DIOS. ICONOGRAFIA.


Sería imposible ocuparnos de todas las representaciones de la divinidad que puede proporcionarnos la Historia de las Religiones. Concretaremos, pues, nuestro estudio a la iconografía del D. verdadero, del D. de la Revelación juego-cristiana.
     
      En el mundo israelita es clara la resistencia a la representación sensible de D., de acuerdo con el precepto que prohíbe la adoración de algo que pueda representarle (v. 111). Una imagen, en efecto, no debe servir para la representación de la Divinidad; no obstante, puede ésta simbolizarse mediante algún signo referente a su manifestación, como la luz, el fuego, el viento. Ahora bien, en los mismos textos sagrados se encuentran pasajes que justifican la representación antropomórfica de la divinidad, particularmente en el Génesis y en el libro de Daniel (7,9).
     
      Por otra parte, la iconografía de D. se facilita en el mundo cristiano al ir íntimamente ligada a la representación de la Trinidad. En efecto, la representación de cualquiera de las tres personas de la Trinidad, o bien la representación de las tres conjuntamente, es el medio adecuado que encuentran los artistas para representar la Divinidad y como tal iconografía de D. hemos de considerarlas.
     
      Dios Padre. El tetragrama IHVH (consonantes del nombre de D. en hebreo) puede servir para su representación. Asimismo, símbolos como la zarza ardiendo, un rayo de luz o un triángulo con un ojo en su interior, pueden alegorizar al D. Padre, fundiéndose con la iconografía estricta de D. Desde el arte paleocristiano (v.) y ya con gran profusión en el románico, se difunde como iconografía divina una mano derecha que surge de una nube o del cielo: es la Dextera Dei, la mano de D. que puede estar rodeada de un nimbo o proyectar rayos. En todo caso, es el D. que recibe con beneplácito la ofrenda o el D. que protege y ayuda; esta forma se prodiga en las historias de santos y en escenas de ofrendas y sacrificios, como en los de Abraham y de Abel.
     
      La representación antropomórfica inspirada en el Génesis y fundamentalmente en Daniel (7,9) se concreta en la Edad Media en la imagen de un hombre anciano, de luenga cabellera y barba blancas, con manto y túnica también preferentemente blancos, a veces con un nimbo triangular o circular, o también con las letras O on (Él que es). Esta iconografía se difunde especialmente a través de las representaciones del Génesis. Paralelamente, en el Renacimiento, la influencia de los modelos clásicos de Zeus o Júpiter fija definitivamente este tipo iconográfico de D. Padre, cuyos rasgos esenciales están fuertemente impregnados del arte clásico.
     
      Asimismo, por infuencia de los atributos de las máximas potestades de la tierra y en paralelismo simbólico, a fines de la Edad Media se inician las representaciones en que aparece con las insignias de Papa o Emperador. En estos casos la tiara suele tener cinco coronas y en la mano izquierda lleva un globo, con una cruz rematándolo frecuentemente. En este tipo iconográfico la influencia del modelo del Cristo en Majestad es evidente.
     
      Cristo. Hemos de considerar aquí la segunda persona de la Santísima Trinidad únicamente en relación con su naturaleza divina. No obstante, es evidente que en la iconografía de Cristo como D. los rasgos iconográficos del Cristo-Hombre influyen en su caracterización (v. JESUCRISTO VI). Una de las representaciones más frecuentes es la llamada Majestas Domini, o sea el Cristo en Majestad, en su carácter de Pantocrátor, fuertemente influido por el texto del Apocalipsis, y que se relaciona muy estrechamente con la iconografía de D. Padre. Le distinguen su aspecto de hombre adulto, la barba negra partida, el nimbo crucífero, o sea con una cruz inscrita dentro del círculo, y las letras alfa y omega. Suele estar acompañada esta representación por el Tetramorf os, es decir, los símbolos de los evangelistas y serafines. Su actitud más frecuente es la de bendecir, y tiene un libro en su izquierda, abierto o cerrado, apoyado en su rodilla. Con esta representación de Pantocrátor se relaciona la de Cristo Varón de Dolores, en la que aparece coronado frecuentemente, mostrando sus llagas y el torso semidescubierto y visible el costado; los evangelistas y ángeles con los símbolos de la Pasión suelen acompañar a esta figura. En íntima relación con este tipo iconográfico se halla la del Cristo juez de la deesis bizantina, en la que le acompañan como intercesores la Virgen y S. Juan Bautista, que es sustituido en la iconografía occidental por S. Juan Evangelista.
     
      También se representa a Cristo en la figura alegórica del león, la del pez, o más frecuentemente la del cordero, que lleva nimbo crucífero y con su pata sostiene la cruz; a veces este cordero tiene siete ojos y siete cuernos, fundiéndose entonces esta representación con la iconografía del Espíritu Santo, ya que aquéllos simbolizan los siete espíritus de D., como las siete lámparas, conforme al Apocalipsis (cap. 5). Asimismo, algunas específicas representaciones de Cristo, como el crismón, pueden ser incluidas en este concepto de la iconografía de D., como segunda persona de la Trinidad.
     
      Espíritu Santo. La tercera persona de la Trinidad es comúnmente representada en forma de paloma; así la vemos repetidamente en escenas, como la Anunciación y el Bautismo de Cristo. Más raramente, en ocasiones, se representan siete palomas, que significan los siete dones del Espíritu Santo; otras veces, con el mismo simbolismo hay siete lámparas o candelabros de siete brazos. En otros casos se representa en forma de lengua de fuego (Pentecostés) y, más raramente, en forma de resplandor o nube brillante, como en algunas representaciones de la Transfiguración. En su carácter de Paráclito, o sea de intercesor o de inspirador, hemos de considerarle representado en forma de rayo de luz, y en este caso se funde su representación con la iconografía de D. en su aspecto unitario.
     
      Trinidad. Las tres personas que integran la Santísima Trinidad se representan conjuntamente de manera muy diversa. Simbólicamente pueden ser representadas mediante el triángulo equilátero, frecuentemente con resplandor y a veces encerrado en un círculo; mediante el círculo o círculos entrelazados, por tres entrelazos, y en general con toda figura compuesta de tres partes.
     
      El crismón que representa a Cristo se convierte en símbolo de la Trinidad, al añadírsele en la parte inferior una S, relativa al Espíritu Santo; entonces la ro griega se lee como p, de Pater, y el alfa y omega simbolizan a Cristo, todo ello encerrado en un círculo.
     
      Muy variadas y discutidas son las representaciones antropomórficas. Como tal hemos de considerar la visión de Mambré (Gen 18) o aparición de los tres ángeles a Abraham, muy difundida en la iconografía oriental. En relación con el vultus trifons, de lejano origen índico y bárbaro, se crea en el románico la discutida, y prohibida luego en 1628, Trinidad tricéfala, o trifacial, o sea una cabeza con tres rostros o tres cabezas que surgen de un tronco común. En el periodo gótico, la Trinidad se representa a veces por tres personas iguales, sentadas una junto a otra. El Padre es la figura central, anciano, suele llevar tiara; Cristo a nuestra izquierda, adulto, muestra las llagas o lleva cetro o cruz; a nuestra derecha, el Espíritu Santo, joven, a veces con alas y con libro. En relación con esta representación existe otro tipo en el que sólo D. Padre y Cristo son antropomorfos, colocándose sobre ellos en forma de paloma el Espíritu Santo. Este tema se difunde mucho a partir del Renacimiento, en relación con la coronación de la Virgen.
     
      Muy difundidos son dos tipos de representación iconográfica en que se organizan verticalmente las tres figuras. El tipo que algunos autores denominan Paternitas existe en el arte hispánico medieval y en él se representa a D. Padre, en cuyo regazo está Cristo Niño y encima la paloma del Espíritu Santo, que también puede estar sobre la mano del Niño. También vertical es la organización del llamado Trono de Gracia, que representa a D. Padre, con frecuencia entronizado, al Hijo clavado en la cruz y, entre ellos, al Espíritu Santo en forma de paloma, en posiciones diversas. Este modelo da origen al tipo llamado Compassio Patris, en el que Cristo aparece muerto apoyado en los brazos de D. Padre que le sostiene y le ofrece a la humanidad. Representaciones en que aparezcan la mano de D., el cordero y la paloma, u otros símbolos yuxtapuestos de cada una de las personas de la Trinidad, son escasas, ya que en todo momento se tiende a fundir la representación en una composición homogénea y unitaria (V. t. TRINIDAD, SANTÍSIMA III).
     
     

BIBL.: K. KÜNSTLE, Ikonographie der Christlichen Kunst, Friburgo Br. 1928; L. REAU, Ikonographie de l'art chrétien, II,1, París 1956; L. BREHIER, L'art chrétien, París 1927; F. VAN DER MEER, Majestas Domini, Roma 1938; A. DRIDON, Histoire de Dieu, París 1844; A. HECKEL, Die Trinitüt in der Kunst, Berlín 1931; G. DE PAMPLONA, Iconografía de la Santísima Trinidad en el Arte Medieval español, Madrid 1970; E. KIRSCHBAUM, Lexikon der Christtichen Ikonographie, Friburgo Br. 1970; E. DE CHAMPOURCIN, Dios epa la poesía actual, Madrid 1970.

 

JOSÉ MARÍA DE AzCÁRATE.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991