DETERMINISMO. FILOSOFIA.


La terminación -ismo suele indicar cierta exageración o «extremismo» de una idea, una postura o actitud humanas. Partiendo del hecho innegable de que existen determinaciones reales en el mundo, también en el mundo humano, social e histórico, el d. las lleva a un extremo y pretende que, sin excepción alguna, no haya cosas ni acontecimientos sino los determinados y causados por otros, y así in infinitum. Por tanto, el d. se opone, de modo contradictorio, a la libertad (v.) humana y a la contingencia (v.) del cosmos; pero es compatible con el azar (v.) y la casualidad, conceptos que no niegan la determinación universal, sino tan sólo la racionalidad e inteligibilidad de sus condiciones.
     
      Como todo «ismo» o ideología, también el d. tiene una tendencia inmanente a extenderse al universo en su totalidad. En la historia de las ideas y de las ideologías, apenas conocemos una mentalidad determinista que se haya restringido a un cierto plano o nivel de lo real: p. ej., al de lo físico, biológico, psicológico, noológico, ético-moral, sociológico, histórico. Si se trata del d. físico, (V. MATERIALISMO; MECANICISMO), inmediatamente predomina y trae consigo todos los demás. Por consiguiente, este artículo empezará con el d. físico, para explicar después su influencia en otros niveles del ser.
     
      El asunto es diferente si se trata de un d. teológico o, mejor y más ampliamente dicho, religioso; en este caso abarcaría también el panteísmo (v.) europeo, sobre todo Spinoza (v.), y las religiones de Asia (v. ASIA VI); ya no se trataría de un d. in infinitum, sino originado por un dios o una divinidad no determinada por otra entidad o realidad. Por tanto, sería mejor hablar en este caso no de d., sino de predeterminismo, o de predestinación.
     
      El determinismo físico, que está en la base de cualquier d. metafísico y universal, no presupone la determinación de los sucesos por leyes naturales, racionales e inteligibles. Ya a mediados del s. v, el atomismo (v.) determinista de Leucipo y Demócrito identifica el azar con la necesidad (v.), mejor dicho, la forzosidad (ananke), en los movimientos y las colisiones de los átomos. Aristóteles, sólo un siglo más tarde que los atomistas, escribe de ellos «que atribuyen al azar la causa, tanto de este firmamento como de todos los mundos; pues del azar (apo tautomatou) nacen el remolino y el movimiento» (Física, B,4,196a24; Diels, II, 68A69-70',101). Este testimonio no contradice, en modo alguno, a otro que ha transmitido Diógenes Laercio (s. in d. C.) en Vidas de filósofos: «Todo ocurre por forzosidad (kat' ananken), porque la causa del comienzo de todo es el remolino, que (Demócrito) llama necesidad» (1. c., IX,45; Diels, II,68A1, 84). Acaso la llave de la interpretación se encuentre en el único fragmento entero que poseemos atribuido a Leucipo: «Ninguna cosa surge en vano (maten: de modo inútil), sino todo por causa (ek logou) y forzosidad (hip' anankes) ». Aecio (s. II d. C.), que en su doxografía Placita nos refiere esta frase, añade que Leucipo veía en todo la necesidad del Destino, heimarmene (Diels, II, 67B2,81). Sabemos que la mentalidad helénica fue poseída ya desde sus principios por la idea de una poderosa necesidad y forzosidad, kratere ananke, un d. a ultranza, nutrido por la creencia ciega en un Destino, un Hado, una Fatalidad inexplicables (el aspecto azar), implacables e inexorables (el aspecto forzosidad, d.) a la vez y simultáneamente. Los nombres de éste son: moira, aisa, heimarmene; pero pronto se confunde con la f isis y el logos (sobre Heráclito, Diels I,22A5 y 8, 145, 16 y 35-37).
     
      Es interesante observar que ya Epicuro (v.) y sus .discípulos, sobre todo Tito Lucrecio Caro (96-55 a. C.), modificaron el atomismo determinista, admitiendo desviaciones o inclinaciones (clinamen es el término técnico de Lucrecio: De rerum natura, 2,292) espontáneas de los átomos en sus movimientos, y este alivio del d. físico dio paso libre a la autodeterminación del hombre en su conducta moral, para ser feliz en la ataraxia, la libertad de dolores y de inquietud del alma.
     
      Casi siempre que fue reanudado un atomismo, más o menos determinista, provocó la crítica de una filosofía de la libertad y del espíritu; p. ej., en la primera mitad del s. xic la de Bernardo de Claraval contra Guillermo de Conches. Aunque en los s. XVII y XVIII, pensadores como Pierre Gassendi y Roger Boscovich intentaron dinamizar e incluso «bautizar» el atomismo, las tendencias generales del mecanicismo en la física clásica se inclinan hacia un d. global y total, como el que se encuentra en el materialismo de Thomas Hobbes (v.), que abarca también las decisiones humanas, y que se expresa de manera mucho más científica en la famosa formulación de Pierre Laplace (v.): «Una inteligencia que, en un instante dado, conociera todas las fuerzas de las que la naturaleza está animada y la situación respectiva de los seres que la componen, si por otra parte ella fuese suficientemente vasta para someter a análisis estos datos, abrazaría en la misma fórmula los movimientos de los cuerpos más grandes del universo y los del más ligero átomo; nada sería incierto para ella, y el porvenir como el pasado sería presente ante sus ojos. El espíritu humano ofrece, en la perfección que ha sabido dar a la astro nomía, un débil bosquejo de aquella inteligencia» (Essai philosophique sur les probabilités, 2 ed. 1814, 3-4; reimpreso en Oeuvres complétes, París 1886,.6).
     
      Un examen crítico de este texto de Laplace revela que son tres los momentos decisivos para establecer el d. físico: 1) Un atomismo sustancial: El universo consiste en un sinnúmero de corpúsculos indestructibles. De no existir esta multiplicidad, no tendría sentido hablar de «la situación respectiva de los seres», porque en un continuo no hay composición ni situación. 2) Un continuo intermedio: Los átomos se mueven en trayectorias continuas a través de un espacio continuo e infinito y de un tiempo continuo e infinito. Es la misma oposición que se da entre el pampleres on (el ente pleno) y el me on (el no ente) de Demócrito. 3) Un dinamismo cinético: Los átomos no caen al azar, sino que están «animados de fuerzas», y estas fuerzas siguen leyes estrictas de determinación; por tanto, los movimientos pueden ser sometidos a un análisis matemático diferencial e integral. Este tercer punto es la novedad decisiva que añade la física clásica (newtoniana, del s. XVIII) a la física antigua (helénica).
     
      Ahora bien, es un gran error, que se arrastra a través de muchas publicaciones sobre el tema, decir que la nueva física (del s. xx) se haya alejado del tercer punto del programa de la física clásica, a saber, la determinación de fuerzas dinámicas (hoy día se prefiere la precisión: de campos energéticos) por leyes naturales, que permiten su formulación racional-lógica en ecuaciones matemáticas. Pero sí es verdad que la nueva física rechaza rotundamente el primero y el segundo presupuesto de «la ilusión de Laplace» (Milic Capek), a saber, un atomismo sustancial y un continuo intermedio, independientes y separables entre sí.
     
      Más cercana al ideal de Laplace, al «análisis que abrazaría en la misma fórmula todos los movimientos», se encuentra hoy día la Teoría unificadora de campos de partículas elementales, publicada por el premio Nobel Werner Heisenberg (v.) en 1967. Su sentido es el siguiente: «La descripción espacio-temporal de procesos microfísicos, por una parte, y la ley causal, en su forma clásica, por otra, son caracteres complementarios del suceder físico, que se excluyen mutuamente. El formalismo de la teoría corresponde a este hecho con la existencia de un esquema matemático de la teoría cuántica, que ya no puede ser interpretado como una vinculación sencilla de objetos colocados en espacio y tiempo» (cfr. W. Strobl, El principio de complementariedad..., en «Anuario Filosófico de la Univ. de Navarra» 1, 1968, 183-203; el esquema mencionado de Heisenberg, en su o. c. 193). Esto quiere decir que no puede ser determinado más que lo que existe.
     
      Laplace había creído en la existencia de átomos, como pequeños trozos de materia indestructible, y de un espacio y un tiempo absolutos, infinitos y continuos. La física del s. xx ha comprobado que materia, espacio y tiempo son nociones que pertenecen al mundo del hombre, y que no pueden trasladarse al micromundo de las partículas (más exactamente: los eventos) elementales, donde las fuentes interiores de lo que insertamos en el esquema materia-espacio-tiempo están in statu nascendi, en el momento de nacer, de realizarse, actualizarse, manifestarse, encarnarse (todos son términos técnicos de la física actual, caros sobre todo al premio Nobel Louis de Broglie; v.).
     
      La consecuencia inevitable de la investigación científica del s. xx es la siguiente: aun cuando conociésemos todos los datos de un estado actual del mundo, sin embargo, los estados futuros no podrían calcularse como hechos ya consumados y predestinados, sino tan sólo como halos de inclinaciones hacia una mayor o menor probabilidad. Por tanto, no hay ni d. ni indeterminismo en la física actual, sino tan sólo el fracaso de la descripción en categorías de materia, espacio y tiempo, al tratarse del mundo microfísico y elemental. Sobreviene la superposición jerárquica de los estratos o niveles de determinación física: las leyes de la composición nuclear sustituyen y complementan a las de las partículas elementales en estado libre; las leyes de la formación atómica (con las capas electrónicas) son a su vez superiores; las leyes moleculares, cristalinas, bioquímicas, etc., son también a su vez superiores; y así se cumple la ley general de que las leyes superiores contienen y abarcan las inferiores como casos especiales. Nada impide considerar la libre decisión personal como una última superdeterminación en este reino ascendente de campos energéticos, con la diferencia de que la energía liberada ya no es más física, sino un esfuerzo espiritual para superar la inercia y resistencia del cuerpo (Aloys Wenzl) (V. FÍSICA NUEVA, IDEAS FILOSÓFICAS EN LA).
     
      Este nuevo concepto de superposiciones de niveles o campos energéticos, cada uno con sus propias leyes específicas, que virtualizan o potencializan los elementos estructurales inferiores, termina definitivamente con el d. físico. Por tanto, para salvar la libertad humana ya no hace falta el dualismo kantiano (V. KANT) que restringe la validez del d. físico al mundo sensible, a las apariencias que se derivan de las categorías del entendimiento humano, pero no lo considera válido para el «mundo inteligible» del nóumeno del «ser en sí», de la causalidad por libertad (Crítica de la Razón pura, A 538-559, B 567587). Si no hay d. físico, la libertad humana se decide en su propio campo de acción.
     
      Otras formas de determinismo. Cambia el sentido cuando algunos autores hablan de un ético-moral y también de un d. lógico-formal, porque entonces ya no se trata de una determinación por otras cosas o eventos, como en el d. físico, sino de la autodeterminación de la persona, según la evidencia de un valor o de una verdad. Desde luego y por supuesto, si veo con toda claridad que algo es bueno para mí o en sí, o si veo que algo es verdad evidente así y no de otro modo, lo admitiré. En la historia de la filosofía, esta teoría de que la evidencia de lo que es bueno o de lo que es verdad determina el consentimiento, se ha introducido a partir del intelectualismo ético de Sócrates y Platón, quienes han afirmado que se puede enseñar y aprender la virtud. Aristóteles es más escéptico, como filósofo de la empiría biológica: el hecho innegable de la incontinencia humana comprueba que, aun sabiendo lo que es bueno, el hombre puede efectuar lo que es malo. En la Edad Moderna, pensadores como Spinoza y William lames se inclinaron más al d. lógicomoral, mientras que Descartes, Leibniz, Kant, Fichte, Schelling fueron los abogados de la libertad personal.
     
      Determinismo psicológico. Puede llamarse así al d. que defienden John Locke y David Hume (aunque proviene del materialismo de Hobbes), porque no es un monismo (v.), sino que distingue entre alma y cuerpo. Olvida las cuatro causas (v.) aristotélicas. Un apetito, un impulso, un deseo, un motivo, un valor ético, una verdad nunca actúan como una causa eficiente que determina mi acción, sino que se trata de causas formales, ejemplares y finales, según las cuales yo mismo me decido y determino; y en esta autoiniciativa consiste la libertad (v.). Desde luego, hay muchos automatismos, mecanismos y reflejos que influyen en nuestro comportamiento y lo determinan parcialmente, sobre todo en casos anormales que son tema de la psiquiatría. En cuanto se trata de complejos inconscientes (S. Freud los llamaba un es, un «ello» o «algo», fuera del «yo soy»), pueden fomentar más bien un d. físico, y no psíquico; porque la psique, el alma, se define precisamente por la conciencia del «yo soy»; y algo psíquico inconsciente es una contradicción en los términos. Se podía comprobar que, incluso en el estado poshipnótico, una persona no efectúa mandamientos hipnóticos que contradicen a su conciencia y a su carácter libremente formado. Por fin, la enfermedad triste de cleptomanía no puede disculpar cualquier robo.
     
      Para aclarar el problema del d., vale la distinción entre un d. duro (hard) y blando, suave (soft). El último es el clásico de los estoicos, de Hobbes, Locke, Hume, John Stuart Mill, Alexander Bain («el motivo más fuerte») y otros, que pretenden conciliarlo con la responsabilidad moral y jurídica, basándose en un d. causal de castigo y recompensa. El duro (sincero y consecuente) niega tal compatibilidad. Por tanto, no hay criminales, sólo infelices. Los defensores del d. duro no solamente son los materialistas, como Lamettrie y Holbach, sino también Schopenhauer (v.) y recientemente el norteamericano John Hospers. La distinción fue introducida por William lames (The Dilemma of Determinism, en Essays..., 1897) y reanudada últimamente por Paul Edwards.
     
      Las tendencias actuales van hacia una crítica y eliminación de conceptos usuales, pero no bien fundamentados in re; p. ej., voluntad, volición, deseo, acción. Porque siempre soy yo quien entiende algo, y no mi razón; y soy yo quien quiere o prefiere algo, y no mi voluntad o mis voliciones (Ludwig Wittgenstein, Gilbert Ryle, A. 1. Melden, J. L. Austin, 1. O. Urmson y otros).
     
      Otra dirección va hacia una superación definitiva del d. por la autodeterminación de la persona libre. Se basa en Thomas Reid (1710-96; Essays on the Active Powers of Man, 1788), y se continúa por Kant, Fichte, Samuel Clarke (1675-1729), Charlie Dunbar Broad (n. 1887), hasta los contemporáneos C. A. Campbell («actividad creadora»), Richard Taylor (I Can), Arthur Danto, quien ha explicado que el concepto de la acción humana es básico y no analizable, y que nada le corresponde en las ciencias físicas. Últimamente, se podrá decir que a la jerarquía de determinaciones físicas corresponden asimismo, los niveles de la libertad personal.
     
      V. t.: LIBERTAD.
     
     

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WOLFGANG STROBL.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991