DISCRIMINACIÓN SOCIAL Y POLÍTICA


El vocablo discriminación es un nombre sustantivo que tiene su raíz en el verbo discriminar, que a su vez proviene del latín discriminare, con el que expresamos la acción y efecto de diferenciar o distinguir una cosa de otra y que, aplicado al ámbito de lo social o de lo político, se refiere a aquella colectividad que, formando parte de la propia comunidad social o política, es considerada, por la generalidad, como extraña a la misma. Este aspecto de la realidad social, cuya base fundamental radica en la condición de las actitudes que la condicionan, existió siempre a lo largo de la historia, persistiendo, en alguna medida, hasta nuestros días.
      La d. constituye la más clara exteriorización de hostilidad o de prejuicio y se enraíza en los usos característicos de la comunidad. La d. surge, en su raíz, del egoísmo social o de la incomprensión hacia otros que pueden tomar ocasión de los más diversos factores: ideológicos, políticos, sociales, religiosos, etc. Entre los más visibles y, en todo caso, el de más fácil comprobación es el económico, como lo demuestran las masas de emigrantes desde los países ribereños del Mediterráneo europeo hacia los países más industrializados del continente, que pasan a ocupar los últimos escaños de la escala del prestigio social, a la vez que proporcionan a aquellas economías en expansión una gran cantidad de mano de obra. A estas colectividades se negaba en alguna medida (al menos en los primeros tiempos de la emigración) una retribución equitativa o unos privilegios sindicales iguales a los del aborigen, aun haciendo un trabajo semejante al que en idénticas circunstancias podía desempeñar éste.
      La negación de unas oportunidades en el orden educativo o en el profesional, basado en un punto de vista estereotipado que consideraba a un grupo concreto, que generalmente ocupaba una posición bastante baja en la escala social, como inferior, se justificaba con un criterio pragmático, toda vez que con la d. se mantenía una fuente inagotable de mano de obra barata tanto en el ámbito industrial o comercial como en el servicio doméstico.
      El hecho de que los hombres, por la dignidad de su origen y de su persona, sean naturalmente iguales, es razón más que suficiente para poner de manifiesto el error de toda política o actitud discriminatoria, y así lo ha percibido reiteradamente la conciencia humana, que ha sabido elevarse sobre particularismos y percibir los lazos profundos que unen a la humanidad. Como ejemplo señero en la cultura antigua recordemos el estoicismo (v. ESTOICOS). La religión cristiana, al proclamar la paternidad divina universal y la llamada de todos los hombres a la unión con Cristo, contribuyó poderosamente a un espíritu de solidaridad fraternal. Por desgracia no siempre los cristianos han sido del todo fieles a esas enseñanzas (las luchas de religión en la Europa moderna son un triste ejemplo). La enseñanza pontificia de los últimos siglos y el Conc. Vaticano II en la Const. Gaudium el spes han señalado la injusticia que se comete al negar los derechos fundamentales de la persona humana a partir de una d. entre creyentes y no creyentes, etc.
      La Iglesia católica reprueba como ajena al espíritu de Cristo cualquier d. o vejación realizadas por motivaciones de raza o color, de condición o religión, ya que es imposible al cristiano invocar a su Creador, que es el de todos los hombres, para evitar conducirse fraternalmente con algunos hombres, olvidando que también éstos están creados a imagen y semejanza de Dios.
      Sea cual fuere la estructura institucional que cada comunidad política se dé a sí misma y el régimen político que la configure, es evidente e inalienable el derecho de todos los ciudadanos a participar, sin d. alguna, en la vida pública, tomando parte libre y activa en el fundamento jurídico de la comunidad política que les es propia, en el gobierno que la rige, en la fijación de los campos de acción y de los límites de las diferentes instituciones y en la elección de sus gobernantes.
      Es realmente cierto que la d. puede ser considerada, en su dimensión social, como aquel conjunto de actitudes específicas que los individuos adquieren a través de la configuración educativa recibida sin que se den cuenta, ordinariamente por la habituación de quienes las imparten. Se adquieren y transmiten, de esta forma, unas actitudes del mismo modo que se subsumen otros elementos de la herencia social.
      Los elementos tradicionales del status estaban constituidos por el parentesco, la profesión religiosa, la filiación política y el carácter personal. Aunque en nuestros días existe una fuerte tendencia, superadora de aquellos elementos, que se polariza en el factor ocupacional, para determinar el prestigio individual y la distribución de los privilegios sociales, tal tendencia, en gran medida, se ve frenada por la existencia de la d., mediante la que se reduce la esfera de la actividad individual introduciendo una complejidad en el orden social, usualmente subyacente.
      Las situaciones de conflicto que se pueden manifestar en el seno de una comunidad se ven agravadas de hecho por la existencia de la d. En efecto, si antaño se producía una d. de matiz clasista, y mediante ella se negaba el acceso a las reuniones de los patricios o nobles al pueblo bajo (villanos), hogaño, también se establece cierta distancia social, como exponente de ciertas actitudes de clase, que en modo alguno deben confundirse, con la inclinación o aversión personal, y se manifiestan en esa especie de barrera de carácter psicológico que coarta la libre interrelación entre los individuos, y que surge de esa identificación que se produce con el propio grupo, cuyo status se considera superior o inferior a aquel otro que nos es ajeno. Del mismo modo, en el plano político-administrativo, la d. nos lleva directamente a la aceptación o al rechazo de los individuos para que puedan ocupar determinados cargos, no en razón a sus posibles méritos o a sus actitudes personales, sino en base a su filiación política e incluso por su criterio independiente y dignidad personal, contrarias al criterio del «familismo», «amiguismo» o servilismo.
     
      V. t.: RACISMO.
     
     

BIBL.: R. M. MAC IVER, The More Perfect Union, Nueva York 1948; G. WATSON, Action for Unity, Nueva York 1947; M. FRAGA IRIBARNE, Razas y racismos en Norteamérica, Madrid 1950; J. COMAS, Relaciones interraciales en América Latina, México 1961; P. SOKORIN, Teorías sociológicas contemporáneas. Buenos Aires 1951; M. O. Cox, Caste, Class and Race, Doubleday 1948; J. TOUCHARD, Historia de las ideas políticas, Madrid 1961.

 

L. MENDIZÁBAL OSES.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991