DESPOSORIO ESPIRITUAL


Concepto. En la fenomenología mística se designa con esta fórmula, de uso habitual en los escritores espirituales y muy frecuente en las autobiografías de los santos, la «mutua promesa entre Dios y el alma de un futuro matrimonio místico». Al calar más hondo en la definición, un autor clásico, José del Espíritu Santo, precisa: «el Desposorio Místico es una íntima comunicación de Dios al alma, perfectamente purificada, disponiéndola de inmediato para el matrimonio místico» (Cursus, IV, Brujas 1931, 187).
     
      El problema puede consistir en quedarse en la superficie del término por carecer de preparación para ahondar en su contenido. Pero también los místicos experimentales tropezaban, por camino inverso, con la dificultad de expresar en lenguaje humano el fenómeno. La cuestión del «lenguaje de los místicos» ha atormentado no sólo a los teólogos (atentos a la ortodoxia de las fórmulas doctrinales), sino también a los creadores y usufructuadores de la literatura espiritual. Los místicos (admitía J. Ortega y Gasset) son formidables artistas de la palabra. En efecto, en la fragua, siempre encendida, del alma, forjan un lenguaje propio de altísimos quilates. La metáfora, la expresión feliz, el rodeo alegórico, tienen un valor literario indiscutible. Y, con todo, los místicos se muestran insatisfechos de su expresión, porque la materia que tratan es inefable (y, por tanto, indecible) y lo que dicen, lo dicen con analogías. Pues bien; una es ésta del d. e. S. Teresa la califica de «grosera comparación», pero añade: «yo no hallo otra que más pueda dar a entender lo que pretendo» (Moradas, V,4,3). En realidad, el origen de este lenguaje del místico desposorio arranca de la cantera bíblica. El Cantar de los Cantares (v.) será siempre el libro preferido de los místicos, la fuente de su inspiración. El mismo S. Pablo emplea la analogía nupcial hablando del amor de Cristo a la Iglesia (cfr. 1 Cor 7,20; 2 Cor 11,2; Eph 5,23).
     
      La tradición del d. e. enraizada en la Biblia pervive a través de la literatura mística cristiana, se encarna en las vidas de los santos, y es tema abordado por los escritores de Teología espiritual. De los tres aspectos se pueden aducir numerosos ejemplos. En S. Agustín (Enarrationes in Psalmos, 44: PL 36,494-495) encontramos intuitivas resonancias; en S. Bernardo el lenguaje de amor es audaz; Juan de Ruysbroeck (1293-1381; v.) edifica su obra maestra (De ornatu spiritualium nuptiarum, en Oeuvres, III, 2 ed. Bruselas 1928), partiendo del bíblico clamoreo: ¡Ahí está el esposo, salid a su encuentro! (Mt 25,6). El Esposo es Cristo, dice Ruysbroeck, y la esposa, la naturaleza humana, adornada con la gracia y los dones. El influjo de este libro de Ruysbroeck fue inmediato y duradero: Dionisio el Cartujano (m. 1471), Enrique Herp (m. 1477), etc.
     
      Estructura. Prescindiendo de las autobiografías e incluso de la exposición que de él hacen los manuales de Teología Espiritual, vamos a ver la estructura de ese extraordinario fenómeno, tal como la dibuja S. Juan de la Cruz.
     
      Siendo el Desposorio místico una de las fases postreras del proceso de unión con Dios (la vida mística es producto del amor teologal, es decir, desarrollo en plenitud de la caridad), resulta lógico que S. Juan de la Cruz (v.), que ha convertido en eje de su sistema la «unión de amor», aborde el tema en el comentario a las estrofas del Cántico Espiritual. La base la puso en la Subida; toques últimos da en Llama de amor viva. Pero donde trata ex profeso la cuestión es en el Cántico, tan acorde al motivo del Cantar de los Cantares, tan personal en la fuerza lírica y en el esquema ideológico. Lo que nos interesa ahora, sin embargo, no es el valor poético, sino la profundidad descriptiva; es decir, ver cómo S. Juan encuadra y analiza el d. e. en el marco de la psicología sobrenatural. El d. es una etapa del itinerario del alma. Etapa de subida, de montaña, de sol y fuego. Es una fase de un proceso fenomenológico de «transformación en el Amado». Los sanjuanistas sugieren ante el problema de la doble redacción del Cántico, que la segunda es un esfuerzo de adaptación doctrinal de la redacción primera, en la que al fluir poético no se impone más ley que la espontaneidad.
     
      El esquema, pues, del Cántico, encajándose en el esquema-base de la vida espiritual, ofrece tres etapas sucesivas: 1) búsqueda del Amado, cuando el alma tiene «el corazón bien enamorado», «vacío, hambriento, solo, llagado, doliente de amor» (Cántico, 9,6); 2) encuentro, o sea, el desposorio; y 3) el matrimonio.
     
      Un fondo común se adivina en este esquema cuando se compara con el esquema de las Noches o de la Llama. Las tres fases se hallan esencialmente en los otros libros, si bien el Cántico, por su misma índole, analiza con más morosidad la segunda y la tercera. Correspondencia, pues, de las «noches» con los esquemas tradicionales de las vías o de los estados: purgativa, iluminativa, unitiva; incipientes, proficientes, perfectos (v. VÍAS DE LA VIDA INTERIOR). Y correlatividad u homogeneidad entre noche pasiva del espíritu y d. e. La meta de las noches es un «alto estado de amor y unión de amor, en que, después de mucho ejercicio espiritual, suele Dios poner al alma, al cual llaman desposorio espiritual con el Verbo Hijo de Dios» (Cántico, 14-15,2). El d. e. es, por tanto, el fin de la noche pasiva del espíritu (v. PURIFICACIÓN III), el último instante de la vida iluminativa (v.).
     
      El d. e. se realiza con un ritual solemne:«Sí de amor», «entero y verdadero» (Cántico, 20-21,2); «sí de gracia». La esencia, con todo, del acto, está marcada por un carácter de fugacidad. La visita es rápida; el alma, al salir del éxtasis (v.), se halla en un clima espiritual nuevo, prometida, visitada, con «un conocimiento de Dios nuevo» (Cántico, 14-15,23), mas también en un estado de espera, de amor impaciente, de ausencia (v. ARIDEZ ESPIRITUAL). Un texto de S. Juan de la Cruz, en que alude de pasada a la situación mística del d., sintetiza y reduce la estructura a sus líneas esenciales: «Viene bien notar la diferencia que hay entre tener a Dios por gracia en sí solamente, y tenerle también por unión, que lo uno es bien quererse, y lo otro es también comunicarse, que es tanta la diferencia como la que hay entre el desposorio y el matrimonio; porque en el desposorio sólo hay un igualado sí y una sola voluntad de ambas partes y joyas y ornato de desposada, que se las da graciosamente el desposado; mas en el matrimonio hay también comunicación de las personas y unión» (Llama, 3,24). En esta situación de espera, el alma recibe «otras disposiciones positivas de Dios, de sus visitas y dones, en que la va más purificando y hermoseando» para «tan alta unión». Para el matrimonio.
     
      Crítica. Se ha criticado en general, como lo hace J. Leuba, el simbolismo erótico de los místicos. La escuela de Freud (v.) y los psicoanalistas irán aún más lejos, explicándolo todo por la hipótesis de las frustraciones o compensaciones sexuales. En concreto, J. Baruzi, entusiasta del símbolo «noche», enjuicia peyorativamente como un «pseudo-simbolismo» el Desposorio o el Matrimonio. Las críticas son tan superficiales que resbalan por la superficie; tan miopes, que no ven, bajo la superficie alegórica, la honda, dinámica y sobrenaturalizante realidad de la gracia y de la caridad. Sólo a la luz de la fe se comprende el misterio de la «deificación» del hombre.
     
      V. t.: FENÓMENOS MÍSTICOS EXTRAORDINARIOS;MÍSTICA II.
     

BIBL.: L. BEIRNAERT, La signilication du symbolisme conjugal dans la vie mystique, «Études Carmelitaines» 31 (1952) 380-389: EUGENIO DE SAN José, El desposorio espiritual en la mística de San Juan de la Cruz, «Mensajero de Santa Teresa» 7 (1929) 309320; L. ZABALZA, El desposorio espiritual según San Juan de la Cruz, Burgos 1964.

 

ÁLVARO HUERGA.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991