CUESTIÓN SOCIAL


1. Planteamiento de la cuestión social. Lo que llamamos c. s. se plantea a comienzos del s. XIX. Las doctrinas del capitalismo liberal, que acompañan el complejo fenómeno de la Revolución industrial, al producir una profunda revisión de las bases económicas y sociales del Antiguo Régimen, contribuyeron a agravar las tensiones que aquel fenómeno suscitó.
      El liberalismo (v.) afirmaba la existencia de un orden natural en el mundo, que tenía como condición necesaria la libertad; que la ordenación social producida como consecuencia de la aplicación de aquélla era, en sí, la más justa; que el progreso material, resultado de la libre decisión del individuo, movido por el deseo de lucro, era la condición de todo bienestar social; que el Estado debía inhibirse de la ordenación económicosocial, y, que su misión se agotaba en la eliminación de los obstáculos que se opusieran a la libertad, y en favorecer el establecimiento de las condiciones necesarias para la existencia de un mercado de libre competencia.
      La aplicación de estos principios a la organización económicosocial tuvo consecuencias funestas en las relaciones laborales. La libertad no podía establecerse como norma de justicia entre partes tan desiguales como patronos y obreros, sin que redundara en beneficio del capital (v.). El obrero se hallaba inerme ante el patrono, pues no existía reglamentación ni en las condiciones del trabajo, ni en su duración. ni en su retribución; ni siquiera tenía una garantía de estabilidad. Las frecuentes crisis de un sistema que imponía como ley la competencia conducían al cierre de fábricas y al consiguiente despido de operarios. Por otra parte, el obrero no tenía ninguna defensa ante la eventualidad de enfermedad, invalidez o retiro. Si a esto añadimos el que las grandes transformaciones producidas en el campo impulsaban hacia los núcleos industriales oleadas de inmigrantes, que hacían abundar la mano de obra y que la teoría del salario (v.) en el régimen capitalistaliberal se establecía a nivel del mínimo vital, nos explicaremos el hacinamiento de masas obreras en sectores suburbanos sumidas en una gran penuria material y moral. Tal es el inicio de la situación económica, social y cultural a la que se suele denominar como c. S.
      Esta c. s. en sus aspectos históricos es estudiada en diversas voces de esta Enciclopedia: REVOLUCIÓN INDUS TRIAL; PROLETARIADO; SUBDESARROLLO; SOCIEDAD DE CONSUMO; etc. Otras voces se han ocupado de las ideologías que la han, de un modo u otro, interpretado (LIBERALISMO; CAPITALISMO; SOCIALISMO; MARXISMO; COMUNISMO; CORPORATIVISMO; COMUNITARISMO), y de los factores que intervienen en su estructura y en su solución (CAPITAL; TRABAJADOR; TRABAJO; SINDICATOS; DISTRIBUCIÓN DE BIENES; DERECHO DEL TRABAJO; SOCIALIZACIÓN; etc.). NOS Vamos a detener aquí a estudiar la forma en que ha sido enfocada por la doctrina social cristiana.
      2. Preocupación de la Iglesia católica. La Iglesia católica no podía despreocuparse de este problema, que agitaba las entrañas de la sociedad. Se ha dicho que la primera encíclica social, la Rerum Novarum (1891), llegaba con retraso, cuando ya el movimiento obrero se había integrado en el socialismo (v.), al margen de la Iglesia y, muchas veces, contra ella. Sin embargo, esta afirmación no es exacta si se tiene en cuenta que la Iglesia no puede reducirse al Pontificado. Años antes, los católicos de los países industrialmente más avanzados, en los que la c. s. se planteaba con caracteres más agudos, habían tomado partido en el problema. En Alemania, Austria, Francia, Bélgica y Suiza, personalidades como mons. von Ketteler, obispo de Maguncia, el barón de Vogelsang, el marqués de la Tour du Pin (v.) o Léon Harmel (v.) mons. Mermillod, obispo de Friburgo, y, en América, el card. Gibbons, agruparon minorías de católicos preocupados por la c. s. y se esforzaron por esbozar soluciones, más o menos acertadas y efectivas. Ellos fueron quienes impulsaron al Pontificado a tomar una decisión general para la Iglesia. En Roma, se aprobaban y alentaban algunas de estas manifestaciones y movimientos, como la Unión de Friburgo, creada en 1884 por mons. Mermillod, o la experiencia americana de los Caballeros del Trabajo, asociación obrera especializada que había patrocinado huelgas y resistencias.
      Hacía años también que los llamados «católicos sociales» discutían sobre los caminos a seguir, tanto doctrinales como prácticos, en el campo de las justas reivindicaciones laborales. Mientras en los países pluriconfesionales se decidieron por la intervención del Estado, como el card. Manning en Inglaterra, o mons. Ketteler, diputado en el Reichstag, que en 1873 presentó un proyecto de reglamentación general del trabajo, adoptadopor el Centrum, en los países católicos, como Francia o Bélgica, se oponían dos escuelas: la de Lieja, intervencionista, fundada en 1887-90, y la de Angers, abstencionista.
      Por otra parte, desde la Revolución burguesa en Francia y en los demás países, el Pontificado estaba profundamente preocupado por el movimiento liberal. Dos de las encíclicas más importantes del s. XIX, Mirari Vos de Gregorio XVI (1832) y Quanta Cura (1864) de Pío IX, contienen diversas enseñanzas y advertencias sobre el liberalismo, lo que afecta a nuestro tema, si bien lo que puso en guardia a la Santa Sede fue el aspecto ideológico del liberalismo, más que sus consecuencias en el orden social y económico. Al negar lo sobrenatural, el liberalismo destruía la base religiosa de toda sociedad y «el orden público desaparecía cuando se rechazaban los vínculos sagrados de la religión».
      No obstante, Pío IX, en la Quanta Cura (1864), apunta ya las funestas consecuencias económicas del sistema liberal: «Pero, ¿quién no advierte que una sociedad, sustraída a las leyes de la religión y de la verdadera justicia, no puede tener otro fin que amasar, acumular riquezas, o, en todos sus actos no tendrá otra ley que el indomable deseo de satisfacer sus pasiones y procurarse unos goces?». León XIII dio un giro importante a la actitud pontificia respecto al liberalismo: rechazando sus fundamentos y afirmaciones doctrinales, se lanzó resueltamente por la vía práctica de aprovechar los recursos del parlamentarismo para establecer, en los países liberales, partidos católicos, de derecha o de centro, salvo en el caso de Italia, donde la cuestión romana le obligó a mantener el non expedit político. La encíclica Inmortale Dei (1885) resume toda esta doctrina: supremacía de la Iglesia sobre el Estado, aun reconociendo los límites respectivos de los poderes civil y religioso; derecho de la Iglesia en el campo de la educación; importancia de la familia y del matrimonio; respeto, por parte de los católicos, a la soberanía política, y, recíprocamente, deber de los católicos a intervenir en la dirección de la sociedad. Aunque estos principios tratan sobre todo del orden político, su aplicación había de conducir evidentemente a la mejora de la situación social.
      A partir de 1885 se manifiestan en Roma de manera más patente las preocupaciones de orden social. Se seguía de cerca la evolución de la Unión de Friburgo; se aprobaron los estatutos de los Caballeros del Trabajo (1888), aunque exigiendo que se suprimieran ciertos términos que reproducían la terminología usada por socialistas y comunistas; se recibieron con alegría varias peregrinaciones obreras, impulsadas por Léon Harmel, que trataban de dar testimonio público del cristianismo; se alentaban y bendecían, o a veces se desaprobaban por prudencia, las opiniones de los católicos en el campo social de sus respectivos países. Todas estas circunstancias que hacia 1890 adquirieron el carácter de presión moral ante la Santa Sede, explican la publicación de la Rerum Novarum el 16 mayo 1891.
      3. La Rerum Novarum. El programa de la Rerum Novarum consiste, en líneas generales, en señalar la realidad del problema social que atravesaban los obreros, señalar la justicia de su deseo de solución y marcar algunos criterios de acción. En este último nivel el Pontífice sugiere medios más sociales que políticos: temía, con razón, que otro tipo de acción pudiera dar lugar a un enfrentamiento entre obreros y patronos y a un agravamiento de la tensión social. Sin embargo, la encíclica aporta doctrina precisa en bastantes puntos: recusación de la lucha de clases, que no es sino un enfrentamiento absoluto y ciego, sin tener en cuenta las preocupaciones de justicia y de caridad; noción de salario justo, que debía adecuarse a las necesidades familiares del obrero; intervención del Estado en la reglamentación humana del trabajo; papel de las asociaciones profesionales; derechos y límites de la propiedad privada. Por último, la Rerum Novarum fue para los católicos preocupados por la c. s. una especie de reconocimiento y de consagración, aunque la mayor parte de ellos mantenían doctrinas más radicales.
      4. La democracia cristiana. A partir de los años 90, aparece en los países latinos una nueva generación preocupada por la c. obrera. En Alemania, los católicos del Centrum continúan su actividad legislativa; ingleses y norteamericanos, más pragmáticos, apenas se sienten conmovidos por la encíclica, que estiman como arcaica; es en Francia, en Bélgica, en Italia donde aparecen novedades: obras sociales diversas, sindicalismo cristiano, mixto o no, que procura la mejora de las condiciones materiales de los obreros y de su vida religiosa y, sobre todo, la democracia cristiana. El movimiento de la democracia cristiana es una prolongación, una aplicación de los principios de la encíclica en el terreno de la práctica política. En el Congreso de Reims de 1896, al que asistieron delegados de 200 grupos obreros cristianos, se aprobó, después de vivas discusiones, la erección de un partido democrático cristiano, que rompía con muchas de las tradiciones mantenidas hasta entonces por la Obra de los Círculos, entre ellas los sindicatos separados. Aceptaba también el régimen de la república. Su programa se fundaba principalmente en los siguientes puntos: ampliación del sufragio universal, representación profesional, protección obrera y mejora de las condiciones laborales, desarrollo de cooperativas obreras, acceso de todos a la propiedad (v.) privada o colectiva, libertad de asociación. En Bélgica, la Liga democrática fue la versión de esta experiencia francesa, pero conducida con mayor prudencia y sin provocar, por tanto, dificultades y rupturas entre los católicos. En Italia, donde los católicos recibieron la consigna de no intervenir en la vida política más allá de la actividad municipal, apenas se manifiesta la democracia cristiana. Se tiende más bien a la creación de cajas rurales y cooperativas y a la Unión católica de estudios sociales, de la que fue alma Giuseppe Toniolo (v.), y de la que saldrían los gérmenes del catolicismo social posterior.
      La Santa Sede contemplaba con gran inquietud esta actividad política, que daba lugar a fricciones y divisiones entre los católicos y comprometía temporalmente a la Iglesia. En 1901, León XIII en su enc. Graves de communi admitió la terminología «democracia cristiana», pero con un sentido exclusivamente social, vaciándolo de todo contenido político. El Papa se resistió a utilizar «democracia social», pero esta expresión era ciertamente la más adecuada a su pensamiento. El alejamiento de la acción política venía impuesto en la mente pontificia por el temor de implicar la afirmación de la democracia como el mejor régimen. De otra parte, para León XIII, tal acción social cristiana debía realizarse por los católicos bajo la dirección de la jerarquía. Pío X insistió en este punto ante las desviaciones modernistas (v. MODERNISMO TEOLÓLICO) en que algunos incurrían: en 1903, un Motu proprio, que reglamentaba la Acción Popular Cristiana, declaraba que la acción social era esencialmente católica en cuanto orientada por la jerarquía, y, por tanto, debía mantenerse al margen de toda acción política: pocos años después, en carta de 11 jun. 1905 a los obispos italianos Il fermoproposito, delimitaba el campo de la acción católica que «no excluye nada de lo que, de cualquier modo, directa o indirectamente, pertenece a la misión divina de la Iglesia». Consciente con este punto de vista, en 1910 condenaba el movimiento francés de Le Sillon, que identificaba la democracia y el catolicismo. Esta condena ha de entenderse en el contexto de circunstancias en que se produjo y como advertencia a una orientación peligrosa, por su exclusivismo e implicaciones.
      Durante el s. XX, la acción de los católicos sociales se acentúa en todos los países y toma formas diversas. Entre ellas, señalemos la obra doctrinal de las «Semanas Sociales» (v.), iniciadas en Lyon en 1904, que se celebraron cada año en ciudades distintas, al objeto de estudiar y profundizar en la doctrina social. En las primeras se trataron más bien temas de carácter profesional y en ellas tomaron parte sobre todo teólogos y filósofos; las celebradas desde 1919 se dedicaron al estudio de las instituciones y entre los asistentes predominan los juristas. Proliferan los sindicatos obreros cristianos, sean mixtos o más bien separados, así como las cooperativas y las cajas benéficas. La necesidad de una acción social cristiana parece perfilarse con más claridad.
      5. La Quadragesimo Anno. A los 40 años de aparecer la Rerum Novarum, Pío XI publicó la Quadragesimo Anno (1931), que es una prolongación y adaptación de la doctrina de aquélla a las necesidades del tiempo. Se habla ya de la necesaria «promoción obrera», pero se señala que ha de realizarse en favor del bien común (v.) y no bajo el signo de la lucha de clases. Se condena tajantemente el liberalismo y el socialismo. Lo más nuevo es el reconocimiento oficial de las asociaciones obreras separadas, bajo forma sindical, sostenidas por el Estado y respetadas por él, en las que veía piezas fundamentales en la estructuración de la vida civil y política. En la encíclica se las llama corporaciones y se definen como asociaciones que proporcionan a sus miembros ventajas profesionales, pero que también debieran mantener preocupaciones por el bien común general. Se conciben como órganos de poder y deben nacer de la libre voluntad de los interesados. Admite que los cristianos pueden entrar en sindicatos no confesionales, a condición de que salvaguarden en su acción los principios fundamentales de la moral cristiana. La Accción Católica, que debe permanecer al margen de la acción sindical, tenía por misión formar los militantes sindicales cristianos.
      Esta doctrina de las corporaciones no quedaba clara en la práctica. Pío XI, que quería huir del individualismo y del comunismo, veía en un Estado corporativo, vagamente definido, y en el que las corporaciones remplazarían a los partidos políticos o emanarían de ellos, la solución a los problemas planteados por la acción democrática cristiana. Pero la diferente, y, al mismo tiempo, unitaria dirección en sentido cristiano, encomendada a las corporaciones y a la Acción Católica, entrañaba una confusión. Sin embargo, los movimientos obreros cristianos tomaron desde entonces carta de naturaleza, considerados como esfuerzo por el logro de la «justicia social» (v.), expresión que va más allá de la simple justicia legal, en cuanto perfeccionada por la caridad.
      6. La Mater et Magistra. Aparte de algunas precisiones de Pío XII sobre el problema social, en varias de sus alocuciones, en la encíclica de Juan XXIII, Mater et Magistra (1961) la doctrina social de la Iglesia aparece con características y dimensiones diferentes. En primer lugar, Juan XXIII abandona un lenguaje que había podido producir la impresión de que la Iglesia se inclinaba por una única vía para la solución de los problemas sociales, la del corporativismo (v.). Ciertamente, Pío XI había declarado en la Quadragesimo Anno que la Iglesia, al formular la doctrina social, tenía conciencia muy clara de que no ofrecía soluciones técnicas, sino que ofrecía unos criterios doctrinales que podrían abrirse a un pluralismo de actuaciones, pero esa declaración así como otras posteriores suyas y de Pío XII no fueron suficientes, y a veces se tendía a interpretar la doctrina social como una opción de orden temporal que se contraponía a otras. Juan XXIII en la Mater et Magistra insiste por eso en los conceptos apuntados. De otra parte, y a la par en que insiste en que la perspectiva en la que se sitúa su enseñanza es la de un juicio doctrinal y moral realiza un análisis de las realidades económicosociales de tipo más concreto y detallado que el que se encuentra en los documentos precedentes. Si bien puede señalarse que en esa línea le ha precedido Pío XII en sus numerosos mensajes y alocuciones.
      Las circunstancias por lo demás han cambiado profundamente con respecto al s. XIX, en el que comienza lo que llamamos c. s., y eso se refleja en la Mater et Magistra. La encíclica en efecto pone de relieve que existen también desigualdades de otro tipo: en la agricultura, en relación con otros sectores productivos; en algunas regiones dentro de un mismo país, y en los países subdesarrollados con respecto a los avanzados. La c. s. rebasa así el ámbito de las relaciones capitaltrabajo en que había venido considerándose, para asumir proporciones mucha más vastas e incumbentes a todos, individuos, asociaciones, Estados y organizaciones supranacionales.
      7. Nueva concepción de la acción social cristiana. La encíclica Populorum Progressio (1967), de Paulo VI, plantea el problema de los países subdesarrollados, a los que los imperativos eternos de la justicia y de la caridad obligan a suministrar ayuda. La vieja c. s., delimitada en el área nacional, se plantea a escala universal y con características semejantes. La aplicación desordenada del capitalismo liberal al orden económico universal ha producido los mismos efectos que en el pasado en el ámbito de la empresa. Paulo VI, al condenar nuevamente estos principios de librecambio y los marxistas de una planificación totalitaria, que niega el ejercicio de derechos fundamentales de la persona humana, indica el único camino a seguir: el de un auténtico desarrollo, basado en «una economía al servicio del hombre», que los ciudadanos de dichos pueblos han de realizar con la cooperación de organismos internacionales, países ricos e individuos animados por los ideales de justicia y caridad.
      Poco antes, el Conc. Vaticano II en la Const. Gaudium et spes había realizado una amplia síntesis de la doctrina social cristiana. En la primera parte del documento se traza una panorámica doctrinal que precisa el sentido de la actividad del Magisterio en este campo: se recuerdan los principios cristianos sobre la dignidad de la persona humana y sobre la naturaleza de la sociedad, y se pone de manifiesto cual es la misión de la Iglesia. Se pasa, en una segunda parte, a tratar de diversos problemas, entre ellos los económicos, poniendo así de relieve el nexo que une la doctrina social cristiana sobre la c. s. con otras como la referente a la familia, la cultura, etcétera.
      Un último rasgo debe ser señalado: la insistencia del Magisterio en que abordar la c. s. es misión de los cristianos corrientes, laicos, que mediante sus actividades seculares, deben procurar «que el mundo se impregne del espíritu de Cristo y alcance más eficazmente su fin en la justicia, la caridad y la paz... (y) que por su competencia en los asuntos profanos y por su actividad, elevada desde dentro por la gracia de Cristo, los bienes creados se desarrollen al servicio de todos y cada uno de los hombres y se distribuyan mejor entre éllos... mediante el trabajo humano, la técnica y la cultura civil» (Const. Lumen gentium, cap. IV). Apoyándose en el Decr. Apostolicam actuositatem, concluye la Populorum Progressio: «los seglares deben asumir como tarea principal la renovación del orden temporal... con su libre iniciativa y... penetrar de espíritu cristiano la mentalidad, y las costumbres, las leyes y las estructuras de la comunidad en que viven». La acción social cristiana (v.) se realiza a través de la actividad secular, civil de los cristianos, y, por tanto, sin implicar a la Iglesia.
     
      V. t.: DOCTRINA SOCIAL CRISTIANA; ACCIÓN SOCIAL CRISTIANA, ORGANIZACIONES DE.
     

     

BIBL.: J. B. DUROSELLE, Les debuts du catolicisme social en France (18221870), París 1951; G. HOOG, Histoire du catholicisme social en France (18711931), París 1946; M. VAUSARD, Histoire des démocraties chrétiennes: France, Belgique, Italie, París 1956; R. REZSOHAZY, origines et formation du catholicisme social en Belgique (18421909), Lovaina 1958; G. CANDELORO, II movimento cattolico in Italia, Roma 1953; A. GAMBASIN, II movimento sociale nell'opera dei Congressi (18741904), Roma 1958; G. JARLOT, La Iglesia ante el progreso social y político (18781922), Barcelona 1967; S. H. SCHOU (dir.), Historia del movimiento obrero cristiano, Barcelona 1964; J. MESSNER, La cuestión social, Madrid 1960; J. L. GUTIÉRREZ GARCÍA, Cuestión social, en Conceptos fundamentales en la Doctrina social de la Iglesia, I, Madrid 1971, 329339.

 

V. VÁZQUEZ DE PRADA.

Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991