Concepto. Ambos términos se refieren a ideologías inspiradoras de
distintas actitudes políticas. Se califica como d. a aquella tendencia que
guarda un mayor respeto a cuanto significa tradición. Por el contrario, se
aplica el calificativo de i. a la ideología que propugna una evolución de
matiz progresista o revolucionario. El significado etimológico de estos
vocablos no aclara su concepto (cfr. Vintila Horia, Derecha e izquierda
según la tradición, «Indice» 84, Madrid 1964).
Sea cual fuere la ideología que inspira a un movimiento político,
desde el mismo instante que sale a la luz pública y entra en el juego de
la lucha política para conseguir el poder, queda sumergido en el mundo
real e, inevitablemente, ha de entrar por el cauce de las adaptaciones y
de las concesiones. Esta regla general, que incide directamente en un
movimiento político de ideología derechista, al que obliga a falsear
formalmente su naturaleza por esta adaptación, queda en realidad mitigada
al repercutir en los movimientos de i. Precisamente debido a que el
universo conceptual de la i. se resiste a dejarse influir por la realidad.
El enfrentamiento ideológico entre la d. y la i. que en pretéritas,
aunque no muy lejanas décadas, motivó graves situaciones conflictivas
entre los partidos políticos (v.) de antagónica raíz conceptual, se va
diluyendo de forma progresiva en las sociedades de nuestros días, hasta el
extremo de haberse detectado un auténtico proceso de desideologización (V.
IDEOLOGÍAS). Existe una cierta desvalorización de los conflictos
ideológicos, que se evidencia en esa indiferencia social frente a las
batallas doctrinales, quizá reflejado por ese amplio abandono de los
programas de i. en los países más desarrollados económicamente, o en vías
de su despegue industrial, en los que los partidos de i. se vieron
desplazados del poder, bien sea porque, a pesar de conservar su etiquetado
revolucionario, cambiaron de orientación o porque los partidos de d.
renunciaron en forma más o menos explícita a sus programas conservadores,
adaptándose en su actuar al gusto de la sociedad de la abundancia.
Por el contrario, los conflictos ideológicos entre la d. y la i.
encuentran campo abonado para desarrollarse en toda su pujanza en los
países que integran el llamado Tercer Mundo (v.). En efecto, ante los
condicionantes de toda índole que frenan el cambio social, la opinión
pública (v.) está muy sensibilizada y en ella encuentra eco todo programa
político que, haciendo tabla rasa de la situación existente, propugne su
transformación.
Caracteres. La antítesis que las expresiones políticas izquierdismo
y derechismo plantean en la actualidad, hay que referirla a una actitud
dialéctica que, al igual que en el pasado histórico, entraña la visión de
un mismo objeto (la realidad política) desde diferente perspectiva
ideológica. Y así como los respectivos programas de acción política
mostraban inicialmente su antagonismo en torno a la monarquía más o menos
absoluta (postura que a lo largo del s. xix enfrentaría en España a los
absolutistas y liberales), después, instaurado un régimen liberal de
carácter democrático, la controversia ideológica se ceñiría,
preferentemente, a la cuestión religiosa (radicalismo español que se
explaya en el texto constitucional de 1869 y que, tras la proclamación
posterior de la República, tuvo su más clara manifestación en la Ley
provisional, 17 jun. 1870 sobre Registro civil), para concretarse, por
último, en el terreno socioeconómico.
En el ámbito socioeconómico adviene la ideología marxista con un
marcado matiz revolucionario, que alimenta la cólera de los oprimidos y
que toma cuerpo en el régimen socialista que nace tras la revolución de
octubre de 1917 en la Rusia zarista, y trasciende al mundo de la política
para ser la expresión ideológica de la extrema i. No obstante, y con una
frecuencia notable, en los años treinta, en la propia URSS, la realidad
nacional rusa y la exclusión de la aventura revolucionaria por la propia
burocracia soviética, habrían de imponer una orientación notoriamente
alejada de aquel ideal revolucionario puro representado por Trotski (v.).
A partir de 1955, por influjo de la revolución científica en sus
aplicaciones técnicas, los partidos más avanzados y progresistas de Europa
(el laborismo inglés y la socialdemocracia alemana) comienzan a renunciar
a sus programas revanchistas y, aun cuando la i. francesa o italiana, por
estar mucho más ideologizadas, retrasaron algunos años sus actitudes, a
partir de 1965 dieron un giro radical a sus programas.
La extrema i., que no tiene razón de ser en Europa, encuentra campo
abonado en la América del centro y del sur, en África y en Asia, porque
constituye el refugio ideológico de las masas irredentas. Representa para
éstas la esperanza en el progreso; la alternativa, que el capitalismo
propaga en la mayor parte de los países subdesarrollados, entre la miseria
y la violencia. Aquí la i., al margen de su aspecto teórico, es ante todo
la esperanza de los marginados socialmente y de su rebelión.
No puede afirmarse rotundamente que la diferenciación entre d. e i.
sea un concepto totalmente trasnochado, pues incluso ante la degeneración
ideológica de la i. europea, no es posible pasar por alto el hecho de que
la i., desde su aparición en el campo político, no cesó de hacer
prevalecer sus objetivos, a pesar de los éxitos formales de la d. Ésta, en
nuestros días, realiza los objetivos de la i., porque son, precisamente,
las ideas sembradas por ella las que se van filtrando paulatinamente y van
marcando el cambio de rumbo de la d.
Antaño la i. y la d. se dividían de forma clarísima el campo
político. La i. tenía su apoyatura en unas categorías sociales claramente
delimitadas y, frente a ella, la d. defendía, poniendo en juego todos sus
medios, los intereses de una minoría privilegiada, aún cuando a la larga
siempre triunfara la i., ya fuera utilizando el temor que siempre inspiró
el aspecto cuantitativo de la masa o mediante la acción directa de una
insurrección, más o menos encubierta, como la de febrero de 1936, en
España. Situación conflictiva que, dos años antes, en octubre de 1934,
había sido fiel exponente de la violencia revanchista de las i. Esta
situación, que tuvo su reflejo en la gran sacudida que, en junio de 1936,
acaeció en Francia, ha cambiado y continúa cambiando en perjuicio de la i.
La tradicional lucha de clases, preconizada por el marxismo, se ha ido
debilitando en las sociedades industrializadas. La masa se hizo tan
ampliamente consumidora que retrocede ante la perspectiva de una
revolución y, por otra parte, la d. dejó atrás sus atávicos fanatismos,
volviéndose sobre sí misma en una transformación tan radical y adquiriendo
un dinamismo, anteriormente desconocido, que hace que su ideología
programada en concreta acción política vaya en el mismo sentido que la
opinión pública, haciendo posible, mediante el progreso técnico, la
elevación del nivel de vida.
Quizá el actual desfase de la i. devenga inmediatamente, como apunta
Franfois Chirpaz (Aliénation el utopie, «Esprit», enero 1969), de una
razón metafísica. En efecto, la impotencia de la i. depende en gran medida
de ese rechazo de la realidad, fundado en el desprecio del ser actual de
la sociedad, compensado por una utópica pasión por ese ser, tal como
debiera ser. Posiblemente el futuro renacer de la i. se produzca,
precisamente, en la sociedad industrial europea, si le es posible rehacer
una psico-sociología de la opresión en un ataque directo a la miseria
ontológica que hoy padece la humanidad, en un ataque directo a la
civilización deshumanizada que despersonaliza a los hombres para
transformarlos en masa, haciendo revivir esa conciencia revolucionaria que
posibilite al hombre recuperar la conciencia auténtica sobre sus
necesidades suprasensibles y en el significado creador de su trabajo.
Mientras hoy la ideología izquierdista de la Europa occidental
muestra claras tendencias internacionalistas y hermanadoras de todos los
hombres, aun cuando proyecten sus viejos sueños revolucionarios a parte de
América del Sur y de África, en estos países del Tercer Mundo, por el
contrario, tales tendencias, paradójicamente, se corresponden con las de
la alta, burguesía capitalista y cosmopolita. El izquierdismo de los
países subdesarrollados, por el contrario y como consecuencia de su
anticolonialismo económico o político-económico, es rabiosamente
nacionalista y xenófobo.
La crisis de las ideologías. M. Shanks, en su obra The stagnant
society, analiza muy atinadamente el estancamiento actual de la sociedad
en el plano ideológico, al señalar, con referencia a la sociedad inglesa,
que el estancamiento no se debe al liderazgo conservador, que ha realizado
su propio juego con habilidad, sino a la ausencia de dinamismo y de
espíritu creador del movimiento laborista.
Hoy que se habla tanto de la despolitización de la vida pública,
ante esa táctica de gobierno que hizo recaer en las manos de los técnicos
la carga y responsabilidades de la política, es evidente que, esta acción,
inseparable del desarrollo científico, implicó una cierta mutación en
relación con el ideal democrático, ya que, en la práctica, va acompañado,
además, de esa apatía que muestra el ciudadano por las cuestiones
públicas, en la mayoría de las sociedades. Y es esta actitud masiva de
indiferencia de muy difícil remoción, si no se produce un movimiento
ideológico capaz de avivar la conciencia política de los hombres y que, a
su vez, sea capaz de sustituir la voluntad de industrialización, que
ejerce una evidente función motriz, de marcado carácter económico, por
otra que marque la supremacía de lo político.
Cada hombre, aislado en el ámbito concreto de su quehacer diario,
tiene la impresión de desempeñar un puesto cada vez menos importante en la
vida pública del país. Insensiblemente se desinteresa por los asuntos
políticos y de la política de «relaciones humanas», que unilateralmente se
imparte desde los medios masivos de difusión.
V. t.: PARTIDOS POLÍTICOS; IDEOLOGÍAS.
BIBL.: Además de la citada en el
texto, v. H. FISCHER, Teorie der Kultur, Stuttgart 1965; S. M. LIPSET,
Cristalizaciones políticas en las sociedades desarrolladas y en vías de
desarrollo, «Rev. de Estudios Políticos» 139, Madrid 1965; J. MEYNAUD,
Problemas ideológicos del siglo XX (El destino de las ideologías y
Tecnocracia política), Barcelona 1964; J. J. SERVAN-SCHREIBER, El desafío
americano, Barcelona 1968; M. DuVERGER, Introduction a la politique, París
1964.
L. MENDIZÁBAL OSES.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp,
1991
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