DOMINICOS (Orden de los Hermanos Predicadores).HISTORIA.


Orden religiosa fundada por S. Domingo de Guzmán (v.), constituida por tres ramas, también llamadas órdenes: la primera, los frailes d., que viven conventualmente según las leyes dadas por el fundador y completadas por los capítulos generales; la segunda, integrada por las monjas dominicas contemplativas de clausura, con una legislación dada por S. Domingo y perfeccionadas por los d.; y la tercera, seglar (V. TERCERAS ÓRDENES SECULARES) o regular, según vivan sus miembros individualmente o formando comunidades, a tenor de unas constituciones aprobadas por la Iglesia.
      1. Fundación y aprobación pontificia. La aparición de los d., primera de las órdenes mendicantes, se debe a una serie de circunstancias históricas, para las que las fundaciones anteriores resultaban insuficientes. La primera es de carácter económico-social. El desarrollo del comercio y de la industria favoreció el acrecentamiento de los centros urbanos. Los antiguos monjes, instalados en los campos, no podían atender a las nuevas necesidades espirituales, aparte que ellos tenían que vivir fundamentalmente de su trabajo laboral. Otra necesidad urgente era la predicación. S. Domingo la captó en toda su hondura al poner sus pies en el mediodía de Francia. Los obispos resultaban impotentes para llegar a todos los campos y eran también muy pocos los que cumplían esa obligación de su ministerio. La tercera circunstancia fue el movimiento pauperístico, muy fuerte a partir de la reforma gregoriana. Se aspiraba a una Iglesia no sólo libre de las tiranías de los príncipes, sino también de la ambición de poder y de las riquezas. Las nuevas fundaciones aspiran a una pobreza individual y colectiva, que sirva de ejemplo a los fieles y sea el antídoto contra los movimientos pauperísticos heréticos, enemigos de la jerarquía (V. APOS TÓLICOS; VALDENSES; POBRES LOMBARDOS). La vocación de S. Domingo hacia una nueva forma de vida religiosa surge a su contacto con la herejía albigense (v.) en el sur de Francia.
      El grupo de predicadores, que se forma en torno suyo, se encuentra apoyado por el obispo de Tolosa, Fulco. La nueva Orden se dedicaría a la predicación, ayudando a los obispos y llevando la palabra evangélica adonde no podían llegar los jerarcas; aprobada verbalmente por Inocencio III (v.), fue confirmada por Honorio III (v.) el 22 dic. 1216.
      2. Fin y medios. El fin de los d. quedó señalado en la legislación primitiva con unas palabras, que se han sucedido invariables a través de todas las redacciones de su código: specialiter ob praedicationem et animarum salutem ab initio nascitur institutus fuisse (fue instituida específicamente desde el principio para la predicación y la salvación de las almas). La «salvación de las almas» ejerce función de finalidad suprema o última, como pudiera haber añadido, y la gloria y la voluntad de Dios. Es «la predicación» lo que propiamente es su fin inmediato y específico. Esa predicación tenía algo de característico, que la distinguía de otras predicaciones; era una predicación doctrinal, no de mera exhortación a la práctica de las virtudes.
      Los medios que preparan para cumplir esa finalidad son la contemplación (v.) y la ascesis (V. ASCETISMO II). La vida contemplativa, que dispone al d. para la clase de predicación descrita, lleva consigo un elemento sobrenatural como es la oración, particularmente litúrgica, imitando a su modo la vida contemplativa de las anteriores órdenes, y un elemento natural como es el estudio asiduo de autores sagrados y profanos, separándose en este punto de las precedentes fundaciones. Si la predicación que emana del estudio puede convencer intelectualmente a los oyentes, éstos piden también del predicador el ejemplo. La ascesis d. tenía ese objetivo, era un medio para la eficacia de la predicación: pobreza colectiva, ayunos, etc. A la vida de oración y de estudio se subordinaba otro medio muy celebrado en la legislación dominicana: el silencio, hasta el punto de ser canonizado superlativamente como sanctissima silentii lex. Para salvaguardar todo este conjunto de elementos, se establecía el capítulo de culpas o acusación ante la comunidad de las transgresiones. Advirtamos que todo lo monacal antiguo, que aceptaron los d., no procedía de modo directo de los monjes, sino de los canónigos regulares, en particular de los premostratenses (v.).
      3. Legislación y organización. La legislación primitiva (1216) de los d. era muy elemental y atendía solamente a la vida de observancia dentro del convento: liturgia, alimentación, vestido, noviciado, silencio, culpas. Las horas canónicas se rezaban en común con mayor brevedad que los monjes: «breve y sucintamente de forma que los frailes no pierdan la devoción y no sea impedimento para el estudio». La expansión de los d. por Europa trajo consigo nuevas experiencias y necesidades, acrecentándose éstas al aumentar los miembros. En el Capítulo general de 1220, reunido en Bolonia, se presenta Domingo, después de visitar los conventos de España, Francia e Italia, y de tener su entrevista con Honorio 111; venía dispuesto a introducir algunos cambios y dar nuevas normas. Los estatutos aprobados en este capítulo recibieron en las primitivas constituciones, llamadas Liber Consuetudinum, el nombre de Distinción Segunda, mientras que las leyes aprobadas en 1216 aparecían como Distinción Primera. Ambas se complementan: la primera habla del gobierno de cada convento, mientras que la segunda hace referencia al gobierno de toda la Orden. Se establecía en ella un capítulo general por año; cada convento no podía tener menos de 12 frailes y para su fundación hacía falta la licencia del Capítulo general, un prior y un doctor.
      S. Raimundo de Peñafort (v.), tercer General de los d. (1238-41), reorganizó y dispuso de una manera más lógica todo el conjunto legislativo dominicano. La codificación de S. Raimundo ha estado vigente, con algunas modificaciones de los Capítulos generales, hasta que, con motivo de la publicación del CIC en 1917, fue necesario pensar en una nueva distribución de las leyes dominicanas, consiguiéndose esto en 1924.
      La autoridad suprema entre los d. la ejerce el Capítulo general, cuando se encuentra reunido; fuera de esto, el Maestro General o superior de toda la Orden. Es éste elegido por el Capítulo general, en que intervienen los provinciales y dos delegados de cada provincia. Fue vitalicio hasta que Pío VII (v.) en 1804 lo redujo a seis años; Pío IX (v.) en 1862 lo aumentó a 12. Los Capítulos generales ostentan la potestad legislativa, pero las leyes de ellos emanadas no adquieren fuerza de constitución hasta no ser aprobadas por tres Capítulos generales consecutivos. Alternamente se componían los Capítulos generales, una vez, de los delegados de las provincias, llamados «definidores», y otra, de los provinciales. Hasta 1370 fueron anuales; luego cada dos años; desde 1553 variaron los periodos; el General A. Frühwirth (18911904) impuso el intersticio de tres años. Se prevé la existéncia de un Capítulo «generalísimo», equivalente a tres capítulos generales en orden a dar valor de constitución a sus determinaciones; sólo ha habido dos en la historia de la Orden, en 1228 y 1236.
      4. Desarrollo. Haciendo uso de la terminología clásica, distinguimos tres edades: Media, Moderna y Contemporánea. Abarca la primera desde la fundación hasta 1508, en que asume el gobierno Tomás de Vio Cayetano (v.), en cuyo generalato se reorganiza con espíritu moderno la Orden. La Edad Moderna comprende desde 1508 hasta la Revolución francesa de 1789, cuyos principios disolventes repercuten con violencia sobre la vida religiosa.
      a) Edad Media. El s. XIII representa la época clásica por excelencia de la Orden. Al ser fundada en 1216, tenía sólo 16 frailes. Al morir S. Domingo en 1221, eran unos 60 conventos, repartidos entre ocho provincias: España, Provenza, Francia, Lombardía, Roma, Teutonia, Inglaterra y Hungría. En 1228 se añadieron otras cuatro: Tierra Santa, Grecia, Polonia y Dacia. En 1294 Sicilia se desprendió de Roma y en 1301 hizo lo mismo Aragón con España. En 1303 eran ya 18 provincias y algo más de 10.000 frailes.
      Haciendo honor a su misión y a su nombre de predicadores, los d. dejaron oír su voz dentro y fuera de la cristiandad en las diversas estructuras sociales. El Conc. de Letrán de 1215 había ordenado a los obispos atender este punto de extrema gravedad, pero semejante obligación exigía mucho movimiento, buena formación teológica y un celo a toda prueba. Los d., contagiados del espíritu de su fundador y preparados con una formación dirigida hacia ese objetivo, fueron los grandes predicadores del pueblo cristiano.
      Otro apostolado muy atendido por los d. fue el universitario. S. Domingo envió a sus frailes a las universidades para formarse como predicadores y muy pronto proyectaron sobre ellas su inquietud apostólica. De las Univ. de París y Bolonia reclutaban los d. el contingente de vocaciones más numeroso y más eficaz para los fines que pretendían.
      En países no cristianos los d. ingleses extendieron su acción hasta Groenlandia y los alemanes evangelizaron Prusia. Los d. polacos con S. Jacinto llegaron por una parte a Danzig y por otra a Kiev, internándose profundamente en Rusia. La provincia dominicana de Hungría evangelizó a los cumanos y a los habitantes de los Balcanes, mientras los d. griegos trabajaron por la unión de los cismáticos (v. UNIATAS). La provincia de Tierra Santa sirvió de trampolín para lanzar a los d. al interior de Asia: Siria, Armenia, Persia, incluso la India. Los españoles tenían las misiones entre árabes y judíos en su patria; luego saltaron al norte de África, siendo uno de ellos, fray Domingo, el primer obispo de Marruecos en 1225.
      El Conc. IV de Letrán requería de los arzobispos el nombramiento de un maestro para la enseñanza de la teología a los clérigos. Este decreto, como el de la predicación, apenas se habría llevado a efecto, si no lo hubiera tomado por consigna la Orden de S. Domingo. Una fundación no era posible sin un doctor o maestro, que enseñara teología a los clérigos de la comunidad. La enseñanza conventual era pública y de ella se aprovechaban otros clérigos, extraños al convento. A escala de provincia existían los Estudios Solemnes, con un maestro y un sublector o bachiller, y a escala de la Orden los Estudios Generales, con un maestro o regente y dos bachilleres.
      El primer Estudio General de los d. fue el del convento de Santiago de París, cuyos frailes obtuvieron en 1229 una cátedra incorporada a la universidad y en 1231 otra. Eran los primeros religiosos que tomaban parte en la enseñanza universitaria (v. TOMÁS DE AQUINO, SANTO). En 1248 se fundaron los Estudios Generales de Bolonia, Colonia, Oxford y Montpellier, en 1299 el de S. Esteban de Salamanca y en 1303 el de S. Catalina de Barcelona.
      Otro tipo escolar de brillante historia son los Estudios de lenguas orientales (hebreo y árabe) como apoyo de las misiones entre musulmanes y judíos. Hacia 1245 comienza a actuar el Estudio arábigo de Túnez; en 1250 el capítulo provincial de Toledo manda allí a ocho frailes, entre ellos al famoso apologista Raimundo Martí. En 1266 se funda otro en Murcia. Hacia 1275 abren los d. un Estudio de hebreo en Barcelona y otro de árabe en Valencia; en 1292 se abre uno de ambas lenguas en Játiva. Esta exuberancia de escuelas orientalistas proveyeron a la Orden de óptimos misioneros y apologetas (cfr. J. M. Casciaro, El diálogo teológico de Santo Tomás con musulmanes y judíos, Madrid 1969).
      La Orden dominicana vio debilitarse sus energías durante el s. XIV. Conservó, sin embargo, su prestigio ante los jerarcas y ante el pueblo; solamente en el pontificado de Juan XXII (v.) ofrecieron a la Iglesia un cardenal, tres patriarcas, 25 arzobispos, 106 obispos y 18 legados del Papa. En ese mismo siglo la teología especulativa sufrió un notable colapso, lo que orientó los ánimos al desarrollo de otro de los medios dispuestos por la Orden para lograr el fin de la predicación. Asistimos a una manifestación exuberante de ascetas y místicos, que forman escuela, orientando las almas por los derroteros de la más alta contemplación. Recordemos el movimiento creado en torno al trío alemán Eckhart, Tauler y Suso, y el originado en Italia alrededor de S. Catalina de Siena (v. voces correspondientes).
      DOMINICOS 1Sobre el destierro de los Papas en Aviñón (v.) y sobre el Cisma de Occidente (v. CISMA III) destacan las actuaciones de S. Catalina de Siena y S. Vicente Ferrer (v.). En los Conc. de Basilea (v.) y Ferrara-Florencia (v.) sobre el conciliarismo (v.) y la unión de los griegos (v. UNIÓN CON ROMA I) sobresalen Juan de Torquemada (v.) y Juan de Montenegro.
      La relajación de las observancias, acentuada con motivo de la peste negra, produjo una reacción, favorecida por el General Raimundo de Capua. Tuvo sus comienzos en la provincia de Teutonia en 1389; prendió luego en el norte de Italia, en el convento de Venecia, teniendo por vicario al b. Juan Dominici. En España inició este movimiento el b. Alvaro en 1423 en Escalaceli, cerca de Córdoba. Durante el s. XV estuvo fraguando esta fermentación renovadora. A principios del XVI se encontraba la Orden reformada y unida, desapareciendo la aparente escisión entre observantes y conventuales. En 1504 tuvo lugar la unificación en la provincia de España y en 1520 lo habían hecho ya hasta las provincias más rezagadas.
      b) Edad Moderna. Los primeros años del s. XVI anunciaban una nueva era para la Orden. El ardoroso celo de sus predicadores y la clara iluminación de sus maestros iban a pretender otra época dorada de sabios, misioneros y santos. Lo consiguieron en gran parte, pero no sin lamentar estrepitosas catástrofes. El generalato de Tomás Vio Cayetano (1508-18) marcó la pauta que habría de seguir la Orden en el s. XVI. En su discurso a los Padres, que le eligieron, manifestaba su deseo de robustecer internamente la Orden, fomentando la austeridad monástica y los estudios. Eso garantizaría una fecunda expansión. En 1510 llegaban a América los primeros d. En 1530 el capítulo general de Roma erigía la primera provincia del Nuevo Mundo, S. Cruz, considerando como centro de sus actividades La Española. En 1532 se fundaba la provincia de Santiago de México; en 1539 la de S. Juan Bautista de Perú; en 1551 las de S. Vicente de Chiapa y de S. Antonino (hoy de S. Luis Beltrán) de Nueva Granada (Colombia); en 1580 la de S. Catalina de Ecuador; en 1588 la de S. Lorenzo de Chile; en 1592 la del Santísimo Rosario de Filipinas. Otras provincias (Sajonia, Inglaterra, Dacia, Escocia) desaparecieron por completo, sumergidas en los mares de las falsas reformas.
      Entre finales del s. XVII y principios del XVIII se presenta el punto culminante en cuanto al número de provincias y de frailes en toda la historia de los d. En 1720 la Orden contaba con 49 provincias, cuatro congregaciones y cerca de 30.000 miembros. A mediados del s. XVIII el josefinismo (v.) e intromisiones parecidas de los gobiernos, juntamente con la difusión de las ideas racionalistas, fueron reduciendo su número hasta el golpe fatídico de la Revolución francesa.
      La actividad misionera de esta época fue abundante. En carta de Cristóbal Colón al rey D. Fernando decía el Almirante que «debían los reyes las Indias al Maestro Fr. Diego de Deza y al convento de S. Esteban», por lo que le apoyaron en momentos difíciles, antes de emprender la aventura. 47 d. llegaron a América entre 1510 y 1512. Extendieron el Evangelio en las Antillas, México, Centroamérica, avanzando hacia el sur. En Nueva Granada (Venezuela y Colombia) actuaron desde el principio, acompañando a las expediciones de Gonzalo Dávila (1522), Pedro de Heredia (1531; v.) y Gonzalo Jiménez de Quesada (1536; v.). Misioneros célebres fueron Reinaldo de Pedraza, Pedro de Córdoba, Antonio de Montes¡nos, Domingo de Betanzos y S. Luis Beltrán (v.).
      Desde el sur actuó otro grupo en circunferencias cada vez más extensas, hasta unirse con los anteriores por elnorte. Los d. fueron los primeros en predicar en la región de los Incas (v.) como compañeros de Francisco Pizarro (v.). Vicente Valverde recibió en 1535 el primer episcopado peruano, Cuzco. La intensidad espiritual de aquellas misiones fructificó en los dos primeros santos nativos del Nuevo Mundo: los d. S. Martín de Porres y S. Rosa de Lima (v. voces correspondientes).
      En 1579 se erigía el primer obispado filipino, Manila, y fue designado para obispo el d. Domingo de Salazar. Los d. crearon una red de conventos en las islas y desde allí se lanzaron a lo largo del s. XVII a Vietnam, China, Formosa y Japón. Gloriosa fue esta provincia por la extensión de su apostolado, su elevado número de mártires y la Univ. de S. Tomás de Manila, fundada en 1614.
      Para fomentar los estudios los d. crearon múltiples colegios: S. Gregorio de Valladolid, S. Tomás de Sevilla, S. Tomás de Alcalá, S. María Sopra Minerva de Roma. En la isla de Santo Domingo fundaron la primera universidad americana en 1538; siguieron pronto las de Lima, Santa Fe de Bogotá, Santiago de Chile, Quito, La Habana y Guatemala.
      El descubrimiento de América planteó las cuestiones referentes a los derechos de conquista, solventados decisivamente por Francisco de Vitoria (v.). Los primeros misioneros d. suscitaron desde su llegada al Nuevo Mundo la cuestión de la dignidad humana, personal y social, del indio, recriminando los abusos de los conquistadores y encomenderos, y abogando por unas leyes ecuánimes de protección. Sus intervenciones influyeron en la humanidad de las Leyes de Indias (v.) de 1542.
      Los teólogos y predicadores d. hicieron frente común a las predicaciones y a los escritos de los pseudorreformistas desde los comienzos de la rebelión. En Alemania destacaron Conrado Kóllin, Guillermo Homer, Juan Faber, Alberto Zenner. En Flandes salieron pronto a la palestra los d., algunos, profesores de Teología en Lovaina, y otros, predicadores de masas: Eustaquio van Zichen, Juan van den Bundere, Antonio Ruyskensvelt. En Inglaterra son de notar Guillermo Perrin y Tomás Heskins.
      La participación de los d. en el Conc. de Trento (v.), abierto para remediar la crisis abismal de la reforma, fue numerosa y relevante en Padres y en Teólogos: siete arzobispos, 24 obispos, dos Maestros Generales, ocho procuradores de obispos y más de 90 teólogos.
      c) Edad Contemporánea. Los desastres sufridos por el espíritu libertario de las revoluciones del s. XIX fueron en algún sentido más profundos que los anteriores, pues eliminaban toda religión, al menos en sus afloraciones externas y sociales. Las restauraciones y las nuevas conquistas, logradas al amainar o desaparecer el vendaval antirreligioso, no alcanzaron nunca los momentos cumbres de las épocas precedentes, pero los triunfos obtenidos en muchos casos han sido notables.
      Las convulsiones europeas de los tres primeros cuartos del s. XIX diezmaron incesantemente las filas dominicanas. Los religiosos estuvieron siempre listos, pasada la tempestad, para comenzar de nuevo. En 1805 se fundaba en EE. UU. la provincia, en seguida floreciente, de S. José; era obra del P. Eduardo Domingo Fenwick, luego primer obispo de Cincinnati. En Francia el P. Enrique Domingo Lacordaire (v.), conferencista de Notre-Dame de París y colaborador en un principio con Lamennais (v.), lograba restaurar la Orden, erigiéndose canónicamente la provincia en 1850; de la provincia de Francia nacerá la de Lyon en 1862, la de Tolosa en 1869 y la de Canadá en 1909. En España la extinción llevada a cabo a partir de 1834 sólo había dejado en pie el convento de Ocaña (Toledo) como seminario de misiones. En 1860 los religiosos supervivientes abrieron el convento de Corias (Asturias); en 1870 se instalaban en Padrón (La Coruña) y quedaba restaurada la provincia de España, abarcando toda la Península. En 1898 se disgrega de ella la de Bética y en 1912 la de Aragón. A principios del s. XX estaban ya los d. españoles extendidos por las diversas repúblicas americanas.
      En 1844 los d. habían bajado a 4.562 frailes; para 1876 eran 3.341; en 1910 subieron a 4.472. A partir de esa fecha el número de religiosos ha ido en aumento. En 1947 eran 7.429; el catálogo general de 1967 acusa la existencia de 10.085 d.
      A finales del s. XIX se va introduciendo como norma la filiación, no a un convento, sino a la provincia, con lo que aumenta la disponibilidad del religioso con respecto a los superiores mayores. El Capítulo general de Venlo (1913) daba a esto fuerza de ley.
      En conformidad con los nuevos tiempos de mayor libertad al individuo y de mayor debilidad para compromisos definitivos, Pío IX decretaba que en las órdenes de votos solemnes, después del noviciado, se hicieran votos simples, aunque perpetuos, y a los tres años se emitieran los solemnes. El CIC suaviza más todavía: después del noviciado se emiten votos simples temporales por tres años y luego los solemnes, que son siempre perpetuos.
      Entre los centros dominicanos de estudios sobresale en este tiempo el Colegio de S. Tomás de Roma, restaurado en 1816 con facultad de dar grados en Teología. Desde 1882 pudo conferir también los grados en Filosofía y desde 1896 los de Derecho canónico. A este colegio sucedió el Ateneo Pontificio Angelicum (1909), situado primero en la Via S. Vitale de Roma y luego en el Quirinal. En 1964, bajo el General Aniceto Fernández, el papa Juan XXIII lo declaró Univ. de S. Tomás. En España se creó en 1892 el Estudio General de S. Esteban de Salamanca, transformado en facultad de Teología, autónoma, en 1947. Ha contado con eminentes figuras: Juan G. Arintero (v.), justo Cuervo, Alberto Colunga, Santiago Ramírez (v.), Manuel Cuervo, Guillermo Fraile y otros. La Univ. de S. Tomás de Manila ha crecido vertiginosamente desde los comienzos del s. xx. En 1960 los alumnos eran 25.782; actualmente superan los 33.000. Los d. franceses, bajo la dirección del P. Lagrange (v.), erigieron en 1890 la Escuela Bíblica de Jerusalén (v.); en 1892 comenzaron a publicar «Revue Biblique» y en 1920 el gobierno francés unió a la Escuela una sección de Arqueología. La Univ. del Estado de Friburgo (Suiza) confió a los d. en 1890 todas las cátedras de Teología y algunas de Filosofía; eminentes profesores las han regentado: Weis, Del Prado (v.), Prümmer, Manser, Ramírez.
      Como sobre la enseñanza y más que en ella, se insiste en los Capítulos generales sobre la predicación y se buscan nuevos métodos y mayores exigencias para lograr buenos predicadores. Merecida fama consiguieron los conferencistas de Notre-Dame de París. Inauguró las conferencias el P. Lacordaire (1835-36, 1843-51). Otros d. le siguieron: Monsabré (1869-70, 1872-90; v.); J. Olivier (1871, 1897); T. Etourneau (1898-1902); A. Janvier (1903-24); desde 1959 ocupa aquel púlpito P. Carré. Otro d. francés famoso predicador fue el P. Enrique Didon (m. 1900).
      Desde principios del s. xx vienen trabajando los d. en apostolados ecuménicos en naciones no católicas o de confesiones mixtas. En Inglaterra en la Catholic Evidente Guild (Corporación de la Evidencia Católica) para desarraigar del pueblo los prejuicios contra el catolicismo. En Holanda se fundaron en 1920 conferencias con la misma finalidad. En Bélgica se inició en 1905 un movimiento similar de conferencias y publicaciones con el nombre de «Les Études Religieuses».
      5. Escuela teológica. La Orden dominicana posee una verdadera escuela de Filosofía y Teología, un macizo sistema en ambos campos del pensamiento, armónicamente hermanados y trabados entre sí, que se llama tomismo. No todos los pensadores d. han sido ni son por necesidad tomistas, pero el tomismo tiene entre ellos carta de naturaleza, es lo que se enseña oficialmente y el que ha dado mayor y mejor número de filósofos y teólogos (V. TOMÁS DE AQUINO, SANTO; TOMISMO).
      Los primeros maestros d. fueron adictos a la corriente dominante en las primeras décadas del s. xIII, el llamado Agustinismo (v.). Citemos entre ellos a Rolando de Cremona (profesor en París en 1228), Juan de San Gil (profesor en París en 1230), Hugo de San Caro (m. 1263) y Ricardo de Fishacre (m. 1248).
      En la historia del tomismo podríamos distinguir tres grandes etapas. La primera abarcaría desde su fundación hasta principios del s. XVI: es la época de la consolidación de la escuela, descollando las figuras de Juan Capréolo (v.), Pedro de Bérgamo, S. Antonino (v.) de Florencia, Lope de Barrientos y Juan de Torquemada (v.). El segundo periodo del tomismo comprendería desde principios del s. XVI hasta la restauración de la escolástica (v.) en la segunda mitad del xix. Es su época de mayor expansión y triunfo, sufriendo también su decadencia con el s. XVIIi. Comienza el s. XVI con los grandes comentaristas Cayetano, C. Kbllin, P. Crockart, S. Ferrariense (v.) y D. de Deza. La Suma Teológica de S. Tomás (v.) suplanta a las Sentencias de P. Lombardo (v.) en la enseñanza universitaria. En 1526 iniciaba su docencia en Salamanca Francisco de Vitoria, creando la Escuela Teológica salmantina, que daría catedráticos a las universidades de Europa y del Imperio hispánico (v. SALMANTICENSES). Entre los españoles más representativos citemos a M. Cano (v.), autor del tratado De Locis Theologicis y fundador de la llamada Teología Positiva; B. de Medina (v.), introductor del «Probabilismo» en Teología Moral; D. Báñez (v.), famoso por sus exposiciones sobre la premoción física de la voluntad divina (v. DIOS IV, 14) y la eficacia intrínseca de la gracia; T. de Lemos, P. de Herrera, D. Alvarez, defensores de las doctrinas de Báñez.
      La tercera etapa comprendería desde la restauración del tomismo a mediados del s. XIX hasta nuestros días. Fue un efecto de la restauración de la vida religiosa. León XIII (v.) consagró este movimiento con la encíclica Aeterni Patris (4 ag. 1879); él propuso la edición crítica de las obras de S. Tomás, llamada luego Edición Leonina, y por el breve Cum hoc sit declaró Patrono de las academias, universidades y escuelas católicas a S. Tomás.
      6. Situación actual. La última estadística, divulgada en enero 1971, ofrece los datos siguientes: 40 provincias, 772 conventos o casas, 8.587 miembros. Para llevar a cabo la revisión de la legislación dominicana, a tenor del Conc. Vaticano 11 (v.), se reunió el Capítulo general de River Forest (EE.UU.) 30 ag. 1968. Antes se habían realizado unas encuestas entre todos los frailes, que sirvieron de base a la elaboración de los esquemas de las nuevas constituciones; también los esquemas fueron presentados a todos los d., antes de hacerlos llegar al Capítulo general.
      La revisión efectuada fue completa, redactándose un texto totalmente nuevo. Desaparecen los detalles superfluos en materia de observancias y se da al individuo mayor responsabilidad. El régimen dominicano es algo más comunitario que antes. Los superiores son elegidos por los súbditos, con menos limitaciones que anteriormente, si bien es necesaria la confirmación del superior más elevado. Además en los asuntos de cierta importancia de las comunidades, los individuos toman parte mediante el capítulo o el consejo de cada convento. La Orden dominicana goza de la autonomía máxima en sus relaciones con los jerarcas territoriales, dependiendo directamente de la Santa Sede. El privilegio de la exención favorece su carácter universal, como enviada a todas las naciones para colaborar con la Iglesia entera. Porque esa colaboración se da ordinariamente en un territorio confiado a un obispo, éste puede imponer condiciones y normas en su actividad extraconventual, sin perjuicio de la exención. La armonía entre ambos aspectos es lo preceptuado por la Iglesia, para conseguir una labor pastoral eficaz.
      Finalmente, la obra apostólica de los d. se encuentra respaldada y prolongada, según el catálogo de 1967, por 5.709 dominicas de la segunda Orden; 981 hermanas de clausura de la tercera Orden; 52.812 dominicas terciarias regulares de 133 congregaciones, 41 terciarios regulares y 90.575 terciarios d. seculares.
     
      V. t.: DOMINGO DE GUZMÁN, SANTO.
     
     

BIBL.: Fuentes: Archivo General de la Orden de Predicadores, S. Sabina, Roma; Bullarium Ordinis Fratrum Praedicatorum, ed. RIPOLL-BREMOND, I-VIII, Roma 1729 ss.; Monumenta Ordinis Fratrum Praedicatorum Historica (Acta Capitulorum Generalium, en vol. III-IV, VIII-XIV), Roma 1896 ss.; «Analecta Sacrae Ordinis Fratrum Praedicatorum», Roma 1893 ss.; C. DOUAis, Acta Capitulorum Provincialium, Toulouse 1894; V. KOUDELKA, Monumenta Diplomatica S. Dominici, Roma 1966.

 

RAMÓN HERNÁNDEZ.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991