Sigue en la Biblia al de la Sabiduría y aparece el último de los
Sapienciales (v.). Fue escrito hacia el a. 180 a. C. por un judío sabio y
lleno de experiencia. Es un precioso libro de instrucción moral con el que
su autor hizo frente al helenismo paganizante y contribuyó a preparar la
doctrina moral del N. T.
El título. Los judíos lo designaron con el nombre del autor: Libro
de Ben Sirac, y también, incluyendo su contenido: La instrucción de Ben
Sirac. Así también los manuscritos griegos y latinos; éstos utilizaron el
más genérico Sabiduría de Salomón, que pasó a la liturgia. A partir de S.
Cipriano prevaleció el de Eclesiástico, debido probablemente a su
frecuente uso en las lecturas de las reuniones de la Iglesia primitiva.
Fue el que empleó el Conc. tridentino y se ha hecho corriente entre
nosotros.
El autor. El título dado por algunos manuscritos antiguos de
Sabiduría de Salomón no pretende atribuirlo a este rey, sino evocar
literariamente su figura como modelo de la actitud sapiencial. El autor
fue Ben Sirac, como constatan el prólogo y el epílogo (50,29): un sabio
que no se limitó a recoger antiguos proverbios, sino que manifiesta a
veces sus propias reflexiones y experiencias personales, lo que nos
permite determinar su propia personalidad. Se trata de un judío que se
enorgullece de su pueblo (17,14 ss.) y para quien la sabiduría es la Ley
de Moisés (cap. 24). Se dio desde joven al estudio de la Ley y demás
escritos bíblicos (pról. 51,18). Procuró completar su formación con la
experiencia que le proporcionaban sus viajes por el extranjero (34,9-13;
51,1 ss.). El estudio, la experiencia, y «la bendición de Dios», dice él
(33,17), hicieron de Ben Sirac un sabio más erudito que los que le
precedieron (33,16 ss.). No guardó para sí el fruto de sus reflexiones y
experiencias, sino que se esforzó por hacer partícipes de su sabiduría a
los demás invitándolos una y otra vez a seguir sus -recomendaciones
(24,41-47; 33,18 ss.). Hombre jovial, y a la vez duro y enérgico, como
requerían los tiempos, se opuso enérgicamente al proceso de helenización
que avanzaba peligrosamente.
Fecha de composición y ambiente histórico. Si bien la forma
literaria nos lleva a una época avanzada de la literatura sapiencial, el
contenido revela que es anterior al libro de la Sabiduría (v.) y a la
persecución de Antioco Epífanes (175-164 a. C.) de la que no se hace
alusión alguna. Dos datos del mismo libro permiten concretar más: a) la
afirmación del prologuista, nieto del autor, que dice haber llevado a cabo
la traducción del libro después de haber bajado a Egipto, cosa que hizo el
a. 38 del reinado de Evergetes. Los autores identifican este rey con
Ptolomeo VII Evergetes II, que reinó del 170 al 117 a. C. (v.
PTOLOMEOS, DINASTÍA DE LOS); si pues bajó el a. 132 a. C., su abuelo
habría compuesto el libro el a. 180 a. C.; b) el elogio que Ben Sirac hace
del sumo sacerdote Simón, hijo de Onías (50,1 ss.), el cual hace pensar
que ha vivido en los días de este pontífice y contemplado con sus ojos las
actuaciones pontificales del mismo en el Templo. Parece claro (comparando
los datos del cap. 50 con el testimonio de Flavio losefo (Ant. XII,3,3)
sobre las obras realizadas en el Templo por Antioco III el Grande (223187;
v.) como agradecimiento a la ayuda que le prestaron los judíos) que el
autor se está refiriendo a Simeón II, hijo de Onías II, que fue sumo
sacerdote por los a. 218-198; también este dato nos lleva a la fecha
indicada. Por este tiempo el helenismo paganizante había comenzado su
labor perniciosa. Muchos israelitas, incluso familias poderosas y judíos
de estirpe sacerdotal, anteponían las novedades helenistas a las viejas
tradiciones mosaicas. Los reyes seléucidas (v.) de Siria, que desde el a.
198 a. C., al derrotar Antioco III a los egipcios, tenían el dominio sobre
Palestina, veían con agrado todo esto y lo fomentaban. En este ambiente
fue escrito el Eclesiástico. Las cosas no habían llegado a su punto
crítico, momento que tendría lugar con Antioco Epífanes, pero estaba claro
el peligro y se hacía previsible la crisis en un futuro no muy lejano.
Análisis y contenido general. Precede al libro un prólogo compuesto
por el traductor, nieto de Ben Sirac, en que hace el elogio del autor y
del libro. Este se divide claramente, por su estilo y contenido, en dos
partes: la primera (1,1-42,14) tiene como temas fundamentales: Dios
creador y gobernador de las cosas, las cuales proclaman su gloria, la
sabiduría divina y humana cuya naturaleza, excelencias, beneficios y
exigencias anuncia a cada paso, y las enseñanzas morales sobre toda virtud
y para toda clase de personas; los temas se repiten acá y allá, lo que
hace imposible toda división adecuada. La segunda parte (42,15; 50,28) es
un canto a la sabiduría divina que se manifiesta en las obras de la
creación y un elogio de los grandes personajes de Israel. Concluye con un
epílogo, preciosa oración y acción de gracias de Ben Sirac a Dios y
constatación de su celo por la sabiduría (cap. 51). Literariamente
pertenece al género sapiencial de la época en que éste ha llegado a su
mayor desarrollo; lo utiliza en todas sus formas y desarrolla ampliamente
sus pensamientos dándoles más elocuencia, mayor fuerza persuasiva, a la
vez que los informa de un espíritu más religioso.
Doctrina religiosa. Dogmática. Dios ha creado todas las cosas (18,1;
42,15b; 43,37a), las cuales proclaman su grandeza (18,2-6), su sabiduría
(16,24-31; 42,21-26), su gloria (cap. 43), su providencia (16,26-28). El
hombre ha sido creado por Dios conforme a su imagen (17,3) como señor-de
la creación (17,1-5); es libre y, en consecuencia, responsable de sus
actos (15,14-21). Ha recibido sus sentidos e inteligencia para que, al ver
las obras de Dios, le alabe (17,6-8). A su muerte desciende al seol donde
no hay felicidad ni se alaba a Dios (14,12; 17,26). La sabiduría procede
de la boca del Altísimo (24,5), existe desde la eternidad (1,4), es
inconmensurable (1,2.6). Se manifiesta en todas las creaturas (1,9 ss.;
24,6-10), tiene poder sobre todos los pueblos, pero estableció su morada
en Israel, porción escogida del Señor (24,12-16), a quien otorgó la Ley,
en la cual reside la sabiduría (15,1; 24, 32-38). Protegió a los
antepasados de Israel (42,15; 50,31). Confiere toda clase de beneficios,
de orden moral, e incluso de orden físico: vida larga (1,12.25), salud,
gozo y alegría (1,11.22; 4,13; 6,29), honor y gloria (1,11.14). El
principio y plenitud de la sabiduría es el temor de Dios, que lleva al
cumplimiento de la Ley (1,16.20;22;19,18). La consigue quien tiene un amor
sincero hacia ella, el cual le lleva a la reflexión sobre sus enseñanzas y
al cumplimiento de las mismas (4,28.33; 6,37; 9,22 ss.; 14,22-24).
¿Atributo o Persona? (cfr. 15,1-8; 4,16-22; cap. 24). Ben Sirac
presenta la sabiduría como la revelación de Dios en sí mismo, en sus
obras, en la doctrina bíblica, en la ley moral. Es un darse de sí mismo a
los que Él ama, como luz para que le conozcan, como impulso para que le
alaben y sirvan; autodonación multiforme, personificada, para que se la
comprenda mejor, pero todavía no como una hipóstasis divina que venga a
comunicar lo divino (cfr. Kearns, Comentario a la S. E., «Verbum Dei»,
11,347). Ben Sirac escribe para sus contemporáneos, como él, rígidos
monoteístas; era todavía pronto para que pudiera enseñar y éstos
comprender la pluralidad de Personas en Dios (TRINIDAD, SANTÍSIMA). Se
trata de una personificación del atributo divino (también personifican
otros atributos los sabios) muy de acuerdo con la imaginación oriental.
Hay que advertir, no obstante, que «teniendo en cuenta la fuerte
personificación de la sabiduría, la acción inspirativa del Espíritu Santo
que va revelando gradualmente las verdades religiosas, y la aplicación a
Cristo por los autores del N. T. de ciertos textos sapienciales (cfr.
sobre todo Sap.), creemos que el autor sagrado rebasó los límites de la
mera personificación, colocándose con su manera de expresarse en un plano
intermedio entre aquélla y la distinción de Personas divinas, que nosotros
claramente conocemos a la luz de la revelación neotestamentaria» (G.
Pérez, Biblia comentada, IV,1190).
En cuanto a la retribución del más allá, Ben Sirac dice que, a la
muerte, el alma baja al seol (14,12; 17,23-27), del que tiene un concepto
rudimentario (v. INFIERNO II). En el libro no hay textos que afirmen
explícitamente el premio en la otra vida, pero «la importancia que da a la
muerte, puesta en relación con la retribución, denota una inquietud y tal
vez un presentimiento» (Duesberg-Auvray, Eccli., Bibler, 16).
Una novedad presenta Ben Sirac, respecto de los otros Sapienciales,
con su probable referencia al mesianismo (v.): el lenguaje que emplea en
la oración por la restauración de Israel (36,9-17), característico en los
profetas para designar los tiempos mesiánicos, indica que ha implorado a
éstos en su plegaria.
Moral. A ella dedica Ben Sirac la mayor parte de su libro. Expone
amplia y repetidamente: los deberes para con Dios (acción de gracias,
alabanza, conversión, oración, sacrificios), para con el prójimo
(afligidos, amigos, difuntos, domésticos, enfermos, los padres, los hijos,
el médico, el sacerdote). Recomienda todas las virtudes religiosas y
humanas y censura todos los vicios (cfr. citas y breve precisión
conceptual de unas y otros en G. Pérez, Manual Bíblico, 11,604 ss.).
Presenta, además, preciosos contrastes entre la amistad verdadera y la
falsa, consejeros buenos y malos, mujeres buenas y malas, sabios y necios,
vergüenza verdadera y falsa. La motivación es todavía la mayor parte de
las veces egoísta y humana, si bien se proponen a veces motivos más
elevados como el temor de Dios, el bien del prójimo, las postrimerías. No
se 'podía pedir más en el estadio de la revelación en que escribe Ben
Sirac.
El Eclesiástico en la historia de la salvación. Mirando al pasado es
continuador de la misión de los sabios: ser los guías espirituales de
Israel, y de los hombres religiosos que trataban de descubrir el modo de
vivir la Ley en los tiempos nuevos que les tocó vivir (v. LEY VII).
Mirando al presente de su tiempo trata de mantener los valores
tradicionales (fe en el Dios de la Alianza, sabiduría práctica que es
temor de Dios, sacerdocio, etc.), poniendo ante sus ojos las glorias de
Israel (cap. 44 ss.), y de preparar los ánimos para defenderlas frente al
avance peligroso del helenismo triunfante. Mirando al futuro, implora los
tiempos mesiánicos suscitando el deseo de los mismos, y aporta con sus
enseñanzas morales una notable contribución a la moral evangélica.
Canonicidad. Es uno de los libros deuterocanónicos (V. BIBLIA II).
En un principio, probablemente los mismos judíos palestinenses lo
admitieron en el canon y sólo más tarde lo excluyeron por sus tendencias
antifarisaicas (insiste en las disposiciones interiores, no alude a la
resurrección, elogia la estirpe sacerdotal de los saduceos: 45,28-30;
50,26). Algunos Padres pusieron en duda su inspiración, probablemente por
su carácter moral más bien que dogmático, lo que lo hace más apto para la
instrucción moral que para probar doctrinas dogmáticas. Pero la mayoría lo
admitieron: S. Agustín dice que «fue recibido desde antiguo por la
Iglesia, especialmente la Occidental, como libro de autoridad» (De Civ.
Dei, XVII, 20: PL 41, 554). El Conc. Tridentino, basándose en la
tradición, definió su inspiración (Denz.Sch. 1502; para estudio más
amplio, cfr. L. Bigot, en DTC 2033-2041; C. Spicq, o. c. en bibl.
V1,544-549).
Texto y versiones. El libro fue compuesto en hebreo. El texto hebreo
desaparece por los s. X-XII. Los ms. hallados desde principios de siglo
(unas cuatro quintas partes del libro) presentan un texto hebreo tardío y
medianamente corrompido. Los restos de dos manuscritos aparecidos en la
cueva 2 de Qumrán sólo contienen unos cuantos versos. La versión griega,
hecha por el nieto del autor, se ha transmitido en dos recensiones: a) el
texto «primario», que se encuentra en los códices BSA; b) el texto
«secundario», que se encuentra en el cod. 248 y otros minúsculos, hecha de
un texto hebreo distinto del texto primario; contiene numerosas adiciones
que los críticos rechazan. Algunos las atribuyen a los fariseos, que
pretendieron introducir en el libro la esperanza de la vida futura. La
versión latina es la de la Vetus Latina, que presenta el texto secundario.
S. Jerónimo, al no considerarlo como canónico, no hizo versión latina del
mismo (V. BIBLIA VI).
V. t.: SAPIENCIALES, LIBROS.
BIBL.: Entre las instrucciones y
comentarios: C. SPicQ, L'Ecclésiastique, en La Sainte Bible, VI, París
1946, 531-556; G. PÉREZ RODRÍGUEZ, Eclesiástico, en Biblia comentada, IV,
2 ed. Madrid 1967, 1071-1305; ID, Manual Bíblico, II, Madrid 1968; 1.
VELLA, Eclesiástico, en La Sagrada Escritura, texto y comentario, V,
Madrid 1970, 1-218.-Estudios: 1. ToUZARD, Ecclésiastique, DB II,
1543-1557; H. DuESBERG, Les scribes inspirés, I-II, París 1938-39; A. M.
DUBARLE, Les Sages d'lsraél (147-185), París 1946; O. KEISER, Die
Begründung der Sittlichkeit im Buche lesus Sirach, «Zeitschrift für
Katoliche Theologie» 55 (1958) 51-63; 1. CARMIGNAC, Les rapports entre !'Ecclésiastique
et Qumran, «Rev. de Qumran» 3 (1961) 209-218; M. FANG CHE-YOUNG, Ben Sira
de novissimis hominis, «Verbum Domini» 41 (1963) 21-38.
G. PÉREZ RODRÍGUEZ.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp,
1991
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