Escritor ascético, n. en Rijke1 (Limburgo belga) en 1402-03, m. el 12 mar.
1471 en Ruremunda. Estudió en la Universidad de Colonia; a los 21 años
ingresó en la cartuja de Ruremunda. Tres ocupaciones llenaron su vida: la
oración, la lectura y el estudio, y la composición de sus obras. Escribió
incansablemente toda clase de obras, variadísimas por su extensión, por su
contenido y por sus destinatarios, salvo los años 1440-46 y el trienio
1466-69, ocupado en la nueva fundación de Bois-le-Duc, de la que fue
primer rector. Su intensa vida interior, dominada por la contemplación, y
sus experiencias personales en este dominio se reflejan en sus escritos.
Recomienda insistentemente la meditación cotidiana de la Pasión, la
devoción a la Santísima Virgen, el rezo del salterio, la lucha contra el
pecado venial ayudándose del examen dos veces al día, la disciplina, etc.
Es rigorista, pero con discreción. Le consultaban personas de todas las
categorías sociales. El cardenal Nicolás de Cusa (v.) quiso que le
acompañara en su legación a Alemania (1451-52). De estos años datan
algunos opúsculos sobre la reforma. Su sepulcro fue venerado hasta
principios del siglo xvii y todavía perdura la fama de sus virtudes
heroicas. Su enorme producción literaria ocupa 44 volúmenes en la edición
última (1896-1913, 1935). El conjunto constituye una enciclopedia de
ciencias eclesiásticas. Puede dividirse en las siguientes secciones.
Exegética: 75 comentarios a todos los libros de la Escritura,
explicados en sentido literal y espiritual.
Filosófica: descuellan el comentario, literal y místico, al De
Consolatione philosophiae de Boecio (v.) y la Elementatio philosophiaa
(serie de 104 proposiciones comentadas).
Teológica, representada por el tratado, paralelo al de la filosofía,
Elementatio theologica, donde expresa y comenta en 159 proposiciones sus
opiniones en materia teológica; sus Commentaria in IV libros sententiarum,
(1459-64), le colocan entre los grandes escolásticos; la Summa fidei
ortodoxae es un resumen de la Summa de S. Tomás. En esta sección hay que
colocar sus tratados polémicos en defensa de la fe contra la superstición
y las artes mágicas. No escaparon a su atención las cuestiones candentes
de su época: la reforma, el concilio, el papado. No hubo estado o
profesión a los que no dictara luminosas normas de conducta: príncipes,
gobierno civil, eclesiásticos, religiosos, vida militar, casados,
vírgenes, mercaderes, estudiantes.
Sermones. Son 690; abundan especialmente los de Santos.
Ascética. D. resplandece sobre todo como escritor ascético y
místico. Muchos opúsculos y escritos dedicó al tema, tratado con
sorprendente coherencia interna y progresivo perfecionamiento de sus
enseñanzas. Ya su primera obra, Contra detestabilem cordis inordinationem
vel Laus cartusiana, es «como el tema musical de la grande sinfonía
mística, bella pero algo pesada, cuyo esbozo, composición y sucesivos
retoques, ocupan lugar muy importante en su obra literaria». Los tres
libros de Contemplatione «son la exposición más completa que Dionisio dio
de su doctrina mística» (Stoelen). Armoniza la doctrina escolástica de los
dones del Espíritu Santo y la noción de teología mística de Dionisio el
Areopagita (v.). Inspiradores de su doctrina, aparte el Areopagita, son
Santo Tomás (v.), S. Agustín (v.), Ruysbroeck (v.) y otros escritores
contemporáneos o algo anteriores.
Su influjo doctrinal no parece corresponder a la magnitud de su
obra, ni en los escritores posteriores ni directamente en el pueblo
cristiano. En parte porque no es un estilista y penetrar su pensamiento
exige tiempo y paciencia, en parte por falta de ediciones. No se había
editado desde el siglo xvi, y la edición moderna no es crítica. A lenguas
vivas se tradujeron opúsculos de carácter práctico, como el De quatuor
hominis novissimis que fue prohibido por la autoridad eclesiástica debido
a que enseña una doctrina dudosa relativa al purgatorio (v.). Juan de
Zumárraga (v.), arzobispo de Méjico, mandó editar dos veces, 1544 y 1545,
la Manera de hacer las procesiones.
BiBL.: S. AUTORE, Denys le Chartreux, en DTC IV,436-448; A. STOELEN,
Denys le Chartreux, en DSAM 111,430-449; A. CoMBES, Dionigi il Certosino,
en Enciclopedia Cattolica, II, Ciudad del Vaticano 1950, 1671-1674. Para
las traducciones y ediciones españolas, A. PALAU Y DULCET, manual del
librero hispanoamericano, IV,464; XV1,486.
**AU
J.MESEGUER FERNÁNDEZ.
**BIO
DIONISIO DE HALICARNASO
Vida. La obra del historiador D. de H. parece volver con cierto
éxito sobre los principios historiográficos de su gran compatriota Polibio
(v.). Poco sabemos acerca de la fecha de su nacimiento y muerte. Era
oriundo de Halicarnaso, villa de Asia Menor, de la que toma su nombre, fue
a Roma poco antes del 31 a. C., pues en la capital del Imperio le
encontramos cuando Augusto (v.) triunfa en Actium. Rápidamente se
identifica con los romanos y llega a alcanzar buenas amistades entre la
alta sociedad política e intelectual. En Roma permanece largos años, hasta
el fin del reinado de Augusto, junto a importantes personajes como Rufus
Metelius y el historiador Q. Aelius Tubero. Enseñó retórica, aunque
triunfó más como gramático que como retórico.
Obra. Sus obras, exceptuando la Antigüedad de Roma, se ocupan de
forma especial de la crítica literaria y del estilo oratorio. Una de las
primeras es Sobre los antiguos oradores, de la que se conserva la primera
parte, donde habla de Lisias, Isócrates e Iseo. Posterior es el tratado De
la ordenación de las palabras. Pero, sin duda, la más importante dentro de
este género es De la fuerza del estilo de Demóstenes, a quien considera
superior a Tucídides y a Platón. Otros trabajos retóricos de D. de H. son:
Sobre la imitación, dos cartas a Ammaeo, Carta a Graeo Pompego, sobre
Dinarco, sobre Tucídides. De algunas de estas obras se conocen solamente
fragmentos. El espíritu laborioso de D. de H. encontró en Roma cuantas
fuentes históricas precisó para componer su Antigüedad de Roma. Aprendió
latín, con lo que pudo utilizar las grandes bibliotecas; analizó cultos,
escuchó tradiciones y departió con los medios literarios. En el prólogo de
su Antigüedad de Roma, compuestas ca. el 8 a. C., tras largos años de
estancia en Roma, se muestra adherido de corazón y clara y profundamente
entregado a ella. Fue su segunda patria y se vio por ello poseído de
sincera admiración hacia el genio y las virtudes romanas que habían hecho
posible su grandeza. Como colofón a una abundante actividad publicitaria,
D. consiguió realizar una obra histórica de grandes ambiciones y de no
escaso éxito, pues la Antigüedad de Roma era el tema más atrayente de su
tiempo. Mas, como Polibio ya había descrito con genialidad inigualable las
vicisitudes de Roma a partir de las Guerras Púnicas, D. pretendió ofrecer
a los griegos los periodos más antiguos, llegando precisamente hasta los
tiempos que había historiado Polibio. Es decir, su obra abarca desde los
orígenes de Roma hasta la Primera Guerra Púnica. De los veinte libros que
la componían se conservan los 11 primeros y los 9 siguientes sólo
fragmentariamente. Se trata de una Historia en la que se compaginan
ampliamente los hechos de política interior y exterior con el estudio de
las instituciones y costumbres de la sociedad.
Fuentes. Obsesionado por la idea de lograr una Historia ejemplar,
recogió gran cantidad de información, sirviéndose de toda la analística
hoy perdida. Ello nos ha permitido conocer la obra de interesantes
autores. Procedió por análisis comparativo en la selección de sus fuentes:
Catón, Fabio Pictor, Valerius Antias, Calpurnio Pisón, Celio Antípater.
También estas fuentes fueron utilizadas por Tito Livio, pero en D. de H.
lo fueron con más amplitud y fidelidad, por lo cual resulta de primordial
interés para reconstruir toda la tradición analística; tanto más cuanto
que su crítica es escasa y se limita únicamente a seleccionar y
transcribir de su fuente los hechos que admite con todo su bagaje mítico.
Como Livio, D. de H. no cree en las leyendas que copia, pero tampoco las
rechaza o las deja en el olvido; se comporta, pues, enteramente como un
romano, sin querer renunciar a los orígenes legendarios de Roma. Aún más,
como tales orígenes legendarios enlazaban a Roma con la Grecia troyana, a
D., griego minorasiático, estas tradiciones le halagaban y seducían,
aunque no las estimara verídicas. Por ello, renuncia a hacer crítica de
estas fuentes que utiliza, y aplica un puro criterio circunstancial de
selección, sin entrar a fondo en la cuestión de su validez o de su
fidelidad histórica. La misma cronología, en la que sincroniza cónsules
romanos y arcontes de Atenas, evidencia su escaso esfuerzo personal por
conseguir una datación auténticamente seria de los hechos. Cierto es que
D. de H., a imitación de Polibio, pretende hacer una obra interesante y
útil tanto para los hombres políticos como para los dedicados a la guerra;
una obra de sapiencia política y de filosofía práctica. Pero la verdad es
que sólo consigue satisfacer a los curiosos. Y esto lo logra por la
acumulación de relatos pintorescos y el cuidado que pone en la narración
ordenada y en la exposición literaria. Ni siquiera hay en él un penetrante
análisis de la causalidad de los hechos, que tanto preocupa a su modelo,
Polibio. No hay cohesión en la sucesión de los acontecimientos. La
abundancia de datos, que toma de los analistas latinos, le lleva a una
producción histórica de relatos interminables, llena de ridículos e
inverosímiles discursos, muy de su gusto retórico, pero en completo
desacuerdo con los principios de la auténtica historiografía. Quiso
rivalizar con Tito Livio en el estudio de los orígenes de Roma y al mismo
tiempo halagar a la opinión griega, al defender su amplia participación en
la historia del Lacio primitivo; pero fracasó en su intento de aunar ambas
pretensiones.
Estilo. En resumen, pese a sus buenas intenciones, sólo logra una
obra literaria monótona y amorfa, sin conseguir interesar al lector en
unos relatos que no siente. Su lenguaje es correcto, pero declamatorio y
artificioso, sin acento personal. Ni hace buena historiografía, falto de
crítica inteligente y secuencia lógica, ni interesa al lector, porque no
siente los hechos que conducen a la grandeza de Roma, a la que admira sin
duda, pero cuyo carácter íntimo no llega a penetrar, no acertando a ver en
el Senado el alma de la grandeza de la Roma republicana.
Si tuvo cierto éxito fue precisamente porque no se pronunció en
ningún sentido extremista. Fue hombre que vivió en su retirado círculo
cultural fuera de la urbe y rodeado sobre todo de amigos retóricos griegos
o simpatizantes romanos de estas tendencias; pero careció de contacto con
la vida real y política. Sólo se impregnó su alma de una superficial
admiración por Roma y le faltó el sentido de romanidad y el humanismo que
le hubieran permitido enjuiciar la evolución del Imperio. Le sobró en
cambio erudición, pero una erudición incoherente. Falto de personalidad y
de sentido crítico para la evolución y para captar el contenido íntimo de
las instituciones.
BIBL.: G. PAVANO, Sulla
cronología degli scritti retorici di Dionisio d'Alicarnasso, Palermo 1942;
S. F. BONNER, The literary treatise of Dionysius of Halicarnassus,
Cambridge 1939; A. KLOTZ, Zu den Quellen der Archaiologia des Dionysios, «Rheinisches
Museum» (1938); G. PAVANO, Dionigi critico di Tucidide, Turín 1936; E.
GAIDA, Die Schlachteschilderungen in den Antiquitates Romanae des
Dionysius von Halicarnassus, Breslau 1934; P14. SCHULIN, De Dionysio
historico praecipuo historiae juris Romani Ponte, Heidelberg 1920; W. R.
ROBERTS, Dionysius of Halicarnassus on literary composition, Londres 1910;
F. HALBEAs, Theorie und Praxis in der Geschichtsschreibung bei Dionysius
von Halikarnassus, ed. 1910; E. GABRA, Studi su Dionigi da Alicarnasso, «Atheneum»
XXXVIII (1960), 175-225 y XXXIX (1961), 98-123; H. HILL, Dionisius of
Halicarnassus and the origins of Roma, «Journal of Roman Studies» 1961,
88-157.
A. MONTENEGRO DUQUE.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp,
1991
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