DESARROLLO ECONÓMICO Y SOCIOPOLÍTICO. MORAL DEL DESARROLLO ECONÓMICO.


El d. de los pueblos, como cualquier otro problema económico, no puede desentenderse de la ética; también admite, y aun diríamos exige, un planteamiento moral. Los aspectos éticos del desarrollo económico a nivel nacional se tratan en las voces JUSTICIA SOCIAL y DISTRIBUCIÓN DE BIENES. Aquí nos limitamos, por tapto, a la moral del d. e. a nivel internacional. Sobre este tema puede verse también la voz SUBDESARROLLO.
     
      Aspectos de moral internacional. La base sobre la que deben fundamentarse las cuestiones internacionales del d. e. es la sociabilidad (v.) del hombre; se trata de una exigencia natural que le lleva a formar agrupaciones de distintas clases y a diferentes niveles para satisfacer más plenamente la amplia gama de sus necesidades y alcanzar el perfeccionamiento al que puede y debe aspirar. En cuanto el hombre forma una sociedad, en un sentido amplio, surge inmediatamente el concepto de bien común (v.) como idea que debe presidir y regular la convivencia (v.). Tradicionalmente, y salvo raras excepciones, al menos en la práctica, la sociabilidad se ha reducido al ámbito de las fronteras de la nación y el bien común al bien común nacional. Pero aun admitiendo la total justificación de las fronteras políticas, en muchas ocasiones de carácter bastante artificioso, no se ve por qué los deberes sociales del hombre han de estar limitados por ellas, pasando por encima de la unidad esencial de origen y destino de todos los hombres. La luz del bien común internacional debe iluminar las relaciones entre los países afortunados y los deprimidos.
     
      Si nos preguntáramos por el espíritu que debe informar e inspirar estas relaciones habría que decir que, en primer lugar, por la justicia (v.), ya que la vida social, a cualquier nivel, es inoperante e incluso imposible, si esta virtud no regula las relaciones entre los miembros. Las injusticias provocan no solamente las discordias abiertas y violentas que llamamos guerras, sino también una situación de rebeldía constante, que puede que no se manifieste en un conflicto armado, pero que está en el polo opuesto de la verdadera paz social. Sin embargo, nos parece que no sería suficiente la justicia para fundamentar las relaciones internacionales. Los miembros de una familia, sobre todo si uno de ellos está en penuria, no se guían exclusivamente a base de derechos y deberes: debe haber algo más entre ellos, y eso es el amor (v.). Si los países ricos quieren sacar el mayor provecho que las circunstancias les permiten en sus relaciones con los subdesarrollados, no se podrá encontrar una solución justa al problema.
     
      Así, pues, la justicia y la caridad (v.), que supone un cierto grado de desinterés, deben informar la actuación de los poderosos en sus relaciones con los que, unas veces por causas no imputables a ellos, y otras con un grado de culpa propia, son los parientes pobres de la familia humana.
     
      Vamos a fijarnos en tres aspectos de la ayuda que puede ser prestada a los países subdesarrollados y que la precisan como condición necesaria, aunque no suficiente, para poder salir de su situación de retraso. Y decimos como condición necesaria, pero no suficiente porque no hay posibilidad de d. sin propio esfuerzo; la ayuda exterior potenciará ese esfuerzo, pero no lo puede suplir totalmente. Esos tres aspectos son: a) la reestructuración del comercio internacional; b) la ayuda material, y c) la ayuda humana.
     
      a) Reestructuración del comercio internacional. Aun cuando el comercio (v.), tanto interior como internacional, se realiza hoy por el sistema de compraventa, es decir, valorando y pagando el producto en moneda, es obvio que en el fondo, tras las operaciones de compraventa, se esconde el trueque. Para poder comprar es preciso disponer de dinero, pero éste se obtiene vendiendo algo. Entonces, la relación en que se intercambian los productos, la «relación real de intercambio» de los economistas, dependerá de los precios con que se valoren los bienes que se cambian. Veamos lo que ocurre en el comercio internacional.
     
      Los países subdesarrollados exportan una pequeña variedad de productos agrícolas y primeras materias minerales, y tienen que comprar en el exterior una extensa gama de productos elaborados o semielaborados. Esto hace que la posición contractual de ambas partes no esté equilibrada. El hecho de que aquellos países dependan de un corto número de productos para su abastecimiento de divisas, agravado a veces por el carácter perecedero de algunos de esos productos, les hace sumamente débiles y vulnerables en el momento de pactar precios en el mercado internacional. Si además se tienen en cuenta los bajísimos niveles de los salarios debido a la pobreza del país y al poco peso efectivo de las organizaciones profesionales de los trabajadores, el resultado será unos precios de exportación poco remuneradores. Por el contrario, los países más prósperos tienen una exportación muy diversificada, con mucha mano de obra incorporada, siendo muchos de esos productos de necesidad absoluta para los países atrasados; sus sindicatos obreros han tenido la suficiente efectividad para alcanzar salarios elevados, con lo que los precios de venta de esos productos alcanzan niveles relativamente altos respecto a los precios de los bienes primarios que importan. Solamente con mejorar la relación de cambio recibirían una ayuda adicional en divisas que pesaría casi decisivamente en ciertos aspectos del d. Y esto, como decimos, es una cuestión de justiCia (V. COOPERACIÓN ECONÓMICA INTERNACIONAL).
     
      b) La ayuda material adoptará, en primer lugar, la forma de inversiones o de préstame. Las inversiones extranjeras en un país subdesarrollado corren el peligro de que se realicen no con el criterio de beneficiarle al máximo, sino con el de conseguir el mayor partido para el inversor, por encima o al margen del interés de aquél. La historia suministra abundantes pruebas de esto.
     
      Si los inversores son personas privadas no se les puede pedir, como norma general, que actúen con criterios totalmente ajenos al beneficio propio, pero sí que no pretendan explotar la precaria situación del país receptor intentando obtener el mayor lucro posible, y también que limiten sus ganancias con un espíritu de caridad hacia los más necesitados.
     
      Si las inversiones proceden de entidades estatales o paraestatales de las naciones ricas, o de los organismos internacionales creados al efecto, se puede pedir un grado de desinterés mucho mayor en beneficio del país ayudado. Por eso, es muy de desear que cada vez se prodiguen más este tipo de inversiones, y que se tienda a institucionalizar al máximo este canal, a través del cual puede circular una cantidad considerable de la ayuda material que se preste a los países en d. Aun cuando la ayuda que puedan recibir los pueblos subdesarrollados a través de inversiones o de operaciones crediticias está más de acuerdo con su dignidad, no se pueden descontar totalmente como medio de ayuda las donaciones. Siempre habrá lugar para ellas en casos límites y de extrema necesidad, sobre todo si ésta se deriva de situaciones catastróficas o de emergencia.
     
      c) Ayuda humana. Nos parece interesante e importante por una doble razón. En primer lugar, la indigencia de los países pobres no es sólo de elementos materiales y productivos sino también de hombres. Siendo el hombre, además de fin, actor e intérprete del d., poco se conseguirá si sólo se atiende a lo material. Si el bache que existe entre lo que tienen y lo que precisan en cuanto a equipo real productivo es tan grande que por sí solos difícilmente lo pueden cubrir, otro tanto habrá que decir del bache en lo humano. La segunda razón por la que concedemos especial importancia a esta modalidad de ayuda reside en que hay países de d. medio que no están en condiciones de prestar una ayuda abundante y generosa de tipo material a otros más retrasados en su evolución y, sin embargo, pueden desempeñar perfectamente un papel muy airoso en una ayuda de tipo humano. Esta ayuda puede adoptar dos modalidades distintas y complementarias.
     
      La primera consistiría en el envío, por un periodo más o menos largo, de personas capaces de prestar ayuda in situ, en diversos campos y actividades. Los países que están en condiciones de desprenderse de personal humano
      apacitado pueden desempeñar un importantísimo papel en esta ayuda, institucionalizando, por así decirlo, este tipo de prestación. Así, p. ej., un cierto tiempo de servicio en pueblos subdesarrollados, bajo determinadas condiciones, podría sustituir a la obligación del servicio militar; el tiempo invertido en estas ocupaciones podría ser computado, incluso privilegiadamente, en orden a antigüedades, méritos y demás ventajas que otorgan los servicios prestados. La otra modalidad consiste en dar facilidades para que los jóvenes mejor dotados de regiones pobres puedan capacitarse en los países adelantados.
     
      Exigencias para el desarrollo. Como ya se ha dicho, el d. de los pueblos no depende exclusivamente de la ayuda que puedan recibir del exterior; es preciso también un esfuerzo propio y toda una política coordinada, que naturalmente también plantea problemas morales. Una cuestión es la del tipo de estructuración económicosocial mejor para lograr el d. e. y humano con suficiente eficacia y rapidez, respetando los valores superiores intangibles. Se trata de la oposición libertad-planificación (v.). Las posibles soluciones podríamos reducirlas a tres: a) desarrollo con total libertad, es decir, llevado exclusivamente por la iniciativa privada y con abstención del Estado, cuya intervención siempre supone algún grado de coacción; b) total planificación, de tal forma que el único sujeto que tome iniciativas decisivas sea el ente público; y c) una solución intermedia, con diversos grados de matización, en la que se combine cierta intervención estatal con la espontaneidad y libertad de los sujetos económicos.
     
      Dada la complejidad que supone un proceso de d. y la urgencia que existe, nadie defiende hoy que la mejor fórmula sea la solución liberal. La total centralización, en cuanto que suprime en el individuo la esfera de las libertades que pueden considerarse esenciales, tampoco es aceptable. El problema radica en una adecuada dosificación de la actuación estatal y de la libertad individual, y que podría ir desde un socialismo de tipo personalista hasta un cierto neocapitalismo con un grado mayor o menor de intervención estatal. Las opciones pueden ser varias y en cada caso habrá que ponderar las circunstancias concretas y salvar siempre las exigencias de la justicia en todos sus aspectos, compaginándola con la eficacia y el respeto que se debe a la dignidad de la persona humana.
     
      Otro problema importante es el de la acumulación del capital y la titularidad de su propiedad. Para el d. e. hay que realizar inversiones -creación de nueva capacidad productiva-, pero para poder invertir en un país subdesarrollado es preciso ahorrar, es decir, no consumir excesivamente: liberar factores productivos que se dediquen a producir nuevos factores productivos. Es evidente que al resultar insuficiente el ahorro (v.) voluntario, por ser escasa la renta nacional, habrá que echar mano de algún tipo de ahorro forzoso, y aquí se plantea la cuestión moral de quién tiene que ahorrar y cómo se le compensa del sacrificio realizado. Si no se prevé nada y se invierte más de lo que se ahorra, se producirá un proceso de inflación que provocará un ahorro forzoso en aquellos sectores cuyos ingresos son poco flexibles, y ese ahorro forzoso no encontrará ninguna compensación directa y proporcionada, ya que la propiedad de la nueva riqueza creada no va a esos ahorradores, sino a los empresarioscapitalistas, ya que todo el proceso jurídico está montado sobre el aspecto puramente monetario y no sobre el real.
     
      El Estado podrá provocar un ahorro forzoso a través de los impuestos que pueden seleccionarse y diversificarse con criterios de justicia; siempre será mejor solución que la anterior, aunque nos parece que sólo podrá tener un carácter complementario. Los salarios exiguos pagados por las empresas engendran un ahorro forzoso en sus obreros y unos beneficios que pueden servir de base a una autofinanciación de las mismas. Es claro y evidente el juicio moral que merece este procedimiento. Más aceptable es el sistema de salarios diferidos en los que, debido a exigencias del bien común que pide un ahorro forzoso, no se entrega en mano a los trabajadores todo aquello a lo que tienen derecho, pero se les reconoce un título de propiedad sobre lo no percibido en metálico y que servirá para financiar nuevas inversiones. El planificador ha de ver todas las posibles fuentes de ahorro (interno y externo, voluntario, institucionalizado y forzoso) con que cuenta la economía y atemperar los programas de inversión a esas posibilidades.
     
      El d. de un pueblo tiene que venir dado siempre en función del hombre: «el orden social y su progresivo desarrollo deben en todo momento subordinarse al bien de la persona y no al contrarió, ya que el orden real debe someterse al orden personal y no al contrario» (Gaudium et spes, 26). Esta consideración nos lleva a una doble afirmación. Por una parte, el hombre ha de contribuir al d. y evolución de su país, en la medida que su capacidad y situación lo permitan.
     
      Por otra parte, ya que el hombre es el fin del d., se deberá atender suficientemente a lo que pudiéramos llamar inversiones en el hombre, es decir, al gasto necesario para el enriquecimiento de las personas en todos sus aspectos (educación, formación profesional, etc.), con la seguridad de que a la larga este tipo de inversiones son las más rentables desde una perspectiva de productividad (v.). El proceso de d. comporta necesariamente una serie de movimientos migratorios tanto de carácter ocupacional (trasvase del sector primario a los sectores secundario y terciario), como local o geográfico. Esto plantea problemas humanos, y, por tanto, morales, tanto desde el punto de vista de capacitación técnica de la población como desde el de la adaptación a un nuevo medio geográfico y ambiental de una población desarraigada, además de la cuestión de la vivienda, tan básica para el bienestar humano. Son cuestiones que no pueden pasarse por alto en la planificación del d. sin crear graves problemas humanos.
     
      Una parte notable de la doctrina aquí expuesta está contenida, más o menos explícitamente, en el Magisterio de la Iglesia de estos últimos años, especialmente en las encíclicas Mater et Magistra y Pacem in terris de Juan XXIII, en la enc. Populorum progressio de Paulo VI y en la Const. Gaudium et spes del Conc. Vaticano II. La enc. Mater et Magistra ha tratado sobre todo el d. e. de la agricultura. El Conc. Vaticano II y Paulo VI han abordado de forma sistemática el tratamiento genérico del d. e. y p. con sus implicaciones morales.
     
      V. t.: DOCTRINA SOCIAL CRISTIANA; RIQUEZA.
     
     

BIBL.: G. M. METER y R. BALDWIN, Desarrollo económico, Madrid 1962; V. MARRAMA, Política económica de los países subdesarrollados, Madrid 1961; M. FUNEs ROBERT, Marxismo y comercio internacional. Teoría del subdesarrollo económico, Madrid 1962; G. MYRDAL, Solidaridad o desintegración, México 1956; INST. SOCIAL LEEN XIII, Comentarios a la «Mater et Magistra», Madrid 1962; C. ABAITUA y OTROS, Exigencias cristianas en el desarrollo económico-social, Madrid 1962; VARIOS, Comentarios civiles a la encíclica «Pacem in terris», Madrid 1963; 1. M. SOLOZÁBAL, Salarios y beneficios. Autofinanciación. Ahorro, en «Anales de Moral Social y Económica» 4, Madrid 1963, 111128; VARIOS, Estudios sobre la Constitución «Gaudium et spes», Bilbao 1967; VARIOS, La Iglesia en diálogo con nuestro mundo, Bilbao 1967; J. M. SOLOZÁBAL, La Iglesia católica y el desarrollo de los pueblos, en Enciclopzdia del Mundo Católico, Madrid 1968. 1185-1216: OKUN y RICHARDSON, Estudios sobre desarrollo económico, Bilbao 1964; M. CAPELO, El desarrollo económico, en Comentarios a la Constitución «Gaudium et spes», Madrid 1968, 477-516.

 

JOSÉ MARÍA SOLOZÁBAL.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991