DESIERTO. DESIERTO EN LA BIBLIA.


El desierto como término geográfico. El término hebreo más frecuente para designar el d. es midbar que, generalmente, designa las zonas de transición entre los campos bien cultivados y los totalmente incultos: Jeremías, que escribe desde su pueblo de Anatot, con el d. de Judá a la vista, lo califica de «tierra donde no se siembra, tierra de arenales y barrancos, tierra árida y tenebrosa, tierra por donde no transita nadie y donde nadie habita (2,2.6). Otras palabras para designar el d. son: `Araban, cuya significación fundamental coincide con la de midbar, con el cual suele usarse en paralelismo (Is 35,1.6; 40,3; 41,19; 51,3; Ier 2,6; etc.); Horbah, que significa «ruina», «desolación». Yésimón, que significa etimológicamente «devastación». Las versiones griega y latina lo traducen por vasta solitudo (Dt 32,10), tierra sin agua (Dt 32,10; Ps 78,40; etc.), y sin caminos (Is 43,19.20). En resumen, como término geográfico el d. bíblico evoca la idea de un lugar habitualmente sin agua, sin vegetación ni habitantes, poblado por demonios (Lev 16,10; Lc 8,29; 11,24), sátiros (Lev 17,7) y animales maléficos (Is 13,21; 14,23; 30,6; 34,11-16;_ Soph 2,13-14). Es decir, en el lenguaje bíblico, el d. se opone a la tierra habitada lo mismo que la maldición se opone a la bendición.
     
      Entre los principales d. que aparecen en la Biblia figuran los de 'Etam (Num 33,8), Súr (Ex 15,22), Sin (Ex 16,1), Sinaí (Ex 19,1.2), Farán (Num 10,12), Berseba (Gen 21,14), Judá (Idc 1,16; Mt 3,1), Maón (1 Sam 23,24.25), Zi/ (i Sam 26,2), Engadi (1 Sam 24,2), Tecua (2 Par 20,20), Jeruel (2 Par 20,16), Betavén (los 18,12), Gabaón (2 Sam 2,24), Edom (2 Reg 3,8), Moab (Dt 2,8), Arabia (Ier 25,23-24), Cademot (Dt 2,26).
     
      El desierto, cuna del pueblo elegido. Los 40 años de d. entre la salida de Egipto y la entrada en la tierra prometida marcan el nacimiento y constitución del pueblo elegido. Hasta aquí existían los descendientes de la familia y clanes patriarcales (v. PATRIARCAS). Es durante la estancia en el d., a raíz de la alianza (v.) del Sinaí (v.), cuando Israel toma propiamente la forma de pueblo. El «Dios de Abraham, Isaac y Jacob» se revela en el d. bajo el nombre de Yahwéh y por medio de Moisés (v.) lleva a cabo la estructuración inicial de su pueblo en el aspecto religioso, moral, social, político y civil. Las circunstancias cambiantes de la historia irán modelando y enriqueciendo el estatuto constitucional y la legislación de este periodo inicial, pero este trabajo de adaptación se hará siempre dentro de los principios y espíritu que presidieron el nacimiento del pueblo. Cuando el pueblo elegido se vea forzado a encontrarse consigo mismo en orden a renovar su vida y sus instituciones, lo hará siempre de cara a este periodo constitucional de estancia en el d.
     
      Al lado del nacimiento del pueblo elegido tienen lugar otra serie de hechos salvíficos relevantes que acentúan aún más la importancia del d, Además de la revelación del nombre de Yahwéh, la conclusión de la alianza del Sinaí, la donación del Decálogo (v.) y la Ley (v. LEY DE MoisÉs), Dios se hace presente en medio de su pueblo en el arca y tienda de la reunión (V. INSTITUCIONES BíBIICAS), lo guía a través del d. por medio de la nube y columna de fuego, lo alimenta con el maná (v.), etc.
     
      Los hechos más salientes de la estancia en el d. se actualizaban anualmente en las tres fiestas principales de la liturgia israelita. Pascua (v.), Pentecostés (v.) y Tabernáculos (V. FIESTA II) conmemoraban respectivamente la salida de Egipto (Ex 23,15); la promulgación de la Ley en el Sinaí 50 días después de cruzar el mar Rojo (Ex 19,1) y la estancia en cabañas en el d. (Lev 23,43).
     
      Idealización del desierto. La especial providencia de Yahwéh sobre su pueblo durante 40 años, arrancan de la pluma de profetas y salmistas poemas llenos de lirismo. Para Oseas (v.) y Jeremías (v.) el recuerdo del d. evoca la felicidad del primer amor, la intimidad de los desposorios, la fidelidad de Israel como respuesta al amor de Yahwéh, la ternura del padre para con su hijo (Os 2,1617; 9,10; 11,1; 13,4-5; Ier 2). Isaías (v.) presenta la restauración de Israel como un nuevo Éxodo y una nueva marcha a través del d. (Is 32,15-16; 35,1-2; 40,3; 41,1820; 43,19-20; 45,21; 48,21; 51,3; 63,12-14). Los hechos salvíficos del d. constituyen asimismo el tema de varios salmos y confesiones de fe. La mayor parte de ellos son himnos que toman como motivos de alabanza las intervenciones salvíficos de Yahwéh en favor de su pueblo (Ps 78; 105; 114; 135; 136; Idt 5,5-21; Neh 9,6-37).
     
      Algún eco de esta mística del d. puede encontrarse en tantos personajes claves del pueblo elegido que han ido a buscar a la soledad la renovación y el encuentro con Dios: Moisés (v.), David (v.), Elías (v.), los Recabitas, Juan Bautista (v.), Jesucristo (v.), Pablo (v.).
     
      El desierto como prueba. «Jesús fue conducido por el Espíritu al d. para ser probado por el diablo» (Mt 4,1). La prueba a la que fue sometido Jesús (v. TENTACIÓN I) era una repetición de la prueba del pueblo durante los 40 años del d. En el debate bíblico entre el diablo y Jesús, éste remite siempre a su interlocutor a pasajes del Deuteronomio que hablan de las pruebas del pueblo de Dios en el d. (Dt 8,3; 6,16; 6.13). Como se ve, en la mente de los escritores posteriores, según se recoge en el Deuteronomio, la travesía a lo largo del d. tenía carácter de prueba (Dt 8,2-6). Más aún, se hace constar que el pueblo no superó la prueba plenamente, sino que sucumbió en distintas claudicaciones. Esta visión peyorativa del d. se deja traslucir en Ex 14,11; 16,2-3; 17,2-3; 32; Nuh 14; 16; 20; 21; Ez 20; Ps 78; 95; 106. Véase en el N. T. Act 7,41 ss.;1 Cor 10,5;Hebr 3,7-19.
     
      El desierto como preparación del camino de Yahwéh. El ideal del d. había calado tan profundamente en la conciencia del pueblo que llegó a formarse una tradición, según la cual los tiempos mesiánicos se abrirían repitiendo las experiencias del d. En esta perspectiva debe colocarse la huida al d. de los asideos (1 Mac 2,29-30; v.), como también de la comunidad de Qumrán (v.), cuya vida, según confesión propia en dos pasajes importantes de la Regla de la Comunidad (1QS 8,12 ss.; 9,20) prepara los caminos del Mesías en el d., según estaba profetizado por Is 40,3. Testigos de esta tradición son los muchos falsos profetas de que habla Flavio Josefo (De Bello Iudaico, 11,13,4-5; Antiquitates Iudaicae, XX,5,1; XX, 8,10) y de los que se hace eco el N. T. (Mt 24,26; Act 21,38), los cuales conducían a las multitudes al d. para allí repetir los milagros del Éxodo. Dentro de esta misma perspectiva debe colocarse la estancia en el d. de Juan (v.) el Bautista y de Jesús. Los 40 días de retiro de Jesús deben ser entendidos a la luz de los 40 años del d. Jesús repite la prueba del d. en sentido positivo: allí donde el pueblo sucumbió, Cristo triunfó en tres resonantes victorias.
     
      Cristo, nuestro desierto. W. Schmauch concluye su estudio sobre el sentido teológico del d. en el N. T. diciendo que a la expresión veterotestamentaria «en el desierto» corresponde en el N. T. la fórmula «en Cristo» (o. c. en bibl. 222-223). Es decir, el d. significaba para los fieles del A. T. lo que Cristo significa para los del Nuevo, a saber, la clave y resumen de la revelación, de la gracia y de la salud. Más aún, el N. T. establece profundas relaciones entre los hechos del d. y la obra de Cristo, de manera que puede decirse que Cristo es nuestro desierto: Cristo es el verdadero pan del cielo, el agua viva, es el camino y la luz que orientan en la noche, la serpiente levantada en alto para salvar a cuantos vuelven sus ojos a ella, el nuevo Moisés, etc. En una palabra, las figuras del d. dan paso a la realidad por ellas significada.
     
      La Iglesia en el desierto. Apc 12,6.13-14 habla de una mujer misteriosa que se vio obligada a huir al d. para allí habitar y ser alimentada durante 1.260 días. Según la interpretación más probable esta mujer no es otra que la Iglesia del N. T., la cual, lo mismo que el pueblo de la A. Alianza, se ve sometida, antes de entrar en la patria definitiva, a un periodo de prueba, durante el cual es asistida por una especial providencia. Esta interpretación de Apc 12 se ve confirmada por Heb 3-4, donde los cristianos en camino hacia la felicidad escatológica son comparados a los israelitas en marcha hacia la tierra prometida. San Pablo se coloca en la misma perspectiva cuando habla del alcance y sentido paradigmático de la marcha a través del d.: «Todas estas cosas les sucedieron a ellos en figura y fueron escritas para amonestarnos a nosotros, para quienes ha llegado la plenitud de los tiempos» (1 Cor 10,11).
     
     

BIBL.: G. CAMFS, Desierto, en Enc. Bibl., 2,863-867; Desierto, en X. LÉoN-DUFOUR, Vocabulario de Teolggía bíblica, Barcelona 1966, 189-192; 1 STEINMANN, San Iuan Bautista y la espiritualidad del desierto, Madrid 1959; P. BONNARD, La signitication du désert selon le Nouveau Testament, en VARIOS, Hommage et Reconnaissance, Neuchátel-París 1946, 9-18; G. KITTEL, Erémos, en TWNT II,654-657; U. W. MAUSER, Christ in the Wilderness, «Studies in Biblical Theology» 39 (1963); T. A. ROBERT, The Role of the Desert in Israelite Thought, «The lournal of Bible and Religion», 27 (1959) 41-44; W. SCHMAUCH, In der Wüste. Beobachtungen zur Raumbeziehung des Glaubens im Neuen Testament, en VARIOS, In Memoriam Ernst Lohmeyer, Stuttgart 1951, 202-223; E. TESTA, Il Deserto come ideale, «Studii Biblici Franciscani» VII (1956-57) 5-52.

 

A. GONZÁLEZ LAMADRID.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991