc. de Trento (1545), pueden servir de cómodo punto de partida; y como punto final, la Revolución francesa (1789), la independencia de los países americanos o el desarrollo industrial del s. XIX. Márgenes fluctuantes, pero generalmente adoptados por los historiadores, y que pueden servir para historiar el conocimiento y el pensamiento, la filosofía y las «filosofías», las diversas ciencias.
      ¿Es el pensamiento y el conocimiento los que van a remolque de estos hechos? ¿o son los hechos los que van a remolque de las ideas? Ninguna de las dos preguntas está bien planteada, ni tiene respuesta exacta. Ya se ha señalado que ni la razón sola marca el rumbo de la historia, ni ésta, los hechos, marcan necesariamente el rumbo de los conocimientos. No es factible caracterizar a la E. M., ni a ninguna «Edad», sólo por determinados valores; ya la simple limitación temporal de éstos incide en apreciaciones subjetivas. Por eso puede decirse que no hay, hablando con rigor, una «filosofía moderna» de acuerdo con los tiempos modernos, tal como suele presentarse en los «manuales» y «tratados» de Historia; hay, en cambio, muchas «filosofías»; como tampoco hay una «filosofía medieval», sino varias. Y estas «filosofías», unas veces corrientes filosóficas y otras simples ideologías (v.), tampoco se suceden sin más unas a otras, sino que se dan a vedes simultáneamente. Ésta es una cuestión capital para la comprensión de lo que es la Filosofía y de lo que es la Historia de la Filosofía (v. FILOSOFÍA).
      La Filosofía, entendiendo por tal la ciencia más general y abstracta, la ciencia del ser en general, no es más que una. Pero como una ciencia tan general como la Filosofía pura o la Metafísica (v.) no es suficiente para la vida práctica, es preciso siempre concretarla más o menos, descendiendo a la filosofía social, la teoría política, la ciencia del derecho, filosofía del arte, la ciencia de la materia y las técnicas, etc., donde es más fácil que se den corrientes o escuelas distintas. Y estas distintas corrientes o escuelas lo son por agruparse alrededor de diferentes ideas, o también alrededor de diferentes personas, con lo que las divergencias entre ellas son mayores o menores y evolucionan de distintas formas según lo que en cada momento les sirve de aglutinante principal.
      Aparecen así, diferentes corrientes filosóficas o ideológicas, escuelas científicas, etc., más que distintas filosofías. A su vez esas corrientes o escuelas valorarán o cultivarán más o menos la Filosofía. Pueden señalarse, dentro de esos límites de la E. M., como direcciones del conocimiento y corrientes del pensamiento: el humanismo renacentista; la teología controversista con los luteranos; el renacimiento de la Filosofía, la Metafísica y la Teología, con la llamada Segunda Escolástica, que en el terreno práctico se volcó hacia la Moral y el Derecho; el estudio de la historia y del pensamiento bíblico; el lulismo; el agustinismo; el cultivo de la ciencia natural experimental y las interpretaciones que le acompañan; el empirismo; el racionalismo de los s. XVII y XVIII; el iluminismo ilustrado; la literatura apologética de esos mismos siglos; la literatura y la Teología espiritual; la Teología histórica; el desarrollo de la teoría política; etc.
      Nos ocuparemos más detenidamente, después, de cada una de estas corrientes. En todas ellas se da un cultivo y una atención a la Filosofía de un modo u otro; de una forma más directa en las escuelas de la Segunda Escolástica y en algunas corrientes racionalistas. Pero es claro, por esa simple enumeración, que la «filosofía moderna» no puede caracterizarse sólo por el racionalismo, como pretende la historiografía ilustrada-idealista, y como es tópico presentarla en los tratados y manuales generales.
      Lo que sí puede afirmarse es que en la E. M. se da una mayor fragmentación de la Filosofía y de las ciencias de la que hubo en la Edad Media. Por una parte, la Filosofía, lo mismo que la Teología, el Derecho, y las demás ciencias, eran cultivadas fundamentalmente en las Universidades (v.), una de las grandes creaciones de la Edad Media (de ahí el nombre general de Escolástica, v., que viene a significar lo que se hace en las escuelas, luego llamadas Universidades). En la E. M., la Universidad sigue siendo el principal foco cultural y de investigación; pero conforme va pasando el tiempo, también fuera de ella se cultivan la Filosofía, la Teología y las ciencias, que a veces se desconectan, y, por tanto, tienden a fragmentarse más fácilmente.
      Por otro lado también se va haciendo característico en la E. M. el separar a veces agudamente la Filosofía de la Teología; especialmente en las corrientes racionalistas, pero también en la Segunda Escolástica y en toda clase de autores. Ello contribuye a la fragmentación, y además al empobrecimiento de ambas cuando la distinción es entendida como separación u oposición, o a su enriquecimiento si la distinción se une a una colaboración. A su vez diversas ramas de la Filosofía y de la Teología tienden a desarrollarse cada vez más y a independizarse. Se va produciendo una mayor especialización.
      La especialización, en Derecho o Política, en Teología o en Filosofía, en Ciencias naturales o en Gnoseología, en Lógica o en Historia, etc., tiende a que cada rama del saber pretenda la hegemonía y a considerarse como la verdadera Filosofía. Dispersión del pensamiento, enparte paralelo a la aparición y afirmación de las nacionalidades (v. I, A, 5). Con la fragmentación y especialización, y con el afán de predominio de cada especialidad, la historia de los conocimientos y del pensamiento modernos ofrece un aspecto algo caótico, con confusiones y equívocos continuos, que la hacen muy difícil de historiar. Corrientes y autores se critican y polemizan mutuamente, sin aclarar los equívocos, los métodos y la terminología utilizada, en definitiva sin conocerse profundamente, situación que es heredada por la Edad Contemporánea.
      De ahí que para algunos la E. M. sea como una ruina del conocimiento, una fragmentación y empobrecimiento de la Filosofía; y para otros sea todo lo contrario. Pero ninguno de los dos juicios es verdadero. Es preciso intentar una Historia más real, que distinga las diversas direcciones y corrientes, que las compare, para poder reconocer qué aportaciones valiosas y verdaderas se hacen a la Filosofía, qué a otras ciencias, qué cosas permanecen en el terreno de lo opinable y optativo, y qué debe ser desechado como carente de verdad o de interés. La tarea no es fácil; ya hemos dicho que la Historia es siempre difícil y compleja; y más la de los conocimientos y del pensamiento, sobre todo cuando se dan de hecho confusiones y trasposiciones de métodos (v.). Pero en esta tarea, que ha de realizarse sin prejuicios de escuela, según nuestro parecer hay mucho que hacer todavía. Con frecuencia se fluctúa en la distinción entre la Filosofía misma y otras ciencias, o entre Filosofía e ideologías (v.). Especialmente, las Historias de las Ciencias naturales suelen ser, hasta ahora, las más superficiales, con frecuencia aferradas a prejuicios ideológicos racionalistas o positivistas, que no saben distinguir las ciencias filosóficas y las ciencias de la naturaleza. Sobre el tema de la clasificación de las ciencias se ha escrito bastante, pero, aunque en líneas generales hay estudios y clarificaciones valiosas, necesita continuamente de mayores precisiones y aclaraciones (v. CIENCIA VII).
      Para la historia de los conocimientos y de la Filosofía se tratarán aquí solamente algunas generalidades de las diversas corrientes y autores, remitiendo para más detalles a otros artículos de esta Enciclopedia.
      3. Los siglos XV y XVI. Son los siglos del Renacimiento (v.), que en el terreno de la Filosofía y del pensamiento suelen caracterizarse por lo que se llama el humanismo (v.), y que no es necesario tratar ya aquí. Solamente recordar que el espíritu humanista tiene un sentido fundamentalmente artístico, literario y cultural, sin mucha consistencia propiamente filosófica.
      Y también hay que destacar que, en el terreno del pensamiento, además de las preocupaciones estéticas de los humanistas, en estos siglos se encuentran otras importantes preocupaciones. El nominalismo del s. XIV a la vez que se va disolviendo, influye poderosamente en los errores teológicos y filosóficos de Lutero (v.; m. 1546) y Melanchton (v.; m. 1560); pero, con influencias aristotélicas, Lutero y sus seguidores acabarán creando la «ortodoxia luterana»; entre ellos, J. Gerhard (1582-1637) afirma decididamente la teología natural. Casi al mismo tiempo el protestantismo suizo crea la «ortodoxia reformada» por obra de Zwinglio (v.; m. 1531), Calvino (v.; m. 1564) y otros como M. Bucero (v.; m. 1551) y T. Beza (v.; m. 1505), que dieron origen a un fuerte legalismo (v. PROTESTANTISMO II, 1). Una preocupación religiosa y espiritual, si bien pintoresca y extraña, se manifiesta en los cultivadores de la Cábala (v.) judía y en el ocultismo (Paracelso, v.; J. Reuchlin, m. 1522; en gran parte también J. Bdhme, m. 1642); también el neoplatonismo del conocido humanista Pico de la Mirándola (v.; m. 1533) está contagiado de doctrinas cabalísticas por las que sentía gran afición. La teología espiritual y mística de Taulero (v.; m. 1361), Ruysbroeck (v.; m. 1381), la «devotio moderna» (v.) y Kempis (v.; m. 1471) influyen en la obra de humanistas como L. Vives (v.; m. 1540), S. Tomás Moro (v.; m. 1535), Erasmo (v.; m. 1536) y otros. Ya en Juan Gerson (v.; m. 1429) y en Nicolás de Cusa (v.; m. 1464) había habido un intento de síntesis de espiritualidad y ciencia. A su vez la obra reformadora de S. Teresa de Jesús (v.; m. 1582) y de S. Juan de la Cruz (v.; m. 1591) y sus profundos escritos espirituales fueron influyendo por todas partes, contribuyendo con el tiempo al desarrollo y organización de la Teología espiritual. Hay que mencionar también aquí a S. Juan de Ávila (v.; m. 1569).
      Importantes, por sus repercusiones en el trabajo filosófico y sobre todo por su desarrollo ulterior en el camino de la diversificación, y especialización de las ciencias, son las dedicaciones de ciertos autores al método experimental en la ciencia natural, que es llamada equívocamente Filosofía natural. En los italianos Jerónimo Cardano (m. 1576), Bernardino Telesio (m. 1588), Francisco Patricio (m. 1597) y T. Campanella (v.; m. 1639) hay una «filosofía natural» mezcla de sueños idealistas platónicos y afán de investigar las leyes naturales, que se radicaliza con Giordano Bruno (v.; m. 1600) en un panteísmo monístico de tipo neoplatónico. Pero en la línea de las ciencias naturales, especialmente la Física y la Astronomía, el nombre importante es el de N. Copérnico (v.; m. 1543), a los que se pueden añadir los de Leonardo de Vinci (v.; m. 1519) y Tycho Brahe (m. 1601); y ya entrando en el s. XVII los de Francis Bacon (v.; m. 1626), Juan Kepler (v.; m. 1630) y Galileo (v.; m. 1642).
      Las preocupaciones por la teoría política y la filosofía jurídica al final de la Edad Media fueron muy vivas con ocasión del conciliarismo (v.) y las polémicas subsiguientes acerca del poder papal y del poder real. Conciliaristas y papalistas fueron autores de obras que tocaban temas de filosofía política y jurídica junto a la Eclesiología. En el s. XV hay que mencionar la obra del citado Juan Gerson, y sobre todo la del español Juan de Torquemada (v.; m. 1468). También tiene aquí un puesto el citado card. Nicolás de Cusa, pero su obra fundamental fue, sin embargo, filosófica y teológica, extraña simbiosis de teología, platonismo y ciencia de la naturaleza. En el s. XVI, Maquiavelo (v.; m. 1527) pretende desligar la ética y moral de la política, y aparecen los maquiavelistas y antimaquiavelistas. Pueden citarse aquí también, al protestante lean Bodino (v.; m. 1596), que propugnará el absolutismo, como haría Hobbes (v.) más tarde; las utopías de Campanella, ya citado; y el pensamiento del también citado humanista Tomás Moro. El nombre más importante en este terreno es el del español Francisco de Vitoria (v.; m. 1546) considerado fundador del Derecho internacional; más tarde hay que mencionar a F. Suárez (v.; m. 1617). El descubrimiento de América y de los nuevos países fue aguijón que impulsó el estudio del Derecho, de la Teoría política, de las relaciones entre los pueblos, etc.
      Hay, entre los humanistas del s. XVI, aristotélicos (v.) y averroístas (v.); y también platónicos o neoplatónicos (v. HUMANISMO I, 2); entre los últimos se pueden añadir aquí el judío luso-español León Hebreo (v.; m. ca. 1535), y el médico Miguel Servet (v.; m. 1553) hecho quemar vivo por Calvino; Sebastián Fox Morcillo (v.; m. 155960), también español, fue más ecléctico. Hay también enel s. xvi rebrotes de escepticismo filosófico y metafísico, propios del nominalismo, que de alguna forma trató de superar el citado card. Nicolás de Cusa, aunque no lo logró del todo. Merecen ser citados: el francés Miguel de Mantaigne (v.; m. 1592) más valioso como escritor que como filósofo, pero que ejercería gran influjo; su amigo Pierre Charron (1541-1603); y aparentemente el médico español Francisco Sánchez (v.; m. 1623), aunque fue más bien un crítico que no llegó a recorrer los caminos de la ciencia que él proponía. De otros médicoshumanistas españoles, Juan Huarte de San Juan (v.; m. 1588-89) fue equilibrado en muchos puntos y escéptico en otros; A. Gómez Pereira (v.; m. 1588) fue ecléctico y algo extravagante. Para el LULISMO, V. LULISTAS.
      La Teología viene estimulada por líneas que se influyen mutuamente: por una parte la controversia con Lutero y los protestantes, por otra el redescubrimiento y actualización de la Suma Teológica de S. Tomás, y, finalmente, los estudios y ediciones escriturísticas. En la Teología controversista, centrada principalmente en los temas y errores protestantes, hay que citar nombres como los alemanes A. Alveldt (v.; m. 1532), N. Ferber (v.; m. 1525), J. Hoogtraeten (v.; m. 1527), J. Cocleo (v.; m. 1552), J. M. Eck (v.; m. 1543), y S. Pedro Canisio (v.; m. 1597); los españoles Alfonso de Castro (v.; m. 1558), Andrés Vega (m. 1560), y Gregorio de Valencia (v.; m. 1603); el polaco S. Hosius (v.; m. 1579), los ingleses W. Allen (v.; m. 1594) y Tomás Stapleton (m. 1598) junto a S. Tomás Moro (v.; m. 1535) y a S. Juan Fisher (v.; m. 1535); los italianos Ambrosio Catarino (v.; m. 1553) y A. Possevino (v.; m. 1624); el holandés M. Beccanus (v.; m. 1624). Entrando ya en el s. XVII, hay que citar al card. S. Roberto Belarmino (v.; 15421621) autor de notables obras teológicas y eclesiológicas, y el también card. francés David du Perron (m. 1618) que dejó un tratado sobre la Eucaristía y valiosas obras de controversia. Desde el punto de vista más estrictamente filosófico, lo más destacado del Renacimiento es el comienzo de la llamada Segunda Escolástica; nombres como el de Capreolo, Cayetano, el Ferrariense, Cano y Báñez producen un notable florecimiento de la Filosofía y de la Teología; especialmente la Escuela de Salamanca, penetrada de humanismo y de la mejor tradición filosófica y teológica, realiza logros definitivos. Pero todo ello desborda el s. XVI y merece capítulo aparte.
      Al mismo tiempo, exponente del deseo de la «vuelta a las fuentes» del humanismo, los estudios bíblicos, las ediciones de los textos originales y de traducciones de la S. Escritura se multiplican. El mayor relieve lo tiene la edición de la Biblia políglota Complutense de Cisneros (1514 ss.), la primera y maestra de las demás, de la de Arias Montano (1568 ss.) y las de los siglos posteriores (V. BIBLIA VI, 8). De los escrituristas, aparte de los trabajos filológicos de muchos humanistas, como Lorenzo Valla (m. 1457), Erasmo, los que trabajaron en la Políglota Complutense como Alfonso de Zamora (v.; m. 1531) y algún otro, hay que mencionar a Cayetano y a los jesuitas Alfonso Salmerón (v.; m. 1586), Juan de Maldonado (v.; m. 1553) y el card. Francisco de Toledo (v.; m. 1596); más tarde Cornelio a Lápide (v.; m. 1637). Son también conocidas las traducciones de la Biblia de Lutero y de otros autores protestantes y católiCOS (V. BIBLIA VI, 9).
     

BIBL.: V. MODERNA, EDAD III. FILOSOFIA Y CIENCIAS. 2

 

JORGE IPAS.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991